ALEGRIA Y EXIGENCIAS DE VIVIR
COMO HERMANOS
Berengere FITELLER
Cuando el Señor viene al
corazón del hombre para estar con él, quiere también abrir ese corazón para
llegar a otros corazones. Así la
Buena Nueva no dejará de extenderse "hasta
los confines de la tierra" y todos conocerán la alegría de caminar
con el Señor. Uno de los frutos más dulces de la intimidad con Cristo es el de
la vida fraterna. El amor a los hermanos nos lo concede gratuitamente el Señor,
pero sabemos por experiencia que, para que dure y crezca, necesita nuestra
colaboración.
¿Por qué la vida fraterna tiene tanta
importancia?
Cristo nos dejó un mandamiento; no sólo un deseo: "Esto os mando, que os améis los unos a los
otros" (Jn 15, 17). No se trata de algo optativo. Es un mandato
para sus seguidores. Si estamos llamados a evangelizar, el amor fraterno es el
único lenguaje que todo el mundo comprende; es algo que hace visible a Dios: "En esto reconocerán que sois mis discípulos, en que
os amáis los unos a los otros" (Jn 13, 35). El amor fraterno,
cuando es verdadero y perseverante, acaba causando asombro. Se decía de los
primeros cristianos: "Mirad cómo se aman".
Nadie se queda insensible ante un amor que es fiel y, más pronto o mas tarde,
la gente descubre que Dios está en el origen de ese amor. La vida fraterna es,
en sí misma, una evangelización irremplazable, siempre posible y al alcance de
todos.
Amar al prójimo es algo tan grande y tan hermoso como amar a Dios, pues,
al amar a los demás, es a Jesús mismo a quien amamos. Lo dijo claramente en San
Mateo: "Todo lo que hacéis por uno de estos mis pequeñuelos, Conmigo lo
hacéis" y más tarde San Juan dirá: "Él que
dice que ama a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso". "Sin
amor, nada soy, sino un címbalo que retiñe. Podría tener todos los dones
posibles e inimaginables; pero si me falta la caridad, nada soy".
Jesús ha subrayado la primacía del amor fraterno: "Cuando presentes tu ofrenda ante el altar, si
recuerdas que tu hermano tiene una queja contra ti, deja tu ofrenda ante el
altar y primero vete a reconciliarte con tu hermano...."
Todos tenemos necesidad de amar y de ser amados para vivir y para
realizarnos porque sólo el amor explica nuestro existir. En un grupo
carismático muchos piden la efusión del Espíritu Santo que llega para renovar
su ser y su vida. Pues bien, el amor es el fruto
más importante del Espíritu, que se deriva de la conversión y que continúa después
de la efusión del Espíritu. La vida fraterna es por eso otro gran don del
Espíritu para nuestra felicidad y la de los otros. Y para que amándonos
traigamos al mundo la paz ¿Cómo lamentarnos de las guerras, si hay luchas entre
nosotros? De aquí la urgencia de la fraternidad que no se logrará plenamente,
según S. Pablo "hasta que Cristo sea todo en
todos".
¿En qué consiste la vida fraterna?
El amor se manifiesta con obras – "obras son amores..."- y con
actitudes del corazón y del espíritu. Santiago lo afirma claramente: una fe "si no tiene obras, está realmente
muerta".
Entre las obras de amor, la
acogida es muy importante. Cuando se llega por primera vez a un grupo, la
acogida nos hace sentirnos a gusto..., también, aunque uno ya no sea novato, si
nadie nos acoge a la entrada, parece que falta algo. Aunque no hay tiempo de
hablar con todos, una simple sonrisa o un gesto nos caen bien, "es como si el gozo del Señor llegase hasta
nosotros".
El amor fraterno se
manifiesta por la solicitud por el otro, por la voluntad de dirigirnos a todos,
especialmente a los más tímidos y a los que tienen dificultades. El amor es
presencia, escucha, participación en las penas y en las alegrías, visita a los
enfermos, cartas, el teléfono... También es amor la ayuda mutua, los servicios
prestados, el compartir bienes materiales o dinero, el acompañamiento, sin
olvidar la oración, donde le dejamos a Jesús la iniciativa para que nos dé un
corazón fraternal.
La vida entre hermanos,
como Jesús nos la ha enseñado, exige obras algo más profundas, una manera de
ser, unas actitudes, que reflejen el Amor mismo de Cristo. Son actitudes que Él
mismo explicó a sus discípulos y las vivió. Recordemos algunas:
* Jesús invita a la discreción y a la
humildad: "Guardaos de practicar vuestra justicia delante de los hombres
para ser vistos por ellos..."; "El que quiera ser grande entre
vosotros que se haga vuestro servidor".
* Jesús sitúa a
cada uno ante su debilidad y su condición de pecador: "El que de vosotros
esté libre de pecado que arroje la primera piedra".
* Nos exige
benevolencia y misericordia, pues sólo Dios conoce las intenciones: "No
juzguéis; sed misericordiosos como vuestros Padre es misericordioso".
* Nos pide
también la generosidad: "¿Qué mérito tenéis si amáis a los que os aman y
hacéis bien a los que os lo hacen?"
* Jesús nos muestra un amor sin
límites que llega hasta el amor de los enemigos, al perdón 70 veces siete.
Ante tal exigencia estamos tentados de abandonar. Pero el Señor no nos
pide vivirlas todas a la vez. Cuando el Señor nos reclama para trabajar en un
campo concreto da la gracia necesaria, "no es
el poder ni la fuerza, sino el Espíritu de Dios". Y, como empujados
por una palanca, cuando vivimos más intensamente uno de los aspectos del amor,
todos los demás se reavivan.
Dificultades de la convivencia
Cuando uno lleva poco tiempo en el grupo, sucede que todo parece hermoso
y fácil y uno se siente feliz. Es una gracia que el Señor nos da porque la
necesitamos, y nos la volverá a dar cada vez que sea necesaria. Pero, poco a
poco, nos vamos enfrentando con la realidad, igual que en una familia,
descubrimos que la convivencia no existe sin lucha y sin esfuerzos y que la
caridad hay que restaurarla continuamente.
Existen, inevitablemente, incomprensiones, susceptibilidades,
celotipías, molestias para aceptar las diferencias; se interpretan las
palabras, las actitudes, no se sabe siempre escuchar y tener paciencia... Necesitamos
abrirnos sin cesar a los otros para tratar de conocerlos y comprenderlos, y,
con frecuencia, nos molesta amarlos como son porque tampoco nos amamos a
nosotros mismos.
Debemos también desconfiar de esa tendencia que nos acecha en algunos
momentos, de no atender a los otros y olvidar que formamos un cuerpo, en el
cual cada uno tiene una función indispensable. Cuando un miembro remolonea, se
entorpece todo el cuerpo; al contrario, el más pequeño servicio que se presta,
aunque no sea más que una simple sonrisa, anima a todo el cuerpo. Estamos
llamados sin cesar a pasar de "la actitud de
receptores pasivos a la de servidores activos" y todos tenemos
medios para hacerlo, pues "en cada uno el
Espíritu se manifiesta por un don para el bien común" (1 Co 12, 7).
Cada uno conoce bien, hasta qué punto es difícil una jornada, cuando no
la hemos comenzado con el Señor y cuando no hemos tenido tiempo en la oración
para dejarnos llenar de su presencia. Con Él todo se vuelve más fácil, hasta en
el plano físico. Olvidamos que es Dios quien tiene la iniciativa de todo. "Él nos amó primero", dice San Juan en
su primera carta; "El amor viene de Él", y
cuando nos amamos los unos a los otros, es Él quien ama en nosotros. Santa
Teresa del Niño Jesús lo afirma: "Cuando tengo
detalles de cariño con mis hermanos, es Jesús quien actúa en mí".
Si no estamos unidos a Él, la vida fraterna pasa a ser asunto nuestro y
esto resulta insoportable. Muchas veces damos vueltas en nuestra cabeza a cómo
amar, cómo organizar la comunión fraterna, ya que el Espíritu Santo ama en
nosotros y nos une a los otros, pero le impedimos actuar con nuestros criterios
negativos. Pero no lo olvidemos, nuestro puesto es el de servidor. En la vida
fraterna estamos ante todo al servicio de Dios. San Pablo no se cansa de
repetir: "Dejaos llevar por el Espíritu",
y añade: "No contristéis al Espíritu".
Un obstáculo importante: la crítica destructiva
La crítica destructiva es un juicio desfavorable, dirigido sin razón,
contra alguno o contra sus intenciones. Es la expresión de un malestar contra
alguien, a quien percibo en sus aspectos desfavorables o que simplemente me
resulta molesto. Se trata de un desvío, que se manifiesta hacia fuera o me
corroe por dentro... Esta crítica, tanto si es exterior como interior, causa
destrozos que perturban la vida de las personas y la de los grupos. Puede ser
más o menos grave, abarcando desde el juicio desfavorable o temerario a la
maledicencia o la calumnia. Ahora sólo tratamos aquí del juicio desfavorable,
de esa tendencia a manifestar los fallos, a subrayar todo lo que es negativo en
una persona y, lo que es más grave, a juzgar sus intenciones.
Ante todo, hay que aclarar que la crítica es diferente del juicio que
hacemos al darnos cuenta de los hechos, sin querer condenar a las personas. Hay
cosas que hay que decir para poder progresar en un grupo; se trata de la
crítica constructiva o de la corrección fraterna. La línea divisoria entre
crítica y conocimiento de un hecho es a veces difícil de delimitar, pero la encontraremos
fácilmente si examinamos la intención que nos impulsa a hablar...
¿Por qué se critica con tanta facilidad? Hay múltiples causas: la
influencia del ambiente que nos rodea tan lleno de críticas y que nos lleva a
juzgar sin reflexionar; la necesidad de hablar; la curiosidad; a veces, la
frivolidad; la falta de valor para decir la verdad a quien corresponda. También
la falta de prudencia: se ha oído algo negativo y no se comprueba si es
verdadero. Se critica por celos, por rencor, por susceptibilidades, por
orgullo, por despecho. La crítica brota también a causa de heridas no curadas.
Muchas veces, la raíz de la crítica está en una falta de amor. El hábito
de criticar muestra con frecuencia un espíritu cerrado, estrecho y superficial,
que no pasa más allá de las apariencias. Cuando uno se cierra al otro, cuando
no quiere oír una verdad, sea la que sea; cuando nada se acepta. Jesús lo dijo
a los fariseos:
"Ha venido Juan el Bautista, que no
comía pan ni bebía vino, y decís: ‘Demonio tiene’. Ha venido el Hijo del
hombre, que come y bebe, y decís: ‘Ahí tenéis un comilón y un
borracho’..." (Lc 7, 34-35).
Cuando nos falta amor:
Advertimos que nuestro espíritu crítico avanza cuando se enciende la
alarme de que nuestra presencia de Dios está aflojando. No podemos vivir en
intimida con el Señor y criticar: son dos actitudes totalmente incompatibles.
Si no queremos llegar tan lejos, cuidemos nuestra oración para que sea sincera:
"Este pueblo me honra con sus labios, pero su
corazón está lejos de mí".
La crítica, el juicio interior, alejan de Dios e impiden reconocer su
acción en nuestras vidas. Es como un tapón, que no nos deja ver limpiamente, y
que impide que el Señor pase a través de nosotros. En el Evangelio vemos como
los fariseos no se recatan de murmurar contra Jesús y de recriminarlo. Podemos
observar los avances y los estragos de sus críticas. Al principio, tienen ideas
preconcebidas: "¿De Narazet puede salir algo
bueno? Su madre y sus hermanos están aquí entre nosotros." Rechazan
sistemáticamente todo lo que Jesús pueda decir o hacer, terminan rechazándolo y
eliminándolo. Cuando alimentamos prejuicios contra alguien, somos incapaces de
encontrar nada bueno en él. La crítica, sobre todo interior, acaba matando la
capacidad de admiración. Somos incapaces de alabarlo. Lo eliminamos mediante el
silencio que lo ignora.
En el Evangelio hay un contraste evidente entre la actitud de los
sencillos de corazón y la de los fariseos: "Los publicanos y los pecadores
venían todos a Jesús a escucharlo, y las turbas se maravillaban y daban gloria
a Dios... Los fariseos y los escribas le contradecían y buscaban la forma de
sorprenderle en alguna palabra".
La crítica cuando se desmanda, es una verdadera peste que infecta todas
nuestras relaciones. Siembra dudas, mata la confianza mutua, deteriora el
ambiente, quita la paz y hace perder la energía para el servicio. Perturba la
unidad y hay que estar atentos porque el enemigo se sirve de ella para dividir
los grupos.
Si la crítica es algo muy agostador, en cambio, la ausencia de crítica
destructiva, interna o externa, es un verdadero descanso. Por eso, si Jesús
insiste: "No juzguéis, sed misericordiosos...", no es para
amordazarnos, sino para abrirnos a la dicha de vivir como hermanos y para
darnos la capacidad de acoger su presencia en nuestro corazón.
Cuando tratamos de evitar la crítica, nos desprendemos de un pesado
fardo, nos liberamos para servir en la alegría y descubrimos mucho más fácilmente
lo positivo en nosotros y en los demás. Cuanto más busquemos vivir en intimidad
con el Señor, más nos sentiremos impulsados a una delicadeza en el amor hacia
Él y hacia los hermanos.
Para vivir la vida fraterna
Sentir la presencia de Dios: Atención a su
presencia amorosa y actuante que nos llena de la fuerza y la alegría de los que
se saben amados.
Abstenerse de la crítica destructiva para
conservar en nosotros la apertura a Dios que nos ayuda a ver a los otros como
Él los ve.
Abstenerse
de quejas inútiles, internas y externas y captar los aspectos positivos de la
vida; desarrollar nuestra capacidad de adaptación a los acontecimientos;
vivirlos en la esperanza y, como dice la Escritura "alabar
a Dios en todas las ocasiones".
Hacerse servidores de los demás como
Cristo, cada uno según sus posibilidades y talentos.
Ser constructores de la paz – la paz
que nace del amor vivido - nos mueve al perdón y a la reconciliación, sólo
posibles, si estamos unidos a Jesús.
Estos cinco puntos, fáciles de retener, pueden ofrecernos cada día un
itinerario concreto para nuestra vida y para convivir con los hermanos. Serán
la mejor fidelidad al Espíritu Santo en el momento que nos toca vivir.
Traducido de TYCHIQUE,
nº 124…(Nuevo Pentecostés, nº 73)
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