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viernes, 28 de septiembre de 2012

IDENTIDAD Y OBJETIVOS DE LA RENOVACIÓN CATÓLICA CARISMÁTICA


CULTURA DE PENTECOSTÉS:

IDENTIDAD Y OBJETIVOS DE LA RENOVACIÓN CATÓLICA CARISMÁTICA

Iniciamos este aparte hablando de una Cultura de Pentecostés, porque para la Renovación Católica Carismática este es el hecho salvífico desde donde surge nuestra más profunda identidad y donde se fundamentan los objetivos que como Corriente de Vida en el Espíritu y Movimiento Apostólico tratamos de conseguir a nivel personal, comunitario y eclesial. Lo anterior no significa una desmedida prelación de Pentecostés frente al desdeño de las demás experiencias cristianas tales como la pasión, la crucifixión o la resurrección, por el contrario nuestra Cultura de Pentecostés como Renovación Católica Carismática supone, necesita y entra en perfecta coordinación con todo aquello que le da su verdadero sentido y valor dentro de la experiencia de un Dios Vivo que se ha abajado por amor a la condición humana para rescatarnos de nuestra miseria y que sigue realizando este misterio insondable cada vez que un hombre, una mujer, un joven o un niño abren su corazón a la acción de su Espíritu Santo.

La Cultura de Pentecostés compone nuestra identidad y es lo que deseamos compartir en completa libertad con la Iglesia y el mundo, no para que todos sean llamados y reconocidos como “carismáticos”, sino para que en nuestros tiempos se siga actualizando la gracia de Pentecostés dejándonos mover y guiar bajo el suave soplo del Espíritu de Dios, tal como sucedía en los tiempos apostólicos, y esto debe y puede suceder hoy en el lugar que estamos ocupando en el mundo y en la Iglesia. La Cultura de Pentecostés de la Renovación Católica Carismática no significa el que todas las personas e instituciones deban adscribirse a esta corriente o movimiento, lo que realmente se pretende simplemente es que todos nos reconozcamos como templos vivos del Espíritu Santo y que vivamos en coherencia con esta conciencia, esto es lo fundamental pues lo demás llegará por añadidura. En palabras del Papa Juan Pablo II: “Gracias al Movimiento Carismático, muchos cristianos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, han redescubierto Pentecostés como realidad viva y presente en su existencia cotidiana” Y en otra ocasión exhortaba a la Renovación Católica Carismática diciendo: “En nuestro tiempo, sediento de esperanza, den a conocer y hagan amar al Espíritu Santo.

Así ayudarán a que tome forma ‘la cultura de Pentecostés’, la única que puede fecundar la civilización del amor y de la convivencia entre los pueblos. No se cansen de invocar con ferviente insistencia: ¡Ven Espíritu Santo! ¡Ven! ¡Ven!” Esta es la Cultura de Pentecostés que debemos experimentar y proclamar para que de un profundo sentido a todo lo que hacemos como personas y comunidades para fortalecer nuestra unidad con el Dios Uno y Trino que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Todo lo anterior es lo que conforma nuestra más intima identidad, la cual tiene una importancia radical, pues así como es importante para una persona definir su personalidad e identidad individual de igual manera sucede en la RCC, la cual no está llamada a ser una corriente amorfa que pueda definirse y entenderse de cualquier forma, sino que por el contrario debe adquirir una personalidad que le ayude a ser identificada pero con lineamientos y orientaciones que guarden la debida correspondencia con aquellos establecidos por el mismo Cristo al momento de instituir su Iglesia. El deseo de una identidad definida para la RCC no pretende negar o coartar la diversidad carismática que en su interior tiende a manifestarse; lo que verdaderamente se quiere lograr es la unidad en la diversidad. La identidad bien lograda de la Renovación Católica Carismática será un elemento valioso para que no se desnaturalice y pierda sus objetivos y metas y para que cualquier viento de doctrina nueva y pasajera no nos conmueva y nos confunda, sino que le podamos hacer frente sabiendo cuál es nuestro norte y hacia donde tenemos que orientar todos nuestros esfuerzos.

¿QUÉ ES LA RENOVACIÓN CATÓLICA CARISMÁTICA?

Para iniciar este aparte del documento además de las ya tradicionales y bien conocidas definiciones de la RCC (las cuales mencionaremos más adelante) citaremos una expresión del Papa Juan Pablo II que bien puede ser una definición inicial de lo que es la Renovación Carismática: "Es una manifestación elocuente de la vitalidad siempre joven de la Iglesia, una expresión vigorosa de lo que el Espíritu está diciendo a las iglesias al final del segundo mileno" Para comenzar a comprender el concepto de lo que es la Renovación Católica Carismática, o como también es conocida, Renovación en el Espíritu, tenemos que asomarnos a la experiencia de los Apóstoles en Pentecostés. El Cenáculo es el lugar donde los cristianos nos dejamos transformar por la oración, junto a la Bienaventurada Virgen María, para acoger al Espíritu. Es también el lugar de donde salimos para llevar "hasta los confines de la tierra" el fuego de Pentecostés. La misión de la Renovación Católica Carismática es hacer presente hoy en el mundo la experiencia de Pentecostés. Confirma así su vocación de servicio a la Iglesia, que fue enriquecida con los carismas del Espíritu desde su nacimiento en el Cenáculo.

RENOVACIÓN ES DEJAR A DIOS SER DIOS

Desde sus comienzos, la Renovación ha aportado a la Iglesia una gran corriente de libertad. "Dejábamos a Dios ser Dios" es el testimonio de los pioneros de esta corriente. Fue esta una experiencia fundamental. Más que hacer, se trata de recibir el Don de Dios. Dejarle a Él la iniciativa, porque los cristianos encerramos con frecuencia a Dios en la pequeñez de nuestros intereses, de nuestros proyectos y normas. A veces se tiene la sensación de que Dios ha suscitado la Renovación Católica Carismática para ir a su compás. Dicen los pioneros de esta experiencia: “Hicimos un descubrimiento: más que hacer obras para Dios había que hacer las obras de Dios. También descubrimos la cercanía impresionante de un Dios que se goza en estar con los hombres".

RENOVACIÓN ES REAVIVAR LA LLAMA DEL ESPÍRITU

Ante todo debemos dar gracias a Cristo Jesús Nuestro Señor por el don precioso de la Efusión del Espíritu o Bautismo en el Espíritu, ya que este don viene a reavivar en nosotros las gracias que un día recibimos en el Bautismo y en la Confirmación, y nos hace vivir como adultos responsables la fe que entonces prometimos. Los Seminarios de Vida en el Espíritu son nuestro modo específico de evangelizar. Si en los comienzos de la Iglesia los convertidos se bautizaban, hoy hemos de convertir también y en primer lugar a los bautizados. Son miles los cristianos que se declaran creyentes y afirman al mismo tiempo que no practican. Los Seminarios de Vida en el Espíritu evangelizan con la fuerza del primer anuncio. El Espíritu se derrama con poder y nacen de ellos conversiones radicales, vocaciones al sacerdocio, a la vida contemplativa, compromisos con la sociedad, con los pobres, los presos, los enfermos.

RENOVACIÓN ES UNA BUENA NOTICIA PARA NUESTROS TIEMPOS

A todos aquellos hombres y mujeres que hoy tienen sed de Dios y andan buscándolo, a los que presienten que hay algo más allá de una fe quiete e impávida, para todos ellos la RCC debe ser la buena noticia de que en nuestra Iglesia hay un lugar para poder compartir la experiencia de un nuevo Pentecostés: LA RENOVACIÓN CATÓLICA CARISMÁTICA. La conforman grupos de todas las edades y condiciones -casados, solteros, religiosos, jóvenes y mayores- que desean vivir la buena noticia del Evangelio dando al mundo un testimonio de luz y esperanza.

RENOVACIÓN ES UNA CORRIENTE DE GRACIA Y MUCHO MÁS

La Renovación en el Espíritu Santo, es una corriente de gracia que busca mantener viva la experiencia de Pentecostés, a partir del “Bautismo en el Espíritu”. Hay que aclarar que esta definición no obsta para reconocer también a la RCC como un movimiento apostólico al interior de la Iglesia sino que más bien nos hace reconocer una doble naturaleza de la RCC como corriente de gracia y movimiento. Renovación es una nueva vivencia de la comunidad cristiana como el fruto de haber tenido un encuentro personal con Jesús y el Espíritu Santo, para llegar con ellos a Dios Padre.  “Acudían asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones”. Renovación es también la formación de comunidades que viven con gozo la experiencia personal de salvación, expresada en cantos y oraciones espontáneas, realizando de esta manera lo que San Pablo les pedía a las comunidades: “Recitad vosotros salmos, himnos, cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestros corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo”. Renovación es desarrollar una vida en el Espíritu viviendo la experiencia carismática, enseñada por San Pablo a la comunidad de los Corintos: "A unos se les da hablar con sabiduría, por obra del Espíritu. Otro comunica enseñanzas conformes el mismo Espíritu. Otro recibe el don de fe, en que actúa el Espíritu. Otro recibe el don de hacer curaciones, y es el mismo Espíritu. Otro hace milagros; otro es profeta; otro reconoce lo que viene del bueno o del mal espíritu; otro habla en lenguas, y otro todavía interpreta lo que se dijo en lenguas. Y todo es obra del mismo y único Espíritu".
(1a Corintios 12, 8-11)

RENOVACIÓN EN LOS NUEVOS ESTATUTOS DEL ICCRS

La Renovación Católica Carismática es una gracia de renovación en el Espíritu Santo de carácter mundial y con muchas expresiones en la Iglesia Católica, pero ni es uniforme ni unificada. No tiene un único fundador ni grupo de fundadores, y no tiene listas de miembros. Es más bien una corriente de gracia que permite a individuos y grupos expresarse de distintas maneras y formas de organización y actividades, a menudo bastante independientes unas de otras, en diferentes estadios y modos de desarrollo, con diferentes énfasis. No obstante, comparten la misma experiencia fundamental y abrazan los mismos objetivos generales. Este modelo de relaciones libres se encuentra en los niveles diocesanos y nacionales así como en el nivel internacional. Estas relaciones se caracterizan muy a menudo por la asociación libre, el diálogo y la colaboración más que por la integración en una estructura ordenada. El liderazgo se caracteriza más por ofrecer servicio a aquellos que lo quieren que por el gobierno. En varias realidades la RCC se organiza como Movimiento Eclesial, pero también hay estructuras tales como Comunidades, Redes, Escuelas de Evangelización, Estaciones de Televisión, Asociaciones, Institutos Religiosos y Seminarios, así como Editoriales, Músicos, Misioneros y Predicadores. Todos estos, aunque no estén formalmente asociados en una estructura específica tienen un perfil “carismático”.

OBJETIVOS DE LA RENOVACIÓN CATÓLICA CARISMÁTICA

El preámbulo de los nuevos estatutos del ICCRS nos enseña que los objetivos centrales de la Renovación Católica Carismática o Renovación Pentecostal Católica, como también se la llama, incluyen:

1. Amparar la conversión madura y constante a Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.

2. Amparar una receptividad personal decisiva a la persona, presencia y poder del Espíritu Santo. Estas dos gracias espirituales a menudo se experimentan juntas en lo que se llama en diferentes partes del mundo un Bautismo en el Espíritu Santo, o una Liberación del Espíritu Santo, o una Renovación del Espíritu Santo. Muy a menudo se las entiende como una aceptación personal de las gracias de la iniciación cristiana y como una capacitación para el servicio cristiano personal en la Iglesia y en el mundo.

3. Amparar la recepción y utilización de los dones espirituales (charismata o carismas) no sólo en la RCC sino también en la Iglesia en toda su extensión. Estos dones, ordinarios y extraordinarios se encuentran en abundancia entre los laicos, los religiosos y el clero. Su comprensión adecuada y utilización en armonía con otros elementos de la vida de la Iglesia es una fuente de fuerza para los cristianos en su camino hacia la santidad, y en la realización de su misión.

4. Amparar la obra de evangelización en el poder del Espíritu Santo, incluyendo la evangelización de los no bautizados, la reevangelización de los cristianos nominales, la evangelización de la cultura y las estructuras sociales. La RCC promueve especialmente el compartir la misión de la Iglesia proclamando el Evangelio de palabra y de obra, y dando testimonio de Jesucristo a través del testimonio personal y a través de esas obras de fe y justicia a las que cada uno está llamado.

5. Amparar el crecimiento constante en santidad, a través de la integración adecuada de estos énfasis carismáticos en la vida plena de la Iglesia. Esto se consigue a través de la participación en una vida sacramental y litúrgica rica, y una apreciación de la tradición de la oración y espiritualidad católicas. Esto está guiado por el Magisterio de la Iglesia, y la participación en el plan pastoral de la Iglesia. Los objetivos antes citados deben ser conocidos, estudiados y permanentemente recordados por toda persona y en toda obra que se identifique como una manifestación de Renovación Católica Carismática, pues sin ellos toda la labor carismática estará sin un rumbo y sin una identidad definidos. En la medida en que estos objetivos fundamentales sean asumidos estaremos posicionando a la Renovación Católica Carismática, en estos primeros cuarenta años de vivencia, ante una nueva etapa, tal como lo dijo en varias oportunidades S.S. Juan Pablo II: la de la madurez eclesial.
Ahora refirámonos particularmente a cada una de las experiencias que nos proponen estos objetivos.

CONVERSIÓN:
“Conviértanse y crean en la Buena Nueva porque el Reino de Dios ya está entre ustedes” (Mateo 3, 2; Marcos 1, 15; Hechos 2, 38) Esta fue la invitación con la que Juan Bautista preparó y anunció la pronta llegada de Jesús; fueron las mismas palabras con las que Jesucristo inició su ministerio público; y también fue la respuesta que le dio Pedro a la muchedumbre el día de Pentecostés cuando fue anunciada por primera vez la pasión, muerte, resurrección y señorío de Cristo: CONVERSIÓN. Esto nos enseña que la conversión es una invitación de Dios al hombre pero también es una respuesta del hombre a Dios. A través de la Conversión Dios nos invita a ser parte activa de la familia divina, es decir, verdaderos Hijos de Dios, Hermanos de Jesucristo y Templos del Espíritu; y a través de la conversión es como el hombre le da un “si” definitivo a Dios. La conversión en la vida de todo cristiano debe ser el resultado de haber experimentado el amor y la misericordia de Dios, sentirnos amados por Dios y a la vez debe ser el resultado del reconocimiento de nuestra condición de pecadores necesitados de la salvación divina. Si esto no sucede todo esfuerzo de conversión en nuestras vidas será infructuoso, pues el hombre no le encontrará ningún sentido a la conversión sin la experiencia del amor de Dios y sin el reconocimiento de nuestro pecado no tiene ningún sentido (Lucas 5, 8). Conversión es pasar de las tinieblas del pecado a la luz de la gracia de Dios; es pasar de la lejanía a la proximidad de Dios; es comenzar un nuevo camino, una nueva vida, un nuevo nacimiento (Juan 3, 3) Conversión es aceptar a Jesucristo con toda la radicalidad de su mensaje que nos dice: aquel que quiera venir tras de mi, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. La conversión es ante todo un cambio de corazón (Ezequiel 36, 26; Filipenses 2, 5) y ese cambio de corazón debe ir transformándonos en nuevas criaturas con una nueva vida. El cambio de conducta (externo) que se da en el hombre debe ser el resultado de un cambio interior.

La conversión es una invitación que Dios hace a todos los hombres. Dios no hace excepciones, todos estamos necesitados de la conversión. Nadie puede decir que no necesita convertirse, ni siquiera aquellos que se dicen “buenos” (ejemplo de San Pablo) La conversión es un proceso que debe ir haciéndonos crecer cada día más como mejores personas y como mejores cristianos, haciéndonos reflejos del rostro de Cristo. Es un esfuerzo de todos los días. La conversión no es obra únicamente del hombre sino que es el fruto del trabajo en unidad de Dios y el hombre. Por nuestras propias fuerzas no podremos llegar a Dios, siempre estaremos necesitados de su ayuda. Los anteriores son como los puntos básicos del camino de conversión que nos propone la Renovación Católica Carismática en su primer objetivo.

APERTURA AL ESPÍRITU SANTO

Hasta hace unos pocos años en la Iglesia se trataba el tema del Espíritu Santo como el gran desconocido de la Santísima Trinidad, pues siempre se había hablado del Padre y del Hijo profusamente, relegando un poco la presencia y el actuar del Espíritu Santo. Pero desde los tiempos del Concilio Vaticano II, cuando el Papa Juan XXIII convocó a los padres de la Iglesia invocando la presencia del Espíritu y, como Vicario de Cristo, abrió de par en par las puertas de la Iglesia a su acción renovadora, desde ese entonces parece ser que todos los cristianos hemos reaccionado y hemos sacado al Espíritu Santo de ese olvido al cual lo habíamos confinado y se ha iniciado, por así decirlo, una “nueva era” de su acción, que en realidad no tiene nada de “nueva”, pues este actuar es el mismo que hemos podido conocer a través de la Escritura, desde el principio de los tiempos y a lo largo del tiempo de la Iglesia. Esta es la apertura que nos propone este objetivo de la RCC.

La acción del Espíritu Santo debe concretarse en nuestras vidas pues no es solo una historia, es una persona divina que nos ayuda a tener la experiencia de un Cristo Vivo, que nos propone una renuncia al pecado y a la vez una vida nueva pero a partir del agua y del Espíritu, tal como se lo propuso a Nicodemo. El Sacramento del Bautismo que nos ha proporcionado la Iglesia nos ha sumergido en esa vida nueva, solo hace falta que cada uno abra su corazón para dejar actuar libremente al Divino Espíritu y así comencemos a dar razón de ese bautismo. “Si vivimos por el Espíritu, sigamos también a ese Espíritu” (Gálatas 5, 25). Estas palabras del Apóstol Pablo a los Gálatas nos hacen recordar que no es suficiente haber recibido al Espíritu Santo, sino que hay que dejarse guiar por Él mismo para poder llevar una vida acorde con el título de cristiano que ostentamos. El Espíritu entra en la vida del hombre a través del Sacramento del Bautismo y allí comienza a crecer y a multiplicar su acción en la medida en que su presencia no es disminuida ya sea por el pecado o por la falta de fe y apertura.

Cada bautizado debe procurar en su vida alcanzar una relación con el Espíritu similar a la que sostuvo con el mismo Cristo, no por apariencia o lujo, sino como la única y verdadera forma de poder vivir, pues vivir fuera del Espíritu lejos de hacer al hombre libre lo que conlleva es hacerlo esclavo de sus pasiones y por ende alejarlo de la vida divina que se nos ha ofrecido como el don más excelente de ser familia de Dios. De esta temática nos habla San Pablo a lo largo de todo el capítulo 5 de su carta a los Gálatas. Jesús al anunciar al Espíritu previene a sus discípulos diciéndoles: “y cuando Él venga (el Paráclito) convencerá al mundo en lo referente al pecado” (Juan 16, 8). Este convencimiento no tiene como fin denigrar o humillar al cristiano por parte de Dios, sino que es un paso necesario antes de que el hombre libremente tome la decisión de arrepentirse y aceptar la redención de Jesucristo. Pero además de preparar el corazón del hombre para el encuentro con Jesús, el Espíritu también da las fuerzas al cristiano para ir en pos de Jesús, ya que por sí solo el hombre nunca sería capaz de dejarlo todo por seguir a Jesús. El Espíritu también instruye al cristiano en la verdad, es por lo que ha sido llamado por muchos santos como “maestro interior”, pues en aquel que está atento a su enseñanza va regalando el conocimiento y la sabiduría que no se puede aprender en un libro o en una conferencia, pero que si es dada a los pobres y humildes de corazón (Mateo 11, 25-26). El Espíritu es anunciado por Jesucristo como el Consolador, pues su actuar en el cristiano tiene la capacidad de ayudarnos a comprender y aceptar todos los acontecimientos aparentemente negativos como parte del plan de Dios y nos enseña que de algo malo Dios siempre podrá sacar cosas buenas para nuestro bienestar (Romanos 8, 28). Por último, pero no menos importante, el Espíritu Santo nos llena del Amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos (Romanos 5, 5). Los doctores de la Iglesia se han referido al Espíritu como el Amor del Padre y el Hijo, por eso podemos entender que todo lo que el Espíritu hace en el hombre es fruto de ese amor de Dios, es un reflejo de la infinidad de su amor hacia nosotros. El Espíritu nos da la capacidad del amor a la manera de Dios (1ª Corintios 13), un amor que no tiene ningún otro interés sino el bien de la persona amada. El Espíritu Santo lo encontraremos en cada sacramento, en cada oración, en la Palabra de Dios, en la comunidad (sobre todo en los hermanos más necesitados) y también en los carismas.

RECEPCIÓN Y USO DE CARISMAS

En primer lugar debemos dar un sólido y confiable concepto de lo que son los carismas: “Gracias especiales con las que el Espíritu Santo santifica y dirige al Pueblo de Dios, las cuales distribuye a cada uno según quiere y que los hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la .” (Lumen Gentium Num. 12)
“Gracias del Espíritu Santo que tienen, directa o indirectamente, una utilidad eclesial, ya que están ordenadas a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo.” (Chitifideles Laici Num. 24). Las anteriores definiciones nos regalan varios elementos que nos ayudan a entender el verdadero sentido y alcance que la Iglesia misma le ha dado a este concepto: o Gracias: Entiéndase la palabra “gracias” no como aquella gracia santificante de Dios con la que nos ayuda a ser santos, sino que más bien esta palabra debe ser entendida como sinónimo de don, regalo, concesión muy especial. Y esta diferenciación nos da la oportunidad para decir que los carismas no son signos de santidad por sí mismos sino la oportunidad o el llamado que hace Dios a un camino de santidad.  Distribuye a cada uno según quiere: Los carismas son la expresión de la completa libertad del Espíritu, que en palabras del mismo Jesús “…sopla cuando quiere donde Él quiere y no sabes de dónde viene ni a dónde va…” (Juan 3, 8). Dios puede actuar en quien Él quiera pues tiene el poder para hacerlo por eso no debemos estratificar los carismas. Todos (ordinarios y extraordinarios) provienen del soplo del mismo Espíritu.  Santifica, dirige y capacita al Pueblo de Dios: Los carismas no son signos de santidad pero son el inicio de un llamado a la vida en el Espíritu y por ende a la vivencia de la Santidad. Los carismas, según nos enseña el Concilio Vaticano II, también ayudan a orientar al Pueblo de Dios y muestran los caminos que Dios quiere que vayamos recorriendo como Iglesia. También los carismas capacitan a quienes los reciben para cumplir su misión dentro de la Iglesia, por eso no debemos sentirnos incapaces de esto o aquello, porque cuando Dios llama, inmediatamente capacita, es decir, derrama los dones que ese llamado necesita. Recordemos la vocación de Jeremías (1, 4-10). o Renovación y Edificación de la Iglesia: Los carismas son para la Iglesia: para su belleza, vitalidad y unidad, no para la persona que lo recibe. Es por esto que podemos decir que la verdadera y principal finalidad de todo carisma es el servicio en la Iglesia y desde la Iglesia, en la comunidad y desde la comunidad. El servicio es lo que renueva y edifica permanentemente el edificio de Dios que es la Iglesia.  Para bien de los hombres y necesidades del mundo: En este aspecto de los carismas San Pedro nos da una regla de oro: “Que cada cual ponga al servicio de los demás el carisma que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios. Si alguno habla, sean palabras de Dios; si alguno presta servicio hágalo en virtud del poder recibido de Dios, para que Dios sea glorificado en todo por Jesucristo (1ª Pedro 4, 10-11). Hay que reflexionar y cuestionarnos si este aspecto de los carismas lo estamos viviendo adecuadamente, pues aunque estamos viviendo un despertar de carismas al interior de la Iglesia, es aun mucho lo que falta para poner al servicio de las necesidades del mundo los carismas recibidos.

No podemos dejar de decir que existe una gran variedad de carismas, pues el Espíritu nunca se repite y actúa de manera única y particular sobre cada persona que abre el corazón a su acción y estos pueden ser clasificados como ordinarios y extraordinarios según su necesidad en la misma Iglesia. En el tema de los carismas, este es el aspecto donde se ha presentado la mayor problemática al interior de la RCC, pues muchos hermanos al saberse o creerse bendecidos por el Espíritu con uno varios carismas, se sienten suficientemente “iluminados” por Dios y comienzan a ejercer su carisma autónomamente sin dejarse orientar y sin tener en cuenta al resto de la comunidad ni de la Iglesia, y esta actitud ha generado en muchos de nuestros pastores y demás movimientos una prevención cuando se menciona la palabra “carismático”. Pero lo cierto es que así como muchos han optado por el camino fácil de ejercer su carisma a su libre albedrío e incluso para su propio beneficio, somos muchos más aquellos que hemos optado por el camino de someter nuestro carisma a la comunión y a la guía de Dios por medio de quienes tienen la autoridad para hacerlo. Ahora vamos a estudiar unos elementos fundamentales sin los cuales el ejercicio de los carismas no es edificante, y por tanto no cumplen el objetivo para el cual han sido dados: Humildad: La humildad es la guardiana de todo carisma. Se necesita que la humildad habite en nuestros corazones primero para reconocer el actuar particular del Espíritu en nuestra propia vida y también para saber que por mucho que ejerza el carisma en su justa medida, esa gracia y toda la gloria solo le pertenece a Dios. Tomemos el ejemplo de la Bienaventurada Virgen María, quien supo reconocer el actuar de Dios en ella y no adueñarse de esa gracia, sino darla y compartirla con los demás humildemente (Lucas 1, 46-55).

Discernimiento: Como consecuencia de lo anterior es necesario someter el propio carisma al discernimiento en primer lugar de la misma comunidad y además al de nuestros legítimos pastores. El Concilio Vaticano II nos lo recuerda: “…el juicio de su autenticidad y de su ejercicio razonable pertenece a quienes tienen la autoridad en la Iglesia, a los cuales compete ante todo no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que es bueno (1ª Tesalonicenses 5, 12. 19-21)” (Lumen Gentium Num. 12)
 Obediencia: La obediencia es el camino de purificación de todo carisma. Recordemos la historia del Santo Padre Pío. Recibió un carisma muy especial y en obediencia a su Obispo le fue prohibida la celebración pública de la Eucaristía. Así mismo podemos recordar la historia de todos los santos quienes sometiendo su propio carisma en obediencia, alcanzaron la santidad.  Complementariedad. Tenemos que comprender que nuestro carisma no está aislado del carisma de nuestros demás hermanos sino que nos complementamos unos a otros en nuestro caminar como comunidad hacia la presencia de Cristo. Para explicar esto, recurramos al conocido ejemplo del cuerpo que toma San Pablo en la Primera Carta a los Corintios (12, 12-30) para explicar la diversidad, unidad y complementariedad de los carismas en la Iglesia. Cada quien debe reconocer su propio carisma para ejercerlo en su debido lugar con alegría y sin ninguna clase de envidia, sabiendo que todos los carismas son igual de importantes para la construcción del Cuerpo de Cristo y por esto podemos afirmar que el carisma del otro también es mí carisma.  Maduración: Todo carisma debe ser sometido conscientemente a un proceso de maduración. El carisma que Dios nos da es apenas un principio, no un final, por eso debemos hacerlo crecer cada día con la propia conversión, la fe, la oración, la Palabra de Dios, la formación y la prudencia en su ejercicio. Para finalizar con este objetivo, recordemos lo que dice San Pablo al inicio de su cántico al amor: Les voy a mostrar un camino más excelente (12, 31), este camino es el amor. El amor debe ser la raíz más profunda de todo carisma. Si nuestros carismas no están enraizados en el amor de Dios ellos no darán los frutos del Espíritu que nos enumera San Pablo en la Carta a los Gálatas (5, 22-23), por el contrario darán frutos provenientes de la carne (5, 19-21). Los carismas por sí solos no son garantía de salvación, por eso el Señor Jesús nos advierte diciéndonos: “No todo el que diga ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los Cielos” (Mateo 7, 21-23). Esto nos debe hacer entender que el carisma no es lo esencial, sino el amor con que se acoja, se ejerza y se done a los demás. Como dice un santo (creo que San Agustín): Al final de nuestras vidas seremos examinados en el amor.

FOMENTO DE LA EVANGELIZACIÓN

La evangelización que en estos tiempos la RCC pretende fomentar en comunión con el resto de la Iglesia es aquella que, según la exhortación del Papa Juan Pablo II en el marco de la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo, debe ser nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en su expresión. Dejemos que sea la voz del pastor la que nos instruya al respecto: “La nueva evangelización es dar a la acción pastoral "un impulso nuevo, capaz de crear tiempos nuevos de evangelización, en una Iglesia todavía más arraigada en la fuerza y en el poder perennes de Pentecostés" (Evangelii Nuntiandi, 2).

La nueva evangelización no consiste en un "nuevo evangelio", que surgiría siempre de nosotros mismos, de nuestra cultura, de nuestros análisis de las necesidades del hombre. Por ello, no sería "evangelio", sino mera invención humana, y no habría en él salvación. Tampoco consiste en recortar del Evangelio todo aquello que parece difícilmente asimilable para la mentalidad de hoy. No es la cultura la medida del Evangelio, sino Jesucristo la medida de toda cultura y de toda obra humana. No, la nueva evangelización no nace del deseo "de agradar a los hombres" o de "buscar su favor" (Gál 1,10), sino de la responsabilidad para con el don que Dios nos ha hecho en Cristo, en el que accedemos a la verdad sobre Dios y sobre el hombre, y a la posibilidad de la vida verdadera. La nueva evangelización tiene, como punto de partida, la certeza de que en Cristo hay una "inescrutable riqueza" (Ef 5,8), que no agota ninguna cultura, ni ninguna época, y a la cual podemos acudir siempre los hombres para enriquecernos (cf. Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Declaración final, 3). Esa riqueza es, ante todo, Cristo mismo, su persona, porque Él mismo es nuestra salvación. Los hombres de cualquier tiempo y de cualquier cultura podemos, acercándonos a Él mediante la fe y la incorporación a su Cuerpo, que es la Iglesia, hallar respuesta a esas preguntas, siempre antiguas y siempre nuevas, con las que los hombres afrontamos el misterio de nuestra existencia, y que llevamos indeleblemente grabadas en nuestro corazón desde la creación y desde la herida del pecado”. (Discurso Inaugural del Santo Padre en la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano) Esta es la evangelización que la Renovación Católica Carismática esta llamada a vivir, proclamar y fomentar desde la Iglesia en medio de los no bautizados y de los cristianos nominales, en medio de la cultura y de las estructuras sociales.

CRECIMIENTO EN SANTIDAD

Por último, pero no menos importante, se hace necesario clarificar que este es el fin último de toda la experiencia de la RCC, pues se trata de un formal llamamiento a la santidad reflejo de la misma invitación que nos hace Dios a través de su Palabra (Levíticos 20, 26; Mateo 5, 48; Efesios 1, 3-4; 1ª Pedro 1, 15).

En algunas palabras de Papa Juan Pablo II dirigidas en distintas ocasiones a la RCC podemos encontrar las pautas del camino de santidad que nos proponemos como un objetivo fundamental: La Renovación está llamada a comenzar de nuevo en Cristo…. La intención de un compromiso renovado por el Evangelio requiere ante todo volver a descubrir la santidad como corazón y centro de todo apostolado: es necesario tender con todas nuestras fuerzas hacia la santidad, para proponer de nuevo a todos con convicción este alto grado de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección”.

“La santidad es la meta a la que mira nuestra programación. La santidad tiene en su núcleo la contemplación del Señor Jesús, y toda nuestra programación debe buscar llevar a la gente a una conciencia más profunda del Único Salvador del mundo… ¡La Iglesia y el mundo necesitan santos! Y todos los bautizados sin excepción ¡están llamados a ser santos! Esto es lo que el Concilio Vaticano II quería decir cuando habló de ‘la vocación universal a la santidad’ (Lumen Gentium Num 5)…

 Los santos son gente que se ha enamorado de Cristo. Y es por esto que la Renovación Carismática ha sido un don grande para la Iglesia: ha conducido a multitud de hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, a esta experiencia de amor que es más fuerte que la muerte” “La santidad es la prioridad de todos los tiempos y por lo tanto, también de nuestra época. La Iglesia y el mundo necesitan santos, y nosotros seremos tanto más santos cuanto más dejemos que el Espíritu Santo nos configure con Cristo. Este es el secreto de la experiencia regeneradora de la “Efusión del Espíritu”, experiencia típica que distingue el camino de crecimiento propuesto a los miembros de sus grupos y comunidades”. Las anteriores reflexiones de quien fuera nuestro pastor universal nos recuerdan el urgente llamado que nos hace Cristo a través de su Iglesia a ser santos. No podemos desfallecer en esta labor de comenzar trabajando por la propia santidad pero también tocando los corazones de los demás hombres para invitarlos a ser santos y perfectos como lo es nuestro Padre del Cielo. Esta opción de la santidad solo puede ser el fruto de un profundo enamoramiento de Jesucristo. En la medida en que nos dejemos amar por Dios y correspondamos a ese amor coherentemente, el camino de santidad será más fácil de escoger y asumir aun con todas las cargas y renuncias que nos propone.

Consejo de la renovación carismática, Colombia.

jueves, 27 de septiembre de 2012

"Cómo ser un líder virtuoso"


Cómo ser un líder virtuoso
Entrevista con Alexandre Havard
ROMA, lunes, 14 abril 2008 (ZENIT.org).- Los líderes no nacen, se hacen. Y el liderazgo no es algo reservado a las élites sino una vocación generalizada. Son ideas promovidas por el director del Centro Europeo para el Desarrollo del Liderazgo (European Center for Leadership Development), Alexandre Havard.
Este emprendedor cuenta a Zenit que cuando más profundamente se viven las virtudes, más se puede cambiar la cultura. Havard ha ideado el programa ejecutivo titulado «Liderazgo virtuoso» que convierte las virtudes clásicas como base para la excelencia personal y profesional.
Su experiencia está ahora recogida en un libro en inglés, «El liderazgo virtuoso, una agenda para la excelencia personal» («Virtuous Leadership: An Agenda for Personal Excellence», Scepter).
--Los líderes: ¿nacen o se forman?
--Havard: El liderazgo es cuestión de carácter. El carácter es algo que podemos configurar, moldear y fortalecer. Fortalecemos nuestro carácter a través de la práctica habitual de hábitos morales sanos, llamados virtudes éticas o morales. Las virtudes son cualidades de la mente, la voluntad y el corazón. Las adquirimos con nuestros esfuerzos. El acto propio para adquirirlas es un acto de liderazgo.
El carácter no es el temperamento. El temperamento es innato, es un producto de la naturaleza. Puede ayudar en el desarrollo de algunas virtudes e impedir otras. Si soy apasionado por naturaleza, puede parecerme relativamente fácil la práctica de la valentía, pero si soy reticente, puede ser que el coraje se convierta para mí en un auténtico reto. Sin embargo, precisamente mis defectos de temperamento me hacen consciente de que debo luchar por superarlos. De este modo los defectos se convierten en fuerza moral.
Las virtudes imprimen carácter en nuestro temperamento de modo que éste ya no nos domina. Si me faltan virtudes, seré un esclavo de mi temperamento. Las virtudes regulan el temperamento. Una persona impulsiva, inspirada por la virtud de la prudencia, se convierte en más reflexiva. La persona ansiosa y dudosa, inspirada por la misma virtud, se siente impulsada a actuar y a no demorarse. Las virtudes estabilizan nuestra personalidad y relegan las manifestaciones extremas.
El temperamento no tiene que ser un obstáculo para el liderazgo. El obstáculo real es la falta de carácter, que nos deja rápidamente secos, sin energía moral, y bastante incapaces para ejercer el liderazgo.
Hay quien piensa que uno tiene que haber nacido líder, que algunos tienen un don especial y otros no, que el liderazgo es algo ligado al temperamento o a la experiencia. No todos pueden ser Roosevelt o un De Gaulle o un Churchill, piensan. Nada más lejos de la verdad. El liderazgo no está reservado a una élite. No es una vocación de unos pocos. Jefes de estado, profesores, profesionales industriales, amas de casa, responsables militares, agentes sanitarios..., todos ejercen el liderazgo.
La gente espera que hagan lo justo, que sean hombres y mujeres de carácter y virtud, motivados por una visión magnánima hacia las personas que tienen a su cargo. Y se sienten defraudados si fallan. Los líderes tienen  que ser virtuosos para ser líderes reales y, ya que la virtud es un hábito que se adquiere con la práctica, decimos que los líderes no nacen, se hacen.
--¿Qué significa que el carácter es la virtud en acción?
--Havard: Que las virtudes son más que simples valores. Las virtudes son fuerzas dinámicas. De hecho, su raíz en latín, «virtus», viene de fuerza o poder. Cada una, si se practica habitualmente, reafirma progresivamente la propia capacidad para actuar.
En mi libro me refiero a seis virtudes. La magnanimidad, para luchar por cosas grandes y plantearse desafíos a uno mismo y a los demás. La humildad, para superar el egoísmo y acostumbrarse a servir a los otros. La prudencia, para tomar decisiones justas. La valentía, para mantenerse y resistir a todo tipo de presiones. El autocontrol, para subordinar las pasiones al espíritu y al cumplimiento de la misión y la justicia, para dar a cada uno lo que merece.
Los líderes son magnánimos en sus sueños, visiones y sentido de misión, en su capacidad para esperar, confianza y osadía, en su entusiasmo por el esfuerzo que requiere el éxito en su trabajo. También en su propensión para usar medios proporcionados a sus objetivos, en su capacidad para lanzarse desafíos a sí mismos y a los que tienen alrededor. La magnanimidad del líder está dirigida a servir a los otros, a su familia, clientes, colegas, a su país y a toda la humanidad.
Esta noble ambición para servir es uno de los frutos de la hermosa virtud de la humildad. Las virtudes no toman el lugar de la competencia profesional, sino que son parte de ésta.
Puedo tener un diploma en psicología y trabajar como consultor, pero si no tengo prudencia, me encontraré con dificultades para dar consejo a mis clientes.
Puedo tener un MBA [máster en administración de empresas] y ser un ejecutivo de una gran corporación, muy bien, pero si no tengo valentía, mi capacidad para liderar ante la dificultad queda en tela de juicio. La competencia profesional exige más que poseer técnicas o conocimientos académicos, implica la capacidad para usar este conocimiento para que dé frutos.
--¿Cualquier persona es capaz de adquirir y crecer en las virtudes?
--Havard: No todo el mundo se convierte en presidente o primer ministro, ni puede ganar el Premio Nobel de Literatura o jugar en los New York Yankees. Pero todo el mundo puede crecer en la virtud. El liderazgo no excluye a nadie. La virtud es un hábito, se adquiere por repetición.
Si actuamos con valentía repetidamente, al final lo haremos como una costumbre. Si repetidamente actuamos con humildad, se convertirá en una acción habitual. La infancia y la adolescencia desempeñan un papel muy importante en nuestras opciones futuras. Nuestros padres nos influencian para discernir entre el bien y el mal. Pero el crecimiento por sí solo, y la formación, no determinan el carácter. No es raro que niños que hayan crecido en la misma familia usen la libertad de manea distinta y se conviertan en personas muy distintas.
Como el temperamento, nuestro entorno cultural nos puede ayudar a desarrollar ciertas virtudes. En una sociedad marcada por la sensualidad, puede ser duro cultivar virtudes como el autocontrol y la valentía.
Puede ser duro vivir virtuosamente en el contexto cultural actual, pero no es imposible. La capacidad de decir que no nos confiere un gran poder. Somos libres para decidir hasta qué punto dejamos que la cultura actual nos afecte.
Hemos escogido libremente ser lo que somos. ¿Vicio o virtud? Depende de nosotros. La virtud implica y depende de la libertad. No se puede forzar, es algo que escogemos libremente. Si las practicamos asiduamente, el camino al liderazgo está abierto. El liderazgo empieza cuando usamos nuestra responsabilidad libremente.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

"Canto y oración en lenguas"


La oración en lenguas Ceferino SANTOS, S.J.
Revista NUEVO PENTECOSTÉS
Nº 81 – Julio/Agosto de 2002



Aclaraciones necesarias.

Es infrecuente hallar en los diccionarios de espiritualidad o en los tratados sobre la oración y sus métodos una sola palabra acerca de la oración en lenguas. Esto resulta aún más extraño cuando se trata de un modo de oración bíblico y evangélico, que se viene practicando, con interrupciones, desde Moisés hasta nuestros días. Incluso he sabido de prohibiciones a personas concretas para que no oren en lenguas por parte de directores espirituales y autoridades eclesiásticas. San Pablo 'daba gracias a Dios porque oraba en lenguas más que los otros' (1 Co 14,18). Supongo que a San Pablo, que reconoce la autenticidad en la Iglesia de Cristo de la oración en lenguas, inspirada por el Espíritu Santo, no le corregirían la página doctores o teólogos más o menos doctos o indocumentados.

Existen diferentes razones para la oposición y el rechazo en ambientes eclesiales de la oración en lenguas. Recordemos, por ejemplo, la costumbre eclesial de iniciar en la oración a los creyentes por medio de la oración vocal y mental, tan discursiva, tan metódica y racional. Esto descoloca totalmente a los maestros y a los discípulos de oración, que no van a ver con buenos ojos una oración no discursiva, que suena a jerigonza. Pero sucede que esta oración también nos comunica con Dios. San Pablo decía: "El que habla en lengua no habla a los hombres sino a Dios. En efecto, nadie le entiende y dice en espíritu cosas misteriosas" (1 Co 14,2). Algunos pueden pensar desde su racionalismo espiritual, que la oración que no se entiende no es oración. Y esto es falso. Algunas personas, que recitaban hace años el Oficio divino en latín, -lengua que desconocían-, tenían intención de orar y oraban, aunque no entendieran el latín. La oración en lenguas es oración hecha desde el Espíritu con gemidos inenarrables.

A otros la oración en lenguas les parece algo poco serio en personas maduras. Sin embargo, es el propio Espíritu de Dios el que ruega en nosotros, que no sabemos como pedir, con gemidos y súplicas que no se pueden expresar (Rm 8,26). Puede parecer que se trata aquí de un prelenguaje ilógico e infantil, pero si no nos hacemos como niños no entramos en los secretos de Dios y del reino de los cielos (Mt 18,3). La oración en lenguas es la puerta para otros dones del Espíritu. La puerta no es la casa, pero es su entrada normal. Podría resultar peligroso bloquear esta puerta a la oración. Orar en lenguas es un sometimiento y un abandono infantil en las manos del Espíritu para clamar a Dios con los sonidos ininteligibles que él quiera poner en nuestros labios. El olvido del yo y del propio prestigio introduce en una humildad que agrada a Dios.

La oración en lenguas es una respuesta divina al orgullo humano y a las limitaciones del lenguaje oracional corriente. "Como dice Iragui, es un bofetón en la cara del viejo y orgulloso Adán. Pero, ante todo, es la respuesta divina a las limitaciones de la mente y del vocabulario humano". Dios no cabe en nuestras palabras y en nuestras mentes y el Espíritu ora en nosotros con gemidos inenarrables para trascender nuestras limitaciones y barreras. "Se trata en el don de orar en lenguas de una expresión religiosa que traduce lo inefable" de Dios afirma Benigno de JUANES.
Hoy, millones de pentecostales y neopentecostales, oran a Dios en lenguas y miles de católicos les acompañan, movidos por el Espíritu de Dios. De repente, en una oración o un culto, donde todo estaba medido y razonado, llega el Espíritu de un modo nuevo y suprarracional, sin que sepamos de dónde viene y a dónde va, y nos arrastra por caminos de oración con expresiones y sonidos extraños a nuestras costumbres y rutinas institucionalizadas, trascendiendo el pensar racional y las exigencias de la mente psíquica y discursiva. Algunos tropiezan con dificultades en su oración vocal o mental, y se refugian en una oración de simplicidad en lenguas, que no les exige demasiados esfuerzos racionales. A veces en la misma oración de quietud y contemplativa se da una "loquela" interna y aun externa, semejante al rezo en lenguas. Este fenómeno de amplia experiencia espiritual no se debe pasar por alto al exponer los diversos caminos de la oración cristiana.

El fenómeno de la oración en lenguas en el Antiguo Testamento.

Al recordar entre los diversos tipos de oración cristiana a la oración en lenguas, no es necesario remontarse a la exaltación profética de los setenta ancianos, que reciben una parte del espíritu de Moisés y comienzan a profetizar todos juntos con expresiones extrañas sin poderse detener (Nm 11,25). Ni necesitamos acudir al frenesí de los profetas de Guibeá, a los que se une Saúl en trance, después de haber sido ungido por Samuel como rey, y que hace exclamar a uno del pueblo: "¿Quién es el padre de éste? (1 S 10,12), puesto que se expresaba con lenguas extrañas a la de Israel. A causa de este modo raro y oscuro de hablar, se llamaba a veces a los profetas "locos" (mesuggá) ( 2 R 9,11; Jr 29,26; Os 9,7).

El lejanísimo profeta Isaías recordaba que Dios se comunicaba con mensajes en lenguas no conceptuales: "¿A quien se le hará entender lo que oye? A los recién destetados, a los retirados de los pechos. Porque dice:
Sau la sau, sau la sau, cau la cau, cau la cau, zeer šam, zeer šam. Sí, con palabras extrañas y con lengua extranjera hablará a este pueblo" (Is 28,9-11). Los remedos de un lenguaje ininteligible y bárbaro también son utilizados por el Espíritu de Dios para su comunicación oracional y profética en nosotros.

En los Salmos se nos recuerda este modo de orar a Dios con palabras ininteligibles de aclamación y júbilo: "Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo... Dios sube entre aclamaciones de júbilo, Yahvé al resonar de la trompeta" (Sl 47,2.6). "Dídimo, escritor cristiano del siglo IV, comenta empalmando esta experiencia del Antiguo Testamento con los júbilos carismáticos del cristianismo primitivo: 'La jubilación es el grito sin significado -Foné ásemo-) que se lanza cuando caen los enemigos. Dios sube, en efecto, comenta Alberto Ibáñez, por el hecho de que es encontrado por encima de nuestro pensamiento, hyperáno tes noéseos. Dios fue honrado con palabras que superan nuestro entendimiento, es decir, con oración de lenguas en el Testamento Antiguo.

¿Oró Jesús en lenguas?

Es muy probable que Jesús, Maestro de oración, orase también en lenguas. En la cruz, antes de expirar, "Jesús, gritando de nuevo con gran voz, exhaló el espíritu" (Mt 27,50). Se trata de una oración en gritos y gemidos, que San Lucas interpreta como: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46). San Mateo, dice que "gritó de nuevo". Antes Jesús "alrededor de la hora de nona clamó con fuerte voz: '¡Elí, Elí!, ¿lemá sabactani?', esto es, '¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?'. Al oírlo algunos de los que estaban allí decían: 'A Elías llama éste'." (Mt 27,46-47). Muchos no entendieron en el grito de Jesús las palabras hebreas del Salmo 22,2. Cristo en la cruz ora con el grito y el gemido propio de la oración en lenguas.

Ante el sepulcro de Lázaro, Jesús 'se conmovió en el espíritu' (enebrimésato to pnéumati, Jn 11,33.38). Jesús no reprimió cierto sonido inarticulado de conmoción fuerte, pronunciado con el Espíritu y gimió y murmujeó por medio de su Espíritu. Esto es orar en lenguas.

Al regresar los setenta y dos discípulos de su misión, "Jesús exultó en el Espíritu Santo" (Lc 10,21). El verbo agal·liáo, llenarse de gozo en el Espíritu es otro equivalente para expresar el comienzo de una oración de bendición y de acción de gracias en lenguas. No podemos excluir este modo de orar en la vida de Jesús.

En otra ocasión, Jesús "dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dijo: '¿Por qué esta generación pide una señal?'." (Mc 8,12). El texto griego dice: anastenátsas to pneúmati, gimiendo con el espíritu, esto es, orando no desde la razón, sino desde el espíritu. ¿Por qué Jesús no iba a orar también por nosotros con gemidos inefables? (Rm 8,26). Ante el sordomudo de Decápolis Jesús "levantando los ojos al cielo, dio un gemido (esténatse, de nuevo) y le dijo: 'Effathá', que significa 'ábrete'." (Mc 7,33). ¿No se trasluce aquí también la oración de lenguas, de gemidos o en el espíritu y en lengua distinta a la de sus oyentes?

Incluso en el Bautismo de Cristo en el Jordán algunos intérpretes han querido ver en la frase: "Descendió sobre él el Espíritu en forma de paloma" (Mc 1,10), una experiencia pneumática en Cristo, que según A. Ibáñez, se manifestó con un canto en forma de arrullo, gemidos y zureos de paloma.

Finalmente, la Carta a los Hebreos sugiere que Cristo oraba continuamente de un modo parecido al de la oración en lenguas: Cristo, "habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y deprecaciones con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente" (Hb 5,7). Las deprecaciones (hiketerías) con poderoso clamor y lágrimas recuerdan una vez más las características comunes de una oración en lenguas, que Cristo mismo utilizó en la oración del Huerto de los Olivos y en otros momentos de su vida mortal.

Oración eclesial en lenguas.

Es en Pentecostés cuando comienza propiamente la exaltación cristiana de la oración en lenguas. Baja sobre los apóstoles un desbordamiento del Espíritu Santo, en forma de lenguas como de fuego, y ellos se ponen a hablar en otras lenguas como el Espíritu les concedía expresarse (Hch 2,3-4). Los apóstoles están hablando un lenguaje distinto del habitual. Este lenguaje oracional es comprendido por unos misteriosamente en sus propias lenguas; otros, en cambio, no entienden nada y creen que los discípulos están borrachos. (Hch 2,11-13). Tanto si se trata de un fenómeno de xenoglosia (hablar en lengua extranjera) como si se trata de una glossolalia (mensaje no inteligible) hasta que el Espíritu de Dios no conceda una interpretación, Pentecostés es el comienzo de la posterior utilización de las lenguas en la oración de la Iglesia.
Se da una estrecha relación entre la recepción gratuita del Espíritu Santo y el orar en lenguas. Cuando Pedro predica a Jesús en la casa de Cornelio en Cesarea del Mar, "los fieles circuncisos que habían venido con Pedro quedaron atónitos al ver que el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles, pues les oían hablar en lenguas y glorificar a Dios" (Hch 10,45-46). En Éfeso, los discípulos que reciben el bautismo en el nombre de Jesús, "habiéndoles Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar" (Hch 19, 6). El mismo Espíritu Santo enseña a orar con los gemidos inefables de lenguas extrañas después de su efusión poderosa en los creyentes. La oración en lenguas existió en la primitiva Iglesia y, de un modo especial, en la iglesia de Corinto.

San Pablo y la oración en lenguas.

San Pablo distingue con claridad entre el orar con la mente y orar con el espíritu. "Oraré con el espíritu, pero oraré también con la mente. Cantaré salmos con el espíritu, pero también los cantaré con la mente" (1 Co 14,15). Orar o cantar con el espíritu es lo mismo que orar o cantar en lenguas, pues en ambos casos la oración es ininteligible y nadie le entiende, "pues dice en espíritu cosas misteriosas" (1 Co 14,2).

Cuando uno ora en lenguas en la asamblea, conviene que alguien "interprete, para que la asamblea reciba edificación" (1 Co 14,5). "El que habla en lengua, pida el don de interpretar" (1 Co 14,13). La interpretación no es una traducción de la oración individual en lenguas, sino una aclaración del mensaje, inspirada por el Espíritu Santo. La interpretación puede venir del mismo que hace la oración en lenguas (1 Co 14, 5c), o, más frecuentemente, de otro que recibe de Dios la sustancia del mensaje proclamado. "Si se habla en lengua, que hablen dos o a lo más tres; y que haya un intérprete. Si no hay quien interprete, guárdese silencio en la asamblea; hable cada cual consigo mismo y con Dios." (1 Co 14,27-28).

Aquí San Pablo recomienda la oración en lenguas en privado. Se trata de un uso oracional muy común. Otras veces, se ora individualmente en una asamblea de oración. Entonces San Pablo pide el don de la interpretación para que la asamblea entienda y saque provecho espiritual. Puede ser que la oración en lenguas se haga en canto y comunitariamente: "Llenaos más bien del Espíritu. Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados (odaîs pneumatikaîs); cantad y salmodiad al Señor desde vuestros corazones" (Ef 5,18-19). Esos cánticos y salmodias inspirados por el Espíritu (pneumatikaîs) evocan claramente la oración comunitaria en lenguas. "Cantaré salmos con el espíritu (en lenguas), pero también los cantaré con la mente" (1 Co 14,15).

Para San Pablo, la oración en lenguas discernida y ordenada es buena y recomendable: "No impidáis que se hable en lenguas; pero hágase todo con decoro y orden" (1 Co 14,39-40). La conveniencia, el decoro y el orden mostrarán cuando es conveniente o no la oración de lenguas en público. En privado San Pablo no se opone a este tipo de oración: "Deseo que habléis todos en lenguas" (1 Co 14,5a). Y así ha sucedido, insiste Ibáñez, a lo largo de la historia de la Iglesia.

Observaciones finales.

Toda oración en lenguas debe ser discernida por sus orígenes, su desarrollo y sus frutos para ver si proviene del Espíritu Santo que ora con gemidos inenarrables en los creyentes. Hay expresiones de sentido oculto como los matras hindúes que se repiten insistentemente hasta producir un estado de concentración o hechizamiento, que no tienen nada que ver con la oración en lenguas. Ésta es producida por el Espíritu que desde la unción y la devoción interna lleva a las expresiones en lenguas, mientras que en los mantras, la repetición de las frases misteriosas produce como consecuencia un estado interior parecido al ensimismamiento. En sesiones satánicas se da el fenómeno de lenguas para adquirir poderes, pero nunca una oración en lenguas que alabe y glorifique a Dios. Estados mentales alterados de exaltación, paranoia o drogas pueden producir expresiones parecidas a la oración en lenguas, pero vacías de devoción y piedad verdaderas. Ni por su origen (Espíritu Santo), ni por su modo (sometimiento reverente al Señor) ni por su finalidad (glorificar a Dios) se puede confundir la verdadera oración en lenguas con sus caricaturas.

En cambio, en momentos de oración profunda resulta casi imposible comunicarse con Dios con nuestras limitadas expresiones semánticas y brota la oración en lenguas. "Parece legítimo llegar a la conclusión de que hablar en lenguas no es tanto el vértice de una experiencia emocional, sino más bien el límite de la capacidad humana de alabar a Dios, que es infinito. Después que se han usado todas las palabras, después que se ha apelado al universo entero y se han agotado todas las formas y todos los modos (cfr. Dn 3,5-90; Sal. 148; 149; 150, etc.) no queda más recurso que esta oración absoluta e importante, a la cual el Espíritu concede dimensiones de infinito", cómo afirma el P. Mario Panciera.

San Agustín expresaba la necesidad de la oración en lenguas con la maravillosa concisión de su latín: "Si eum fari non potes, et tacere non debes, ¿quid restat nisi ut iubiles?": "Si no aciertas a hablar de Dios y, por otra parte, no te es lícito callar, ¿qué te queda sino que jubiles para que goce el corazón sin palabras y la inmensa amplitud de los gozos no tenga los límites de las sílabas?". Para San Agustín jubilar es lo mismo que orar y cantar en lenguas.

No importa mucho la pobreza o la repetición de los mismos sonidos: "Al orar en lenguas, aunque sólo se repita una palabra o los mismos sonidos al oído humano, la oración varía infinitamente, explica M. Iragui, pues es el Espíritu el que determina su sentido; y el Espíritu es simpre nuevo, original y creativo..... Hoy son muchos los millones de cristianos que oran en lenguas. El Espíritu se sirve, sin duda, de ellos para bendecir a muchísimos millones. Si el Señor te da el deseo de orar en lenguas, ofrece tu lengua al Espíritu y acéptalo con humildad y sencillez cuando aflore". Las raíces psicológicas del lenguaje y el mismo subconsciente humano se someten a Dios y se purifican en la oración en lenguas. El modo de orar no importa mucho; lo que sí interesa es que el Espíritu de Dios guíe tu oración y te enseñe la oración con gemidos inenarrables y con salmos espiritualmente inspirados.

"¡OH QUE BUENA LOCURA HERMANAS!"

Santa Teresa de Jesús hablaba en sus Sextas Moradas de una oración de "algarabía", con un lenguaje ininteligible y parecido a la lengua complicada de los árabes en España, que, a veces, utilizaban sus monjas carmelitas en su oración y en sus recreos. Habla así la Santa reformadora:"Da nuestro Señor al alma algunas veces unos júbilos y oración extraña, que no sabe entender qué es... Es, a mi parecer, una unión grande de las potencias, sino que las deja nuestro Señor con libertad para que gocen de este gozo, y a los sentidos lo mismo, sin entender qué es lo que gozan y cómo lo gozan. Parece eso algarabía, y cierto pasa así, que es un gozo tan excesivo del alma que no querría gozarle a solas, sino decirlo a todos, para que la ayudasen a alabar a Nuestro Señor, que aquí va todo su movimiento..... Esto debía sentir san Francisco, cuando lo toparon los ladrones, que andaba por el campo dando voces, y les dijo que era pregonero del gran Rey; y otros santos, que se van a los desiertos por poder pregonar lo que san Francisco, estas alabanzas de su Dios. Yo conocí uno llamado fray Pedro de Alcántara (que creo lo es, según fue su vida) que hacía esto mismo, y le tenían por loco los que alguna vez le oyeron. ¡Oh qué buena locura, hermanas, si nos la diese Dios a todas!"

TERESA DE JESÚS

"Parecían hacer coro los pájaros"

Citaba el P. Alberto Ibáñez este testimonio breve entre otros muchos:
"En la Convivencia con Cristo, después de la imposición de manos, ya frente al Sagrario, comencé a escuchar cantar en lenguas y me escuché... ¡Aleluya! Yo no te lo había pedido, Señor... ¡Aleluya!... Ya de noche, en vela uní mi canto al de tu creación. Sí: me parecía que todos cantábamos el mismo himno; luego surgió un chi schuí extraño, al que al amanecer parecían hacer coro los pájaros... Y como Tú me creaste para ello... Gracias, Señor".

Alberto IBÁÑEZ, S.J.

"Con sinceridad le doy gracias al Señor por el don de lenguas. Ha sido un don hermoso especialmente cuando oro por mí misma y por otros cuando no sé ninguna otra manera de hacerlo. Ahora todo parece muy fácil -sólo dejar al Espíritu orar por medio de usted. También me ha ayudado a crecer el estar abierta al amor de Dios, a la curación y a otros dones del Espíritu. Yo realmente creo con todo mi corazón que este don nos mantiene abiertos al Espíritu y yo oro en lenguas todos los días".


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