COMUNIDAD DE BUENA NUEVA.RCCE

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lunes, 30 de julio de 2012

"LAS BIENAVENTURANZAS"






LAS BIENAVENTURANZAS
P. Vicente Borragán, O.P.

Deseamos hablar sobre las Bienaventuranzas. Desde niños las hemos oído proclamar. Pero, ¿qué evocan esas palabras en nosotros? ¿Un cierto disgusto? ¿Una denuncia de nuestras aspiraciones más secretas, de nuestros deseos más inconfesados? Lo cierto es que estas palabras de Jesús han influido en la historia humana más que todas las pronunciadas por los hijos de los hombres
Escribir hoy de las bienaventuranzas puede parecer una osadía. En un mundo de ricos, de satisfechos, de guerras y horrores, de injusticias y violencias... hablar de pobreza, de mansedumbre, de misericordia, de paz, parece una apuesta por una causa perdida.
    Bienaventurados:
Un buen día, allá por el año 28 de nuestra era, Jesús iba seguido por una gran multitud. Subió a un monte y comenzó a enseñar. Sus labios destilaron palabras de vida y de felicidad: "Bienaventurados los pobres, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por causa de la justicia... de ellos es el reino de Dios, verán a Dios, serán los hijos de Dios". Desde aquel humilde cerro Jesús abrió ante nuestros ojos un reino sin fin ni confín y escribió "en nuestros corazones el canto del hombre nuevo".
Con ellas marcaba a los ciudadanos del reino de los cielos, invirtiendo de un modo paradójico todas las categorías y todos los valores de los hombres. Ninguna evaluación de la vida ha sido tan provocadora como la suya. Aquellos a quienes el mundo tiene por felices y dichosos, aquellos a quienes envidia, admira, imita, es decir, los ricos, los satisfechos, los que ríen, los violentos, los poderosos, no formarán parte del reino de los cielos a menos que sean rehechos por obra y gracia de la misericordia de Dios.
Así comenzó el evangelio. Con palabras de felicidad. Ese fue su punto de partida.
2. Las bienaventuranzas
Al tomar contacto con las bienaventuranzas nos encontramos con una doble sorpresa. La primera se refiere al número de bienaventuranzas pronunciadas por Jesús, la segunda en cuanto a su redacción y vocabulario. La diferencia más sensible entre los evangelistas está en el número: San Mateo contiene nueve bienaventuranzas (Mt 5,3-12), San Lucas sólo cuatro (Lc 6,20.23). Pero más notable todavía es la diferencia en el contenido. Lucas contempla situaciones realmente penosas en aquellos a quienes se dirigen estas palabras: habla de los pobres, de los que tienen hambre ahora, de los que lloran ahora, de los que son perseguidos. Mateo, por el contrario, contempla actitudes del alma cristiana, disposiciones del espíritu: habla de los pobres de espíritu, de los que tienen hambre y sed de justicia, de los perseguidos a causa de la justicia, de los misericordiosos etc. Una crítica literaria sencilla y sana puede mostrar con claridad que el tenor original de las bienaventuranzas, tal como salieron de los labios de Jesús, no debía contener los términos de espíritu, de justicia, por la justicia... San Mateo actualizó y explicitó el sentido de las palabras de Jesús, las adaptó a sus lectores. Tomó de otros contextos palabras de Jesús e hizo ese precioso complejo de bienaventuranzas, que han llegado hasta nosotros como una bendición.
Es el texto de San Mateo el que va a servir de base para este comentario a las bienaventuranzas.
.1. Las "bienaventuranzas": una forma de felicitación.
Comenzar una frase o sentencia con la palabra feliz, bienaventurado (en griego makarios, en hebreo asré) es bien conocido desde la antigüedad. En el Antiguo Testamento, asré aparece 45 veces, de las cuales 26 en el libro de los Salmos. Dios nunca es llamado bienaventurado; es él, por el contrario, el que da la felicidad, el que la comparte con los hombres. Los salmos cantan la dicha del hombre que acoge a Dios, que pone en él su confianza, que camina en su presencia, cuyo pecado ha sido perdonado. En el Nuevo Testamento, makarios aparece también con frecuencia. Además de las nueve bienaventuranzas de Mateo, el evangelio atribuye a Jesús otras 20 bienaventuranzas mas: "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16,17); "Dichosos, más bien, los que oyen la palabra de Dios y la guardan" (Lc 11,28); "Feliz la que ha creído" (Lc 1,45) etc. Existen, además, otras 11 bienaventuranzas en el Nuevo Testamento, 7 de las cuales en el libro del Apocalipsis.
La bienaventuranza es una forma de felicitación. No se trata de un simple deseo, ni siquiera de una promesa para el futuro. Aquél que es llamado bienaventurado lo es ya desde el momento en que se le felicita. Puede ser que no sea consciente de su felicidad, puede ser que nunca llegue a serlo plenamente, pero él ya es feliz.
Las bienaventuranzas son un resumen del evangelio, de la buena noticia traída por Jesús. Son, ante todo y por encima de todo, un anuncio de felicidad. ¿Felices los pobres, los hambrientos, los que lloran, los que tienen hambre, los misericordiosos? ¿Somos felices nosotros? Las bienaventuranzas nos obligan a plantearnos el problema de la felicidad. Jesús quiso que sus discípulos fuesen felices. Si no lo somos debemos preguntamos por qué no lo somos. Tendremos que revisar nuestro concepto de felicidad.
4. El hombre, un buscador de la felicidad.
Si en algo hemos coincidido los hombres de todos los tiempos ha sido en la búsqueda de la felicidad. La hemos rastreado por doquier. La mayoría de los hombres viven una vida gris, sin apenas un momento de resplandor. Pasan por la vida como una sombra, viven como pobres en un país de abundancia. Otros brillan unos instantes, la historia los recuerda, sus nombres aparecen en las plazas públicas. Pero su gloria la dejan aquí y, al final, su destino es igual que el de los humildes y desamparados. Probablemente, todos los hombres hemos sido inquietados por los mismos interrogantes: " ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo y a dónde voy? ¿Qué papel juego en el drama de la vida? ¿Termina todo con la muerte? ¿Soy un ser libre que pude escoger mi destino o una marioneta en manos de un ciego destino?" Cada uno sabe qué ansias o tristezas, qué esperanzas o desilusiones, qué estremecimiento o angustia suscita la respuesta que dé a cada uno de esos interrogantes.
Los hombres están buscando con pasión lo que puede ayudarles a resolver sus problemas. Pero después de tantos siglos de historia, sólo una cosa se impone con claridad: que el hombre no es feliz. La humanidad ha sido un campo de pruebas donde todo ha sido experimentado: las religiones, la filosofía, las ciencias, las artes, el poder, la riqueza, la sexualidad, el pasarla bien, el éxito, la fuerza. Pero, después de todos los ensayos, el hombre ha comprobado, con dolor, que cada día es más pobre y más débil, que su corazón no ha cambiado; que ni la fuerza ni la técnica pueden darle la felicidad que ansía. La felicidad que busca no está en nada de lo que él investiga o somete a prueba. Nada colma su sed y su ansia. Nada le llena. Ni la persona que más ama, ni el sueño que más ambiciona. Nada llega a la infinita profundidad de su espíritu. Y el corazón del hombre sigue inquieto y desasosegado, porque en ningún bien creado ha encontrado su reposo y su contento.
El fracaso de las ideologías para hacer feliz al hombre ha sido estrepitoso. El ser humano está como desgarrado en su interior, sin saber ya hacia donde dirigirse. La brújula de su felicidad está desquiciada, girando locamente. Necesita roturar nuevas sendas. ¿Es la felicidad una meta inalcanzable? Pero el hombre presiente que no ha podido ser embarcado en un viaje sin destino y que la naturaleza no ha podido inventar un deseo tan profundo y tan perseverante. Estamos programados para la felicidad. Aristóteles escribió que el hombre no puede vivir largo tiempo sin alegría. Entre la vida y la alegría existe una relación necesaria: "Enseñar que la única obligación en el mundo es la alegría" (Paul Claudel) . Nuestro corazón está cansado. Nos encontramos secos. "No veo nada, no sé nada. La fuente de la vida se ha congelado. Mi vida está rota. No hay ninguna mano que me ayude, ninguna palabra que me aliente, ninguna causa que me sostenga". Pero desde la oscuridad en que vivimos, desde lo que alguien ha llamado "el llanto de la criatura", nosotros podemos volver los ojos a Dios y esperar de él la felicidad que ansiamos. El cristianismo es una vocación a la dicha.
5. Una felicidad garantizada por Jesús
Los bienaventurados a quienes se dirige Jesús lo son porque tienen un futuro maravilloso ante ellos. Por eso ya desde ahora son felices. Es una felicidad todavía velada, pero ya anticipada por lo que un día llegará, por lo que ya está llegando a ellos: el reino de Dios, el amor del Señor, la filiación divina. Esa es la esperanza que hace saltar de dicha desde ahora y que transforma la vida entera.
Y son felices, en definitiva, porque la felicidad prometida está anclada en un hecho fundamental y, sobre todo, en la persona que pronunció aquellas palabras y se presentó ante el mundo como garante de ellas. ¿Quién ese hombre que se atrevió a decirnos dónde está la clave de la felicidad? Un día, Jesús caminaba con sus discípulos por los alrededores de la ciudad de Cesarea de Felipe, y, de pronto, les preguntó: " ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? ¿Quién dice la gente que soy yo?" Y los discípulos recogieron el parecer popular en torno a Jesús: Unos, respondieron, piensan que eres Elías, otros que Jeremías, otros que alguno de los profetas antiguos". Pero a Jesús no le importaba demasiado lo que corría de boca en boca. Y dirigiéndose a sus discípulos les preguntó: "y vosotros, ¿quién decís que soy yo? ¿Quién soy yo para vosotros? ¿Qué pensáis de mí?" Y Pedro respondió con estas palabras, que yo parafraseo con entera libertad: Tú, tú no eres lo que pareces. Tú no eres un carpintero, ni un profeta, ni el más grande de los profetas. Tú eres el Ungido de Dios, el Mesías esperado, el ansia de las naciones, la Palabra eterna salida de la boca del Padre y hecha hombre por nosotros, el Hijo del Dios vivo. y el hecho de que tu estés aquí lo cambia todo. Esto quiere decir que todas las esperanzas se han cumplido y que todas las promesas se han realizado. Tú estás aquí y la vida humana ha cambiado por completo de sentido. Sólo tú tienes palabras de vida eterna. Tú eres el pan para nuestra hambre y el agua que refresca nuestros labios resecos. ¿A quién vamos a ir, sino a ti?" La felicidad que prometen las bienaventuranzas es ya una realidad. En Jesús y en su palabra encuentra una garantía total. Jesús sabía de qué hablaba.
6. Los ciudadanos del reino
Los ciudadanos del reino están marcados: son los pobres, los encorvados, los que viven en una total dependencia frente a los planes y a la voluntad de Dios; los mansos, los que dejan sitio para todos, los que han abierto su corazón al anhelo del reino, los que no luchan contra nadie, los que no oprimen ni explotan, los que no gritan acaloradamente ni pretenden a toda costa la consecución de sus derechos, los que cooperan en la acción de Dios que actúa mansamente, creando, regenerando y no destruyendo; los afligidos, los doloridos, los que lloran el mal que existe en la tierra, los que lloran la lejanía del Esposo, el olvido de Dios, los que se afligen por todo aquello que impide la realización del reino de Dios; los hambrientos y sedientos, los que carecen del pan que llevarse a la boca, los que tienen hambre y sed de cumplir la voluntad de Dios, los que jadean tras de ella, los que buscan, por encima de todo, ese reino anunciado por Jesús; los misericordiosos, los que saben perdonar, los de corazón compasivo, los que tienen entrañas de misericordia, los que saben estar al lado de los necesitados y sufrir y padecer con ellos; los limpios de corazón, los que son transparentes en sus relaciones con Dios, los que tienen el corazón bien orientado; los que trabajan por la paz, reconcilian a los contendientes, "hacen la guerra a la guerra", los que apagan el odio y unen lo que está separado; los perseguidos a causa de la justicia, los que sufren a causa del evangelio, los que sufren por su fidelidad al Señor. Esos son los destinatarios del reino anunciado por Jesús. Ellos son felices y dichosos. Lo son ya desde ahora, lo serán plenamente después: Dios es su rey y les dará el cielo y la tierra en herencia, él secará las lágrimas de sus ojos, él los consolará, él los saciará, él tendrá compasión de ellos, ellos le verán cara a cara por toda la eternidad, ellos serán sus hijos queridos, sus herederos. Su recomensa será infinita, por toda la eternidad.
Así, las bienaventuranzas responden a las preguntas más hondas del vivir humano: pobreza o riqueza, risa o llanto, hambre o hartura, dulzura o violencia, misericordia o dureza, limpieza o suciedad, paz o guerra, ansia de felicidad. Nos dicen cuáles son los valores que cuentan en definitiva. En ellas se perfila un tipo de hombre nuevo, que se reconoce como criatura frente al Creador, que se entrega y se abre a los hombres y se compadece de ellos. En las bienaventuranzas aparece como en filigrana la figura de Jesús. Aquellos a quienes Jesús proclamó bienaventurados son realmente los que han seguido sus pasos, han escuchado la invitación a entrar en el reino, es decir, los que se han aventurado-bien.
Nos toca a nosotros, de nosotros depende el que las palabras de Dios no se pierdan; depende de nosotros, de nosotros que sólo pasamos en la tierra unos años de nada; depende de nosotros el asegurar a estas palabras una segunda eternidad", eterna (Péguy). .

jueves, 26 de julio de 2012

EL AMOR FRATERNO


EL AMOR FRATERNO

                                                                      Por Padre Rainiero Cantalamessa

La caridad es casi un sinónimo de santidad, pues como nos recordaba el P. Ceferino en un artículo de la revista "Nuevo Pentecostés" sobre la santidad, la santidad cristiana consiste en la perfección del amor, de la caridad.

En la Biblia se dice que DIOS ES SANTO, pero también que ES AMOR, por lo tanto, podríamos sustituir la frase "Sed santos porque Yo el Señor soy santo", de esta manera: "AMAOS UNOS A OTROS PORQUE YO, VUESTRO DIOS, SOY AMOR".

Entre los frutos del Espíritu o virtudes cristianas que el Apóstol indica en Gálatas 5, 22, el amor ocupa el primer lugar. Y es con éste como coherentemente comienza también la exhortación sobre las virtudes en la carta a los Romanos. Todo el capítulo 12 de esta carta es una sucesión de exhortaciones a la caridad: "El amor sin ficciones. Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros, rivalizando en la estima mutua." Esta es en la única cosa en que se puede rivalizar: la estima mutua. El capítulo 13 contiene las célebres declaraciones de principio sobre la caridad, como resumen y cumplimiento de la Ley: "A nadie quedéis debiendo nada fuera del amor mutuo, pues el que ama tiene cumplida la Ley".

Para comprender el alma que unifica todas estas recomendaciones o la idea de fondo, el sentimiento que Pablo tiene de la caridad, hay que partir de aquellas palabras iniciales: "La caridad sin ficciones."

Esta no es una de tantas exhortaciones, sino la matriz de la que derivan todas las demás. Contiene el secreto de la caridad. Y entendemos ver, con la ayuda del Espíritu, ese secreto. El término original usado por S. Pablo y traducido en castellano "sin ficciones" es "anhipocritos". Y vosotros sin conocer el griego ya sabéis que esta palabra tiene algo que hacer con "hipocresía". Este vocablo es una especie de luz espía, porque en efecto es un término raro que vemos utilizado casi exclusivamente para definir el amor cristiano. Tres veces, cuando se habla de amor, se usa este adjetivo.

Hay un texto de la primera carta de Pedro que permite entender con toda certeza el significado del término en cuestión, pues lo explica con una perífrasis: "El amor sincero, dice, consiste en amar intensamente de verdadero corazón”. S. Pablo, pues, con esa simple afirmación, "la caridad sin ficciones" lleva su discurso a la raíz misma 'de la caridad, al corazón.

Lo que se requiere del amor es que sea VERDADERO, AUTENTICO, no ficticio. Como el vino para ser auténtico debe ser exprimido de la uva, así también el amor del corazón, porque tal vez el vino no está exprimido de la uva, hay vino que no es genuino.
También en esto el Apóstol es el eco fiel del pensamiento de Jesús. En efecto, Jesús había indicado repetidamente y con fuerza el corazón como el lugar donde se decide el valor de lo que el hombre hace, lo puro y lo impuro.

Podemos hablar de una "intuición paulina" en lo referente a la caridad y consiste en mostrar detrás del universo visible exterior de la caridad, hecho de obras y palabras, otro universo del todo interior, que es respecto al primero lo que el alma respecto al cuerpo. Volvemos a encontrar esta "intuición" en el otro gran texto de la caridad, que es 1ª Corintios, 13. Lo que S. Pablo dice ahí, si bien lo miramos, se refiere a esta caridad interior, a las disposiciones y a los sentimientos de caridad: "La caridad es paciente, es benigna, no es envidiosa, no se exaspera, disculpa siempre, se fía siempre, espera siempre. " Nada que se refiera aquí directamente a "hacer el bien" o las obras de caridad, sino que TODO es reconducido a la raíz del QUERER BIEN. La benevolencia tiene que preceder la beneficencia. Es el mismo apóstol quien explica la diferencia entre las dos esferas de la caridad, diciendo que "el acto más grande de caridad exterior, como sería distribuir a los pobres los propios bienes, no serviría para nada sin la caridad interior". Sería lo contrario de la caridad sincera.

La caridad hipócrita, en efecto, es precisamente la que hace el bien sin querer bien, que muestra al exterior algo que no tiene correspondencia en el corazón. En este caso, se tiene una "apariencia" de caridad, que como máximo puede esconder egoísmo, búsqueda de sí mismo, instrumentalización del hermano, o simplemente remordimiento de conciencia.

Mucha de la caridad que se hace a los pobres del Tercer Mundo no brota de una raíz de caridad, sino de un remordimiento de conciencia. Sería un error fatal, hermanos, y lo comprendemos bien, contraponer la caridad del corazón y la caridad de hechos, o refugiarse en la caridad interior para encontrar en ella una especie de coartada a la falta de caridad de hechos. Sabemos con qué vigor la palabra de Jesús, de Santiago y S. Juan, inducen a la caridad de hechos. Sabemos la importancia que el mismo S. Pablo concedía a las colectas en favor de los pobres en Jerusalén, además decir que "sin la caridad de nada me sirve el darlo todo a los pobres", no significa decir que eso no le sirve a nadie y que resulta inútil, significa más bien decir que "no me sirve a mí", mientras sí le puede servir al pobre que lo recibe. No se trata, pues, de atenuar la importancia de las obras de caridad, cuando de asegurarles un fundamento seguro contra el egoísmo y la hipocresía.

S. Pablo quiere que los cristianos estén "enraizados y fundamentados en la caridad", es decir, que la caridad sea la raíz y el fundamento de todo. AMAR SINCERAMENTE. Significa amar a esta profundidad donde ya no puedes mentir, no puedes aunque quieras..., pues estás solo ante ti mismo bajo la luz de Dios y el Espíritu Santo que es tu testigo interior. El prójimo entra por esta vía en el sagrario más íntimo de mi persona. Se convierte verdaderamente en "prójimo", es decir, "próximo” "vecino"; hay más, se convierte en "íntimo", que significa que está dentro de mí. Esta es la máxima dignidad que una persona pueda conceder a otra persona.El amor realiza el milagro de hacer de dos personas distintas, separadas, una misma persona. Es el milagro del amor, esto será en la vida eterna una razón más de gozo, porque en la vida eterna cada uno por amor será en el corazón de todos los demás y el gozo de uno será el gozo de todos y el gozo de todos será el gozo de cada uno. Para ser auténtica la caridad cristiana debe, por tanto, partir del interior, del corazón. Las obras de misericordia tienen que partir de las entrañas de misericordia, como las llama la Escritura.

De todas formas, hay que precisar inmediatamente que aquí se trata de algo mucho más radical que la simple interiorización; o sea, trasladar el acento de la de la práctica exterior de la caridad a la práctica interior. Esto es solo el primer paso. La interiorización es el primer paso. Las profundidades del hombre, ahora que hemos recibido el Espíritu Santo, son también las profundidades de Dios y, por tanto, la interiorización se acaba en una divinización. Aquí reside el misterio de la caridad, ahí está la novedad de la vida nueva en el Espíritu.

La interiorización, decía, descansa en la divinización. El cristiano, decía S. Pedro, es el que ama de verdadero corazón. Pero, ¿con qué corazón? Hemos escuchado esta mañana la palabra de Ezequiel, que nos decía: "Os daré un corazón nuevo". Por lo tanto, cuando un cristiano ama no ama con su viejo corazón humano, ama con el corazón nuevo que es el Espíritu Santo. "Os daré un corazón nuevo, pondré en vosotros un espíritu nuevo", "pondré en vosotros mi Espíritu". Cuando nosotros amamos de todo corazón, por lo tanto, es Dios mismo presente en nosotros, con su Espíritu, el que ama en nosotros y a través de nosotros. El actuar humano es verdaderamente divinizado. Algo tan grande no es que lo deduzcamos quién sabe con qué razonamientos extraños de la Palabra de Dios, está contenido claramente en el Nuevo Testamento. Escuchad este texto de la 2ª carta de S. Pablo a los Corintios. Dice: "Dios nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que podamos consolar a los demás en cualquier dificultad o tribulación".

Consolarlos ¿con qué? Con el consuelo que nosotros recibimos de Dios. Nosotros consolamos con el consuelo con que somos consolados y alentados por Dios, amamos con el amor con que somos amados por Dios, no con otro diferente. Eso explica la resonancia aparentemente desproporcionada que a veces tiene un sencillo acto de amor a menudo incluso escondido; la novedad y la paz que crea alrededor de nosotros, ¿por qué?, ¿por qué, si no lo hemos ni siquiera expresado? Es signo y vehículo de otro amor, el de Dios, que se transmite incluso sin palabras.

El amor cristiano se distingue de cualquier otro amor por el hecho de que es el amor de Cristo. "Ya no soy yo el que ama, es Cristo el que ama en mí", podemos decir. Meditando la exhortación del Apóstol sobre la caridad, estas ideas que estoy compartiendo con vosotros, la primera vez que estaba meditando, en un cierto momento recordé una palabra del profeta Jeremías, decía: "Roturad los campos y no sembréis en cardizales, circuncidad vuestros corazones".
Sobre el trasfondo del amor sincero delineado por la Palabra de Dios, en este momento se me perfiló ante la mirada la visión de mi corazón como la de un terreno no cultivado, lleno de espinas, que espera a ser roturado. Pero, al mismo tiempo, también un deseo y una necesidad nuevas de emprender la obra de mejoría, de hacer de mi corazón un lugar acogedor para los hermanos, como el corazón de Dios, del que se ha escrito que tiene compasión de todos y no desprecia nada de lo que ha creado.

Una vez, me encontraba en África delante de un paisaje parecido al que debía de tener ante sí el profeta Jeremías cuando dijo estas palabras. Durante los meses de sequía, los campos abandonados en África, en Tanzania especialmente, se llenan literalmente de zarzas, espinos y otros arbustos, y cuando está a punto de llegar la estación de las lluvias y de la siembra, el campesino va a su campo, recoge en un montón todas estas zarzas y arbustos y los quema, para no sembrar entre las espinas. Yo recuerdo que cuando allí veía todas estas hogueras y preguntaba ¿qué es esto? me decían: son los campesinos que reúnen todas las zarzas y los queman para no sembrar sobre zarzas y espinos. Al caer de la noche se descubrían en el inmenso y silencioso paisaje africano muchas hogueras ardiendo. Ahí entendí lo que quería decir Jeremías. Nosotros tenemos que hacer lo mismo con el campo que es nuestro corazón, debemos destruir en nosotros mismos la enemistad.

La Palabra de Dios nos sugiere, hermanos, hacer algunas hogueras aquí, pero no hay peligro de que tengan que venir los bomberos. Pero tenemos que hacer tres hogueras aquí: La primera es LA DE LOS MALOS JUICIOS. "Tú, dice Pablo, ¿por qué juzgas a tu hermano? Y tú ¿porqué desprecias a tu hermano? Por tanto, basta ya de juzgarnos unos a otros." Los juicios hostiles cargados de aversión y de condena son las espinas de que hablaba aquel texto del profeta Jeremías, hay que erradicarlos y quemar los, librar nuestro corazón de ellos.

Jesús dice: "No juzguéis y no os juzgarán, ¿por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?"

El sentido de estas palabras no es "no juzguéis a los hombres y así éstos no os juzgarán", sabemos por experiencia que no siempre es así. Sino: "no juzgues a tu hermano a fin de que Dios no te juzgue". O mejor aún: "No juzgues al hermano, pues Dios no te ha juzgado a ti". No se trata de una moral utilitarista, sino kerigmática, el Señor compara el pecado del prójimo, el pecado juzgado, sea el que sea, a un mota; en comparación del pecado del que juzga, el pecado de juzgar, que es la viga.

Santiago y S. Pablo aducen cada uno un motivo propio y profundo a esta prohibición de juzgar. El primero dice: "¿Quién eres tú para juzgar al prójimo?" Y quiere decir: sólo Dios puede juzgar, porque Él conoce los secretos del corazón. El por qué, la intención y la finalidad de cada acción, pero ¿qué sabemos nosotros de lo que pasa en el corazón de otro hombre cuando hace algo determinado? ¿Qué sabemos de todos los condiciona mientas a que está sujeto por su temperamento, por su educación...?

Querer juzgar es para nosotros una operación peligrosísima, como disparar una flecha con los ojos cerrados, sin saber dónde va a parar; nos exponemos a ser injustos, despiadados, obtusos. Basta observar qué difícil es comprendemos y juzgamos a nosotros mismos y ¡cuántas tinieblas se envuelven en nuestros pensamientos! Al menos, yo lo experimento.

Para comprender que no es de todo posible descender a las profundidades de otra persona, a su pasado, a su presente, al dolor que ha conocido... ¡Quién conoce a fondo la manera de ser del hombre si no es el espíritu del hombre que está dentro de él!, dice S. Pablo.

Se lee que un día, en un monasterio, en la antigüedad cristiana, un joven monje cometió un grave pecado. Un anciano que lo supo dijo: "¡Qué mal enorme ha hecho este hermano!" Entonces, en la tarde un ángel puso ante él, ante el anciano, el alma del hermano que había pecado y le dijo: "Mira, el que tú has juzgado ha muerto. ¿Dónde quieres que lo envíe, al Reino o al castigo eterno?" El santo anciano, al sentir la responsabilidad de decidir el destino eterno de una criatura quedó tan conmovido que pasó el resto de su vida entre gemidos, lágrimas y fatigas suplicando a Dios que perdonara su pecado.

El motivo aducido por S. Pablo es que el que juzga hace lo mismo que juzga, por eso tú, amigo, el que seas, que te eriges en juez, no tienes disculpa al dar sentencia contra el otro te estás condenando a tí mismo, porque tú, el juez, te portas igual. Esta es una verdad de la que quizá nos hemos dado cuenta por nosotros mismos, al menos yo me he dado cuenta, cada vez que hemos juzgado a alguien y luego hemos tenido ocasión de reflexionar sobre nuestra misma conducta. Es un rasgo típico de la psicología humana juzgar y condenar en los otros sobre todo lo que nos disgusta en nosotros mismos, pero que no nos atrevemos a afrontar en nosotros mismos: el avaro condena la avaricia, el sensual ve por todas partes pecados de lujuria y nadie es más agudo y atento que el orgulloso poniendo de relieve a su alrededor pecados de orgullo.

Pero, hermanos y hermanos, el discurso sobre los juicios es delicado y complejo y no se puede dejar a la mitad, -sin que aparezca inmediatamente poco realista. De hecho, ¿cómo se consigue vivir sin juzgar? El juicio está implícito en nosotros, incluso en una mirada; no podemos observar, escuchar, vivir sin hacer valoraciones, o sea, sin juzgar. En realidad, no es tanto el juicio lo que se debe apartar de nuestro corazón, cuanto el veneno de nuestro juicio, es decir, el rencor, la condena... En la redacción de Lucas, el mandamiento de Jesús "NO JUZGUEIS y NO SEREIS JUZGADOS" va seguido inmediatamente, como para explicitar el sentido de estas palabras del mandato, "NO CONDENEIS y NO SEREIS CONDENADOS". De por sí, el juzgar es una acción neutral, el juicio puede acabar tanto en condena como en absolución y justificación, son los juicios negativos, recogidos y pregonados por la Palabra de Dios los que, con el pecado, condenan también al pecador.
Escuchadme. Una madre y una persona extraña pueden juzgar a un niño, al hijo, por el mismo defecto que objetivamente existe. Pero ¡qué distinto juicio!

A veces, de acuerdo con el oficio que uno ejerce o del tipo de santidad a que está llamado, Dios puede exigir y conceder al mismo tiempo el cese completo de toda actividad de juicio sobre los demás, pero normalmente no es así. Un padre, un superior, un sacerdote, un juez..., hay jueces en la sociedad, tienen que juzgar. A veces, el juzgar es precisamente el tipo de servicio que uno está llamado a prestar en la sociedad y en la Iglesia. La fuerza del amor cristiano está en eso, que es capaz de cambiar el signo del juicio y del acto de NO AMOR, convertirlo en un acto de amor.

San Pablo, precisamente en la carta a los Romanos, donde condena los juicios, como hemos oído, él mismo juzga a sus connacionales hebreos y ¡con qué severidad los juzga! “¡A causa de vosotros, dice, el Nombre de Dios está blasfemado entre las naciones!" Pero, ¿cómo se explica esto? Se explica si leemos qué dice S. Pablo en un cierto momento en el cap. 9, dice: "Como cristiano que soy digo la verdad, no miento, me lo asegura mi conciencia iluminada por el Espíritu Santo, siento una gran pena y un dolor íntimo e incesante, pues por el bien de mis hermanos los de mi raza y sangre, quisiera ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por su bien". Cuando un hombre puede decir esto sus juicios, por supuesto, no son malos. Este es amor sincero.

Primera hoguera, entonces, todos los juicios malos tienen que ser destruidos.

Otro punto, segunda hoguera: LA DESESTIMA. S. Pablo decía: "Rivalizad en la estima mutua". Pero aquí de nuevo tocamos el punto neurálgico donde el amor se enfrenta con su enemigo. El enemigo del amor se llama: EGOISMO. Para estimar a los hermanos hace falta que no estimarse demasiado uno mismo, no estar siempre seguro de sí mismo, es necesario no hacerse una idea demasiado elevada de sí mismo, diría S. Pablo. Quién tiene una idea demasiado elevada de sí mismo es como un hombre que tiene ante sus ojos una fuente de luz intensa en la noche. ¿Habéis observado alguna vez tener ante los ojos de noche una fuente de luz intensa? Se está deslumbrado, no se consigue ver nada más que esa luz. No se pueden ver las luces de los hermanos, sus méritos, sus valores, sus carismas...

La segunda hoguera que hay que encender es, pues, la de los pensamientos y sentimientos de NO ESTIMA, de desprecio de los hermanos. El obstáculo que puede impedir todo este trabajo en favor de la caridad es detenerse en lo que los demás nos hacen a nosotros. "Él no me estima", se dice, "sino que me desprecia". A la luz del Nuevo Testamento, hermano, está fuera de lugar. La ley nueva del amor no consiste, en efecto, en hacerles a los otros lo que éstos te hacen a ti, como sucedía en la antigua ley del Talión, sino en hacerles a los demás lo que Dios te ha hecho a ti. El Señor os ha perdonado, haced vosotros lo mismo. No dice: "el otro te ha perdonado, haz tú lo mismo", NO, "el Señor os ha perdonado, haced lo mismo".
La ley nueva del amor no consiste, en efecto, en hacer a los otros lo que hacen con nosotros. Ciertamente, los otros pueden servir de criterio, pero en este caso no se trata de lo que los otros te hacen a ti, sino de lo que tú quisieras que te hicieran. Este es el criterio. Por eso, tú te debes comparar con Dios y contigo mismo, no con los otros. Debes ocuparte solo de lo que haces a los otros y de cómo aceptas lo que ellos te hacen a ti, el resto es pura distracción y no incide lo más mínimo en el problema, se refiere a ellos.

Entre el ámbito interior de los sentimientos, de los juicios y de estima, y el exterior que hemos llamado el ámbito de las obras de caridad, hay un ámbito intermedio que tiene un poco de uno y un poco del otro, y es el ámbito de LAS PALABRAS. La boca es la espía del corazón, pues la boca habla de la plenitud del corazón. “Es verdad que no debemos amar sólo de palabra y con la lengua, nos dice Juan, pero debemos amar también con palabras y con la lengua". "La lengua, dice Santiago, puede vanagloriarse de grandes cosas en bien y en mal, puede incendiar un gran bosque, está llena de veneno mortífero". ¡Cuántas muertes produce la lengua, hermanos! ¡Más que la guerra! Muertes espirituales. En la vida comunitaria y de familia, las palabras negativas, cortantes, despiadadas, tienen el poder de hacer que cada uno se encierre en sí mismo y abandone toda confianza y clima fraterno. Es la causa más grande de sufrimiento que hay entre nosotros. Los más sensibles son literalmente mortificados por las palabras duras, o sea, matados. Y quizá también nosotros, ¡también yo tengo alguno de estos muertos sobre mi conciencia!

Es verdad que no hay que preocuparse de reformar sólo hipócritamente el lenguaje sin empezar por el corazón que es el manantial, por más que es verdad que una cosa ayuda a la otra. Por eso, S. Pablo nos da a los cristianos esta regla de oro: "Malas palabras no salgan de vuestra boca, lo que digáis sea BUENO, CONSTRUCTIVO Y OPORTUNO, así hará bien a los que lo oyen". Es una regla de oro, es una forma de ayuno. Ayer hablábamos de una forma de ayuno que es el ayuno de las imágenes, hay otra forma maravillosa de ayuno que es el ayuno de las palabras malas. Una vez, al comienzo de una Cuaresma, en una pequeña comunidad que tengo en Milán, de familias, como había jóvenes madres que tenían niños pequeños no podía pedir el ayuno de los alimentos, y entonces tomamos esta palabra de S. Pablo como la regla de nuestra Cuaresma. Que cada uno escribiera esta palabra: "Malas palabras no salgan de vuestra boca, lo que digáis sea bueno, constructivo y oportuno, así hará bien a los que lo oyen", y la escribieran en un papel en la puerta de su habitación, pero ¡cuidado!, dijimos: no al EXTERIOR de la puerta, sino al ¡INTERIOR!, porque si es al exterior es una recomendación que hacemos a los demás de no decir malas palabras a nosotros; si lo ponemos al interior, cuando salimos de la habitación, es una regla para nosotros para con los demás! ¿Veis? Hay aquí todo un programa para la Cuaresma. Si uno decide tomar como regla estas palabras, en poco tiempo experimentará la circuncisión de los labios y luego la del corazón, como decía Jeremías.

Y esta es la tercera hoguera, y ¡qué hoguera están viendo aquí los ángeles en este momento, si todos verdaderamente echáramos nuestras malas palabras aquí! No es difícil aprender a reconocer las malas y las buenas palabras, basta seguir mentalmente o prever la trayectoria de una palabra para ver dónde van a parar, si acaban en nuestra gloria o en la gloria de Dios y del hermano, si sirven para justificar, compadecerse, o hacer valer mi "yo", o por el contrario el del prójimo. La mala palabra, el principio saldrá de los labios, y habrá que retirarla, ¿cómo? pidiendo excusas, pidiendo perdón, es una forma de caridad. Después, poco a poco se detendrá -como se suele decir- en la punta de la lengua, hasta que empiece a desaparecer y dar paso a la buena palabra. ¡Qué DON para los hermanos y qué aportación a la caridad fraterna, incluso en un grupo de oración en la Renovación Carismática! Una buena palabra que brota del corazón es bálsamo, es fortaleza para el hermano, es DON de Dios mismo, como lo hemos visto cuando nosotros amamos de corazón, es Dios el que ama en nosotros y cuando decimos una buena palabra, positiva, ¡es Dios quien dice esa palabra al hermano a través de mí!

El amor, pues, hermanos, es la solución universal de todo. Es difícil establecer en cada caso qué es actuar bien, si callar o hablar, si dejar correr o corregir, pero si en ti está el amor cualquier cosa que hagas será la justa, "porque el amor, dice Pablo, no hace daño alguno al prójimo". En este determinado sentido, S. Agustín decía: "AMA Y HAZ LO QUE QUIERAS". Es muy sencillo, no es una palabra muy atrevida, herética, él lo explica muy bien, dice: "De una vez para siempre se te impone este breve precepto: ama y haz lo que quieras. Si callas, calla por amor. Si hablas, habla por amor. Si corriges, corrige por amor. Si perdonas, perdona por amor. Que viva en ti la raíz del amor, porque de esa raíz no puede proceder más que el bien". Vosotros padres, antes de corregir a vuestros hijos, buscad poner en vuestro corazón esta raíz del amor, de otra manera la corrección no tendrá éxito alguno. También a los niños tenemos que hablarles con palabras buenas, no siempre corregir, condenar, sino alentar, decir palabras positivas, apreciadoras... El amor es la única deuda que tenemos con todos. "A nadie le debáis nada fuera del amor mutuo". La caridad, esta caridad interior, es la que se puede ejercer siempre y todos pueden ejercerla, los pobres no menos que los ricos, los enfermos no menos que los sanos... Es una caridad concretísima, no se trata de emprender una lucha abstracta con los propios pensamientos, sino de comenzar a mirar con ojos nuevos a las personas y situaciones que haya nuestro alrededor.

No es que debamos ir nosotros buscando ocasiones para realizar este programa, son ellas las que continuamente nos buscan, son las cosas y personas con que vamos a encontramos hoy mismo, volviendo a casa, basta que decidas mirar a las personas con ese amor sincero y te das cuenta con estupor que es posible una actitud del todo diferente para con ellas, como si se abriera en ti otro ojo diferente del habitual y natural, todas las relaciones cambian.

Pongo un ejemplo, estás en la cama enfermo o que no puedes dormir. No consigues rezar en todo ese tiempo, la Palabra de Dios te sugiere una tarea de extrema importancia, alterna la oración con la caridad fraterna. Uno se dice: ¿cómo se puede ejercer la caridad fraterna estando en la cama? Voy a decírtelo, mira cómo: haz entrar en tu habitación, mediante la fe, de entre las personas que conoces, a las que Dios te ha hecho venir a la mente en ese momento y que son probablemente NO las más simpáticas de todas!, son probablemente aquellas respecto de las que haya algo que cambiar. Mientras cada una de ellas está allí delante de tí, mejor, dentro de tu corazón, empieza a mirarlas con los ojos y el corazón de Dios, que Dios te ha dado. Como por un milagro verás desaparecer todos motivos de prevención y de hostilidad, todos los resentimientos...; se te presentará como una pobre criatura que sufre, que lucha con sus debilidades y sus límites como tú, como todos, como alguien por quien ha muerto Cristo, dice Pablo. Y te asombrarás no haberlo descubierto antes! y lo despedirás en paz quizá como se despide a un hermano tras besarlo en silencio! Así, uno tras otro, mientras la gracia recibida te asista... Nadie se ha dado cuenta de nada, si llega alguien lo encontrará todo como antes, quizá el rostro un poco más radiante, pero entre tanto ha venido a ti el Reino de Dios, ¡ay! has recibido una visita, te ha visitado la reina Caridad, porque la caridad es la reina de las virtudes.

Esta caridad sincera es de vital importancia en la Renovación Carismática. Comentando la lista de los carismas que se encuentra en S. Pablo, S. Agustín hace una reflexión luminosa: "Al oír nombrar todos estos carismas, dice, alguien podría sentirse triste y excluido pensando que él no posee ninguno. (Estoy seguro de que hay personas de este tipo, que se sienten tristes porque piensan que no tienen ningún carisma). Pero ¡cuidado!, dice S. Agustín, si amas lo que posees no es poco, pues si tú amas la unidad, el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, todo lo que en ella está en posesión de uno lo posees también tú. Destierra la envidia y será tuyo lo que es mío y si yo destierro la envidia es mío lo que tú posees. La envidia separa, la caridad une. Sólo el ojo en el cuerpo tiene la facultad de ver, pero acaso el ojo ve sólo para sí mismo? NO, él ve por la mano, por el pie y por todos los miembros. Así, si el pie está a punto de tropezar con un obstáculo, el ojo no se pone a mirar ciertamente a otra parte evitando prevenirlo. Sólo la mano actúa en el cuerpo, pero ¿acaso ésta actúa para sí, no actúa también para el ojo?, pues si está a punto de recibir un golpe que no está dirigido a la mano sino al ojo, la mano no dice: ¡Ah, no vaya hacer nada, porque el golpe no está dirigido a mí! No. ¿Acaso el pie no camina y así sirve a todos los miembros...; mientras los demás miembros callan, la lengua habla por todos!... Tenemos, pues, dice S. Agustín, si amamos a la Iglesia y la amamos si nos mantenemos insertados en su unidad y en su caridad! El mismo apóstol tras afirmar que a los hombres se le han concedido dones diferentes, de la misma manera son asignadas tareas diferentes a los miembros del cuerpo, sigue diciendo: Y me queda por señalaras un camino EXCEPCIONAL. Y prosigue hablando de la caridad”.

He aquí desvelado el secreto de la caridad. ¿Por qué la caridad es el camino mejor de todos? Porque la caridad me hace amar la unidad, o sea, concretamente la Iglesia, la comunidad en que vivo y en la unidad todos los carismas, no sólo "algunos" son míos".

Pero hay aún más, hermanos, esto lo añado yo. Si amas más que yo amo, si amas el Cuerpo de Cristo, la unidad, más que yo lo amo, el carisma que yo poseo es más tuyo que mío. Supongamos que yo tenga el carisma de evangelizador, o sea de anunciar el Evangelio, bueno, yo puedo complacerme o vanagloriarme y ¡ay de mí!, (no es una hipótesis abstracta). Y entonces, me convierto en una campana ruidosa, mi carisma de nada me sirve, me advierte el Apóstol, mientras a ti, hermano o hermana que has escuchado estos días, sí te sirve, a pesar de mi pecado. Por la caridad vemos que tú posees sin peligro lo otro posee con peligro. La caridad multiplica los carismas, hace del carisma de uno el carisma de todos. No hay cristianos sin carismas.

Pero para que esto suceda, decía S. Agustín, hay que desterrar la envidia, hacer una hoguera más, o sea, morir al propio YO individualista y egoísta que busca la gloria y asumir, en su lugar, el YO grande, inmenso de Cristo y de su Iglesia.

Hay una Misa especial para pedir al Señor la caridad y en esta Misa se encuentra esta oración con la que vamos a terminar nuestra enseñanza: "Inflama, OH Padre, nuestros corazones con el Espíritu de tu amor, para que pensemos y obremos según tu voluntad, y te amemos en los hermanos con corazón sincero. Por Jesucristo Nuestro Señor." AMEN.



"No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados”, sólo Dios puede juzgar, porque Él conoce los secretos del corazón" “Rivalizad en la estima mutua", Es verdad que no debemos amar sólo de palabra y con la lengua, pero debemos amar también con palabras y con la lengua "Malas palabras no salgan de vuestra boca, lo que digáis sea bueno, constructivo y oportuno, así hará bien a los que lo oyen".

"BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA PORQUE ELLOS SERÁN SACIADOS"


"BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA PORQUE ELLOS SERÁN SACIADOS"

CARLOS BORDALLO, Pbro.

- 1 - El hambre y la sed no son buenas. De hecho, cuando las tenemos, buscamos acabar con ellas comiendo y bebiendo. Esto es así porque no estamos hechos para el hambre y la sed. Ambas son ajenas a nuestra constitución más profunda.

Dicho esto las palabras de Jesús pueden parecer algo sorprendentes: utiliza la palabra bienaventuranza asociándola al hambre y a la sed. Bienaventuranza significa alegría o dicha, y ¿qué dicha puede haber en tener hambre o sed? ¿Desde cuándo el sufrimiento es una buena noticia?

Pero las palabras de Jesús apuntan a algo más profundo. En primer lugar Jesús, cuando considera la vida, la considera en su totalidad. Nosotros, cuando hablamos de "vida", solemos referirnos sólo al período que va desde el nacimiento hasta nuestra muerte física. Al hacerlo así nos salimos de la realidad y nos incapacitamos para entender de verdad las cosas. Es como si al hablar de hacer un edificio nos refiriésemos sólo al agujero que hay que hacer en tierra para echar los cimientos y nunca mencionásemos el edificio que luego habrá. Un agujero en tierra no sólo no es un edificio sino que además es más feo que cuando no lo había. O si una pareja de novios renunciasen a hablar y soñar con lo que será su vida una vez casados (el noviazgo no es mas que una preparación para otra cosa, no es un fin en sí mismo). O como si uno se decidiese a estudiar unas oposiciones, aceptando las durezas que conllevan, sin pensar nunca en la vida que llevará luego y lo que podrá hacer el día que las apruebe. O, por abundar en los ejemplos, como si uno se plantease trabajar duramente en una empresa... sin recibir ningún tipo de sueldo ni gratificación a cambio.

La realidad es que el que inicia los trabajos de construcción y echa unos cimientos lo hace porque sueña con la casa terminada; el novio acepta las renuncias del noviazgo porque piensa que un día será marido; el estudiante que oposita se impone una dura disciplina porque aspira a la vida que tendrá una vez aprobados los exámenes, y el que trabaja lo hace por un sueldo; de otro modo se quedaría en casa y al menos no se cansaría inútilmente. Curiosamente (realmente resulta algo muy curioso, verdaderamente difícil de explicar) si alguien cuestiona el sentido de aceptar las durezas de la vida si ésta no continúa tras la muerte se le tacha de raro, aguafiestas y cosas parecidas. Se le dice que en esas cosas no se piensa y hasta que es de mal gusto el plantearlas en público. ¡Qué curioso! No conozco a una sola novia que no hable cada día de cómo sueña vivir cuando esté casada, o un trabajador que no piense en lo que va a hacer con el dinero que recibirá a final de mes. y sin embargo, si uno habla de un Cielo tras la muerte que dé cumplimiento a nuestros más íntimos anhelos se le dice que no, que en eso no se piensa...

2 A Jesús no parecen impresionarle mucho las modas; El sí piensa que tras la vida en este mundo continuaremos viviendo y habrá una justicia verdadera que repare las muchas injusticias de este mundo. Porque es un hecho que en este mundo la injusticia es mucho más normal que la justicia. Resulta doloroso y hasta aburrido constatar cada día cómo a los poderosos se les juzga de una manera y a los débiles de otra. Los jueces no son insensibles al brillo del oro de los ricos; será porque el brillo ciega por lo que emiten sentencias que en nada reflejan la verdad de los hechos. Pero si eres pobre puedes armarte de paciencia y aún harás bien en no esperar mucha justicia: es muy probable que no lo recibas. Y esto es así hasta la muerte. Y es muy doloroso.

Y sin embargo, al que así es tratado, Jesús le llama bienaventurado. Es evidente que el que padece injusticia tiene hambre y sed de justicia, como es igualmente evidente que la mayor parte de los así tratados mueren sin haber visto reparada la injusticia recibida. Y, aun cuando tal reparación llegase a darse, ¿quién puede compensarles por los sufrimientos que en su momento les causaron?

Que en este mundo no se da una justicia plena es una verdad al alcance de cualquiera. Y sin justicia plena no puede haber bienaventuranza. Esto es precisamente a lo que apuntan las últimas palabras de Jesús: "porque serán saciados". ¿Y cuando serán saciados? Ya hemos visto que no en esta vida. Sólo si pensamos en la vida que continúa tras la muerte puede ser verdad lo dicho por Él.

Jesús no promete una justicia para este mundo. Que "pobres siempre tendréis entre vosotros" (Mt 26,11) significa que habrá injusticia hasta el final de los tiempos, pues pobreza e injusticia van de la mano. Esta es la razón por la que muchos consideran a Jesús y al cristianismo como algo inútil: "¿para qué, si no traen la justicia a este mundo?" A lo que Jesús simplemente contestará: "y dichoso aquel que no se escandalice de mí".

3 Nosotros no solemos incluir la 'otra vida' a la hora de enjuiciar ésta. Esto nos aleja del modo de pensar de Jesús. Además, lo que nosotros entendemos por justicia casi siempre - por no decir siempre- va unido a la idea de venganza. Es cierto que hay una forma de entender la venganza que es compatible con Dios ("Mía es la venganza - dice el Señor- yo daré a cada cual su merecido", Heb 10,30), pero hay dos 'peros' que poner a esto que normalmente se nos escapan: el primero, que cuando el Señor habla de justicia jamás lo separa de la palabra misericordia. Y en eso de la misericordia nosotros estamos muy, pero que muy verdes. A nosotros nos va más el ojo por ojo y diente por diente, o sea, la venganza pura y dura. El modo de actuar de Dios nos resulta extraño, no lo entendemos y hasta nos escandaliza. ¿Por qué, si tiene tanto poder, no actúa como nosotros lo haríamos si fuésemos Dios? Y como pensar en un Dios tonto y débil nos resulta inaceptable decidimos que no existe y ya está...

La otra razón es que no aceptamos no ser nosotros los que juzguemos. Eso de que Dios se reserve el juicio definitivo de cada uno no nos va. Nosotros queremos que se juzgue aquí y ahora, y que la sentencia sea ejemplar. Queremos el cielo y el infierno ya aquí en este mundo y eso, claro, no es posible. La paciencia de Dios nos resulta insufrible y preferimos hacer las cosas a nuestro modo...

Pero las palabras de Jesús siguen golpeándonos, aturdiéndonos, iluminándonos. En vez de callarlas con nuestros razonamientos son ellas las que acaban por prevalecer: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia", que es tanto como decir que bienaventurados los que padecen injusticia. Y, vistas las cosas desde el cielo, hay que darle la razón. Así que al final, encima, tiene razón. Si realmente hay una justicia tras la muerte entonces los sufrimientos temporales de este mundo deben ser poca cosa comparados con lo que después espera (Rom 8,18). Sí, los que son dignos de lástima no son tanto lo que padecen la injusticia como los que la practican. Estos, los practicantes, del mal, no tienen hambre y sed de justicia y por lo mismo no son bienaventurados. Si no cambian, cuando llegue el juicio verdadero será para ellos el "gemir y el rechinar de dientes"; entonces lamentarán, como el rico Epulón, no haber estado en la tierra del lado de los maltratados.

4 Como el que construye una casa, o el que desea casarse, o sacar la oposición o recibir el sueldo de fin de mes, nosotros, Señor Jesús, soñamos con el día en que nuestros más profundos anhelos serán saciados. Llévanos en esta vida por los caminos de la sed y del hambre, más que por los de la satisfacción, de modo que merezcamos un día, en los cielos nuevos y la tierra nueva, ser saciados por Aquél que, al hacer Justicia, hace también Misericordia.


miércoles, 25 de julio de 2012

"BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS POR QUE ELLOS ALCANZARAN MISERICORDIA " (Mt. 5,6.)



"BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS POR QUE ELLOS ALCANZARAN MISERICORDIA " (Mt. 5,6.)

P. EUSEBIO MARTINEZ, O.P.

1. Dios es amor misericordioso.

El amor de Dios a los hombres es el modelo de la misericordia de los hombres con los hombres. La experiencia de la misericordia de Dios en el pueblo hebreo ha sido una vivencia constante. La historia que funda y reconoce Israel es una serie de acontecimientos marcados por la intervención de Dios para liberarle, darle poder, perdonarle, guiarle hasta la tierra prometida. El pueblo de Dios ha constatado en su historia el tener a Dios entrañablemente, con el corazón desplegado a su lado, en todos los eventos de su azarosa vida.

. Para el israelita piadoso, en los gestos misericordiosos de Dios, se ponía de manifiesto la actualización de la alianza de Dios con su pueblo, recordándole su olvido de las condiciones que le ligaban a la alianza. Las gestas de Dios en su favor, particularmente en los momentos críticos de su historia, con la conciencia de pecado o de ruptura con la alianza, originaban una súplica de perdón y una conversión de corazón a las condiciones pactadas con el Señor de su historia. Así la intervención misericordiosa se manifiesta como un acto decisivo de la gracia por el cual el hombre es salvado. Las vicisitudes de pobreza, miseria, esclavitud, pecado..., en vez de ser signos de fracaso y muerte, eran signos de volver a ponerse en camino y de acción de gracias. "Ten piedad de mí, oh Dios, según tu misericordia, por tu inmensa ternura borra mi pecado" (Sal. 50,3s). "Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia" (Sal. 107,1).

. En el juicio de Dios con su pueblo rebelde termina imponiéndose la misericordia. Por ello "David prefería caer en las manos de Yahveh, porque es grande su misericordia, antes que en las manos de los hombres" (2 Sam. 24,14).

Aunque Dios no pase la esponja por el pecado, dejando que el hombre experimente sus consecuencias, su palabra definitiva es la misericordia. "Su corazón se revuelve dentro de él, sus entrañas se conmueven y decide no dar ya desahogo al ardor de su ira" (Os. 11s.).

. La expresión última y definitiva de la ternura de Dios con los hombres es su único Hijo, hecho semejante a nosotros, experimentando nuestras limitaciones, sufriendo, conmoviéndose con el dolor humano, hasta sus últimas consecuencias. Dolor físico y dolor moral, que le hizo llorar y sudar sangre. Tan grande ha sido y es la misericordia de Dios con el mundo, que entregó como víctima a su propio Hijo para liberamos del pecado y de la muerte. Jesús es el rostro visible de la misericordia del Padre.

. La misericordia de Dios se manifiesta preferentemente con los más necesitados, pobres, enfermos, pecadores... Luc. 4,18; 7,22. Recordemos también las tres parábolas de la misericordia: la oveja perdida, la moneda perdida y, sobre todo el hijo pródigo. Luc., 15. En esta última parábola, cuando el hijo, derrotado por sus propios instintos descontrolados, consciente de su fracaso y pecado, volvía a la casa de su Padre, "estando él todavía lejos, le vio su Padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente... Traed aprisa (no le quería ver mal vestido y fracasado) el mejor vestido, vestidle, ponedle el anillo (como la firma oficial de la casa) en su mano y unas sandalias en los pies..." (Luc. 15,20 ss.). El Padre nunca pudo olvidar su condición de Padre, sus entrañas para expresar su amor, su misericordia, sus brazos siempre. Están abiertos para abrazar a su hijo perdido, que había perdido la condición de hijo. Dios es "padre de las misericordias" (2 Cor. 1,3; Sant. 5,11).

2. El ejercer la misericordia es una condición para entrar en el Reino.

Recordemos la parábola del siervo sin entrañas. El Señor se había compadecido de él, dejándole en libertad, perdonándole una gran suma de dinero, diez mil talentos. Sin embargo, este siervo, nada más ser perdonado, se encontró con un deudor que le debía una cantidad pequeña de dinero, cien denarios, y no fue capaz de perdonarle. Fue condenado por ello. "Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?.. Y le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano" (Mat. 18,23 ss). Hablando Mateo del amor a los enemigos, termina diciendo "Vosotros, pues sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto", (Mat. 5,48). En el lugar paralelo Lucas dice "Sed compasivos (misericordiosos) como vuestro Padre es compasivo". Cuando Mateo habla del juicio final, a la vista del Hijo del hombre, los que han practicado las obras de misericordia escucharán esta sentencia: "Venid benditos vosotros desde la creación del mundo" (Mat. 29, 34ss.).

3. ¿Cómo podemos ser misericordiosos en esta cultura dominante que nos toca vivir hoy en España? ¿Cómo expresar nuestra misericordia, venciendo obstáculos personales y culturales de nuestro entorno?
          . En primerísimo lugar, es un don que Dios ofrece a los que Él ha llamado para ser sus hijos, para reproducir en nosotros la imagen de su Unigénito, expresión visible de toda su misericordia. Por ello debemos de pedir al Señor que podamos experimentar su misericordia en nosotros (amar como Él nos ha amado) y que podamos ser misericordiosos con nosotros, perdonándonos (porque si no nos perdonamos es imposible experimentar toda la misericordia de nuestro Padre), y con los demás, particularmente con los pobres y con nuestros enemigos. La misericordia lleva consigo un negarse a sí mismo, un darse incondicionalmente, y esto no es posible sin la ayuda de la gracia divina, porque normalmente repugna a nuestro natural narcisismo, a nuestra natural y necesaria autoestima la negación de nosotros mismos. Sin una gracia especial para el ejercicio de la misericordia, podemos solucionar, de algún modo necesidades ajenas, ayudar a los pobres personalmente o luchando contra estructuras que engendran pobreza, por un sentimiento de filantropía, pero negarse a sí mismo, dándose (no sólo dando cosas o nuestro tiempo y habilidades), es prácticamente imposible, porque peligra nuestra autoestima natural y necesaria.

Para el discípulo de Cristo las obras de misericordia no son fruto de cualidades personales o de opciones individuales, sino del ser misericordioso. Este modo de ser dimana de la conversión, la cual normalmente presupone experiencias "tumbativas", no "lights" o someras, de la misericordia de Dios en nosotros. Contra esta experiencia de misericordia, la cultura actual opone una ética fundada en la autonomía del sujeto -(es lo moderno)- que termina fundando su comportamiento en su gusto personal, disolviendo toda conciencia de pecado.

. Otro factor a tener en cuenta es que la misericordia exige estar entrañablemente unido a quien es objeto de nuestra misericordia. Los problemas del pobre así, me comprometen; el mal ajeno me conmueve, porque percibo en el otro al ser amado, a alguien entrañablemente querido por mí. A esta unión fraternal cristiana se opone en nuestra cultura moderna el individualismo, que funda su razón de bien en el bienestar individual. En esta cultura la unión con otra persona está basada fundamentalmente en la "química" pasajera, que potencia enormemente el deseo.

. Finalmente la expresión de la misericordia surge de un memorial histórico (la Pasión, Muerte y Resurrección), definitivo signo de la misericordia; cuyo recuerdo hace brotar en el cristiano el vínculo esperanzador que nos une a nuestro Señor y hermano mayor, y a todos los hombres. La fidelidad a este memorial, a esta alianza definitiva e histórica hace brotar la misericordia, modelada en aquel que realizó el memorial histórico. A esta experiencia se opone la cultura moderna que, para existir, para impulsar el progreso, disuelve las otras culturas y liquida la historia, porque lo otro es mejor que lo dado.

¡Felicitaciones a los misericordiosos, porque ellos serán salvados por la misericordia! .

         ORACIÓN Y PREDICACIÓN EXPONTÁNEA III

                                                    

lunes, 23 de julio de 2012

"BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN PORQUE ELLOS VERAN A DIOS"


"BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN PORQUE ELLOS VERAN A DIOS"
PILAR SALCEDO
Para alegría de los que amamos la Palabra de Dios, Raissa Maritain, mujer de clara espiritualidad dominica, anotó con sencillez en su diario: "Cuando la exégesis, cuando la interpretación de la Biblia alcance su madurez total, volverá a la palabra viva y desnuda llena de plenitud por sí misma". Pueden los teólogos y exégetas escribir Tratados enteros sobre las Bienaventuranzas, pero Cristo, al proclamarlas a la multitud sencilla que le rodeaba, fue muy claro en sus palabras. Todos lo entendieron perfectamente. "Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios". Sabemos que el pueblo de Israel entendía por corazón lo más íntimo y profundo del hombre entero. El mismo Jesús explicaría a sus discípulos que es de ese interior y no de fuera de donde brota todo lo que mancha al hombre: "Porque del corazón salen las malas intenciones, crímenes, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Eso es lo que contamina al hombre" (Mt 15,19).
Es muy grande el campo a cubrir por un corazón limpio aunque se tiende a identificarlo sólo con los problemas de la pureza y el amor cuya sede se atribuye al corazón. Pero pertenecen a él también las intenciones poco claras, la falta de rectitud en el obrar, las insidias ocultas, los deseos oscuros, la palabra que mata, los medios que no se ajustan limpiamente a los fines. Sabemos por la propia boca de Cristo lo que dé de sí el corazón del hombre y sin embargo es el mismo Jesús quien asegura que ese corazón puede ser limpio, sencillo y transparente como el de un niño y que sus ojos pueden contemplar embelesados la belleza infinita de Dios.
En este mundo, en nuestras calles, en nuestros grupos hay muchos corazones así. Y Dios se alegra por esto. Es la gracia la que limpia de un modo tan radical que equivale realmente a un renacer, a una vida nueva: "Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, yo los blanquearía..." nos dice a través del profeta. Esa es la obra de la misericordia y del amor de Dios en nosotros.
En el Apocalipsis el discípulo virgen que tanto amó el Señor, nos habla de multitudes enteras vestidas simbólicamente con túnicas de un blanco escandaloso. ¿Quiénes son? "Son los que vienen de la gran tribulación, han lavado sus vestidos y los han blanqueado en la sangre del cordero". Qué enorme el poder de la sangre de Cristo.
Casi todas las tribulaciones nos vienen del corazón, tan hermoso y frágil, tan propenso a herir y a ser herido, tan enamoradizo... por eso decía Dostoyeski que "es en el corazón del hombre donde se dan los grandes combates entre Dios y el maligno". Esos leones rugientes que según San Pablo y San Pedro giran entorno nuestro, saben más que muchos cardiólogos. Ahí están también los asombrosos versos que Charles Péguy dedicó al corazón. Son un coloquio con él, una oración tierna y fuerte de un hombre a vueltas con un imposible amor transfigurado. Es la pureza lo único capaz de ver la mancha. El grado de nobleza de un alma se mide incluso por su capacidad de alimentarse de lo que es un veneno para los demás. Esos corazones limpios existen y diríase que el mal no le roza aunque caigan en él.
La clave de un corazón limpio es un único y gran Amor. Ver a Dios es conocerlo y casi en el sentido bíblico de la palabra, poseerlo. Por eso se podrían también cambiar los términos: "Bienaventurados los que ven a Dios porque tendrán el corazón limpio". ¿No ha dicho el mismo Señor "donde está tu tesoro allí está tu corazón"? El problema del amor no es nunca un problema de exceso, al contrario, es un problema de más amor, de mucho amor, del más grande Amor. "¡Tú eres mi gran Tesoro!", decimos en una hermosa canción carismática. Ese es el secreto de un corazón limpio: Vivir para un único amor y amar todo lo demás desde él; para conseguir ese gran tesoro tenemos que deshacernos de algunas cosas. No se vierte un vino generoso sobre una copa a medias.
Porque desea que nuestro corazón se llene de su Espíritu Santo, Jesús nos llama a esa gran limpieza, a que nos dejemos inundar de su amor que no es otro que el Santo Espíritu. Pide un corazón transparente para que podamos amar al Padre con su propio corazón, para que entremos en el diálogo encendido de la Trinidad, para tener la alegría de amarnos todos como hermanos dando si es preciso nuestra vida que es la gran prueba del amor.
Este gran sentimiento hacia Dios y hacia los demás sólo brota de los corazones abnegados, humildes y sencillos. Necesitamos por eso un corazón desinteresado y limpio. El amor que Dios derrama en nosotros es una participación de su Espíritu, es elevado y luminoso. Pero todo afecto sobrenatural influye en nuestra sensibilidad, ya que no es el alma sola la que ama, sino el hombre entero. Y después de la caída original sabemos todos cuánto nos cuesta mantener el equilibrio.
Realmente la única pureza es la de Cristo y para que nos llegue algo de ella, hemos de seguirle muy de cerca. Él quiere "reavivar" en nosotros la vida que vivió en la tierra. y esa vida está en el Evangelio. Allí la vemos con los ojos siempre buscando al Padre, siempre deseando hacer su voluntad. Cómo lo buscaba en la oración, cómo lo invocaba en las curaciones y milagros, cómo le daba las gracias por todo.
Eso es tener el corazón limpio: vivir siempre pendientes de Dios. Y comparar nuestro actuar con el suyo: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón". "El hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza..." "Cuando seas convidado no te pongas en el primer puesto" ... Reconozcamos, por contraste, cuántas veces andamos nosotros tras el propio interés; nuestro afán posesivo; nuestras comodidades y privilegios; la buena vida; la frontera imprecisa de nuestros sentimientos; la avaricia del consumidor desmelenado; la pereza más o menos camuflada; el humor a veces inaguantable...
         Y, por si fuera poco, las tres advertencias de que nos habla en su epístola San Juan. Atención al deseo derramado de unos ojos que todo lo buscan, de la carne que reclama sus fueros, de la soberbia de la vida. Tres marías que ahí están. Y el que se sienta libre que tire la primera piedra.
Y sin embargo hay corazones transparentes y luminosos entre nosotros. Pero no podemos bajar la guardia si hemos de dar testimonio de integridad. Vivimos además inmersos en una sociedad donde el amor hace y deshace parejas a diario, el poder y el dinero corrompen, el hedonismo publicitario nos bombardea, las "top-models" arrasan. Por eso hay que estar alerta y, aunque sea como una medida ecológica, superar esa alergia a preguntar sinceramente a nuestro corazón, que es a veces un coto inabordable y lejano en medio de nuestras vidas tan ricas. Acudamos alguna que otra vez al hermoso salmo 50: "Dame Señor un corazón puro y renueva en mis entrañas un espíritu recto..." "Mira que en culpa yo nací, en pecado me concibió mi madre..." "Rocíame con hisopo y quedaré limpio. Lávame y quedaré más blanco que la nieve".
"Y tomando una toalla se la ciñó. Luego echó agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies a sus discípulos..." (Jn, 13-4). .