CAMINAR
EN EL ESPÍRITU
Diego
Jaramillo
...
Yo no sé cuántos grupos realmente hay en Colombia, pero lo que sí sé es que
cada vez que dos o más cristianos se juntan y están en el Espíritu, eso es un
Grupo de Oración. Y lo que sí sé es que el hogar de cada uno de vosotros está
llamado a ser un Grupo de Oración profundamente animado por la fuerza del
Espíritu Santo, y por eso yo creo que diez mil o treinta y dos mil... son
números que se nos quedan cortos o se nos deben quedar cortos, porque nosotros
necesitamos en un país de treinta millones de habitantes, necesitamos siquiera
un millón de grupos de oración, ojalá muchos más y eso va a depender de todos
nosotros, de todos vosotros.
Y
¿qué es un Grupo de Oración? Yo quiero recordar brevemente algunas de las palabras
que ya en 1973 el Papa Pablo VI decía respecto a grupos de oración a la Renovación Carismática.
Él decía que en ellos se encontraba "el gusto por una oración profunda,
personal y comunitaria, un retorno a la contemplación y un énfasis puesto en la
alabanza de Dios". Y hablando el mismo Papa dos años después a los de la Renovación Carismática
les decía que "en ellos veía una oración a menudo comunitaria, donde cada
uno expresándose libremente ayuda, sostiene y fomenta la oración de los
demás". Y les hablaba de la necesidad de alabar a Dios, de darle gracias,
de celebrar las maravillas que obra por doquier en torno nuestro y en nosotros
mismos. Y les decía: "Deben abrirse de nuevo los labios cerrados a la
oración, abrirse al canto, a la alegría, al himno y al testimonio".
Cuando
los grupos de oración comienzan así a abrirse al canto y a la alegría y a la
oración, y empiezan a invocar la fuerza del Espíritu Santo, el Espíritu llega y
los santifica y los hace por doquier manifestarse con una energía y una
vitalidad que nosotros antes ni podíamos siquiera sospechar. Estos grupos en la Renovación Carismática
han querido ser profundamente abiertos a la acción del Espíritu Santo, han
querido desde el principio fomentar la experiencia del Espíritu Santo en la vida
de todos nosotros y por eso por todas partes, en las manos levantadas de todos
nosotros hay siempre una alusión constante a la fuerza, al poder, al vigor del
Espíritu Santo en nosotros. Hay lo que decía el mismo Papa Pablo VI, hablando
del Espíritu hablando de la Renovación Carismática, decía: "Nosotros lo
invitamos, lo queremos, lo deseamos ante todo que el pueblo cristiano, el
pueblo creyente tenga de esta presencia del Espíritu de Dios un presentimiento,
un culto, una alegría superior".
Pues,
mis hermanos, yo creo que si nosotros estamos llamando, invocando, pidiendo al
Espíritu de Dios que baje sobre nosotros, Él responde, y responde de una manera
tal que supera las expectativas y peticiones que brotan de todos los grupos.
Ustedes recuerdan ese episodio que nos narra el libro del Éxodo, donde se dice,
lo escuchaba yo no hace mucho en Roma explicado bellísimamente por un sacerdote
francés, aquel episodio que narra que Moisés quería ver a Dios. Y Moisés le
dijo a Dios: "Te ruego que yo pueda ver tu gloria". Y Dios respondió
a Moisés: "¿Quieres ver mi gloria? Yo te voy a hacer ver mi amor, te voy a
hacer ver mi bondad y te voy a revelar mi Nombre. Mi rostro no puedes verlo,
porque un hombre no puede contemplar mi rostro sin morir, pero te voy a revelar
mi amor, Yo te vaya revelar mi Nombre". Moisés había pedido ver la gloria
y Dios le quiso revelar su bondad y le quiso revelar su Nombre. Entonces nos
cuenta el libro del Éxodo que Moisés se tuvo que ocultar en el hueco de una
peña mientras Dios pasó y le cubrió con su mano, y decía su Nombre mientras iba
pasando. ¡Ah, pero aquí como que nosotros no solo hemos querido ver la gloria
de Dios, sino que también Él ha querido ver nuestra gloria! Es como si Dios nos
dijera: "Hijo de hombre, Yo quiero ver tu gloria". Y yo tuviera que
decirle a Él: "Yo no tengo gloria, Señor, yo no tengo sino pecado, yo no
tengo sino miseria, yo no tengo nada que mostrarte". Y Él dice: ¡Ah, yo
quiero ver tu gloria y quiero ocultarme en una caverna, quiero ocultarme en una
gruta, quiero ocultarme en tu propio corazón y ahí, desde tu propio corazón, Yo
vaya hacer que tu pequeñez y que tu pecado y que tu maldad se transforme en
gloria, Yo vaya estar en tI, Yo vaya morar en ti, Yo vaya ser tu huésped".
Y
eso es lo que el Espíritu Santo está haciendo en nuestros Grupos y en muchas
personas, eso es lo que el Espíritu Santo de Dios quiere hacer en cada uno de
nosotros. Quiere Él venir a morar en nuestro propio corazón y allí
transformarnos de tal manera que todo lo que nosotros seamos sea únicamente su
gloria, su Palabra y su amor. Y Él viene, como dice la Escritura, como paloma,
como una paloma desciende, así bajó sobre Jesucristo y permaneció sobre Él, así
desciende sobre todos los que se parecen a Jesucristo y permanece sobre ellos.
Viene como agua, que purifica y que sacia la sed. Viene como fuego, que quema,
que alumbra, que ilumina. Viene como sello, que nos imprime la imagen de Jesús.
Él viene como aceite, que nos penetra totalmente, que nos recorre todo el ser.
Viene el Espíritu de Dios a cada uno de nosotros y cuando el Espíritu del Señor
viene a cada uno de nosotros cambia nuestro ser, cambia totalmente nuestro ser
y de ahí en adelante ya sí que tenemos que decir: "Yo oro en el Espíritu,
yo canto en el Espíritu, yo trabajo en el Espíritu, yo amo en el Espíritu, yo
sufro en el Espíritu, yo soy en el Espíritu; mi ser todo, no únicamente mi
oración, no únicamente yo oro en el Espíritu, toda mi actividad, todo mi ser
tiene que ser en el Espíritu de Dios, ese es el gran proyecto para cada uno de
nosotros: SER en el Espíritu de Dios.
Y
podemos nosotros preguntarnos esta mañana: ¿En qué medida yo me estoy dejando
impregnar por el Espíritu Santo? ¿En qué medida Él está penetrándome a mí? ¿En
qué medida mi oración es oración en el Espíritu? ¿En qué medida mi canto es
canto en el Espíritu? ¿En qué medida mis viajes son viajes en el Espíritu?
¿Estaré yo dejándome conducir como Pablo, "no, no vayas a allá, vete más
bien a Macedonia". ¿En qué medida mi alegría es una alegría en el Espíritu
Santo de Dios? ¿y hasta donde y hasta cuando yo podré decir como Jesucristo
(Luc. 10, 21) alegrándose profundamente Él en el Espíritu Santo de Dios,
exultaba y decía: "Padre, Yo te bendigo, Señor del cielo y de la tierra
porque has revelado estas cosas a los pequeños y las has ocultado a los
poderosos y a los grandes!'. ¿En qué medida mi amor es un amor en el Espíritu
de Dios? "El amor de Dios se ha manifestado en vosotros por el Espíritu de
Dios que nos ha sido dado" (Rom. 5, 5). ¿En qué medida toda mi vida, todo mi
trabajo, toda mi actividad, es un SER en el Espíritu Santo y no una vida en
donde hay "pedacitos", "momentos", "fragmentos",
"minutos" de Espíritu Santo y minutos de espíritu de hombre y minutos
de carne y minutos de pecado.
Pero
qué es lo que hace el Espíritu Santo de Dios cuando baja, cuando empapa, cuando
impregna, cuando mora en el corazón de un hombre? Dice la Secuencia del día de
Pentecostés y el Papa lo decía hace veinte días solamente, en una grabación
desde su lecho de enfermo, decía que gritaba para que esa luz maravillosa del
Espíritu viniera sobre todos nosotros y sobre la Iglesia. Cuando la
luz del Espíritu aparece en oriente, es tal su brillo, es tal su esplendor,
mayor que el del sol cuando está de veras en toda su magnificencia, que uno no
puede mirarlo; los ojos del hombre no soportan el brillo de Dios, no lo puede
mirar sin morir. Y entonces, cuando la luz del Espíritu de Dios aparece,
ilumina, como que nosotros no podemos mirarlo, no podemos centrar nuestra
mirada en Él y tenemos que volver nuestros ojos a otra parte, los volvemos
hacia el Padre y lo volvemos hacia Jesús. ¡Ah! Una propiedad que tiene el
Espíritu Santo es que es discreto, lo han llamado "la humildad de
Dios" y por eso el Espíritu Santo cuando aparece nunca centra la atención
en Sí mismo, sino siempre en el Padre, siempre en Jesús, por eso sabemos tan
poco, por eso hablamos tan poco del Espíritu Santo de Dios.
Y
lo primero que hace el Espíritu Santo es que nos lleva al Padre y por eso en la
oración de una persona que esté en el Espíritu, una oración en el Espíritu, es
una oración que necesariamente tiene como protagonista al Padre, el Padre Dios,
Él es el centro de la oración cristiana cuando es el Espíritu Santo el que la
dice, cuando es el Espíritu Santo el que nos impulsa a decirla o la dice en
nosotros: el Padre el protagonista. El Espíritu Santo como que siempre a toda
persona que VIVE y que ES bajo su impulso, la lleva necesariamente hacia el
Padre. Ustedes recuerdan quizá a aquel mártir de Antioquia, al comenzar el siglo
11, el Patriarca San Ignacio, cuando iba camino del martirio y escribía a los
romanos que "por favor les pedía que no hicieran nada para evitar su
muerte porque Él quería ser molido por los dientes de las fieras, que tenía
ansia de transformarse en trigo de Dios", y decía: "Es que yo siento
dentro de mí un agua viva que me grita: ¡Ven hacia el Padre!". Un agua
viva, un agua viva que me grita: ¡Ven hacia el Padre, ven hacia el Padre! Lo
que hace el Espíritu Santo en el corazón de quien anima es que lo lleva hacia
el Padre, lo mueve hacia el Padre, le hace suspirar por el Padre.
¡Ah!
Cuando llega esa luz, lo primero que el hombre hace es verse él mismo, verse él
mismo en su pequeñez, verse él mismo en su pecado, en su miseria, y entonces el
hombre en el Antiguo Testamento el hombre decía cuando la luz de Dios le
llegaba hasta el corazón, decía: "¡Ay de mí, voy a morir, porque he visto
a Dios!"
Y
cuando llega Jesucristo, el hombre dice: "Apártate de mí, Señor, soy un
hombre pecador", pero cuando Jesús comienza a predicar el hombre dice:
"Me levantaré e iré hacia mi Padre". El Espíritu Santo le muestra su
pecado, le hace comprender que cuidando cerdos él no puede de ninguna manera
vivir, porque no está hecho para comer algarrobas como por las que suspiraba el
hijo pródigo para alimentarse, y dice: "Me levantaré e iré hacia mi
Padre". Un agua viva que le impulsa hacia el Padre. "Me levantaré,
iré hacia mi Padre y le diré..." Me levantaré porque estaba caído e iré
hacia mi Padre, iré porque estaba lejano, y le diré porque se había cortado el
diálogo, porque ya no podía hablar, pero él quiere (levantado y regresado)
hablar al Padre.
Eso
es lo primero que hace el Espíritu Santo, la primera oración en el Espíritu
Santo, la primera plegaria que el Espíritu Santo hace destilar del corazón
nuestro. Por eso, una auténtica plegaria en el Espíritu Santo antes que nada
nos hace tomar conciencia de nuestro pecado, de nuestra indigencia y nos
impulsa a salir de ella, "me levantaré e iré a mi Padre y le diré".
¡Ah!
Pero el Espíritu Santo, apenas el hombre da los primeros pasos, comienza a
cerrar, a entregar su negocio, a renunciar a su posición de porquerizo y
comienza a caminar hacia la estancia del Padre, el Espíritu Santo le hace decir
"¡cuántos jornaleros hay en la casa de mi Padre que tienen pan en
abundancia!". ¡Ah, dame pan, dame que tengo hambre, dame que estoy
desfallecido! El Espíritu Santo es el primero que, después de hacemos
comprender la humildad y la indigencia de nuestra vida, nos va diciendo:
"Tú puedes pedir, tú puedes considerarte como un niño, tú puedes
considerarte indigente". Eso es plegaria en el Espíritu Santo y Él dice:
"Si tú no sabes pedir lo que quieres, soy Yo el que voy a pedir por tí y
lo voy a hacer con gemidos inefables que tú mismo ni conoces", porque si
toda la creación gime por ser de nuevo redimida y si gimen también los hombres
clamando por una redención, también el Espíritu gime en nosotros. Pide, pide a
tu Padre.
Y
el hombre comienza a caminar, después de haber reconocido su pecado va reconociendo
también que él necesita de la mano de Dios, él necesita de la protección de
Dios. Pero el Padre lo ve venir de lejos. Basta que el hombre dé el primer
paso, Dios que lo ha estado viendo desde siempre, lo ve venir de lejos y corre
hacia él y cuando él dice: "PADRE", porque esa es la plegaria que el
Espíritu Santo pone en nuestro corazón, el Espíritu Santo de Dios nos hace
gritar "ABBA, PADRE", Y en eso le decimos todo! y el Padre ya está
apoyado sobre el hombro del hijo que regresa y lo está cubriendo con su manto y
está diciendo: "Traigan el vestido más precioso y en la mano pónganle el
anillo y en los pies las sandalias"... Ya es hijo, ya es hijo, ya hizo el
camino de la esclavitud a la filiación, "pónganle las arras, pónganle el
anillo del Espíritu y maten para él el cordero cebado", que es el Cuerpo
de Jesucristo.
Y
cuando ya el hombre, en la casa del Padre, con las arras del Espíritu,
alimentado con el Cuerpo del Señor Jesús, puede mirar y puede darse cuenta
donde está, ya él puede decir: "Padre", y comienza la fiesta y
comienza la alegría, el regocijo, ¿qué hijo pródigo regresado a la casa del
Padre va a quedarse con los brazos muy cruzados, con la cabeza muy agachada, en
una adoración profunda o en un sueño más profundo todavía, cuando puede estar
en el regocijo de la casa del Padre? El Espíritu Santo lo lleva al regocijo, el
Espíritu Santo lo lleva a la alegría. Para él, el Espíritu Santo hace servir el
vino nuevo, el que dá la Vid
nueva que es Jesucristo de la cual somos todos sarmientos, el que se guarda en
odres nuevos, el que produce una embriaguez nueva, una embriaguez distinta, de
esa que dice Efesios: "Regocijaos pero no en el vino, llenaos de Espíritu
Santo", en Ese, con Ese, comienza la fiesta en la casa del Padre.
Y
entonces comienza también la alabanza, la alabanza que el Espíritu Santo hace
brotar en el corazón de un hombre que se sienta lleno del Espíritu Santo de
Dios. Y ¡qué puede decir un hombre al Padre que así lo está acogiendo! ¿Le dirá
palabras, o le dirá cantos, o le dirá silencios, o le dirá gritos, o le dirá
murmullos, o le dirá aclamaciones, o le dirá sonrisas, o le dirá sollozos, o le
dirá aplausos, o le dirá embelesas y admiración, o le dirá quietud, o le dirá
danza!, como que todo su cuerpo, como que toda su expresión, como que toda su
palabra se queda pequeña para poder decir la maravilla del Padre que nos ama, y
el Espíritu siempre trata como de impulsar la oración. Y la oración en el
Espíritu es aquella oración del hombre que llega hasta el Padre y se maravilla
y no puede decir sino "Padre, Padre, Abbá, Padre", Toda nuestra
oración en el Espíritu Santo es una oración que desde lo profundo de nosotros
mismos brote buscando a Dios. Oración en el Espíritu no es solamente cuando
nosotros no sabemos qué decir y entonces oramos en lenguas. Oración en el
Espíritu es toda la oración que el Espíritu Santo de Dios produce en nosotros
mismos y que nos va llevando desde el país lejano donde el hijo pródigo cuidaba
cerdos hasta el festín de alabanza en la casa del Padre.
Y
entonces el hombre comprende que su palabra es completamente limitada, su
palabra no alcanza a decir mayor cosa, porque cuando son sentimientos, cuando
son emociones lo que uno tiene que decir, la palabra se queda completamente
pequeña y pálida y opaca y limitada. Y entonces, el hombre dice como en los
salmos: "El mundo todo, las montañas, los valles, los ríos, bendecid
conmigo al Señor", o como dice el libro de Job: "¡Luceros del alba
bendecid conmigo al Señor!" O como otro de los salmos: "¡Pueblos
todos, naciones todas de la tierra, unid vuestras voces a la mía y bendigamos
al Señor!". Y sus palabras como que se quedan pequeñas e invita a todos
los hombres, a todos los instrumentos musicales, a los cantores todos, a las
trompetas, instrumentos de viento, instrumentos de cuerda... ¿Recuerdan cuando
cantamos el salmo 150, que es como una explosión de alegría? "Todos los
pueblos, todas las voces, todos los murmullos de la Creación, ¡bendecid
conmigo al Señor!. Y más. A pesar de invitar, de formar una gran orquesta con
todos los instrumentos musicales, todas las gargantas, todos los seres vivos,
todos los seres inanimados de la
Creación invitados al gran concierto en honor del Padre, eso
como que se queda pequeño, como que no alcanza, el Espíritu Santo pide más, el
Espíritu Santo quiere más, el Espíritu Santo nos dice: ¡Ah, yo tengo un
secreto, no hay sino un camino, no hay sino un puente, no hay sino un mediador
merced al cual la voz de la
Creación le puede llegar al Padre e invita a Jesucristo a que
se una a la alabanza!
¿Podré
darle gracias por mi vida, por mi salud, por mis padres, por mis bienes
materiales, porque me salen bien las cosas...? ¿Será eso lo grande que yo le
puedo decir al Padre? o ¿querrá decirle que Él es bello, que es inmenso, que Él
es maravilloso, que yo le bendigo, que yo le alabo, que yo querría hacerme
perfume de alabanza para Él, como dicen los salmos? ¿Será eso lo hermoso que yo
le puedo decir al Padre? Hay una palabra mayor, hay una palabra mayor todavía
que es la única Palabra, que es la gran Palabra que intercambia Dios con el
hombre, por la fuerza del Espíritu Santo. Cuando el Padre, por la fuerza de ese
Viento inmenso y eterno que es el Espíritu Santo, quiso decir una Palabra, su
Palabra, su eterno Verbo, lo dijo, por el Espíritu Santo y cuando quiso
dialogar con el hombre y quiso decir: "JESUS", Jesús, la gran Palabra
que el Padre nos dijo a nosotros, la dijo por la fuerza del Espíritu Santo.
El
Padre no tiene mayor Palabra para decirnos a nosotros que la Palabra JESUCRISTO.
Al decirnos "JESUCRISTO", el Padre nos está diciendo: "Este es
mi amor para vosotros". Al decirnos JESUCRISTO, el Padre nos está
diciendo: "Esa es mi bendición para vosotros, es mi paz para vosotros, es
mi todo para vosotros". JESUCRISTO agota la Palabra del Padre, es la Palabra eterna, es la Palabra inmensa, al
decirnos JESUCRISTO el Padre nos dijo todo lo que Él es y todo lo que nos ama y
todo lo que nosotros somos. Y cuando nosotros queremos decirle algo
extraordinario, pero espléndido, fantástico al Padre, lo único que podemos
decirle es JESUCRISTO, JESUSCRISTO. Eso es lo más que podemos decirle, y decir
Jesucristo y "Creer en Jesucristo, nos dice la carta de S. Juan en el
capítulo cuarto, y confesarlo no se puede hacer sin la fuerza del Espíritu
Santo". Y "decir Jesucristo es el Señor y creerlo con fe, eso no es
posible si no es con la fuerza del Espíritu Santo".
¿Por
qué es tan grande esta Palabra? Porque Jesucristo es el único puente, porque
Jesucristo es el único pontífice, es el único sacerdote, porque Jesucristo es
el único adorador, porque Jesucristo es el único conocedor, porque Jesucristo
es el único revelador del misterio del Padre. Por eso, cuando nosotros le
decimos al Padre "en el nombre de Jesucristo" nosotros le estamos
diciendo al Padre todo, todo lo que nosotros somos y todo lo que Él es. ¡Qué
bello decirle al Padre las alabanzas! ¡Qué maravilloso poderle decir al Padre
que le alabamos!, pero la mayor alabanza que podemos decirle es "JESUS,
JESUS". Por eso, Jesús es nuestro ¡Aleluya! y por eso Jesús es nuestro
¡hosanna! y por eso Jesús es nuestro AMEN. Cuando nosotros decimos
"AMEN" recordamos la carta a los corintios que nos dice que "Él
es el AMEN de Dios para nosotros". Y cuando nosotros decimos
"HOSANA", HOSSANA es danos salvación, y la salvación para nosotros es
JESUS, Jesús es el hosanna que Dios nos da a nosotros, Jesús es el ¡hosanna!
que nosotros le cantamos al Padre. Y cuando nosotros decimos
"ALELUYA", ALELUYA significa "Gloria a Dios", pero la
gloria de Dios es Jesucristo para nosotros. Por eso, la gran alabanza que
podemos tener los cristianos para el Padre es JESUS yeso no lo podemos hacer
sin la fuerza del Espíritu Santo. Y la gran acción de gracias que tenemos
nosotros, la gran Eucaristía, recuerden que la palabra EUCARISTIA significa ACCION
DE GRACIAS, la gran acción de gracias es Jesús. Nosotros no podemos hacer
Eucaristía si no es en la fuerza del Espíritu Santo. Por eso, las Eucaristías
todas tienen que ser Eucaristías carismáticas, aunque no tengan el nombre,
porque no existe ninguna Eucaristía que no sea carismática. Y hay sacerdotes
que dicen que dicen que hay Eucaristías que "no son carismáticas" y
todas son carismáticas, porque en todas está Jesús porque para poder traer a
Jesús se requiere la fuerza operadora del Espíritu Santo y la Eucaristía es la
alabanza, es la presencia de Jesús y esa todos los cristianos, vivan donde
vivan, hagan lo que hagan, están carismáticamente ofreciéndole al Padre la gran
Palabra que le pueden decir: JESUCRISTO, JESUCRISTO. No hay Palabra más bella,
ni hay oración más bella, ni hay alabanza más linda que Jesucristo, es la voz
que los oídos del Padre escuchan con amor. Y la gran petición de perdón ¿qué
otra hay que JESUCRISTO, el que murió por nosotros, el que está siempre
intercediendo por nosotros? No hay ninguna otra, no hay aunque nosotros nos
demos golpes en el pecho y destrocemos nuestros cuerpos, no hay ninguna otra
que Jesucristo, que nos cubre con su manto, con el manto de su Sangre.
Por
eso, lo primero que el Espíritu Santo puede hacer en nosotros es llevamos al
Padre por Jesucristo, en Jesucristo, con Jesucristo, esa es la gran oración en
el Espíritu. Si nosotros estamos orando en lenguas o cantando en el
entendimiento, si nosotros estamos agitando felices nuestros brazos o los
tenemos caídos y recogidos, pero no pensamos en el Padre y no pensamos en
Jesucristo, eso no es oración en el Espíritu, eso no es sino grito. Pero si el
Espíritu Santo es el que nos mueve, ¡Ah, entonces cualquiera que sea la
modalidad que tome nuestra plegaria nos llevará necesariamente a acoger a
Jesucristo y, por medio de Jesucristo, llegar hasta el Padre.
Pero
hay más todavía. La oración en el Espíritu hace algo más con cada uno de
nosotros. La oración en el Espíritu no es únicamente la posibilidad de que yo,
movido por el Espíritu Santo de Dios, cante alabanzas para Dios. No es
únicamente la posibilidad de que yo pida perdón a Dios o pida favores de Dios,
aunque sean espirituales, no es únicamente la oración en el Espíritu la
posibilidad de que yo participe en una Eucaristía espléndida, llena de cantos e
incienso y de mucho entusiasmo. ¡Ah, no, hay algo más profundo todavía! La
oración en el Espíritu es si yo me vuelvo oración, si mi vida se vuelve
oración.
¿Qué
es lo grande que el Espíritu Santo puede hacer en el corazón de un hombre? Que
yo diga "Dios", que diga "Padre" es muy bello, pero hay
algo más grande todavía y es que Él me transforma a mí en una imagen viva del
Señor Jesús, que Él me identifica a mí con el Señor Jesús, que Él me inserta a
mí en el Cuerpo del Señor Jesús y que por eso yo ya puedo decir "No soy ya
el que vivo, es Cristo el que vive en mí". Y dice S. Agustín: "Ya no
soy yo el que ora, es Jesucristo el que ora en mí", es que yo ya soy
imagen de Cristo, es que yo ya soy parte de Cristo, es que yo soy miembro de
Jesucristo, es que yo en parte ya soy Cristo. Estoy tan unido a Él, me alimento
de su Cuerpo, tengo su Espíritu, que ya es una prolongación.
Y
dice la carta a los Corintios que así como Moisés cuando bajaba del monte tenía
que cubrirse con un velo por el resplandor de su rostro al encontrarse con
Dios, nosotros a cara descubierta, mirándolo a Él, día a día nos vamos
transformando en su propia imagen por la fuerza del Espíritu Santo que nos ha
sido dado. Yo me estoy transformando en Cristo, tú te debes estar transformando
en Cristo, nosotros todos debemos estar transformándonos en Cristo. Cada uno de
nosotros debe decir: "Yo ya estoy adquiriendo los rasgos espirituales del
Señor Jesús, ya mi mansedumbre debe ser similar a la de Cristo, ya mi humildad
-si Él me dijo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón"- ha de
ser como la de Cristo... La imagen de Jesús debe ir resplandeciendo en mi
corazón porque todos nosotros que "aunque nuestro hombre exterior se
deteriora día a día, el exterior -no obstante- se va renovando
diariamente". Por eso, nosotros ya no vamos a decir solamente alabanzas,
nosotros nos vamos a convertir en un hombre o en una mujer-alabanza, es decir,
tu vida toda, tu trabajo todo, tus acciones todas, tu sueño... "sea que comas,
sea que duermas, cualquiera otra cosa que hagas, todo para alabanza de la
gloria de Dios".
Alguna
vez les conté que, al comenzar este siglo, en una ciudad francesa vivía una
religiosa carmelita, se llamaba Sor Isabel de la Stma. Trinidad. Y
un día Sor Isabel estaba en el comedor (en el comedor de los conventos de
clausura sobre todo, leen durante las comidas), entonces estaban leyendo ese
día el comienzo de la carta de S. Pablo a los Efesios, en el capítulo primero,
los versículos 6, 12 Y 14, en esos tres pasajes aparece una expresión que dice
que "Nosotros hemos sido creados para ser alabanza de la gloria de
Dios". Cuando Sor Isabel de la
Trinidad oyó en el comedor leer eso, a ella la pareció tan
bello, que apenas salió del comedor fue donde la hermana que había leído y le
dijo: "Hermana, exactamente ¿en qué parte de la Escritura está eso que
leíste?" Y le dieron la cita. Ella fue a leer a meditar ese pasaje y dicen
sus escritos espirituales que desde ese momento ella siempre que firmaba sus
cartas o cualquier cosa suya que tenía que firmar lo hacía así: Isabel de la Santísima Trinidad,
alabanza de la gloria de Dios. Y decía que cuando muriera le iba a pedir a Dios
que le cambiara el nombre, a pesar de que el nombre de Isabel es tan bello,
significa "casa de Dios", sin embargo ella dice que le cambien el
nombre en el cielo y la llamen allí "Sor alabanza de la gloria de
Dios". Es decir, que ya ella no estaba hecha para decir alabanzas, para en
un momento de la mañana decir: "¡Yo te alabo, gloria a Ti, Señor, bendito
seas, Aleluya!, no para decir alabanzas, sino para SER ALABANZA DE LA GLORIA DE DIOS.
Decía
un padre de la Iglesia,
S. Ireneo, al principio del cristianismo, decía que "la gloria de Dios es
el hombre vivo", el hombre que se realiza plenamente, el hombre que vive,
el hombre que desarrolla todas sus cualidades, todos sus talentos, todas sus
energías, el hombre que llega a ser más pleno, más hombre, ése es alabanza de
la gloria de Dios. El hombre que no deja embotada toda la inteligencia y los dones
que Dios le dio, alabanza de la gloria de Dios, alabanza de la gloria de Dios.
Hay gente que teme, hay gente que tiene un pavor a decir al Espíritu Santo que
venga a su vida y "haz de mí lo que quieras", y se preguntan ¿qué me
irá a pasar? ¿Qué me irá a pasar? "De pronto Él se complace en humillarme,
en abajarme... Como le dije que aquí estaba, de pronto me va a mandar tantos
sufrimientos, tantos pesares, tantas pruebas..." El Espíritu Santo es el
Espíritu Creador y el Espíritu Creador nunca destruye la obra que hizo, nunca
destruye la obra que hizo, de manera que si tú eres hombre e invocas al
Espíritu de Dios en tí, tú serás más hombre adulto y realizado y pleno; si tú
eres mujer e invocas más al Espíritu Santo, cada día tú serás más una mujer
lleno de inteligencia, de bondad, de Espíritu Santo; si tú le dejas, hará
plenamente su obra en tí, y el que te dio dones a ti, los coronará y llegarás a
ser alabanza de la gloria de Dios.
Pero
también la gratitud para Dios, ¿cómo tú vas a poder darle gracias a Dios? Tú
tienes que ser un hombre y una mujer-Eucaristía, es decir, tú tienes que estar
siempre en tensión de acción de gracias a Dios, tu vida toda tiene que ser
acción de gracias a Dios, tú no puedes ser Eucaristía si te contentas
únicamente con una pequeña oración de cada día con decir "Gracias,
Señor", o si vas a la
Eucaristía y dices con el presbítero: "Realmente es
justo, equitativo y necesario darte gracias en todo tiempo y lugar". Eres
Eucaristía si tu vida toda es acción de gracias al Padre. Y eres OFRENDA si tú
dejas que el Espíritu Santo te transforme a tí como a una ofrenda grata al
Padre, como una ofrenda grata a Dios.
Cuando
leemos en el Evangelio de Juan una frase muy bella, que es como el resumen de
todo el Evangelio y que dice: "Tanto amó Dios al mundo que le dio a su
único Hijo", yo creo que esa frase nosotros la podríamos repetir de varias
maneras. Podríamos cambiarla así: "Tanto amó Dios al mundo que nos dio a
nosotros, sus hijos, para que sirviéramos al mundo". Tanto debemos amar
nosotros al mundo que debemos dar al mundo lo que nosotros somos y que le
debemos dar al mundo al único Hijo que el Padre nos regaló, a Jesucristo, pero
sobre todo creo que la podríamos transformar con la fuerza del Espíritu Santo,
diciendo: "Tanto ... que le podemos dar lo que más bello tenemos que es
Jesucristo", pero al darles a Jesucristo nos tenemos que dar nosotros,
porque por la acción del Espíritu nosotros estamos plenamente unidos e
identificados con el Señor Jesús.
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