COMUNIDAD DE BUENA NUEVA.RCCE

COMUNIDAD DE BUENA NUEVA.RCCE

Generador LED para MySpace - Joombly

Vistas de página en total

miércoles, 23 de mayo de 2012

"LA ALABANZA"












LA ALABANZA

Vicente BORRAGÁN O.P.

"Cuando el hombre de la Biblia quiere alabar a Dios, lo quiere con todo el corazón, con todos los afectos, con todos los impulsos, con todas las emociones, con todo lo que termina allá, en el hondón de su alma"

Un texto bíblico muy impresionante es el siguiente, - acaso el más impresionante de todos -, no lo sé; hay muchos textos impresionantes sobre la alabanza en la Biblia; está tomado del Libro del Eclesiástico. "Muchas más cosas podríamos decir y nunca, acabaríamos; broche de mis palabras: Él lo es todo. Donde haya fuerza para glorificarle que Él es el Grande sobre todas sus obras, temible es el Señor, inmensamente grande, maravilloso su poderío. Con vuestra alabanza ensalzad al Señor cuanto podáis que siempre estará más alto, y al ensalzarle redoblad vuestra fuerza; no os canséis, que nunca acabaréis. ¿Quién le ha visto para que pueda describirle? ¿Quién puede engrandecerle tal como es? Mayores que éstas quedan ocultas muchas cosas, que bien poco de sus obras hemos visto, porque el Señor lo hizo todo y dio a los piadosos la sabiduría" (Qo/Eclo 43,27-33).

Yo creo que no hay ninguna manera mejor de hablar de alabanza que la alabanza que hemos tenido. Yo creo, que yo estaría muchísimo mejor y más guapo en silencio y sentado, dejando que el Señor siguiera inundando nuestro corazón con cánticos y clamores de alabanza, pero siempre es bueno hacer alguna enseñanza, algún tipo de enseñanza, en torno a temas que nos afectan honda y profundamente al corazón.

Yo os podría decir de entrada, que después de la gracia de mi sacerdocio, lo más bonito, lo más lindo, lo más grande que me ha ocurrido en la vida, es haber descubierto la alabanza. Tantos años de vida religiosa, tantos años de sacerdote, tantos años como profesor de Biblia, y la alabanza era para mí una palabra, una palabra de un diccionario, una palabra que con frecuencia aparecía en la Biblia, pero nunca había tocado el fondo y la hondura de mi corazón. Junto con un Padre, Juan Fernando Chamorro, hablábamos un día y llegábamos los dos, casi al unísono, a esta conclusión: Si el Señor nos hubiera dejado morir sin haber descubierto la alabanza, le hubiéramos puesto un pleito bien grande, cuando hubiéramos entrado en el reino de los cielos. Le hubiéramos dicho: ¡Señor, no hay derecho, no hay derecho! Uno no puede pasarse por la vida, sin haber descubierto el gozo de alabarte, de bendecirte y de darte gloria.

Yo supongo que para la mayoría de nosotros, la alabanza ha sido todo un descubrimiento. En la Renovación hemos hecho la experiencia del señorío de Jesús, del amor del Padre; hemos descubierto la Palabra, pero yo creo que todas las experiencias se han canalizado y se han adecuado a través de la alabanza, a través de esta forma de oración, a través de este estilo de vida, que es un puro embeleso en el Señor, que es ni más ni menos la alabanza. Alabar a Dios, verdad, ¿pero es que Dios merece nuestra alabanza, se la merece realmente? Qué preguntas nos hacemos, y estas preguntas son oportunas porque muchos de nosotros, sobre todo los mayores, hemos vivido de la idea de un Dios no demasiado atractivo, no demasiado fascinante, la idea de un Dios, verdad, rudo, cruel, tirano, alejado, a quien no sabíamos realmente cómo tratar. Yo me he preguntado muchas veces: ¿pero y es que Dios nos ama? No hay más que mirar las páginas de la Biblia, recorredlas de arriba abajo, el mero hecho de que existamos, supone que Dios nos ama y que Dios nos quiere. El libro de la Sabiduría lo dice hasta la saciedad; "Si Dios odiara alguna cosa no le costaría nada el destruirla'. El mero hecho de que existamos supone que Dios nos ama.

Cuántas palabras nos ha ido diciendo a lo largo del camino, cuántas palabras calientes, ardorosas, amables, llenas de vida, cuánto perdón, cuánta fidelidad ha derrochado en favor de los hijos de los hombres. Cuánto bien ha derramado en favor de cada uno de nosotros. Cuántas palabras hay, sí, algunas de castigo, pero cuántas palabras hay de perdón a lo largo de la Biblia: "No temas oruga de Jacob, gusano de Israel, eres precioso a mis ojos y yo te amo. Los montes se moverán, las colinas se tornarán, pero mi amor de tí jamás se moverá, dice el Señor que tiene misericordia de vosotros". Cuántas palabras de amor encontramos a lo largo de la Biblia, incluso cuando parece que toda esta historia se ha acabado, que va a ser un punto final, todavía el autor del libro de las Lamentaciones, dice palabras como éstas: "Esto revolveré en mi corazón, a esto le daré vueltas, que el gran amor del Señor nunca pasa, que su misericordia jamás tiene fin nueva es cada mañana, nueva cada mañana tu gran fidelidad, Señor". El amor del Señor se renueva cada mañana, se renueva como las olas del mar, se renueva en favor de nosotros; es un Dios de los perdones y maravillosamente misericordioso con nosotros, es un gran padre indulgente, lleno de ternura en favor de sus hijos los hombres. ¡Cómo no alabarle, cómo no reconocerle! Yo diría que en el momento de la plenitud de toda la Historia, Dios rasgó los cielos y se hizo carne, y se hizo un hombre, y se hizo un puñado de músculos como cada uno de nosotros. Dios nos dio a su Hijo, la figura de nuestro Señor Jesucristo.

Cuando San Pablo escribía la epístola a los Efesios, comenzaba con palabras como éstas: "Bendito sea Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales. Él nos ha elegido desde antes de la creación del mundo para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor". Desde antes de la creación del mundo, estamos tatuados en las manos de Dios; desde antes de antes, por decirlo de algún modo, somos queridos, hemos sido amados, hemos sido escogidos, hemos sido elegidos, desde toda la eternidad Dios nos ha destinado a la vida, y toda la obra que Dios ha hecho en sí mismo y a través de su Hijo, ha sido en favor nuestro.

Mirad, podría haberse dado este hecho, al menos en hipótesis, que Dios se hubiera encarnado, que hubiera vivido entre nosotros, que hubiera muerto en una cruz, que hubiera resucitado, y que esta venida de Dios hecho hombre, no nos hubiera afectado absolutamente para nada a cada uno de nosotros. En teoría podría haber sido realidad esto, y hubiéramos asistido a un espectáculo dramático y terrible, pero la realidad es que esa muerte ha sido por nosotros, que esa resurrección nos ha afectado hasta las raíces de nuestro ser, que nos afecta vitalmente, que nos compromete vitalmente. ¡Cómo no alabarle y cómo no bendecirle! ¿Qué más podía hacer Dios por nosotros que no haya hecho, qué más podría hacer que no haya hecho, qué otra cosa podría hacer, qué otra cosa se os ocurre que no haya hecho ya en favor de los hijos de los hombres? ¿Cómo no alabarle, y cómo no bendecirle? Tantos motivos, tantas motivaciones que repasamos un poco por encima, pero que cada uno de nosotros lleva en el corazón. Hay motivos para alabar al Señor, hay grandes, grandísimos motivos para que pasemos nuestra vida en alabanza.

Yo me pregunto con mucha frecuencia, pero con mucha frecuencia: Vicente, frente a esta obra que Dios ha hecho en favor nuestro, en favor tuyo, ¿qué puedes hacer tú por Él? ¿Qué puedo hacer yo por Dios, qué puedo hacer yo por Dios, qué es lo que realmente puedo hacer yo por Dios, qué es lo que realmente cada uno de nosotros podemos hacer por Dios? ¿Grandes obras, muchas obras? Pero me pregunto ¿qué obras podemos hacer por Dios? ¿qué obra podemos hacer los hombres que iguale o esté adecuada a la grandeza y a la belleza de Dios, qué obras podríamos hacer los hombres, que sean dignas de tanta grandeza o de tanta belleza?

El hombre ha sido definido, y con razón, como un átomo en la inmensidad y un minuto en la eternidad; somos nada, somos nada, somos como la flor de campo que hoy es y mañana ya no existe, somos como la estela que deja el barco al pasar, en seguida las olas recuperan su sitio, y por allí nadie sabe exactamente quién ha pasado. Si volviéramos después de la muerte, dice la Biblia, a nuestro sitio, el sitio donde hemos estado, la casa donde hemos vivido, la oficina donde hemos trabajado, nos dirían: "no te conozco". Y podríamos decirle: "Señor, pero si hemos ido a Maranatha, verdad, si... ". "No te conozco". ¡Nada! Somos como el vuelo de un ave, como un rocío mañanero, o como una nube de verano que pasa sin dejar rastro de sí misma, no somos absolutamente nada.

Y sin embargo, de una manera u otra, los hombres queremos sacar pecho frente a Dios, queremos gloriarnos ante Él, y queremos ofrecerle grandes obras, pero qué obras, verdad, ¿qué podemos ofrecerle realmente a Dios? Yo no sé, espero que sí; yo por lo menos lo entiendo bien, y espero que Vds. también lo entiendan bien. El profeta Isaías tiene una frase realmente dura, durísima, dice palabras como éstas: "Todos nosotros somos como inmundos, y como paños inmundos todas nuestras obras de justicia". Todas nuestras obras como paños inmundos, como compresas que tiramos a la basura. ¿Y el hombre pretende realmente sacar pecho frente a Dios, y el hombre quiere hacer grandes obras por el Señor? Dios ha hecho este mundo, un mundo cuasi infinito, y con una sola palabra podría hacer millones de mundos como éste; con una sola palabra podría hacer millones de mundos más grandes que éste, ¡con una sola palabra! Y el hombre anda por la vida queriendo sacar pecho delante de Dios. ¡Obras, obras, obras, pero ¿qué obras? Si nuestras obras justas son como paños de menstruación, ¿cuánto no valdrán nuestras obras menos justas, ¿verdad? .

No, mirad, frente a Dios sólo hay una obra que podamos hacer; os lo imagináis, ¿verdad? Poner nuestros ojos ante Él, alabarle, bendecirle, y glorificarle por toda la eternidad. Es realmente lo único que el hombre puede hacer, contemplar a Dios, extasiarse ante su grandeza, extasiarse ante su hermosura y comenzar un GLORIA aquí en la Tierra, que termine allá arriba en el Cielo. Por eso yo os diría, que apenas el hombre comienza a sentir el roce de Dios, el paso de Dios por su vida, comienza a alabarle, y comienza a alabarle, pues con todo lo que tiene, comienza a alabarle con todo su cuerpo. ¡Qué cosa!, este cuerpo humano, tan maltratado a lo largo de la historia de la filosofía, y a lo largo de la historia de las ideas.

¡Bah!, no vamos a recordar ahora toda esta concepción que muchos filósofos griegos hacían del cuerpo humano; pero ha habido un error, yo creo que el más pernicioso de toda la historia de la Iglesia, y ha sido un error de los gnósticos. Los gnósticos pensaban del modo siguiente: Como Dios había creado al principio, una serie de "eones" próximos a Él, pero estos "eones" se fueron distanciando, y distanciando, y distanciando cada vez más de Él, y a medida que más se distanciaban más hostiles se hacían con respecto a Dios, y estos "eones serían los que habrían creado la materia. De tal manera que para estos filósofos, o para esta herejía gnóstica, toda la materia, absolutamente toda la materia, es totalmente mala, Dios no la habría creado, y por eso han surgido una serie de ascetismos dentro de la Iglesia. Yo no creo que la Iglesia, no lo creo, lo digo con toda seguridad, que la Iglesia haya sido nunca jamás gnóstica, pero los cristianos sí hemos sido gnósticos; sí hemos practicado el gnosticismo, sí hemos repudiado la materia, sí hemos convertido en algo malo la materia, sí hemos convertido en algo malo el cuerpo humano. Y este cuerpo humano, toda la tesis tradicional nos lo ha enseñado; hay que domarle, hay que dominarle, hay que motivarle, porque este cuerpo humano es un compañero malo para el alma.

Pero yo me pregunto y os pregunto: ¿Este cuerpo humano es realmente algo malo, es mala la materia? Cuando Dios creó el mundo dio este veredicto sobre la creación: "Y vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno" no bueno, ¡muy bueno! ¡El cuerpo humano es algo muy bueno! El cuerpo humano es algo que puede alabar y bendecir al Señor, con el cuerpo humano tenemos que alabarle y bendecirle. Hay actos del cuerpo y actos del alma, hay actos del compuesto humano, actos del ser humano; el hombre alaba con su cuerpo y alaba con su alma, por eso en toda la Biblia lo encontraréis, cientos de textos que nos van recordando cómo el cuerpo tiene que entrar en alabanza

"mi lengua te alabará"

"de mis labios brota la alabanza"

"con todo el corazón te alabaré"

"viva mi alma para alabarte" .

Todos los miembros del cuerpo humano se convierten en alabanza de la gloria del Señor. No es fácil decir, por ejemplo, lo que significaba para un hebreo la palabra "nefes", que nosotros traducimos por "alma", probablemente en muchas ocasiones es un término idéntico a "vida", pero toda la vida tiene que convertirse en alabanza. Fijaros, el corazón que los hijos de Israel, era como el centro recóndito, allí donde Dios y el hombre se juegan la partida. Era el centro de las emociones, de los impulsos, de los afectos, de los odios; todo estaba allí, en el corazón.

Cuando el hombre de la Biblia quiere alabar al Señor con todo el corazón, quiere alabarle con todos los afectos, con todos los impulsos, con todas las emociones, con todo lo que termina allá en el hondón de su alma; y es realmente bonito, cómo desde el corazón, la alabanza va irradiando e inundando todos los miembros del cuerpo humano, va inundando, por decirlo de algún modo, los riñones, las arterias, la sangre, los músculos, las manos, los pies, y pone al cuerpo en alabanza para la gloria del Señor.

De ahí que no sea realmente extraño y algo anormal el que alabemos con nuestro cuerpo; de ahí que sea realmente un redescubrimiento de la Renovación Carismática el hecho de que podamos alabar al Señor con todo nuestro cuerpo. Yo no sé, si os habrá costado mucho o no os habrá costado mucho, el levantar vuestras manos hacia el Señor. Yo os podría decir que me costó, horriblemente, horriblemente, ¡no os podéis imaginar! Yo pensaba al principio que sí, que la alabanza sí; que realmente me llegaba al corazón, que era algo realmente profundo, pero yo me decía a mí mismo: Vicente, tú eres un hombre serio, tú eres un hombre formal; estar levantando las manos ahí, delante de todos, eso es demasiado ya; no, eso es demasiado. Y yo tardé unos cuantos meses en levantar las manos hacia lo alto. Aprovechando un día que era Miércoles de Ceniza, Chus que era el prior, no pudo ir al grupo de Maranatha; Julio que tampoco llegó, y allá en Fernández de la Hoz me quedé un poco escorado hacia la izquierda y allí en aquel miércoles yo me decía a mí mismo: "Tienes que levantar las manos, tienes que levantar las manos"; veo que nadie vio lo rojo que yo debía estar, la vergüenza infinita que yo sentía, me pesaban toneladas los brazos, pero finalmente logré levantar un poco los brazos.

Yo os digo de verdad, si el cuerpo, si el cuerpo no alaba, no hemos conocido todavía la alabanza. Si el cuerpo no entra en alabanza; el cuerpo me refiero a pies, manos, todo aquello que compone nuestra realidad humana, todavía no hemos conocido lo que es la alabanza. Por eso aquí no podemos dejar morir la alabanza con el gesto; todo nuestro cuerpo, manos y pies, tienen que participar en este homenaje de gloria y de alabanza para Dios nuestro Señor, porque Él realmente se lo merece todo, el cuerpo entero alaba y bendice al Señor. Pero yo os diría una cosa que es muy importante, todavía más importante que la primera, que la alabanza no es un gesto ocasional; no es un acto ocasional que hacemos para después volver al reposo, o para volver a la quietud, sino que la alabanza nos compromete en una aventura sin fin, en una aventura grandiosa, más grandiosa de lo que jamás hubierais podido imaginar; nos compromete para toda la vida. Si leéis los textos de la Biblia, van repitiendo sin cesar palabras como éstas:

"continuamente te alabaré"

"eternamente te alabaré"

"sin fin te alabaré"

"todo el día te alabaré"

"sin tregua te alabaré"

"por los siglos de los siglos, te alabaré"

Y yo que soy profesor de Biblia, y que sé algo de hermenéutica, me he preguntado muchas veces: ¿Qué hermenéutica o que Interpretación podríamos dar de estos textos; qué hermenéutica podríamos hacer? Siempre, continuamente, sin cesar, día tras día, todos los días, por los siglos de los siglos, por eternidad de eternidades. ¿Qué hermenéutica podríamos hacer? ¿Cómo nos escapamos, para dejar algún momento fuera del margen de la alabanza? Y yo me digo; no hay ningún momento que quede al margen de la alabanza; la alabanza no conoce vicisitudes ni ocasos, no conoce vacaciones.

Ahora, cuando muchos de vosotros partáis de vacaciones, no vais a dejar la alabanza aquí; tenéis que llevarla porque la alabanza os va a seguir, nos va a seguir como un perro faldero, como alguien que se pega realmente a nosotros, como la faja que se pega a nuestro cuerpo, como un cinturón que se pega a nuestra cintura, algo que no nos dejará nunca en reposo. La alabanza nos compromete realmente para toda la vida. No es para unos momentos sí, y para otros no; no es para hacerla en Maranatha de seis y media a ocho y media, y para después durante toda la semana caer en un reposo y en una tranquilidad absoluta. La alabanza nos compromete por entero y para toda la vida.

Cuando yo hablo de alabanza siempre que hay gente. -lo digo sonriendo- que me dicen: "¡Vicente, es que eres terrible cuando hablas de alabanza, es que eres terrible, es que no nos dejas vivir nunca en paz!" y yo les digo: "¡Que no soy terrible, que no soy terrible!". Yo solamente pido alabar a Dios en dos ocasiones, en dos momentos, o en dos oportunidades, solamente en dos momentos, que no es tanto, en estos dos momentos: cuando tengo ganas y cuando no las tengo. Solamente en estos dos momentos, cuando llueve o cuando sale el sol, cuando estoy de vacaciones o cuando estoy trabajando; solamente en estos dos momentos, tenemos que alabar y bendecir al Señor. ¡No soy tan terrible!, no, no soy tan terrible.

Solamente en estos dos momentos quiero que el hombre alabe y bendiga al Señor, porque si solamente le alabamos en unos momentos sí, y en otros momentos no, y solamente le alabamos cuando las cosas nos marchan bien, ¿Cuándo vamos a alabar realmente al Señor? ¿Cuándo vamos a encontrar realmente la oportunidad para alabar y bendecir al Señor? San Agustín se preguntaba y decía cosas como éstas: ¿Cuándo alabarás al Señor? ¿Cuándo las cosechas sean buenas, cuando las crías del ganado paran bien y sean fértiles, cuando tu mujer te dé a luz hijos, cuando la salud sea buena? Pero ¿y cuándo la salud sea mala, qué hacemos; y cuando las ovejas del rebaño no paran o aborten, qué hacemos entonces? y cuando las cosechas no sean buenas, y cuando la salud no sea buena, ¿qué hacemos, dejamos de alabar a Dios? ¿ Ya no le alabamos, dejamos la alabanza, la abandonamos para siempre? Qué interrogantes, ¿verdad? , porque es así.

Porque para cada uno de nosotros podríamos plantearlo de otra manera. ¿Cuándo vamos a alabar a Dios? ¿Cuándo nuestra salud sea buena, cuando los negocios vayan bien, cuando nuestros hijos hayan sacado unas oposiciones, cuando todo marche bien en nuestro matrimonio, cuando todo marche bien en nuestro trabajo, cuando todo sea próspero y venturoso? ¿Solamente en estos momentos? Y cuando la vida comienza a enseñar su cara fea, ¿qué hacemos en esos momentos? Y cuando las cosechas son malas, ¿qué hacemos en esos momentos? Y cuando nos ronda el hastío, y nos ronda la enfermedad, y nos ronden, todas esas cosas que nos hacen daño a lo largo de nuestra existencia, ¿qué hacemos entonces? ¿Dejaremos de alabar a Dios y dejaremos de bendecirle?

Yo os pregunto: ¿acaso deja Dios de ser Dios en algún momento, acaso deja Dios de ser digno de toda gloria, de todo homenaje en algún momento, acaso en algún momento Dios deja de amarnos, acaso en algún momento deja de preocuparse de nosotros? ¿Por qué has de dejar la alabanza o ha de cesar la alabanza? La alabanza no puede cesar nunca jamás. Por los siglos de los siglos, de la Tierra a los Cielos, debe surgir un cántico de gloria y un cántico lleno de alabanza.

Es verdad que entendemos muchas cosas, es verdad que entendemos la rebeldía del hombre; es verdad que nos hacemos tantos interrogantes a lo largo de nuestro caminar por la vida, a lo largo de nuestra peregrinación. Interrogantes como estos, ¿Por qué tanta absurda maldad, por qué esta enfermedad, por qué este accidente, por qué tanta sangre derramada? ¿Por qué? ¡Dios mío! ¿Por qué este marido, por qué esta mujer, por qué estos hijos, por qué este paro, por qué tanto mal existe ahora en el mundo? ¿Dónde vamos a encontrar motivos para alabar a Dios, dónde vamos a encontrar motivaciones para la alabanza, dónde las vamos a encontrar?

El otro día me decía una señora: "Rece por mi hijo, porque tiene veinticinco años, y antes de llevar un año de casados, se le ha muerto la mujer del corazón. Le hemos entregado su libro de "Vivir en alabanza"; lo ha leído, y en conjunto está de acuerdo, pero me dice: ¡No puedo alabar al Señor, no puedo todavía dar gracias al Señor, frente a la muerte de mi mujer, no puedo dar gracias al Señor, no puedo, no lo puedo!"

Y es verdad, digamos que estos interrogantes nos inquietan, y nos inquietan honda y profundamente a cada uno de nosotros. ¿Por qué tanto mal, por qué esta enfermedad estúpida, por qué tanta maldad, por qué esta descomposición del cuerpo, por qué este envejecimiento, por qué, por qué? Y de una manera u otra todos nos preguntamos cosas parecidas a estas. Mirad, se podría plantear la cuestión así: O Dios quiere y no puede evitar el mal, y si no puede, no es todopoderoso, y si no es poderoso, y si no es todopoderoso, no merece la pena que le alabemos de ninguna manera; o no quiere y puede. Entonces, si puede y no quiere, Dios no es bueno, no sería bondadoso, no nos quiere de verdad. Y si Dios quiere y puede, entonces ¿ por qué no lo hace? Con lo fácil que sería para Él. Si Dios quiere quitar todo el mal, si Dios quiere evitar todo el mal que hay en el mundo ¿por qué no lo hace? ¿Verdad?

Yo me he preguntado y me he dicho a mí mismo: Si yo fuera Dios arreglaba en veinticuatro horas todos los problemas del mundo, y digo veinticuatro horas, me sobraban veintitrés horas y cincuenta y nueve minutos, porque en un minuto arreglaba todos los problemas del mundo. Todos los problemas del paro, todas las injusticias del mundo, toda la maldad del mundo, todo el desamor del mundo, todas las cosas que hay desgraciadas y negras en nuestra historia, en un minuto lo arreglaba absolutamente todo, y vosotros también, ¿verdad? Afortunadamente que nosotros no somos Dios, afortunadamente no somos Dios, porque Dios debe tener su manera de ver las cosas, una manera extraña para cada uno de nosotros, extraña y sorprendente; pero Dios es Dios. Y yo me digo a mí mismo, que en algún momento, en algún momento de nuestra vida, antes o después, aquí o allá, ahora o después, en algún momento este hombre que se rebela, este hombre que se queja, este hombre que pone tantas quejas a Dios, tiene que caer de rodillas y decir: "Señor, no entiendo nada, pero desde mi no entender nada, yo te alabo, desde mi profunda estupidez humana, yo te alabo, desde mi impotencia humana, yo te alabo, desde la nube del no saber, yo te alabo y te bendigo. ¡Sólo Tú grande, sólo Tú Señor, sólo Tú altísimo por encima de todo en los Cielos". Algún día u otro, un momento u otro, en un momento u otro, el hombre tendrá que caer de rodillas, plantarse ante Dios y decirle: "Sólo Tú eres grande, sólo Tú nuestra suprema sabiduría, nuestra suprema bondad, y nuestro supremo amor, grande y soberano Señor. Ese día habremos descubierto realmente lo que es la alabanza y lo que es la bendición.

Yo diría una cosa que me parece muy importante, que Dios tiene una noción muy exacta de nuestro tiempo y de nuestro espacio, de cada uno de nosotros, de nuestra vida, la vuestra y la mía no se le han escapado a Dios de la mano. Que Él lleva las riendas de nuestra existencia, y que Él nos ha querido y nos quiere. Cuántas quejas, verdad, le lanzamos a Dios por ser como somos, o altos o bajos, o guapos o feos, o listos o ignorantes, por ser así, cuántas quejas a lo largo de nuestro caminar. Pero Dios nos ha hecho así, y nos quiere así, y antes o después tendremos que caer de rodillas para alabarle y bendecirle y proclamar su grandeza. Tenemos que llegar al momento, verdad, en que pongamos y depositemos nuestras manos y nuestra vida en las manos de Dios para decirle:

"Tú solo Santo"

"Solo Tú Señor"

"Solo Tú Altísimo"

"Solo Tú Rey y Señor"

"Solo Tú digno de recibir el honor; y la gloria, y la alabanza, por los siglos de los siglos"

Yo os diría otra cosa que es muy importante. Con frecuencia se oye decir, con harta frecuencia, la cantinela de siempre, sobre todo más en las mujeres que en los hombres, este hecho; "¡No me sale la alabanza, no me sale la alabanza, y no me sale!" Y yo digo: "La alabanza sí sale, sí sale, hay que sacarla acaso de los zancajos, pero sale". La alabanza no es una cuestión de sentimiento, no es flor de huerto sino desierto, florece en el desierto allí donde todas las condiciones son realmente adversas, allí florece la alabanza. Si solamente alabamos al Señor cuando nos sale, nunca le vamos a alabar; la alabanza hay que arrancarla del fondo del alma. Hay que arrancarla de la libertad, hay que arrancarla de la voluntad, hay que arrancarla del corazón, hay que arrancarla del espíritu, allí donde nuestro sentimiento no nos condiciona, allí donde nadie nos condiciona. ¡Sí sale la alabanza, sí sale, repito, aunque sea de los zancajos; termina por salir la alabanza! No hay nada ni nadie, condición adversa, ¿verdad? , que nos pueda impedir que alabemos y bendigamos al Señor. Nada ni nadie, nada ni nadie que impida hacer surgir de nuestro corazón, desde nuestra libertad, desde nuestra identidad propia, un grito de gloria y un grito de alabanza para el Señor.

Por consiguiente, no andéis diciendo, "si no me sale o que si no lo siento". Aun cuando no lo sientas, aun cuando no sientas absolutamente nada, aun cuando tus sentimientos sean totalmente contrarios, comienza a alabarle, comienza a darle gloria; que sí sale la alabanza, aunque haya que sacarla, lo repito por tercera vez, de los zancajos. No olvidéis, ya lo he repetido muchas veces aquí, que la alabanza va a ser nuestra profesión de eternidad. ¿Qué creéis que vamos a hacer por toda la eternidad? ¿Qué imagináis que vamos a hacer por toda la eternidad? Tan aburridos como vamos a estar allí, verdad, ¡aburridísimos! Pues yo os digo que va a ser una alabanza sin fin, de sorpresa en sorpresa, de asombro en asombro, de descubrimiento en descubrimiento, siempre alabando, siempre bendiciendo, siempre dando gloria al Señor.

Y por eso lo digo, el que no haya aprendido aquí el oficio de eternidad, cuando llegue allá arriba va a tener que emplear un tiempo en el pelotón de los torpes, hasta que se aprenda el oficio, hasta que aprenda a alabar, hasta que aprenda a bendecir al Señor. Ya que tenemos la oportunidad de aprender aquí este oficio, vamos a aprenderlo y a aprenderlo bien, para que cuando lleguemos allá arriba en el cielo. Que podamos morir con un GLORIA AL PADRE, GLORIA AL HIJO, GLORIA AL ESPIRITU SANTO, y allá en la eternidad podamos continuar, POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS.

("Nuevo Pentecostés" nº 47)




miércoles, 16 de mayo de 2012


COLOQUIO DE MALINAS
DECLARACIÓN DE TEÓLOGOS SOBRE EL  MOVIMIENTO PENTECOSTALISTA


El texto final de este coloquio (21-26 de mayo, 1974) fue elaborado y firmado por Killian Mc Donell (redactor último), Carlos Aldunate SI (Chile), Salvador Carrillo MSPS (México), R. Martin (USA), A. de Monleon OP (Francia), H. Mühlen (Alemania), Veronica O'Brien (Irlanda) y K. Ranaghan (USA). Para nuestra condensación, hemos utilizado el texto francés editado por Lumen Vitae y la traducción castellana de S. Carrillo (Nueva Vida, Puerto Rico 1974), uno de los firmantes, que lo amplía en algunos momentos.

Le renouveau chrarismatique. Orientations théologiques et pastorales, Bruselas 1974.

INTRODUCCIÓN

Nacimiento y desarrollo de la renovación. En 1967, un grupo de profesores y estudiantes católicos, en los Estados Unidos, experimentaron una asombrosa renovación espiritual, acompañada de una manifestación de los carismas del Espíritu, que se mencionan en el capítulo 12 de la primera carta a los Corintios. Esto fue el comienzo de lo que ahora se reconoce como la renovación carismática católica. La renovación se ha extendido a muchas partes del mundo, y en algunos países cada año se duplica el número de participantes. Efectos de la renovación Entre los frutos, podría mencionarse una nueva relación personal con Jesús resucitado, Señor y Salvador, y con su Espíritu. La experiencia del poder del Espíritu Santo efectúa una radical conversión interior y una profunda transformación en las vidas de muchas.

Se experimenta el Espíritu Santo como el poder para servir y testimoniar, para predicar el evangelio, en palabra y obra, con aquella manifestación de poder que mueve a la fe y despierta a la fe. El poder del Espíritu se manifiesta exteriormente a la Iglesia y al mundo en diversos ministerios, y no se ve exclusivamente en términos de interioridad y santificación personal. La nueva relación con Jesús, mediante el Espíritu, sana a menudo relaciones interpersonales y matrimonios desunidos. Aunque profundamente personal, esta nueva relación con Jesús no resulta privada en absoluto. Todo lo contrario: orienta hacia la comunidad, provoca una nueva apreciación de la presencia de María en Pentecostés y de su relación con la Iglesia. Finalmente, la renovación se caracteriza por un gran amor a la Iglesia, un compromiso con su orden interior, su vida sacramental y su autoridad docente. Como el movimiento bíblico y litúrgico, la renovación carismática suscita ese amor por la Iglesia que quiere para ella una renovación en la fuente de su vida: la gloria del Padre, el señorío del Hijo y el poder del Espíritu.

      COLOQUIO DE MALINAS: EL CONTEXTO ECLESIAL DE LA RENOVACIÓN

Enseñanza conciliar y papal sobre el papel del Espíritu El día de Pentecostés se presenta decisivo para la Iglesia; la cual tiene, en efecto, "acceso al Padre, por medio de Cristo, en un mismo Espíritu" (LG, 4). El Espíritu da a la Iglesia una unidad "en comunión y ministerio" (ibid). "Y todos estos dones son obra del mismo y único Espíritu, el cual los reparte a cada uno según quiere (1Co 12, 11) y les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes útiles para la renovación y mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: "En cada uno revela su presencia el Espíritu Santo, dándole algo que es para el bien de todos" (1Co 12, 7). Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia" (LG, 12). El Papa Pablo VI repitió esta enseñanza en su audiencia general del 29 de noviembre de 1972, cuando dijo: "La Iglesia necesita sentir de alguna forma, desde lo más profundo de sí misma, la voz suplicante del Espíritu Santo, que en nuestro interior ora, con nosotros y para nosotros, con inefables gemidos y expresa lo que nosotros mismos no podríamos decirle a Dios".

La experiencia de fe es personal, no individualista

La renovación reacciona contra un falso individualismo que quiere interpretar el testimonio del Nuevo Testamento en términos de fe privada, de una experiencia personal de Dios y de un enfoque estrecho de interioridad subjetiva. En términos sacramentales, la Renovación carismática se basa en una renovación de lo que nos hace pertenecer a la Iglesia, es decir: los sacramentos de la iniciación cristiana (bautismo, confirmación, eucaristía). El Espíritu, recibido en la iniciación, es acogido de manera más plena a nivel personal y comunitario, de manera que haya una conversión continua a lo largo de la vida del cristiano. En el NT, el compromiso de fe personal es provocado por el testimonio directo, personal, de la fe pública de otro creyente. Así pues, lo que se llama de maneras diversas "la liberación del Espíritu", la "efusión del Espíritu", o el "bautismo en el Espíritu Santo", tiene como uno de sus efectos dar testimonio y servir a otros. Esta experiencia no es un fin en si misma, ni tiene como único propósito el enriquecimiento del individuo. La experiencia de la fe se comunica socialmente

La experiencia que está en la base de la renovación comienza con un "ver y oír" (Hch 2, 33; 1Jn 1, 1-3) y se comunica a un grupo o a una persona por una fe que da testimonio del señorío de Cristo por el poder del Espíritu (Hch 2, 37). En este documento, se entiende por "carisma" un don, o aptitud, que es liberado por el Espíritu de Dios, revestido de fuerza por El y puesto al servicio de la edificación del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Así mismo presupone que todo cristiano posee uno o más carismas, los cuales sirven a un recto ordenamiento de la Iglesia y al ministerio, y por lo tanto pertenecen de una manera esencial a la vida de la Iglesia, de manera que sin ellos no es Iglesia. Aunque esto sea verdad, hay un orden de realidad espiritual que es más fundamental, o sea el amor de Dios y del prójimo (1 Co 13). Este doble amor da valor a todo ministerio. Sin el amor, el ministerio es un sonido hueco. Sin embargo, Pablo no sugiere que se escoja entre carismas y amor. Se les escoge a ambos.

Relación con la tradición católica. La renovación carismática no pretende promover un retorno simplista, y sin sentido histórico, a una Iglesia del NT idealizada; sin embargo, reconoce el papel único de las comunidades del NT. Quiere continuar la tradición católica, que llama a todos a la conversión y renovación, asumiendo las grandes tradiciones espirituales de la historia de la Iglesia.

FUNDAMENTO TEOLOGICO DE LA RENOVACION CARISMÁTICA

La vida interior de la Trinidad y la experiencia cristiana. La base teológica de la renovación es esencialmente trinitaria. Nadie ha oído la voz del Padre, ni lo ha visto jamás, porque el Padre vive una luz inaccesible; ninguno lo ha visto jamás ni lo verá en esta vida. Es solamente el Hijo quien ha visto y oído al Padre; el Hijo es, pues, el Testigo del Padre. Jesús de Nazaret nos dio testimonio del Padre y la persona que ha visto, oído y tocado a Jesús tiene acceso al Padre. Después de la ascensión de Jesús, ya no podemos verlo ni oírlo en persona. Pero nos ha enviado su Espíritu, que nos recuerda todo lo que dijo e hizo, y lo que sus compañeros vieron y oyeron. Por lo tanto, no tenemos acceso al Padre por Cristo, sino en ese mismo Espíritu.

En la Trinidad, el Espíritu es el acto final de comunión entre el Padre y el Hijo. Y también por el Espíritu es como esa comunión entre el Padre y el Hijo puede comunicarse fuera de la vida interior de Dios. En efecto, la Iglesia se define en relación a esta comunión de personas. El NT habla de la Iglesia como un "nosotros" eclesial, solo porque el mismo Espíritu Santo está en Cristo y la Iglesia. Y el Espíritu que mora en lo interior se hace visible en los dones. Se manifiesta de tal manera que el derramamiento del Espíritu "es eso que vosotros veis y oís" (Hch 2, 33). Cristo y el Espíritu Santo

1) Jesús recibe el Espíritu. Jesús mismo en su humanidad recibe el Espíritu y lo envía. Jesús recibe el Espíritu. La efusión del Espíritu es la inauguración de la nueva era mesiánica, de la nueva creación. Desde el primer momento, Jesús fue lleno del Espíritu Santo. La concepción de Jesús por el poder del Espíritu Santo lo señala como Hijo de Dios y Mesías. Jesús asume el papel mesiánico, de una manera pública, al recibir el Espíritu, en su bautismo en las aguas del Jordán. Por esa recepción pública del Espíritu, Jesús es proclamado como el Mesías, y la era mesiánica, la Nueva Alianza, recibe carácter público. Comentando las palabras de Juan Bautista "Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo", la Biblia de Jerusalén dice: "Esta expresión define la obra esencial del Mesías". Jesús recibe el Espíritu, o mejor, el Espíritu reposa sobre él, de manera que él pueda bautizar a otros en el Espíritu. En este contexto, "bautizar en el Espíritu Santo" se refiere a la obra total de su ministerio.

2) Jesús envía el Espíritu. Habiéndose ofrecido en la cruz al Padre por el Espíritu eterno, Jesús. El Señor glorificado y resucitado, envía ahora al Espíritu. Habiendo sido exaltado y transfigurado por el Espíritu, y habiendo ido al Padre, su cuerpo ahora glorificado, ha sido plenamente dotado del poder divino que comunica vida. El espíritu se derrama sobre toda carne desde ese cuerpo crucificado y resucitado, como de una fuente inextinguible. Jesús es portador del Espíritu, Jesús es conducido por el Espíritu, Jesús envía al Espíritu.

3) Funciones especiales de Cristo y el Espíritu. No se trata de confundir las funciones de Cristo y del Espíritu. Los cristianos están incorporados a Cristo y no al Espíritu. Por otra parte, es el recibimiento del Espíritu lo que integra a uno al cuerpo de Cristo y hace de una persona un cristiano. Es el Espíritu quien crea la comunión que constituye la unidad del pueblo de Dios. El Espíritu reúne en la unidad porque es él quien hace de la Iglesia el Cuerpo de Cristo. El Espíritu constituye la unidad entre Cristo y la Iglesia, asegurando su distinción. Por el Espíritu, Cristo está presente en su Iglesia; y toca al Espíritu llevar a los hombres a la fe en Jesucristo. Como el Hijo y el Padre, El Espíritu es también una persona; pero, al mismo tiempo, el Espíritu es el Espíritu de Cristo. Es urgente no considerar estas funciones específicas de Cristo y del Espíritu como una vana especulación teológica. El que Cristo y el Espíritu, cada uno a su manera, constituyan la Iglesia, eso tiene que afectar profundamente la misión de la Iglesia, su liturgia, la oración privada, la evangelización y el servicio de la Iglesia al mundo.

La Iglesia y el Espíritu Santo

 Jesús es el prototipo de la Iglesia. Puesto que la Iglesia es el Sacramento de Cristo, es Jesús, en su relación con el Padre y con el Espíritu, el modelo de la vida interior de la Iglesia, el prototipo de su estructura interior. Así como Jesús fue constituido Hijo de Dios por el Espíritu Santo, por el poder del Altísimo que cubrió a María con su sombra, y así como fue investido de su misión mesiánica por el Espíritu que descendió y permaneció sobre él en el Jordán, así también de manera similar, la Iglesia, desde su origen, fue constituida por el Espíritu Santo y fue manifestada públicamente al mundo en Pentecostés.

Hay una tendencia en Occidente de dar razón de la Iglesia en categorías cristológicas y, cuando ya la Iglesia está estructurada en tales términos, de añadir el Espíritu Santo como el Vivificador, el que anima la estructura ya existente. En tal formulación, el Espíritu podría aparecer como un aditivo traído a la Iglesia ya organizada y estructurada. En esa armazón, Cristo constituye la Iglesia, pero el Espíritu sólo la anima o la vivifica. En esa armazón, el Espíritu pertenece al segundo momento de la existencia de la Iglesia, mientras que sólo Cristo pertenece al primer momento. Si la Iglesia es el sacramento de Cristo, eso no puede ser sino una concepción errada. Jesús, en efecto, no es constituido Hijo de Dios y después vivificado por el Espíritu para desempeñar su misión, como tampoco es constituido Mesías y después le es dado el poder por el Espíritu para desempeñar su obra mesiánica. De manera análoga, tanto Cristo como el Espíritu constituyen la Iglesia, ambos son constitutivos de la Iglesia. Así como la Iglesia no sería Iglesia si desde el primer momento no estuviera Cristo, lo mismo hay que decir del Espíritu. Cristo y el Espíritu constituyen la Iglesia en el mismo momento y no hay prioridad temporal alguna entre Cristo y el Espíritu. Y esta afirmación de ninguna manera compromete la verdad de que la inauguración de la Iglesia en el ministerio de Jesús recibe una modalidad y una fuerza nueva en Pentecostés.

 La Iglesia congo extensión de la unción de Cristo. Ya que la Iglesia es el sacramento de Cristo, es también la participación en la unción de Cristo por el Espíritu. La Iglesia no es simplemente una extensión de la Encarnación. Es también la unción de Cristo por el Espíritu, en su concepción y en su bautismo, que se extiende a todo su Cuerpo místico. Si la acción de al Iglesia es eficaz, si es efectiva en su vida sacramental y en su tarea de evangelización, si las vidas se transforman, es porque la unción de Cristo por el Espíritu se extiende a la Iglesia. La unidad de la Iglesia y la comunión de los fieles también fluyen de esa misma unción de Cristo por el Espíritu. El Espíritu que asegura la unidad entre Cristo y la Iglesia también asegura la distinción entre Cristo y la Iglesia: él será la Cabeza, ella su Cuerpo místico.

La estructura carismática de la Iglesia

1) Ninguna clase especial de portadores del Espíritu. Como sacramento de Cristo, la Iglesia nos hace partícipes de la unción de Cristo por el Espíritu. El Espíritu Santo permanece en la Iglesia como un perpetuo Pentecostés, y hace de ella el Cuerpo de Cristo, el Templo único y el pueblo de Dios, llenándola con su poder, renovándola, moviéndola a proclamar el señorío de Jesús para la gloria del Padre. Aunque el Espíritu se manifiesta en diferentes ministerios para funciones diferentes, funciones que pueden diferir en clase y grado, sin embargo, toda la Iglesia y todos sus miembros son partícipes del Espíritu. No hay clases especiales de portadores del Espíritu. La plenitud de vida en el Espíritu, es una posesión común para toda la Iglesia, aunque no todos se benefician en igual medida.

2) Todo cristiano es un carismático. Si el Espíritu y los carismas pertenecen a la naturaleza de la Iglesia, son igualmente constitutivos de la vida cristiana, tanto en su expresión individual como comunitaria. La pluralidad de carismas en el Cuerpo de Cristo pertenece a la constitución de la Iglesia y eso significa que no hay cristiano sin algún carisma.

El acceso a la vida cristiana

1) Recibir el Espíritu es hacerse cristiano. En los evangelios, el rasgo principal que distingue el papel mesiánico de Jesús del papel de Juan Bautista es que Jesús bautiza en el Espíritu Santo. Pablo dice "Si alguien no tuviera el Espíritu de Cristo, no sería de Cristo" (Rom 8,9). "Todos nosotros, ya seamos judíos o griegos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un único cuerpo. Y a todos se nos ha dado a beber del único Espíritu" (1Co 12,13).

2) Diferentes expresiones del NT para hacerse cristiano. En la conclusión del discurso de Pedro, el día de Pentecostés, encontramos el proceso de la fe que nos hace cristianos. "Convertios y bautizaos en el nombre de Jesucristo, para que vuestros pecados sean perdonados. Y Dios os dará el Espíritu Santo... " (Hch 2, 37-38). En torno a estos pasos de iniciación y el subsiguiente "caminar según el Espíritu" (Ga 5,16) podemos agrupar muchas de las otras expresiones del NT que se refieren al acceso a la existencia cristiana: "Bautismo" (Rm 6,34), "bautizado en el Espíritu Santo" (Hch 1,5 ), "hacerse una nueva creatura" (Ga 6,15), "llenarse del Espíritu Santo" (Hch 2,4 ), "recibir el Espíritu" (Ga 3,2), "recibir los dones y el llamamiento de Dios" (Rin 11,29), "ingreso en la Nueva Alianza" (Hb 12, 22-24), "el nuevo nacimiento" (1P 1,23; Jn 3,3 ), "renacer del agua y del espíritu" (Jn 3,5).

Los dones y la iniciación cristiana

1) Recibir el Espíritu es cambiar. La venida decisiva del Espíritu, en virtud de la cual uno se hace cristiano, está ligada a la celebración de la iniciación cristiana (bautismo, confirmación, eucaristía). La iniciación cristiana es la señal eficaz del don del Espíritu. Al recibir el Espíritu, el catecúmeno se convierte en miembro del cuerpo de Cristo, es introducido en el pueblo de Dios e incorporado a una comunidad de culto. Ahora bien, no era posible incorporarse a Cristo y recibir el Espíritu, sin una reorientación de la propia vida. Si uno no cambiaba, si no había una metanoia, aún no se era cristiano. Además, las comunidades cristianas primitivas esperaban que el poder del Espíritu se manifestara con toda la amplitud de la diversidad de sus carismas. Aunque los carismas son .reconocidos como inherentes al orden y a la misión de la Iglesia, sin embargo, hoy la Iglesia no es suficientemente consciente de que algunos de los carismas son posibilidades reales para la vida de la comunidad cristiana.

2) La identidad esencial de la iniciación en la Iglesia primitiva y actual. En cuanto a la realidad interior, la celebración de la iniciación en la Iglesia primitiva de ninguna manera difiere de la celebración de la iniciación actual. En ambas, se pide y se recibe el Espíritu. En ambas, el poder del Espíritu se manifiesta en algunos carismas. Para Pablo, sería imposible que un cristiano recibiera el Espíritu Santo, y que no recibiera al mismo tiempo un don del Espíritu.

3) La Iglesia primitiva estaba abierta a la gama plena de los carismas. Sin embargo, hay diferencias entre una comunidad de cristianos en la Iglesia primitiva y una comunidad de cristianos en la Iglesia contemporánea. En primer lugar, una diferencia se encuentra en la calidad de apertura y disponibilidad a los carismas del Espíritu. Las comunidades contemporáneas están abiertas a las obras de misericordia y a los carismas de enseñanza, pero se cierran a la profecía, a los dones de curación, al obrar milagros, a las lenguas y la interpretación, que son posibilidades reales para la vida de la Iglesia. Si una comunidad no espera todos los carismas, no puede recibirlos. Esta disponibilidad limitada a las manifestaciones del Espíritu afecta profundamente la vida y experiencia de las comunidades en el culto eucarístico público, en la oración privada de los fieles, en el modo de proclamar el evangelio y en el modo de servir al mundo.

4) Disposiciones subjetivas: el "ex opere operantis", medida de lo que uno recibe. Que la falta de apertura y disponibilidad puedan afectar la vida y experiencia de una iglesia local no debe de sorprender a un católico. En cierta forma, se puede constatar esto en la doctrina de las disposiciones subjetivas, con respecto a los sacramentos, llamada "ex opere operantis". La eficacia de los sacramentos queda afectada de alguna manera por las disposiciones subjetivas de quien los recibe, aun cuando Dios ofrezca la plenitud de su vida y de su amor.

5) El Espíritu es libre y soberano. Junto a la afirmación de que las disposiciones subjetivas afectan lo que uno da y recibe, está la certeza de que el Espíritu de Dios no depende en definitiva de las disposiciones subjetivas de comunidades o individuos. El Espíritu es libre y soberano, sopla cuando y donde y como quiere. El Espíritu puede dar a comunidades e individuos dones a los que no están preparados, que no esperan y a los que generalmente no están abiertos. Hay que mantener los dos principios de la libertad del Espíritu y de las disposiciones subjetivas.

Fe y experiencia

1) La evidencia del NT. La renovación carismática interpreta de manera positiva el papel de la experiencia en el testimonio del NT y en la vida cristiana. En las comunidades del NT, la acción del Espíritu era un hecho de experiencia, antes de ser un objeto de doctrina. La doctrina se desarrolló a la luz de la experiencia. Las personas eran generalmente conscientes de experimentar algo al recibir el Espíritu Santo. Se percibía y experimentaba, de manera más o menos inmediata, el Espíritu en sí mismo y en sus manifestaciones externas. Citemos solo algunos ejemplos de las cartas de Pablo: Ga 3,5; 1Co 1,4-8; 2Ts 2,13; 1Co 6,11; 1Co 2,12; Ga 5,22; 1Ts 1,6; Rm 5,5; Ts 1,5; 1Co 2,4.

2) La experiencia religiosa pertenece al testimonio del NT. La experiencia del Espíritu Santo era la señal de un cristiano. Por ella, en parte, los cristianos primitivos se definían en relación a los no cristianos. Se consideraban a sí mismos no como representantes de una nueva doctrina, sino de una nueva realidad: el Espíritu Santo.

3) Experiencia es conocimiento concreto. Experiencia, según lo entendemos aquí, no significa algo que el hombre hace o que puede provocar. Experiencia es el conocimiento concreto e inmediato de Dios que se acerca al hombre. Un conocimiento que se percibe como un hecho y es resultado de un acto de Dios. A su nivel personal, el hombre se apropia ese acto de Dios. Este conocimiento contrasta con el conocimiento abstracto que uno tiene, o cree tener, de Dios y de sus atributos: omnipotencia, omnipresencia, infinitud. Experiencia es un conocimiento a nivel personal, y tiene en sí algunos elementos de lo no-conceptual. No se opone, sin más, a inteligencia.

4) Experiencia de Jesús como presencia; el Espíritu Santo como poder. Aplicando esta explicación a lo que se llama, en la renovación carismática, la "liberación del Espíritu", "efusión del Espíritu", "bautismo en el Espíritu Santo", se puede hacer la pregunta: ¿qué es lo que experimentan aquellos que se comprometen con la renovación? Cuando el Espíritu Santo, dado en la iniciación bautismal, surge en la conciencia del creyente, éste tiene con frecuencia una percepción de presencia concreta. Este sentimiento de presencia concreta corresponde a la percepción de Jesús como Señor, la comprensión personal de que Jesús es real y es una persona. Muy frecuentemente, ese sentido de presencia está acompañado de una conciencia de poder, más específicamente el poder del Espíritu Santo (Hch 1,8; 10,38; Rm 15,13; 1Co 2,4; 1Ts 1,5).

5) Misión y oración. Este poder se experimenta en relación directa con la misión. Es un poder que se manifiesta en una fe valerosa animada por un nuevo amor que capacita a la persona a emprender y lograr grandes cosas, más allá de sus capacidades naturales, por el Reino de Dios. Otra respuesta característica a la presencia y poder es una intensificación de toda la vida de oración, con un atractivo especial por la oración de alabanza. Para muchos, eso es un acontecimiento nuevo en su vida espiritual.

6) Cruz y Resurrección. Esta experiencia se siente a veces como una especie de resurrección que es alegre y triunfante, pero advierte Pablo que la experiencia del Espíritu también tiene lugar en la debilidad y la humillación (1Co 1,24-30; 12,28; 2Co 4,10).

7) Experiencia y emoción. Una vez más, la experiencia religiosa no es, en primer lugar, un acto de la persona humana; es más bien lo que Dios hace en una persona humana. Algunos, que no conocen la renovación sino desde fuera, confunden la expresión de una experiencia profundamente personal con un sentimentalismo superficial. Por otra parte, la experiencia de la fe abarca todo el ser humano: el espíritu, el cuerpo, el entendimiento, la voluntad y las emociones. Hasta hace poco, había una tendencia a hablar del encuentro con Dios, como de un encuentro conocido sólo en la fe, entendiéndose la fe en un sentido muy intelectualista. La experiencia, en el sentido aquí empleado, es algo que hace Dios en el creyente, y ello realiza la cristianización de toda la persona, incluyendo las emociones.

8) Experiencia como crecimiento o como crisis. La experiencia, en el sentido aquí empleado, puede ocurrir en un momento determinado que podría fecharse. En este caso, se llamaría una experiencia de crisis. La experiencia puede ocurrir también de manera progresiva, cuando la presencia del Espíritu, recibido en el bautismo, se manifiesta más y más a la conciencia del creyente, mediante un proceso de desarrollo gradual. Este segundo tipo de experiencia ocurre preferentemente entre los católicos.

9) Los carismas como gracias extraordinarias o como ministerios ordinarios. Muchas personas sienten desconfianza de la experiencia religiosa y consecuentemente, tienden a juzgar la renovación carismática bajo esta impresión. En nuestra última tradición mística, hay severas amonestaciones contra la búsqueda de gracias espirituales extraordinarias, a causa de los peligros siempre posibles de ilusión. Las normas de la teología mística no deben aplicarse de la misma manera a la experiencia carismática, porque ésta es de orden ministerial antes que de perfeccionamiento personal, aunque conduzca hacia la necesidad de una progresiva santificación personal. Por esa razón, no deben juzgarse o evaluarse como si fueran gracias espirituales excepcionales. En la medida en que estén acompañados de gracias místicas reales, están sujetos a las mismas normas para el discernimiento de espíritus, según se encuentran en la teología mística. En la medida en que sean ministerios y servicios para la Iglesia, están sujetos a las acostumbradas normas doctrinales y comunitarias para un ministerio auténtico.

10) El temor a la auto-decepción. Algunos temen los carismas por los elementos subjetivos que hay en ellos. Es verdad que hace falta circunspección en materia de experiencia religiosa, pero un escepticismo sistemático iría contra el elemento experimental y místico que forma parte integrante del testimonio de la Iglesia.

11) No todo es experiencia. Los católicos comprometidos con la renovación carismática reconocen la dimensión doctrinal y la obediencia de la fe en la dimensión cristiana, y no identifican el progreso espiritual con el paso de experiencia exultante en experiencia exultante, sino que reconocen los elementos de oscuridad y tanteo. Además, la experiencia de los carismas hace valorar más los demás elementos fundamentales de la tradición católica: la oración litúrgica, la Escritura, el magisterio doctrinal y pastoral.

AREAS ESPECÍFICAS DE DISCERNIMIENTO

La renovación carismática no da a la Iglesia nada que ésta no posea La renovación carismática es una toma de conciencia de la disponibilidad a todos los dones del Espíritu, dones que hasta ahora no se consideraban de necesidad estructural para la Iglesia. Ahora muchos cristianos los consideran como algo normal, aunque no exclusivo, para la vida de las comunidades cristianas.

Conciencia de lo teológico-cultural

1) Culturas teológico-eclesiales. Son un compuesto de fe, teología, declaraciones confesionales, liturgia, vida sacramental, formas de piedad popular, tipos ministeriales, estilos de estructura eclesiástica, leyes y jurisprudencia. Una cultura teológica no es un producto terminado y estático, sino que, como todas las realidades vivientes, se desarrolla y reconstruye su vida desde las fuentes. Las culturas teológicas no son absolutas, lo que quiere decir que solo reflejan imperfectamente la realidad última del evangelio. Las culturas teológicas tienen contacto entre ellas y se enriquecen. Ahora bien, la cultura teológico-católica tiene mucho que aprender de otras culturas teológicas; en nuestro caso, de las culturas teológicas del pentecostalismo clásico o del neopentecostalismo protestante.

Problemas de terminología

1) Uso de una misma terminología en grupos católicos y protestantes. Al emplearse un mismo término o frase en dos culturas teológicas diferentes y distintas, surge la posibilidad de confusión. Muchos pentecostales clásicos (Asamblea de Dios) o neopentecostales protestantes (carismáticos que permanecen en sus iglesias protestantes, pero que adoptan una forma carismática de vida cristiana) tienen una doctrina binaria de la justificación. Primero se da la conversión y después la efusión del Espíritu Santo. Sin entrar en esta discusión, hay que advertir que, en la experiencia católica, la plenitud del Espíritu no pertenece a una fase tardía de la vida cristiana, sino que teológicamente pertenece a sus principios. Además, la santificación, en la tradición católica, se concibe más en términos de crecimiento y menos en términos de un momento de crisis, aunque las experiencias de crisis no están ausentes de la tradición católica. Como tampoco la tradición católica sostiene el fundamentalismo bíblico y doctrinal.

2) Significado de "bautismo en el Espíritu" entre católicos. Dentro de la renovación católica, la frase "bautismo en el Espíritu Santo" se refiere a dos sentidos o momentos.

En primer lugar, está el sentido teológico: cada miembro de la Iglesia se ha bautizado en el Espíritu, porque cada uno ha recibido la iniciación sacramental. En segundo lugar, está el sentido de la experiencia: el momento o el proceso de crecimiento, en virtud del cual el Espíritu, dado durante la celebración de la iniciación, viene a experiencia consciente. Cuando, en la renovación católica, se habla del bautismo en el Espíritu Santo, ordinariamente se refiere a esa experiencia consciente que es el sentido experimental. No se trata por lo tanto de un nuevo sacramento.

Discernimiento de espíritus

Al hablar de Espíritu que irrumpe en la conciencia y de la experiencia religiosa, inmediatamente se enfrenta uno al problema de cómo distinguir entre las verdaderas y falsas manifestaciones del Espíritu.

1) Experiencia del Espíritu y auto-experiencia. El Espíritu Santo se comunica a las personas particulares. La experiencia de sí y la experiencia del Espíritu están íntimamente asociadas, pero no hay que confundirlas. Aunque la renovación presenta algunos elementos nuevos de experiencias, no hacen falta otros criterios distintos de los de la teología mística tradicional.

2) Papel de la comunidad y del obispo. Pablo enseña claramente que toda manifestación del Espíritu tiene que ser objeto de un discernimiento atento, porque no siempre quien habla en lenguas o profetiza, automáticamente o necesariamente, actúa bajo el influjo del Espíritu Santo (1Co 12,3; Mt 7,21; 1Co 12,10; 1Jn 4,1-6). Los que en la comunidad tienen formación teológica y lucidez espiritual pueden tener un papel importante en el campo del discernimiento, que, por otra parte, es él mismo un carisma. Respecto a los obispos, el Vaticano II enseña: "El juicio sobre la autenticidad de los carismas y de su ejercicio razonable pertenece a quienes tienen autoridad en la Iglesia, a los cuales compete, ante todo, no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que es bueno" (LG, 12).

CUESTIONES PARA EVALUACIÓN

Los que tienen responsabilidad pastoral en la renovación carismática deben informarse de aquellas cuestiones que suscita. He aquí algunas de las más importantes.

¿Elitismo?: Debido a que la renovación presta cierta atención a la experiencia religiosa y a los dones más proféticos (tales como profecía, curación y lenguas), parece a veces crear una clase especial dentro de la Iglesia. La renovación reconoce que la presencia de un don espiritual no es, en modo alguno, un signo de madurez espiritual, aunque a menudo se experimente como un llamamiento a una vida de mayor santidad. Tampoco los carismas son restringidos a unos pocos, sino que son una posibilidad para todos, desde los sacramentos de iniciación.

¿Acentuación de la afectividad?: Algunas personas se sienten incómodas con una expresión de fe religiosa que sea profundamente personal, por eso confunden sentimiento religioso con emocionalismo. En occidente, las expresiones religiosas se fueron restringiendo más y más al entendimiento y la voluntad; tal superintelectualización de las formas de adoración ha llevado a cierta esterilidad en la teología, la evangelización y la actividad litúrgica.

1) Fe es más que asentimiento. La superintelectualización de la fe parece estar fundamentada en una visión truncada del hombre. No es solo la parte racional de una persona la que se salva o está llamada a adorar. Una persona humana es un ser con albedrío que piensa, ama, teme, espera y eso es lo que se salva, eso es lo que debe comprometerse cuando las personas se reúnen para adorar. Ninguna parte de la existencia personal debe excluirse de la adoración.

¿Fundamentalismo bíblico?: Uno de los frutos de la renovación es un profundo amor por las Escrituras. En las reuniones de oración se lee a menudo la Escritura y se la saborea como una oración en el espíritu de la Lectio divina tradicional. De esta manera se evita una lectura exageradamente literal.

El papel exagerado atribuido a las lenguas

A medida que pasa el tiempo, las exageraciones que hayan podido producirse en este campo van desapareciendo. La renovación va tomando siempre más conciencia de su verdadero fin: la plenitud de vida en el Espíritu Santo y el ejercicio de sus dones en vistas a la proclamación de Jesús como Señor. Renovación y compromiso en materias temporales Debe estudiarse la relación entre una experiencia espiritual, tal como se presenta en la renovación, y el compromiso cristiano en la construcción de un mundo más justo y fraternal.

1) Experiencia espiritual y compromiso social. Esta conexión va aumentando cada vez más en la renovación, sobre todo en los países de América del Norte y de América del Sur. En la renovación se va experimentando, de una forma apremiante, el Espíritu como fuerza de comunión y de reconciliación.

2) La renovación no es una estrategia social. Es esencialmente, un acontecimiento espiritual y como tal no puede considerarse como programa de estrategia política y social cristiana. Sin embargo, como el nacimiento de la Iglesia en Pentecostés, también la renovación tiene un carácter comunitario y público. Ello ha ocasionado la existencia de diversas formas de comunidades que no son meramente espirituales y pueden identificarse sociológicamente. La renovación, por lo tanto, parece ser portadora de un poderoso dinamismo social. Una comunidad, o círculo de oración, constituye un área de libertad, confianza mutua y compartimiento, donde las relaciones interpersonales pueden alcanzar un profundo nivel de comunión, gracias a la común apertura al Espíritu de amor. De gran importancia en la dinámica de esos grupos, es el factor de amplia participación de todos en la vida total de la comunidad, incluso el económico.
3) Reconciliación penitencial y social. La oración privada y colectiva ha sido, a menudo, un poderoso ímpetu a la acción, a la que, al mismo tiempo, purifica de soberbia, odio y violencia. Además, la experiencia de la oración carismática es una señal permanente de que la búsqueda de justicia social requiere -además de disposición  política, destrezas sociales y sagacidad- una conducente conversión del corazón que solo puede lograrse mediante la acción del Espíritu Santo y la proclamación del evangelio.

¿Importación del protestantismo?

Es verdad que cronológicamente la renovación carismática católica ha sido precedida por los movimientos carismáticos protestantes. Pero la Iglesia católica ha asumido el movimiento carismático no como algo importado, sino como algo que está en sus orígenes, y está agradecida a los hermanos protestantes de haber sido despertada por ellos a realidades propias que ella había olvidado.

ORIENTACIONES PASTORALES

No trataremos de todos los aspectos pastorales de la renovación, sino solo de algunos principios generales. Estas orientaciones no quieren congelar la renovación en su forma actual, ni prejuzgar las inspiraciones futuras del Espíritu Santo.

1) En la Iglesia y de la Iglesia. Según que los miembros de la renovación crezcan en Cristo, los elementos carismáticos se integrarán más y más en toda la vida cristiana sin perder nada de su poder y efectividad, de modo que los cristianos se llaman simplemente "cristianos" y no "pentecostales" o "carismáticos".

2) Un paso hacia la integración. La experiencia ha demostrado que el proceso de maduración, hacia una integración más plena en la vida de la Iglesia, requiere una etapa inicial caracterizada por la formación de grupos cuyo foco primario es la renovación carismática, que como tales son distintos de otros grupos de oración espontánea.

3) Ningunas estructuras jurídicas. Aunque es necesario tener algunas estructuras mínimas de organización, lo que está ocurriendo es una renovación de la vida bautismal, más que un movimiento organizado. Por ahora, las estructuras funcionales existentes en la renovación deben considerarse como servicios concretos y no como estructuras legales de una organización formal.

4) Armonía y pluralidad sin divisiones. Puesto que el fin es la renovación de toda la Iglesia, cada región y cada nación tendrán sus modos de enseñanza y estilo de organizaciones. Los católicos que pertenecen a los grupos carismáticos deben obediencia a la autoridad pastoral como todos los demás católicos, y disfrutan de la misma libertad de opinión y del mismo derecho de hablar una palabra profética a la Iglesia.

Dimensiones ecuménicas

Es evidente que la renovación carismática es ecuménica por su misma naturaleza: católicos y protestantes nos encontramos unidos en la misma experiencia y nos juntamos para dar testimonio de lo que el Señor está operando en medio de nosotros. Hay que tener, por otra parte, mucho tacto y discernimiento, estar informados de las diferencias históricas y doctrinales, para evitar divisiones y tropiezos, y cuidar de la autenticidad de la fe de cada miembro. No hay que apagar el Espíritu en lo que está haciendo para acercar a los cristianos entre ellos.

La acción carismática del Espíritu

Se dan en la renovación dos modos de considerar la naturaleza de los carismas. La primera, considera los carismas como algo milagroso, porque serían capacidades radicalmente nuevas que Dios ofrecería a la comunidad.

La segunda, seguida por muchos teólogos y exegetas, considera los carismas como una dimensión nueva que toma la vida de la comunidad, bajo la acción poderosa del Espíritu Santo. La novedad consistiría en la animación, obrada por el Espíritu, de una capacidad que ya pertenece a la plenitud de la humanidad. Los carismas, pues, son sobrenaturales solo en cuanto al modo y al fin, porque su fin es el Reino de Dios y se realizan por el poder del Espíritu Santo. En sí mismos, el hablar lenguas y el profetizar no se diferencian de la verbalización que se da en otras culturas no cristianas.

El don de lenguas

1) Como oración. La función principal del carisma de lenguas es la oración. Más específicamente, parece estar asociado con la oración de alabanza (Hch 2,11; 10,46). La presencia de este don es exegéticamente innegable en cuanto patrimonio de las comunidades apostólicas, aunque este don no pertenezca al centro de la proclamación del evangelio.

2) Como oración no-conceptual. Este carisma debe entenderse como la manifestación del Espíritu en un don de oración, que nos lleva a orar mejor y de una manera más profunda sobre todo en la oración privada. Se trata de un modo de orar no conceptual y no objetivo, lo cual tiene un valor espiritual considerable, porque recoge en la oración todo nuestro ser y no solo la parte conceptual. Aunque la oración en lenguas ocupa la totalidad de la persona, incluyendo las emociones, el acto de orar en lenguas no está vinculado de una manera necesaria a la elevación emocional. Si las lenguas, en ciertos casos, son o no un verdadero lenguaje. Queda todavía por investigarse seriamente.

3) El don de lenguas no es el objeto de la renovación. La renovación carismática no tiene como propósito introducir a todos los cristianos en la práctica de orar en lenguas, pero sí quiere llamar la atención sobre la gama plena de los dones del Espíritu, entre los cuales se cuenta el don de lenguas.

El don de profecía

1) La profecía como integral al ministerio de la Iglesia. En el AT, el Espíritu está relacionado sobre todo con la profecía. En el nuevo Israel, el Espíritu no reposará sólo sobre algunos profetas, sino sobre toda la comunidad (Hch 2,4; 4,3). Para Pablo, apóstoles y profetas van juntos (Ef 2,20; 1Co 12,28; Ef 3,5; 4,11; Ap 18,20). El Espíritu Santo es el orden y la fuente de la vida social de la Iglesia. El profeta era visto como parte integrante del ministerio social y de la misión de la Iglesia.

2) Examen de las profecías. Así pues, el carisma de la profecía pertenece a la vida ordinaria de una iglesia local, y no debe mirarse como una gracia fuera de uso. La profecía auténtica proclama la voluntad de Dios y la palabra de Dios y enfoca la luz divina sobre el presente. La profecía exhorta, amonesta, reconforta y corrige, y está dirigida a la construcción de la Iglesia (1C) 14,1-5). Se tiene extremo cuidado con la profecía de predicción v la de dirección. La profecía de predicción no debe seguirse sino cuando haya sido examinada y confirmada de otras maneras. Al igual que con todos los dones, la misión profética puede variar en calidad, poder y pureza. También sufre un proceso de maduración; además, existe una gran variedad de profecías según tipos, modos, propósito y expresión. La profecía puede ser una palabra sencilla de aliento, una amonestación, un acto profético o una decisión para una nueva línea de acción. Por esta razón, todas las profecías no habrán de entenderse o recibirse al mismo nivel.

El profeta es un miembro de la Iglesia y no está encima de la misma, aun cuando confronte a la Iglesia con la voluntad y la palabra de Dios. Ni el profeta ni su profecía se autentifican a sí mismos. Las profecías han de someterse a la comunidad cristiana (1Co 14,29). También se someten a los que tienen responsabilidades pastorales. Cuando sea necesario, se someten al discernimiento del obispo.

La liberación del mal

1) Victoria sobre los malos espíritus. Los autores del NT estaban convencidos de que el poder de Jesús sobre los demonios era signo de que el Reino de Dios estaba presente y revelaba a Jesús como Mesías. Evitando una lectura fundamentalista de la Escritura y una excesiva preocupación por lo demoníaco, la renovación carismática quiere también asumir este ministerio de la liberación de los influjos demoníacos.

2) Curaciones físicas. La renovación quiere también llamar la atención sobre el papel de la curación en el ministerio de Jesús. Entre los poderes del Mesías, está el de curar enfermos. Y este poder Jesús lo comunica a sus discípulos. La renovación quiere también asumir este papel de los discípulos de Jesús, orientándolo de una forma explícita o implícita en la vida sacramental de la Iglesia, especialmente en la eucaristía, la penitencia y la unción de los enfermos. El ministerio de la curación no niega ni la ciencia médica, por una parte, ni el valor del sufrimiento redentor, por otra parte.

Imposición de manos

La imposición de las manos, según se practica en la renovación carismática, no es un rito mágico ni un signo sacramental. En las Escrituras, la imposición de las manos tiene una variedad de significados: una bendición, una oración de súplica por la curación de un enfermo, el impartir funciones en la comunidad, la oración para la efusión del Espíritu. En la renovación carismática, la imposición de las manos es una expresión visible de solidaridad en oración y unidad espiritual en la comunidad.

Cuando la imposición de manos se usa para pedir que el Espíritu Santo, ya dado en la iniciación, venga a la experiencia consciente, no se considera como una repetición de la imposición de manos sacramental que ejecuta el sacerdote en el bautismo y el obispo en la confirmación. Más bien es una expresión de oración para que el Espíritu ya presente venga a su plena realización en la vida del individuo y de la comunidad.

Conclusión

Como el papa Juan XXIII, Pablo VI declaró, en el curso de la audiencia general del 29 de noviembre de 1972, que la Iglesia tenía necesidad de un Pentecostés perpetuo. La renovación carismática es una de las manifestaciones de este Pentecostés. Todos los que tienen una responsabilidad pastoral, deberían estar abiertos a esta manifestación y conocer desde dentro su especificidad.

Tradujo y condensó: GIUSEPPE AVESANI