COLOQUIO DE MALINAS
DECLARACIÓN DE TEÓLOGOS SOBRE EL
MOVIMIENTO PENTECOSTALISTA
El
texto final de este coloquio (21-26 de mayo, 1974) fue elaborado y firmado por Killian
Mc Donell (redactor último), Carlos Aldunate SI (Chile), Salvador Carrillo MSPS
(México), R. Martin (USA), A. de Monleon OP (Francia), H. Mühlen (Alemania), Veronica
O'Brien (Irlanda) y K. Ranaghan (USA). Para nuestra condensación, hemos utilizado
el texto francés editado por Lumen Vitae y la traducción castellana de S. Carrillo
(Nueva Vida, Puerto Rico 1974), uno de los firmantes, que lo amplía en algunos
momentos.
Le
renouveau chrarismatique. Orientations théologiques et pastorales, Bruselas
1974.
INTRODUCCIÓN
Nacimiento
y desarrollo de la renovación. En 1967, un grupo de profesores y estudiantes
católicos, en los Estados Unidos, experimentaron una asombrosa renovación
espiritual, acompañada de una manifestación de los carismas del Espíritu, que
se mencionan en el capítulo 12 de la primera carta a los Corintios. Esto fue el
comienzo de lo que ahora se reconoce como la renovación carismática católica.
La renovación se ha extendido a muchas partes del mundo, y en algunos países
cada año se duplica el número de participantes. Efectos de la renovación Entre
los frutos, podría mencionarse una nueva relación personal con Jesús
resucitado, Señor y Salvador, y con su Espíritu. La experiencia del poder del
Espíritu Santo efectúa una radical conversión interior y una profunda
transformación en las vidas de muchas.
Se experimenta el Espíritu Santo como el poder para servir y
testimoniar, para predicar el evangelio, en palabra y obra, con aquella
manifestación de poder que mueve a la fe y despierta a la fe. El
poder del Espíritu se manifiesta exteriormente a la Iglesia y al mundo en
diversos ministerios, y no se ve exclusivamente en términos de interioridad y santificación
personal. La nueva relación con Jesús, mediante el Espíritu, sana a menudo
relaciones interpersonales y matrimonios desunidos. Aunque profundamente personal,
esta nueva relación con Jesús no resulta privada en absoluto. Todo lo contrario:
orienta hacia la comunidad, provoca una nueva apreciación de la presencia de María
en Pentecostés y de su relación con la Iglesia. Finalmente,
la renovación se caracteriza por un gran amor a la Iglesia, un compromiso con
su orden interior, su vida sacramental y su autoridad docente. Como el
movimiento bíblico y litúrgico, la renovación carismática suscita ese amor por la Iglesia que quiere para
ella una renovación en la fuente de su vida: la gloria del Padre, el señorío
del Hijo y el poder del Espíritu.
COLOQUIO DE MALINAS: EL CONTEXTO ECLESIAL
DE LA RENOVACIÓN
Enseñanza
conciliar y papal sobre el papel del Espíritu El día de Pentecostés se presenta
decisivo para la Iglesia;
la cual tiene, en efecto, "acceso al Padre, por medio de Cristo, en un
mismo Espíritu" (LG, 4). El Espíritu da a la Iglesia una unidad "en comunión y ministerio" (ibid). "Y todos estos dones son obra del mismo y único
Espíritu, el cual los reparte a cada uno según quiere (1Co 12, 11) y les hace aptos y prontos para ejercer las diversas
obras y deberes útiles para la renovación y mayor edificación de la Iglesia, según aquellas
palabras: "En cada uno revela su presencia el Espíritu Santo,
dándole algo que es para el bien de todos" (1Co 12, 7). Estos carismas,
tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser
recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades
de la Iglesia"
(LG, 12). El Papa Pablo VI repitió esta enseñanza en su audiencia general del
29 de noviembre de 1972, cuando dijo: "La Iglesia necesita sentir de
alguna forma, desde lo más profundo de sí misma, la voz suplicante del Espíritu
Santo, que en nuestro interior ora, con nosotros y para nosotros, con inefables
gemidos y expresa lo que nosotros mismos no podríamos decirle a Dios".
La experiencia de fe es personal, no individualista
La
renovación reacciona contra un falso individualismo
que quiere interpretar el testimonio del Nuevo Testamento en términos de fe
privada, de una experiencia personal de Dios y de un enfoque estrecho de
interioridad subjetiva. En términos sacramentales, la Renovación carismática
se basa en una renovación de lo que nos hace pertenecer a la Iglesia, es decir: los
sacramentos de la iniciación cristiana (bautismo, confirmación, eucaristía). El
Espíritu, recibido en la iniciación, es acogido de manera más plena a nivel
personal y comunitario, de manera que haya una conversión continua a lo largo
de la vida del cristiano. En el NT, el compromiso de fe personal es provocado por
el testimonio directo, personal, de la fe pública de otro creyente. Así pues,
lo que se llama de maneras diversas "la liberación del Espíritu", la
"efusión del Espíritu", o el "bautismo en el Espíritu
Santo", tiene como uno de sus efectos dar
testimonio y servir a otros. Esta experiencia no es un fin en si misma,
ni tiene como único propósito el enriquecimiento del individuo. La experiencia
de la fe se comunica socialmente
La
experiencia que está en la base de la renovación comienza con un "ver y oír" (Hch 2, 33; 1Jn 1, 1-3) y se
comunica a un grupo o a una persona por una fe que da testimonio del señorío de
Cristo por el poder del Espíritu (Hch 2, 37). En este documento, se entiende
por "carisma" un don, o aptitud, que es
liberado por el Espíritu de Dios, revestido de fuerza por El y puesto al
servicio de la edificación del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Así mismo
presupone que todo cristiano posee uno o más carismas, los cuales sirven a un
recto ordenamiento de la
Iglesia y al ministerio, y por lo tanto pertenecen de una
manera esencial a la vida de la
Iglesia, de manera que sin ellos no es Iglesia. Aunque esto
sea verdad, hay un orden de realidad espiritual que es más fundamental, o sea
el amor de Dios y del prójimo (1 Co 13). Este doble amor da valor a todo
ministerio. Sin el amor, el ministerio es un sonido
hueco. Sin embargo, Pablo no sugiere que se escoja entre carismas y amor. Se
les escoge a ambos.
Relación
con la tradición católica. La renovación carismática no pretende promover un
retorno simplista, y sin sentido histórico, a una Iglesia del NT idealizada;
sin embargo, reconoce el papel único de las comunidades del NT. Quiere
continuar la tradición católica, que llama a todos a la conversión y renovación,
asumiendo las grandes tradiciones espirituales de la historia de la Iglesia.
FUNDAMENTO TEOLOGICO DE LA RENOVACION CARISMÁTICA
La
vida interior de la Trinidad
y la experiencia cristiana. La base teológica de la renovación es esencialmente
trinitaria. Nadie ha oído la voz del Padre, ni lo ha visto jamás, porque el
Padre vive una luz inaccesible; ninguno lo ha visto jamás ni lo verá en esta
vida. Es solamente el Hijo quien ha visto y oído al Padre; el Hijo es, pues, el
Testigo del Padre. Jesús de Nazaret nos dio testimonio del Padre y la persona
que ha visto, oído y tocado a Jesús tiene acceso al Padre. Después de la ascensión
de Jesús, ya no podemos verlo ni oírlo en persona. Pero nos ha enviado su Espíritu,
que nos recuerda todo lo que dijo e hizo, y lo que sus compañeros vieron y oyeron.
Por lo tanto, no tenemos acceso al Padre por Cristo, sino en ese mismo
Espíritu.
En
la Trinidad,
el Espíritu es el acto final de comunión entre el Padre y el Hijo. Y también
por el Espíritu es como esa comunión entre el Padre y el Hijo puede comunicarse
fuera de la vida interior de Dios. En efecto, la Iglesia se define en
relación a esta comunión de personas. El NT habla de la Iglesia como un
"nosotros" eclesial, solo porque el mismo Espíritu Santo está en
Cristo y la Iglesia. Y
el Espíritu que mora en lo interior se hace visible en los dones. Se manifiesta
de tal manera que el derramamiento del Espíritu "es eso que vosotros veis
y oís" (Hch 2, 33). Cristo y el Espíritu Santo
1)
Jesús recibe el Espíritu. Jesús mismo en su
humanidad recibe el Espíritu y lo envía. Jesús recibe el Espíritu. La efusión
del Espíritu es la inauguración de la nueva era mesiánica, de la nueva
creación. Desde el primer momento, Jesús fue lleno del Espíritu Santo. La
concepción de Jesús por el poder del Espíritu Santo lo señala como Hijo de Dios
y Mesías. Jesús asume el papel mesiánico, de una manera pública, al recibir el Espíritu,
en su bautismo en las aguas del Jordán. Por esa recepción pública del Espíritu,
Jesús es proclamado como el Mesías, y la era mesiánica, la Nueva Alianza,
recibe carácter público. Comentando las palabras de Juan Bautista "Aquel
sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que
bautiza con el Espíritu Santo", la Biblia de Jerusalén dice: "Esta expresión
define la obra esencial del Mesías". Jesús recibe el Espíritu, o mejor, el
Espíritu reposa sobre él, de manera que él pueda bautizar a otros en el
Espíritu. En este contexto, "bautizar en el Espíritu Santo" se
refiere a la obra total de su ministerio.
2)
Jesús envía el Espíritu. Habiéndose ofrecido en la
cruz al Padre por el Espíritu eterno, Jesús. El Señor glorificado y resucitado,
envía ahora al Espíritu. Habiendo sido exaltado y transfigurado por el
Espíritu, y habiendo ido al Padre, su cuerpo ahora glorificado, ha sido
plenamente dotado del poder divino que comunica vida. El espíritu se derrama
sobre toda carne desde ese cuerpo crucificado y resucitado, como de una fuente inextinguible.
Jesús es portador del Espíritu, Jesús es conducido por el Espíritu, Jesús envía
al Espíritu.
3)
Funciones especiales de Cristo y el Espíritu. No se
trata de confundir las funciones de Cristo y del Espíritu. Los cristianos están
incorporados a Cristo y no al Espíritu. Por otra parte, es el recibimiento del
Espíritu lo que integra a uno al cuerpo de Cristo y hace de una persona un
cristiano. Es el Espíritu quien crea la comunión que constituye la unidad del
pueblo de Dios. El Espíritu reúne en la unidad porque es él quien hace de la Iglesia el Cuerpo de
Cristo. El Espíritu constituye la unidad entre Cristo y la Iglesia, asegurando su
distinción. Por el Espíritu, Cristo está presente en su Iglesia; y toca al Espíritu
llevar a los hombres a la fe en Jesucristo. Como el Hijo y el Padre, El
Espíritu es también una persona; pero, al mismo tiempo, el Espíritu es el
Espíritu de Cristo. Es urgente no considerar estas funciones específicas de
Cristo y del Espíritu como una vana especulación teológica. El que Cristo y el
Espíritu, cada uno a su manera, constituyan la Iglesia, eso tiene que
afectar profundamente la misión de la Iglesia, su liturgia, la oración privada, la
evangelización y el servicio de la
Iglesia al mundo.
La Iglesia y el Espíritu Santo
Jesús es el prototipo de la Iglesia. Puesto
que la Iglesia
es el Sacramento de Cristo, es Jesús, en su relación con el Padre y con el
Espíritu, el modelo de la vida interior de la Iglesia, el prototipo de
su estructura interior. Así como Jesús fue constituido Hijo de Dios por el
Espíritu Santo, por el poder del Altísimo que cubrió a María con su sombra, y
así como fue investido de su misión mesiánica por el Espíritu que descendió y permaneció
sobre él en el Jordán, así también de manera similar, la Iglesia, desde su origen,
fue constituida por el Espíritu Santo y fue manifestada públicamente al mundo en
Pentecostés.
Hay
una tendencia en Occidente de dar razón de la Iglesia en categorías
cristológicas y, cuando ya la
Iglesia está estructurada en tales términos, de añadir el
Espíritu Santo como el Vivificador, el que anima la estructura ya existente. En
tal formulación, el Espíritu podría aparecer como un aditivo traído a la Iglesia ya organizada y estructurada.
En esa armazón, Cristo constituye la
Iglesia, pero el Espíritu sólo la anima o la vivifica. En esa
armazón, el Espíritu pertenece al segundo momento de la existencia de la Iglesia, mientras que sólo
Cristo pertenece al primer momento. Si la Iglesia es el sacramento de Cristo, eso no puede
ser sino una concepción errada. Jesús, en efecto, no es constituido Hijo de
Dios y después vivificado por el Espíritu para desempeñar su misión, como
tampoco es constituido Mesías y después le es dado el poder por el Espíritu
para desempeñar su obra mesiánica. De manera análoga, tanto Cristo como el
Espíritu constituyen la
Iglesia, ambos son constitutivos de la Iglesia. Así como la Iglesia no sería Iglesia
si desde el primer momento no estuviera Cristo, lo mismo hay que decir del
Espíritu. Cristo y el Espíritu constituyen la Iglesia en el mismo momento
y no hay prioridad temporal alguna entre Cristo y el Espíritu. Y esta afirmación
de ninguna manera compromete la verdad de que la inauguración de la Iglesia en el ministerio
de Jesús recibe una modalidad y una fuerza nueva en Pentecostés.
La
Iglesia congo extensión de la unción de Cristo. Ya que la Iglesia es el sacramento de
Cristo, es también la participación en la unción de Cristo por el Espíritu. La Iglesia no es simplemente
una extensión de la
Encarnación. Es también la unción de Cristo por el Espíritu,
en su concepción y en su bautismo, que se extiende a todo su Cuerpo místico. Si
la acción de al Iglesia es eficaz, si es efectiva en su vida sacramental y en
su tarea de evangelización, si las vidas se transforman, es porque la unción de
Cristo por el Espíritu se extiende a la Iglesia. La unidad de la Iglesia y la comunión de
los fieles también fluyen de esa misma unción de Cristo por el Espíritu. El
Espíritu que asegura la unidad entre Cristo y la Iglesia también asegura la
distinción entre Cristo y la
Iglesia: él será la
Cabeza, ella su Cuerpo místico.
La estructura carismática de la Iglesia
1)
Ninguna clase especial de portadores del Espíritu. Como sacramento de Cristo, la Iglesia nos hace
partícipes de la unción de Cristo por el Espíritu. El Espíritu Santo permanece
en la Iglesia
como un perpetuo Pentecostés, y hace de ella el Cuerpo de Cristo, el Templo
único y el pueblo de Dios, llenándola con su poder, renovándola, moviéndola a
proclamar el señorío de Jesús para la gloria del Padre. Aunque el Espíritu se
manifiesta en diferentes ministerios para funciones diferentes, funciones que
pueden diferir en clase y grado, sin embargo, toda la Iglesia y todos sus miembros
son partícipes del Espíritu. No hay clases especiales de portadores del Espíritu.
La plenitud de vida en el Espíritu, es una posesión común para toda la Iglesia, aunque no todos
se benefician en igual medida.
2)
Todo cristiano es un carismático. Si el Espíritu y los carismas pertenecen a la
naturaleza de la Iglesia,
son igualmente constitutivos de la vida cristiana, tanto en su expresión
individual como comunitaria. La pluralidad de carismas en el Cuerpo de Cristo
pertenece a la constitución de la
Iglesia y eso significa que no hay cristiano sin algún
carisma.
El acceso a la vida cristiana
1)
Recibir el Espíritu es hacerse cristiano. En los evangelios, el rasgo principal
que distingue el papel mesiánico de Jesús del papel de Juan Bautista es que
Jesús bautiza en el Espíritu Santo. Pablo dice "Si
alguien no tuviera el Espíritu de Cristo, no sería de Cristo" (Rom 8,9).
"Todos nosotros, ya seamos judíos o griegos,
esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un
único cuerpo. Y a todos se nos ha dado a beber del único Espíritu" (1Co
12,13).
2)
Diferentes expresiones del NT para hacerse cristiano. En la conclusión del
discurso de Pedro, el día de Pentecostés, encontramos el proceso de la fe que
nos hace cristianos. "Convertios y bautizaos en
el nombre de Jesucristo, para que vuestros pecados sean perdonados. Y Dios os
dará el Espíritu Santo... " (Hch 2, 37-38). En torno a estos pasos de
iniciación y el subsiguiente "caminar según el
Espíritu" (Ga 5,16) podemos agrupar muchas de las otras expresiones
del NT que se refieren al acceso a la existencia cristiana:
"Bautismo" (Rm 6,34), "bautizado en el
Espíritu Santo" (Hch 1,5 ), "hacerse
una nueva creatura" (Ga 6,15), "llenarse del Espíritu Santo"
(Hch 2,4 ), "recibir el Espíritu" (Ga 3,2), "recibir los dones y
el llamamiento de Dios" (Rin 11,29), "ingreso en la Nueva Alianza"
(Hb 12, 22-24), "el nuevo nacimiento" (1P 1,23; Jn 3,3 ),
"renacer del agua y del espíritu" (Jn 3,5).
Los dones y la iniciación cristiana
1)
Recibir el Espíritu es cambiar. La venida decisiva del Espíritu, en virtud de
la cual uno se hace cristiano, está ligada a la celebración de la iniciación
cristiana (bautismo, confirmación, eucaristía). La iniciación cristiana es la
señal eficaz del don del Espíritu. Al recibir el Espíritu, el catecúmeno se
convierte en miembro del cuerpo de Cristo, es introducido en el pueblo de Dios
e incorporado a una comunidad de culto. Ahora bien, no era posible incorporarse
a Cristo y recibir el Espíritu, sin una reorientación de la propia vida. Si uno
no cambiaba, si no había una metanoia, aún no se era cristiano. Además, las
comunidades cristianas primitivas esperaban que el poder del Espíritu se manifestara
con toda la amplitud de la diversidad de sus carismas. Aunque los carismas son
.reconocidos como inherentes al orden y a la misión de la Iglesia, sin embargo, hoy la Iglesia no es
suficientemente consciente de que algunos de los carismas son posibilidades
reales para la vida de la comunidad cristiana.
2)
La identidad esencial de la iniciación en la Iglesia primitiva y actual. En cuanto a la realidad
interior, la celebración de la iniciación en la Iglesia primitiva de
ninguna manera difiere de la celebración de la iniciación actual. En ambas, se
pide y se recibe el Espíritu. En ambas, el poder del Espíritu se manifiesta en
algunos carismas. Para Pablo, sería imposible que un cristiano recibiera el
Espíritu Santo, y que no recibiera al mismo tiempo un don del Espíritu.
3)
La Iglesia
primitiva estaba abierta a la gama plena de los carismas. Sin embargo, hay
diferencias entre una comunidad de cristianos en la Iglesia primitiva y una comunidad
de cristianos en la Iglesia
contemporánea. En primer lugar, una diferencia se encuentra en la calidad de
apertura y disponibilidad a los carismas del Espíritu. Las comunidades
contemporáneas están abiertas a las obras de misericordia y a los carismas de
enseñanza, pero se cierran a la profecía, a los dones de curación, al obrar
milagros, a las lenguas y la interpretación, que son posibilidades reales para
la vida de la Iglesia. Si
una comunidad no espera todos los carismas, no puede recibirlos. Esta
disponibilidad limitada a las manifestaciones del Espíritu afecta profundamente
la vida y experiencia de las comunidades en el culto eucarístico público, en la
oración privada de los fieles, en el modo de proclamar el evangelio y en el
modo de servir al mundo.
4)
Disposiciones subjetivas: el "ex opere operantis", medida de lo que
uno recibe. Que la falta de apertura y disponibilidad puedan afectar la vida y
experiencia de una iglesia local no debe de sorprender a un católico. En cierta
forma, se puede constatar esto en la doctrina de las disposiciones subjetivas,
con respecto a los sacramentos, llamada "ex opere operantis". La
eficacia de los sacramentos queda afectada de alguna manera por las
disposiciones subjetivas de quien los recibe, aun cuando Dios ofrezca la
plenitud de su vida y de su amor.
5)
El Espíritu es libre y soberano. Junto a la afirmación de que las disposiciones
subjetivas afectan lo que uno da y recibe, está la certeza de que el Espíritu
de Dios no depende en definitiva de las disposiciones subjetivas de comunidades
o individuos. El Espíritu es libre y soberano, sopla cuando y donde y como
quiere. El Espíritu puede dar a comunidades e individuos dones a los que no
están preparados, que no esperan y a los que generalmente no están abiertos.
Hay que mantener los dos principios de la libertad del Espíritu y de las
disposiciones subjetivas.
Fe y experiencia
1)
La evidencia del NT. La renovación carismática interpreta de manera positiva el
papel de la experiencia en el testimonio del NT y en la vida cristiana. En las comunidades del NT, la acción del Espíritu era un
hecho de experiencia, antes de ser un objeto de doctrina. La doctrina se
desarrolló a la luz de la experiencia. Las personas eran generalmente
conscientes de experimentar algo al recibir el Espíritu Santo. Se percibía y
experimentaba, de manera más o menos inmediata, el Espíritu en sí mismo y en
sus manifestaciones externas. Citemos solo algunos ejemplos de las
cartas de Pablo: Ga 3,5; 1Co 1,4-8; 2Ts 2,13; 1Co 6,11; 1Co 2,12; Ga 5,22; 1Ts
1,6; Rm 5,5; Ts 1,5; 1Co 2,4.
2)
La experiencia religiosa pertenece al testimonio del NT. La experiencia del
Espíritu Santo era la señal de un cristiano. Por ella, en parte, los cristianos
primitivos se definían en relación a los no cristianos. Se consideraban a sí
mismos no como representantes de una nueva doctrina, sino de una nueva
realidad: el Espíritu Santo.
3)
Experiencia es conocimiento concreto. Experiencia, según lo entendemos aquí, no
significa algo que el hombre hace o que puede provocar. Experiencia es el conocimiento concreto e inmediato de Dios que se
acerca al hombre. Un conocimiento que se percibe como un hecho y es
resultado de un acto de Dios. A su nivel personal, el hombre se apropia ese
acto de Dios. Este conocimiento contrasta con el conocimiento abstracto que uno
tiene, o cree tener, de Dios y de sus atributos: omnipotencia, omnipresencia, infinitud.
Experiencia es un conocimiento a nivel personal, y tiene en sí algunos elementos
de lo no-conceptual. No se opone, sin más, a inteligencia.
4)
Experiencia de Jesús como presencia; el Espíritu Santo como poder. Aplicando
esta explicación a lo que se llama, en la renovación carismática, la
"liberación del Espíritu", "efusión del Espíritu",
"bautismo en el Espíritu Santo", se puede hacer la pregunta: ¿qué es
lo que experimentan aquellos que se comprometen con la renovación? Cuando el Espíritu
Santo, dado en la iniciación bautismal, surge en la conciencia del creyente,
éste tiene con frecuencia una percepción de presencia concreta. Este
sentimiento de presencia concreta corresponde a la percepción de Jesús como
Señor, la comprensión personal de que Jesús es real y es una persona. Muy
frecuentemente, ese sentido de presencia está acompañado de una conciencia de
poder, más específicamente el poder del Espíritu Santo (Hch 1,8; 10,38; Rm
15,13; 1Co 2,4; 1Ts 1,5).
5)
Misión y oración. Este
poder se experimenta en relación directa con la misión. Es un poder que se
manifiesta en una fe valerosa animada por un nuevo amor que capacita a la persona
a emprender y lograr grandes cosas, más allá de sus capacidades naturales, por el
Reino de Dios. Otra respuesta característica a la presencia y poder es
una intensificación de toda la vida de oración, con un atractivo especial por
la oración de alabanza. Para muchos, eso es un acontecimiento nuevo en su vida
espiritual.
6)
Cruz y Resurrección. Esta experiencia se siente a veces como una especie de resurrección
que es alegre y triunfante, pero advierte Pablo que la experiencia del Espíritu
también tiene lugar en la debilidad y la humillación (1Co 1,24-30; 12,28; 2Co 4,10).
7)
Experiencia y emoción. Una vez más, la experiencia religiosa no es, en primer
lugar, un acto de la persona humana; es más bien lo que Dios hace en una
persona humana. Algunos, que no conocen la renovación
sino desde fuera, confunden la expresión de una experiencia profundamente
personal con un sentimentalismo superficial. Por otra parte, la experiencia de la fe abarca todo el ser humano: el
espíritu, el cuerpo, el entendimiento, la voluntad y las emociones.
Hasta hace poco, había una tendencia a hablar del encuentro con Dios, como de
un encuentro conocido sólo en la fe, entendiéndose la fe en un sentido muy
intelectualista. La experiencia, en el sentido aquí empleado, es algo que hace
Dios en el creyente, y ello realiza la cristianización de toda la persona,
incluyendo las emociones.
8)
Experiencia como crecimiento o como crisis. La experiencia, en el sentido aquí empleado,
puede ocurrir en un momento determinado que podría fecharse. En este caso, se
llamaría una experiencia de crisis. La experiencia puede ocurrir también de
manera progresiva, cuando la presencia del Espíritu, recibido en el bautismo,
se manifiesta más y más a la conciencia del creyente, mediante un proceso de
desarrollo gradual. Este segundo tipo de experiencia ocurre preferentemente
entre los católicos.
9)
Los carismas como gracias extraordinarias o como ministerios ordinarios. Muchas
personas sienten desconfianza de la experiencia religiosa y consecuentemente,
tienden a juzgar la renovación carismática bajo esta impresión. En nuestra
última tradición mística, hay severas amonestaciones contra la búsqueda de
gracias espirituales extraordinarias, a causa de los peligros siempre posibles
de ilusión. Las normas de la teología mística no deben aplicarse de la misma
manera a la experiencia carismática, porque ésta es de orden ministerial antes
que de perfeccionamiento personal, aunque conduzca hacia la necesidad de una
progresiva santificación personal. Por esa razón, no deben juzgarse o evaluarse
como si fueran gracias espirituales excepcionales. En la medida en que estén
acompañados de gracias místicas reales, están sujetos a las mismas normas para
el discernimiento de espíritus, según se encuentran en la teología mística. En
la medida en que sean ministerios y servicios para la Iglesia, están sujetos a
las acostumbradas normas doctrinales y comunitarias para un ministerio
auténtico.
10)
El temor a la auto-decepción. Algunos temen los carismas por los elementos subjetivos
que hay en ellos. Es verdad que hace falta circunspección en materia de experiencia
religiosa, pero un escepticismo sistemático iría contra el elemento experimental
y místico que forma parte integrante del testimonio de la Iglesia.
11)
No todo es experiencia. Los católicos comprometidos con la renovación
carismática reconocen la dimensión doctrinal y la obediencia de la fe en la
dimensión cristiana, y no identifican el progreso espiritual con el paso de
experiencia exultante en experiencia exultante, sino que reconocen los
elementos de oscuridad y tanteo. Además, la experiencia de los carismas hace
valorar más los demás elementos fundamentales de la tradición católica: la
oración litúrgica, la
Escritura, el magisterio doctrinal y pastoral.
AREAS ESPECÍFICAS DE DISCERNIMIENTO
La renovación carismática no da a la Iglesia nada que ésta no
posea La renovación carismática es una toma de conciencia de la disponibilidad
a todos los dones del Espíritu, dones que hasta ahora no se consideraban de
necesidad estructural para la
Iglesia. Ahora muchos cristianos los consideran como algo
normal, aunque no exclusivo, para la vida de las comunidades cristianas.
Conciencia de lo teológico-cultural
1)
Culturas teológico-eclesiales. Son un compuesto de fe, teología, declaraciones confesionales,
liturgia, vida sacramental, formas de piedad popular, tipos ministeriales, estilos
de estructura eclesiástica, leyes y jurisprudencia. Una cultura teológica no es
un producto terminado y estático, sino que, como todas las realidades
vivientes, se desarrolla y reconstruye su vida desde las fuentes. Las culturas teológicas
no son absolutas, lo que quiere decir que solo reflejan imperfectamente la realidad
última del evangelio. Las culturas teológicas tienen contacto entre ellas y se enriquecen.
Ahora bien, la cultura teológico-católica tiene mucho que aprender de otras culturas
teológicas; en nuestro caso, de las culturas teológicas del pentecostalismo clásico
o del neopentecostalismo protestante.
Problemas de terminología
1)
Uso de una misma terminología en grupos católicos y protestantes. Al emplearse
un mismo término o frase en dos culturas teológicas diferentes y distintas,
surge la posibilidad de confusión. Muchos pentecostales clásicos (Asamblea de
Dios) o neopentecostales protestantes (carismáticos que permanecen en sus
iglesias protestantes, pero que adoptan una forma carismática de vida
cristiana) tienen una doctrina binaria de la justificación. Primero se da la
conversión y después la efusión del Espíritu Santo. Sin entrar en esta
discusión, hay que advertir que, en la experiencia católica, la plenitud del Espíritu
no pertenece a una fase tardía de la vida cristiana, sino que teológicamente pertenece
a sus principios. Además, la santificación, en la tradición católica, se
concibe más en términos de crecimiento y menos en términos de un momento de
crisis, aunque las experiencias de crisis no están ausentes de la tradición
católica. Como tampoco la tradición católica sostiene el fundamentalismo
bíblico y doctrinal.
2)
Significado de "bautismo en el Espíritu" entre católicos. Dentro de
la renovación católica, la frase "bautismo en el Espíritu Santo" se
refiere a dos sentidos o momentos.
En
primer lugar, está el sentido teológico: cada miembro de la Iglesia se ha bautizado en
el Espíritu, porque cada uno ha recibido la iniciación sacramental. En segundo
lugar, está el sentido de la experiencia: el momento o el proceso de
crecimiento, en virtud del cual el Espíritu, dado durante la celebración de la
iniciación, viene a experiencia consciente. Cuando, en la renovación católica,
se habla del bautismo en el Espíritu Santo, ordinariamente se refiere a esa
experiencia consciente que es el sentido experimental. No se trata por lo tanto
de un nuevo sacramento.
Discernimiento de espíritus
Al
hablar de Espíritu que irrumpe en la conciencia y de la experiencia religiosa, inmediatamente
se enfrenta uno al problema de cómo distinguir entre las verdaderas y falsas
manifestaciones del Espíritu.
1)
Experiencia del Espíritu y auto-experiencia. El Espíritu Santo se comunica a
las personas particulares. La experiencia de sí y la experiencia del Espíritu
están íntimamente asociadas, pero no hay que confundirlas. Aunque la renovación
presenta algunos elementos nuevos de experiencias, no hacen falta otros
criterios distintos de los de la teología mística tradicional.
2)
Papel de la comunidad y del obispo. Pablo enseña claramente que toda
manifestación del Espíritu tiene que ser objeto de un discernimiento atento,
porque no siempre quien habla en lenguas o profetiza, automáticamente o necesariamente,
actúa bajo el influjo del Espíritu Santo (1Co 12,3; Mt 7,21; 1Co 12,10; 1Jn
4,1-6). Los que en la comunidad tienen formación teológica y lucidez espiritual
pueden tener un papel importante en el campo del discernimiento, que, por otra
parte, es él mismo un carisma. Respecto a los obispos, el Vaticano II enseña: "El juicio sobre la autenticidad de los carismas y de
su ejercicio razonable pertenece a quienes tienen autoridad en la Iglesia, a los cuales
compete, ante todo, no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que
es bueno" (LG, 12).
CUESTIONES PARA EVALUACIÓN
Los
que tienen responsabilidad pastoral en la renovación carismática deben
informarse de aquellas cuestiones que suscita. He aquí algunas de las más
importantes.
¿Elitismo?: Debido a que la renovación presta cierta
atención a la experiencia religiosa y a los dones más proféticos (tales como
profecía, curación y lenguas), parece a veces crear una clase especial dentro
de la Iglesia. La
renovación reconoce que la presencia de un don espiritual no es, en modo
alguno, un signo de madurez espiritual, aunque a menudo se experimente como un
llamamiento a una vida de mayor santidad. Tampoco los carismas son restringidos
a unos pocos, sino que son una posibilidad para todos, desde los sacramentos de
iniciación.
¿Acentuación de la afectividad?: Algunas personas se sienten
incómodas con una expresión de fe religiosa que sea profundamente personal, por
eso confunden sentimiento religioso con emocionalismo. En occidente, las
expresiones religiosas se fueron restringiendo más y más al entendimiento y la
voluntad; tal superintelectualización de las formas de adoración ha llevado a
cierta esterilidad en la teología, la evangelización y la actividad litúrgica.
1)
Fe es más que asentimiento. La superintelectualización de la fe parece estar fundamentada
en una visión truncada del hombre. No es solo la parte racional de una persona
la que se salva o está llamada a adorar. Una persona humana es un ser con albedrío
que piensa, ama, teme, espera y eso es lo que se salva, eso es lo que debe comprometerse
cuando las personas se reúnen para adorar. Ninguna parte de la existencia
personal debe excluirse de la adoración.
¿Fundamentalismo bíblico?: Uno de los frutos de la
renovación es un profundo amor por las Escrituras. En las reuniones de oración
se lee a menudo la Escritura
y se la saborea como una oración en el espíritu de la Lectio divina tradicional.
De esta manera se evita una lectura exageradamente literal.
El papel exagerado atribuido a las lenguas
A
medida que pasa el tiempo, las exageraciones que hayan podido producirse en
este campo van desapareciendo. La renovación va tomando siempre más conciencia
de su verdadero fin: la plenitud de vida en el Espíritu Santo y el ejercicio de
sus dones en vistas a la proclamación de Jesús como Señor. Renovación y
compromiso en materias temporales Debe estudiarse la relación entre una
experiencia espiritual, tal como se presenta en la renovación, y el compromiso
cristiano en la construcción de un mundo más justo y fraternal.
1)
Experiencia espiritual y compromiso social. Esta conexión va aumentando cada
vez más en la renovación, sobre todo en los países de América del Norte y de
América del Sur. En la renovación se va experimentando, de una forma apremiante,
el Espíritu como fuerza de comunión y de reconciliación.
2)
La renovación no es una estrategia social. Es esencialmente, un acontecimiento espiritual
y como tal no puede considerarse como programa de estrategia política y social
cristiana. Sin embargo, como el nacimiento de la Iglesia en Pentecostés,
también la renovación tiene un carácter comunitario y público. Ello ha
ocasionado la existencia de diversas formas de comunidades que no son meramente
espirituales y pueden identificarse sociológicamente. La renovación, por lo
tanto, parece ser portadora de un poderoso dinamismo social. Una comunidad, o círculo de oración, constituye un área de libertad,
confianza mutua y compartimiento, donde las relaciones interpersonales pueden
alcanzar un profundo nivel de comunión, gracias a la común apertura al Espíritu
de amor. De gran importancia en la dinámica de esos grupos, es el factor
de amplia participación de todos en la vida total de la comunidad, incluso el
económico.
3)
Reconciliación penitencial y social. La oración privada y colectiva ha sido, a menudo,
un poderoso ímpetu a la acción, a la que, al mismo tiempo, purifica de soberbia,
odio y violencia. Además, la experiencia de la oración carismática es una señal
permanente de que la búsqueda de justicia social requiere -además de
disposición política, destrezas sociales
y sagacidad- una conducente conversión del corazón que solo puede lograrse
mediante la acción del Espíritu Santo y la proclamación del evangelio.
¿Importación del protestantismo?
Es
verdad que cronológicamente la renovación carismática católica ha sido
precedida por los movimientos carismáticos protestantes. Pero la Iglesia católica ha
asumido el movimiento carismático no como algo importado, sino como algo que
está en sus orígenes, y está agradecida a los hermanos protestantes de haber
sido despertada por ellos a realidades propias que ella había olvidado.
ORIENTACIONES PASTORALES
No
trataremos de todos los aspectos pastorales de la renovación, sino solo de
algunos principios generales. Estas orientaciones no quieren congelar la
renovación en su forma actual, ni prejuzgar las inspiraciones futuras del
Espíritu Santo.
1)
En la Iglesia
y de la Iglesia. Según
que los miembros de la renovación crezcan en Cristo, los elementos carismáticos
se integrarán más y más en toda la vida cristiana sin perder nada de su poder y
efectividad, de modo que los cristianos se llaman simplemente
"cristianos" y no "pentecostales" o
"carismáticos".
2)
Un paso hacia la integración. La experiencia ha demostrado que el proceso de maduración,
hacia una integración más plena en la vida de la Iglesia, requiere una
etapa inicial caracterizada por la formación de grupos cuyo foco primario es la
renovación carismática, que como tales son distintos de otros grupos de oración
espontánea.
3)
Ningunas estructuras jurídicas. Aunque es necesario tener algunas estructuras mínimas
de organización, lo que está ocurriendo es una renovación de la vida bautismal,
más que un movimiento organizado. Por ahora, las estructuras funcionales
existentes en la renovación deben considerarse como servicios concretos y no
como estructuras legales de una organización formal.
4)
Armonía y pluralidad sin divisiones. Puesto que el fin es la renovación de toda
la Iglesia,
cada región y cada nación tendrán sus modos de enseñanza y estilo de organizaciones.
Los católicos que pertenecen a los grupos carismáticos deben obediencia a la
autoridad pastoral como todos los demás católicos, y disfrutan de la misma
libertad de opinión y del mismo derecho de hablar una palabra profética a la Iglesia.
Dimensiones ecuménicas
Es
evidente que la renovación carismática es ecuménica por su misma naturaleza: católicos
y protestantes nos encontramos unidos en la misma experiencia y nos juntamos
para dar testimonio de lo que el Señor está operando en medio de nosotros. Hay
que tener, por otra parte, mucho tacto y discernimiento, estar informados de
las diferencias históricas y doctrinales, para evitar divisiones y tropiezos, y
cuidar de la autenticidad de la fe de cada miembro. No hay que apagar el
Espíritu en lo que está haciendo para acercar a los cristianos entre ellos.
La acción carismática del Espíritu
Se
dan en la renovación dos modos de considerar la naturaleza de los carismas. La
primera, considera los carismas como algo milagroso, porque serían capacidades radicalmente
nuevas que Dios ofrecería a la comunidad.
La
segunda, seguida por muchos teólogos y exegetas, considera los carismas como
una dimensión nueva que toma la vida de la comunidad, bajo la acción poderosa
del Espíritu Santo. La novedad consistiría en la animación, obrada por el
Espíritu, de una capacidad que ya pertenece a la plenitud de la humanidad. Los
carismas, pues, son sobrenaturales solo en cuanto al modo y al fin, porque su
fin es el Reino de Dios y se realizan por el poder del Espíritu Santo. En sí
mismos, el hablar lenguas y el profetizar no se diferencian de la verbalización
que se da en otras culturas no cristianas.
El don de lenguas
1)
Como oración. La función principal del carisma de lenguas es la oración. Más específicamente,
parece estar asociado con la oración de alabanza (Hch 2,11; 10,46). La presencia
de este don es exegéticamente innegable en cuanto patrimonio de las comunidades
apostólicas, aunque este don no pertenezca al centro de la proclamación del
evangelio.
2)
Como oración no-conceptual. Este carisma debe entenderse como la manifestación del
Espíritu en un don de oración, que nos lleva a orar mejor y de una manera más profunda
sobre todo en la oración privada. Se trata de un modo de orar no conceptual y no
objetivo, lo cual tiene un valor espiritual considerable, porque recoge en la
oración todo nuestro ser y no solo la parte conceptual. Aunque la oración en
lenguas ocupa la totalidad de la persona, incluyendo las emociones, el acto de
orar en lenguas no está vinculado de una manera necesaria a la elevación
emocional. Si las lenguas, en ciertos casos, son o no un verdadero lenguaje. Queda
todavía por investigarse seriamente.
3)
El don de lenguas no es el objeto de la renovación. La renovación carismática
no tiene como propósito introducir a todos los cristianos en la práctica de
orar en lenguas, pero sí quiere llamar la atención sobre la gama plena de los
dones del Espíritu, entre los cuales se cuenta el don de lenguas.
El don de profecía
1)
La profecía como integral al ministerio de la Iglesia. En el AT, el
Espíritu está relacionado sobre todo con la profecía. En
el nuevo Israel, el Espíritu no reposará sólo sobre algunos profetas, sino
sobre toda la comunidad (Hch 2,4; 4,3). Para Pablo, apóstoles y profetas
van juntos (Ef 2,20; 1Co 12,28; Ef 3,5; 4,11; Ap 18,20). El Espíritu Santo es
el orden y la fuente de la vida social de la Iglesia. El profeta
era visto como parte integrante del ministerio social y de la misión de la Iglesia.
2)
Examen de las profecías. Así pues, el carisma de la profecía pertenece a la
vida ordinaria de una iglesia local, y no debe mirarse como una gracia fuera de
uso. La profecía auténtica proclama la voluntad de Dios y la palabra de Dios y
enfoca la luz divina sobre el presente. La profecía
exhorta, amonesta, reconforta y corrige, y está dirigida a la construcción de la Iglesia (1C) 14,1-5). Se tiene
extremo cuidado con la profecía de predicción v la de dirección. La profecía de
predicción no debe seguirse sino cuando haya sido examinada y confirmada de
otras maneras. Al igual que con todos los dones, la misión profética puede
variar en calidad, poder y pureza. También sufre un proceso de maduración;
además, existe una gran variedad de profecías según tipos, modos, propósito y
expresión. La profecía puede ser una palabra sencilla de aliento, una
amonestación, un acto profético o una decisión para una nueva línea de acción.
Por esta razón, todas las profecías no habrán de entenderse o recibirse al mismo
nivel.
El profeta es un miembro de la Iglesia y no está encima
de la misma, aun cuando confronte a la Iglesia con la voluntad y la palabra de Dios.
Ni el profeta ni su profecía se autentifican a sí
mismos. Las profecías han de someterse a la
comunidad cristiana (1Co 14,29). También se
someten a los que tienen responsabilidades pastorales. Cuando sea necesario, se
someten al discernimiento del obispo.
La liberación del mal
1)
Victoria sobre los malos espíritus. Los autores del NT estaban convencidos de
que el poder de Jesús sobre los demonios era signo de que el Reino de Dios
estaba presente y revelaba a Jesús como Mesías. Evitando una lectura
fundamentalista de la
Escritura y una excesiva preocupación por lo demoníaco, la
renovación carismática quiere también asumir este ministerio de la liberación
de los influjos demoníacos.
2)
Curaciones físicas. La renovación quiere también llamar la atención sobre el
papel de la curación en el ministerio de Jesús. Entre los poderes del Mesías,
está el de curar enfermos. Y este poder Jesús lo comunica a sus discípulos. La
renovación quiere también asumir este papel de los discípulos de Jesús,
orientándolo de una forma explícita o implícita en la vida sacramental de la Iglesia, especialmente en
la eucaristía, la penitencia y la unción de los enfermos. El ministerio de la
curación no niega ni la ciencia médica, por una parte, ni el valor del
sufrimiento redentor, por otra parte.
Imposición de manos
La
imposición de las manos, según se practica en la renovación carismática, no es un rito mágico ni un signo sacramental. En las
Escrituras, la imposición de las manos tiene una variedad de significados: una bendición, una oración de súplica por la curación de un
enfermo, el impartir funciones en la comunidad, la oración para la efusión
del Espíritu. En la renovación carismática, la imposición de las manos es una expresión visible de solidaridad en oración y unidad
espiritual en la comunidad.
Cuando la imposición de manos se usa para pedir que el Espíritu
Santo, ya dado en la iniciación, venga a la experiencia consciente, no se
considera como una repetición de la imposición de manos sacramental que ejecuta
el sacerdote en el bautismo y el obispo en la confirmación. Más bien es una
expresión de oración para que el Espíritu ya presente venga a su plena
realización en la vida del individuo y de la comunidad.
Conclusión
Como
el papa Juan XXIII, Pablo VI declaró, en el curso de la audiencia general del
29 de noviembre de 1972, que la Iglesia tenía necesidad de
un Pentecostés perpetuo. La renovación carismática es una de las
manifestaciones de este Pentecostés. Todos los que tienen una responsabilidad
pastoral, deberían estar abiertos a esta manifestación y conocer desde dentro
su especificidad.
Tradujo
y condensó: GIUSEPPE AVESANI
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