"CARTAS A LAS COMUNIDADES DE LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA, PRÓLOGO"
[DEL LIBRO:cartas a las comunidades de la renovación carismática. ORIGINAL DE GENOVEVA PERERA]
EL MATERIAL CONTENIDO EN ESTE BLOG CON EL TITULO: CARTAS A LAS COMUNIDADES DE LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA ES PROPIEDAD INTELECTUAL DE D. GENOVEVA PERERA Y ELLA TIENE LOS DERECHOS DE AUTOR. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS POR D. GENOVEVA PERERA. COMUNIDAD DE BUENA NUEVA. PTO DE LA CRUZ. TENERIFE.
“No puede haber auténtica unidad si no existe una probada conversión
interior, porque todo deseo de unidad, brota y madura como fruto de
una continua renovación”.
Queridos hermanos…
Hoy, si me dais
aprobación, anhelo compartir con cada uno de vosotros -“mi familia”-, el
contenido de unas cartas, que en su extensión, no encierran gran sabiduría pero
si, algo de experiencia y un intenso deseo de conocimiento de Dios. Este Dios
mío y vuestro, tan próximo y cercano, que me ha llamado con voz fuerte desde
que era una niña, que me ha pedido que le busque, para conocerle y amarle, cómo
Él me ha amado a mí, desde mi nacimiento.
Esta es la alianza
de amor que Dios ha sellado conmigo en lo secreto, obra incompleta, aún por
acabar y que yo deseo compartir con todos vosotros, mi familia comunitaria.
Escritos que en su
prolongación a través del tiempo, en lo referente a mi persona, no sólo
pretenden mostrar la obra del Señor en mi propia historia, “comunicándola y
compartiéndola”, también, sobre la vida de las personas que me rodean y a las
que he aprendido a amar con el transcurso de los años, a pesar, de que en
ocasiones, muchas han sido nuestras diferencias, tanto a la hora de expresar
nuestras opiniones, como en el momento de manifestar y compartir las
ideas.
Lo cierto es que
Dios ha estado siempre presente en mi vida, lo digo con gran convencimiento y
certidumbre. Con frecuencia, Él, ha manifestado su presencia no solo en las
dificultades del camino, también en las alegrías y en los sufrimientos, en lo
bueno y en lo no tan bueno; en los fracasos propios, en los desengaños y las
desilusiones, en las caídas, en los reveses pero también, en igual o mayor
medida, apoyándome y animándome a superar los obstáculos de la vida;
protegiéndome y socorriéndome en el dominio de mis debilidades y de mi mal
carácter, mostrándome el valor del perdón y del amor; porque hoy puedo decir,
que el amor que profeso a mis hermanos, es manifiesta expresión de su presencia
en mi vida y en la vida de aquellos a los que considero mi familia; el mismo
afecto que me permite abrazar al hermano, igual que le abrazaría a Él si le
tuviese a mi lado.
Mis hermanos, ellos
han sido camino para mi alma, camino que me ha permitido conocer la voluntad de
Dios y ponedla en practica. Camino interior y también alimento para mi
espíritu.
Pero realmente,
nada de lo dicho anteriormente puede considerarse mérito propio, ya que
únicamente Dios merece el reconocimiento y la alabanza. Para mi, como para
tantos creyentes, es impagable la paciencia que cada día me demuestra, como
también, es digna de mención, su continua entrega a favor mío, además de todos
y cada uno de esos momentos en los que ha permanecido a mi lado, siempre en
silencio, soportando mis infidelidades, apenas, sin llamar la atención, y qué
decir de su fidelidad, perpetua y admirable.
Tú Señor, desde un
primer momento, me has animado a recorrer este sendero. Tomada de tu mano he
hecho frente a los continuos ataques del demonio y he resistido en el combate.
Tomada de tu mano he sido fuerte y no he cedido ni un ápice; dominando mi
carácter he soportado y tolerado, he obedecido pero no he abandonado, aún
cuando la tentación del desánimo, las ganas de dejarlo todo, en ocasiones, ha
sido más fuerte que yo, en esos momentos, cuando el dolor ha doblegado mi
animo, y yo creía que lo había perdido todo, tal vez porque creía que todos me
habían abandonado, Tú te mantenías a mi lado, dulcificando mi espíritu
atormentado por las dudas. Hoy me
pregunto, ¿qué hubiera sido de mi si Tú no hubieras estado ahí?, seguramente,
me hubiera extraviado y no hubiera vivido la vida que elegí.
Pero andar este
camino, me ha exigido entrega y gran dedicación, además de esfuerzo y sacrificio,
en él he gastado una parte importante de mi vida.
A pesar de los
sufrimientos que algunos hermanos me han causado, -“pienso que
involuntariamente”-, de las muchas lágrimas que he derramado por su causa.
Contrariamente a lo que algunos personas pudieran pensar, nunca me he
arrepentido de haber recorrido este camino de renovación interior, puesto que
desde un primer momento, mi entrega y mi confianza en Dios ha sido absoluta,
por lo que nunca he dudado de su presencia a mi lado y de su poder en medio de
nuestras comunidades.
Tomada de su mano,
un buen día, emprendí mi marcha: en la mochila, la única provisión para mi
viaje, fue el alimento del amor. El amor, durante todo este tiempo, ese ha sido
mi único sustento. Amar a mis hermanos, a todos, sin exclusión, ha sido para mi
no sólo una gran prueba, también una señal del cielo.
Con el acontecer
del tiempo he comprendido, que para vivir en este modo, siendo coherente con la
misma Palabra que me servia de alimento, yo debía amar, amar por encima incluso
de mis límites, amar sin restricciones, de la misma forma que Jesús amó,
“porque tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único a este mundo para que
tengamos vida por medio de Él” (1ª Juan, Cáp. 4 ver 9). Amar para poder
perdonar las ofensas y eso hice: amé y perdoné, experimentando en mi interior,
la fuerza reparadora del amor de Dios. Levanté mis manos al cielo y oré al
Padre en este modo: Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu
nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.
Danos hoy el pan de cada día y perdona nuestras deudas como también nosotros
perdonamos a nuestros deudores; y no nos dejes caer en la tentación, sino
líbranos del mal. Porque si ustedes perdonan a los hombres sus ofensas, también
el Padre les perdonará a ustedes. Pero si ustedes no perdonan a los demás,
tampoco el Padre les perdonará a ustedes” (Mateo, Cáp. 6, ver
del 9 al 15). Y perdonando las ofensas hallé la paz y me encontré
con Dios en el camino de mi vida; así fue como pude vislumbrar en mi existencia
el verdadero significado del amor, porque como dice la palabra: “quien no ama a
su hermano es un mentiroso”. (1ª Juan 4, ver 20 al
21). Así fue como descubrí la Renovación
Carismática.
Debo reconocer que
durante estos años, no me he conformado con conocerla en su superficialidad,
puesto que los aspectos humanos sobre los que ella se sostiene, en tantas
ocasiones, me han causado un intenso dolor, dolencias que han dejado en mi alma
heridas profundas y a veces, difíciles de curar: hablo de su lado sobrenatural,
de la experiencia desbordante de los carismas, de mi profundo amor por la Palabra de Dios y mi gran
deseo de orar, y adorar al Espíritu, del
único modo que se, alabando y bendiciendo su Nombre.
Con el pasar del
tiempo, mi propia vivencia me reveló una verdad para mi extraordinaria: cuánto
más amaba a mis hermanos, más capacidad de renuncia y entrega había en mí, más
libre era mi corazón para ensalzar a Dios, más anhelo tenía de profundizar en
su conocimiento e intimar con ÉL. Cuánto más amaba a mis hermanos más capacidad
de perdón había en mi.
La luz de un amor
como el que he experimentado en el transcurso de estos años y aún hoy, en la
soledad de mi abandono, cada día compruebo, sobrepasando los límites de mi
comprensión y mi naturaleza, ha sido para mi espíritu, en su búsqueda de la
verdad, la certeza más absoluta. La luz de un amor como este, que no ha cesado
ni un instante de iluminar la oscuridad de mi mundo interior, tantas veces
doblegado por todas y cada una de esas secretas ambiciones, de las que en un
determinado momento toda yo fui esclava, ambiciones y afanes que corrompieron
mi animo y mi alma, con otro tipo de deseos que no son dignos de mención. Más
hoy puedo decir, que solamente la luz de un amor como el tuyo, ha sido capaz de
renovarme, de transformar la rutina de una vida como la mía, tan insignificante
y tan pobre de experiencias, en una vivencia plena y hermosa. Este rayo de
esperanza que has sido Tú, con su intensa claridad, no ha cesado de
iluminar cada rincón de mi alma en
penumbra, dando paso a una nueva vida, existencia que ha conducido cada día mis
pasos, hacia el deseo de un conocimiento mayor, conocimiento que tímidamente
intuyo pero aún, me queda por descubrir.
Con tal fuerza percibí
aquella manifestación del amor de Dios en mi interior, obrando sobre mi sin
control alguno, como un milagro extraordinario del que yo era único su testigo.
Durante un momento me sentí como la hija de Jairo y cómo Jesús me decía-“niña,
a ti te lo digo. Talita cumi, que quiere decir, levántate” (Lucas,
Cáp. 8, ver 54). Y en ese preciso momento,
tocada por la gracia de Dios, pude experimentar, cómo cada pieza del puzzle de
mi vida volvía a tomar su lugar en mi historia, y todo cambió para mí: volví a
ser la niña dulce, la hija y la hermana protectora, la mujer luchadora, la
esposa fiel y la madre buena. Sólo en ese momento fui consciente de mi perdida
anterior, el mundo me había seducido y me había robado la paz, pero ahora, Dios
me gritaba: ¡levántate!. En ese preciso instante, fui toda de Jesús, solamente
suya. Ninguna otra cosa tenía para mi tanto valor.
Tras de mi quedaron
los caminos que recorrí, aquellos que durante años condujeron mis pasos por la
senda del engaño, la mentira, el orgullo y tantos atajos errados que malograron
una parte importante de mi vida. Así fue como su presencia, a pesar de mis
errores, de mis equivocaciones, se volvió tangible para mí: lo cierto es que Él,
siempre buscó el modo de reconducir mis pasos y guiarme hacia sendas más seguras,
ahora lo se, no puedo explicar cómo, pero hoy tengo la certeza de que lo que
digo es cierto y no es una mera invención mía. Atrás, en la distancia que ha
marcado el tiempo, quedó la muchacha voluntariosa, que fantaseaba con sueños
y fortuna: hoy, en la actualidad de mi
vida, mi mayor riqueza es Cristo, con Él
lo tengo todo y nada me falta.
De este modo, he
sido más libre para amar y crecer en la gracia que el Espíritu ha querido
mostrarme, a pesar de mis muchas debilidades. Tal vez, en el aspecto humano,
reconocer mis limitaciones, me ha permitido profundizar en su conocimiento y en
su experiencia. Y puesto que ha sido Dios el precursor de esta vivencia tan
singular, a pesar de mis limites y mis incapacidades, Él me ha permitido
compartir con otras personas, la pobreza de esta realidad interior que soy yo,
hombres y mujeres iguales a mi, para quienes la vida es puro don, una gracia
extraordinaria que el Todo Poderoso me ha entregado, poniendo al alcance de mis
manos en su más asombrosa plenitud. Irrepetible, única, hermosa.
Y porque la vida
nos ha sido concedida para ser vivida en libertad, sin ataduras que puedan
condenarnos a la esclavitud, puesto que la vida es mas que lo que vemos o
podemos tocar, es búsqueda de una verdad mayor, es el continuo encuentro con
quien es la única verdad, digna de adorar y de alabar. Doy gracias a Dios,
porque a pesar del tiempo transcurrido, a pesar de las avatares del destino, no
he cedido a la tentación del conformismo, o ante quienes han pretendido cambiar
mi modo de pensar, ó de actuar, al tratar de convencerme de que no merece la
pena luchar por la Renovación, porque la Renovación es vida para
mi, vida en abundancia y este es un precioso don que Dios me ha concedido no
para menguar, sino para crecer y dar fruto.
El don de la vida, eso he compartido con mis
hermanos, al elegir vivir en comunidad.
Con los años, al
optar por este camino, aprendí a no preocuparme por mis necesidades sino por
las necesidades de otros. Aprendí a confiar y entregar cada día, en manos de
este Dios providente todo lo mío, a vaciarme entre sus manos y a depositar en
Él mi confianza. Aprendí a abandonarme en la abundante misericordia de mi
Salvador, pues solo en esta forma, siendo libre para darme, he comprendido,
cuanta riqueza hay en el abandono desinteresado de lo propio, en la entrega sin
medida desde el reconocimiento de lo que somos, barro en manos del alfarero. Al
punto que, de esta forma, he logrado vivir una vida más auténtica, saboreando en
la entrega y la donación sin restricciones la riqueza de un amor desbordante,
afecto que me ha animado a vivir comprometidamente al servicio de mis hermanos,
esta es mi gran vocación; el servicio como expresión de mi gran amor por la Renovación Carismática.
Ha sido mi profundo
amor por el movimiento y por cada uno de mis hermanos, el camino elegido por mí
para crecer en conocimiento y en sabiduría. Este ha sido el itinerario de mi viaje;
un viaje hacia mi interior. Mis andanzas, me han permitido ser no sólo
auténtica, también independiente; vivir sin ataduras que pudieran impedirme ser
yo misma, sólo en este modo he podido vivir una fe verdadera y madura.
Solamente de este modo, he podido soportar las mentiras y falsedades y las calumnias que en ocasiones,
algunos hermanos han dicho de mí. Si Cristo no me hubiese mostrado el camino de
la entrega sin medida, si yo hubiese cedido a los ataques del demonio, si yo me
hubiese contagiado de la enfermedad de aquellos que aún hiriéndome, amo con todo el corazón, -“¿no me habría
debilitado como ellos?, perdiendo mi salud y empobreciendo mi deseo de
conocimiento y experiencia de Dios”-. ¿Quien percibiría su presencia?
Si Dios no hubiera
permanecido a mi lado, para mi hubiera sido imposible recorrer este camino, en
el que tanto el dolor como la inmensa dicha han estado presentes. Seguramente,
con mis fuerzas, yo hubiera cedido al acoso del demonio, porque del mismo modo
que reconozco mi pobreza también, reconozco mi riqueza y mi riqueza es Cristo,
Él me ha librado de la mano de la muerte, porque hoy puedo decir que desconozco
el odio, la ira, la envidia, tantas formas de muerte y enfermedades que
hubieran corroído mi alma si Tú, Señor, no hubieras estado ahí, porque hoy
puede decir convencida de ello, que sólo quien busca a Dios lo encontrará,
porque sólo quien invoque a Dios Él le responderá, porque sólo quien espera a
Dios recibirá respuesta.
De este modo, al
amparo de tantas experiencias, algunas buenas y otras no tanto, cuando habían
transcurrido algunos años de mi llegada a la Renovación Carismática,
mis cartas vieron la luz. Mis cartas, cada
una de ellas trascienden la presencia de Cristo en mi vida y en la vida de los
que me rodean, porque inevitablemente, cada una de las palabras que hoy
comparto con vosotros, reflejan en un conjunto toda mi experiencia personal y
también, la de mis hermanos; mis vivencias, mis emociones, el tiempo que he
vivido, los lugares en los que he crecido y he conocido, así como también, cada
una de ellas, descubren la intima relación que he mantenido con personas tan
diversas y desiguales, tan opuestas a mi en su modo de pensar y de sentir la Renovación; con las que
he fraternizado y a las que he amado profundamente a pesar de nuestras
diferencias, siempre, eso si, al asilo de mis muchas debilidades, resguardada
en todo momento, por los limites de mi naturaleza, porque ha sido de esta
suerte, como Dios lo ha querido para mi, al considerarme desde un primer
momento, únicamente, un instrumento de su obra.
Considero que todas
y cada una de mis cartas forman parte de un legado muy personal. Esta es la
memoria de mis vivencias, de la convivencia mantenida con mis hermanos en la
comunidad durante el transcurso de estos años. Una particular herencia, que a
modo de mensaje, aspiro a compartir con quien libremente lea mis manuscritos;
con aquellos que sintiéndose identificados con la pobreza de mi experiencia,
puedan hallar en la indigencia de mis palabras, a la vez que consuelo para su
vida espiritual, también esperanza y paz para su existencia, al compartir el
gozo y la alegría que es Cristo en mi.
Deseo que en mis cartas, encontréis a este
Dios que se ha hecho experiencia en mí y en la vida de tantos católicos que
aman la Renovación Carismática,
ojala que ellas os muestren la gran riqueza de la comunidad, como un misterio a
descubrir por cada uno, en la singularidad de su oración. No pretendo engañarme
con falsos pretextos y excusas, pero con la misma sinceridad que hasta ahora he
hablado, debo deciros que ninguna de ellas, en su ánimo, oculta turbios
propósitos, méritos ó cualidades que pudieran destacarme por encima de otros,
ya que mi intención no es mostrarme a mi misma, con mis luces y mis sombras,
sino al Dios en el que profundamente creo y al que intento hacer vida en mi
vida cada día, a pesar de mis defectos, en cualquiera de sus manifestaciones:
como un Padre amante, como un hermano afectuoso, como la voz del profeta que
habla en nombre de Dios.
Por mi parte, no
pretendo hacer realidad otros intereses que los de nuestro Señor; no pretendo
hacer valer otras ideas o pensamientos que los suyos, pensamientos que al ser
expresados en viva voz puedan dar pie a otro tipo de razonamientos. Tal vez,
para algunas personas, mis manifestaciones puedan ser motivo de desconfianza,
yo, únicamente puedo decir: que sólo me mueve el deseo de vivir en la verdad
del Evangelio que tanto amo y que he predicado entre vosotros, hermanos míos,
en tantas ocasiones. No puedo negar, porque es obvio, que cada una de mis
cartas muestra una parte de mi naturaleza, y esa porción de mi personalidad que
intento dominar, pero que pugna por manifestarse y expresarse al abrigo de mis
emociones, a través de mi vivencia, siempre con las palabras, hablo de mi
carácter combativo pero sabéis qué, a estas alturas hasta eso, se lo he
entregado a Dios y ya, no poseo nada sino a Él.
Lo manifiesto así, porque creo, que para
comprender lo que pretendo contar, es necesario llegar a conocer el interior
del corazón del hombre, en mi caso, mi corazón es el centro de todas mis
decisiones y el lugar, en el que mis deseos alcanzan a expresarse y lograrse.
Por lo tanto, para comprender lo que aspiro a compartir con vosotros, es
necesario que con anterioridad, hayáis intimado conmigo para que
comprendiéndome a mí, seáis capaces de vislumbrar en quién he depositado yo
toda mi esperanza. Lo creo así porque en la misma medida que uno se entrega a
los demás recibe de los otros, tal vez, esta salvedad me anima a compartir con
vosotros no solo mis deseos, igualmente mis necesidades quedan expuestas a la
luz de las palabras que utilizo, ya que ellas, me permiten pronunciarme y
compartir aquello que soy, por eso no me escondo sino que me muestro tal cual
soy; en el fondo, pretendo que me conozcáis más allá, que conozcáis el lugar en
el que vivo, cómo me porto con los demás y sobre todo, qué pienso de la
realidad en la qué cada día me implico. Porque cada una de mis palabras ha
cobrado fuerza en la vivencia personal, pero solo la luz del Espíritu les ha
otorgado el aliento de vida, hálito con el que pretenden descubriros la verdad
que amo y persigo.
De este
modo, he querido compartir todas y cada una de las experiencias vividas por mí,
con mi familia comunitaria; mi dolor, mi sufrimiento, mis alegrías, así como la
soledad que en tantas ocasiones he experimentado; rincón perdido en el que a
diario me he encontrado cara a cara con Dios.
Este es mi despertar a una nueva
espiritualidad, la Renovación Carismática. Ha sido en la Renovación,
como movimiento de la iglesia, que experimenté por vez primera el gozo y
la alegría de la presencia de la presencia del Espíritu Santo en mi
vida; experiencia que ha cambiado radicalmente mi existencia, ella ha
dado forma a una nueva historia, la mía. Este es el relato de
mi éxodo, un viaje, hacia lo desconocido, en pos de una realidad
superior, que en ocasiones casi he llegado a vislumbrar pero jamás, he
logrado poseer.
Esta
Renovación que tanta complacencia y paz ha traído a mi vida, pero también,
tanto sufrimiento me ha causado, pues en más de una ocasión, mi celo por la Palabra de Dios, al sentir
la necesidad de proclamarla entre los míos, me ha llevado a ser objeto de
criticas injustificadas, de reprensiones que he asumido y tolerado en silencio,
aún cuando he considerado que no tenían justificación, yo las he aceptado en
obediencia. Correcciones que han auspiciado mi descrédito dentro de la
comunidad, desgastando mi persona y quebrantando mi interior. Amonestaciones
que tenían por objeto el ataque personal y no la corrección fraternal. Pero aún
así, yo he guardado silencio, he amado y he perdonado. Hoy, recuerdo y hago mías las palabras del
apóstol Pablo: todo lo considero al presente como peso muerto en comparación
con eso tan extraordinario que es conocer a Cristo Jesús, mi Señor. A causa de
Él ya nada tiene valor para mí y todo lo
considero como pelusas mientras trato de ganar a Cristo. (Filipenses
3, ver 8 al 9).
La Palabra de Dios me ha
llevado a desgastarme a favor de los demás, a ser objeto de desaires, ofensas y
también, humillaciones por parte de algunos de mis hermanos, pero cuanto mayor ha
sido mi sufrimiento más fortalecida me he sentido frente a Dios, siendo el
Espíritu Santo mi alcázar en los momentos de dolor, porque un servidor del
Señor no debe ser peleador, sino comprensivo con todos, buen pedagogo, paciente
en las incomprensiones. (2ª De Timoteo 2, ver 24).
En la actualidad,
después de tantos años me reconozco peregrina en el camino de la fe. En este
tiempo de maduración interior, he sido testigo de la acción poderosa del
Espíritu Santo en mi vida y en la vida de tantos hermanos; asimismo, también he
sido espectador de esa otra realidad, más cercana y frágil, la realidad humana,
quizás menos favorecedora que la espiritual pero en la misma medida necesaria
para crecer en conocimiento y experiencia de Dios.
Al igual, desde mi rincón, he sido testigo del
fracaso de tantos hermanos, de su inadaptación al medio comunitario, así como
también, he sido testigo de las miserias y atropellos de algunos de nuestros
pastores a la hora de guiar a la comunidad, su falta de discernimiento espiritual
y su carencia de visión y de fe, en diferentes ocasiones, ha propiciado un
clima comunitario de indigencia total. Situaciones y maneras de obrar que me
han servido de experiencia para corregir mis muchos defectos y de la misma
manera, para no caer en los errores que han cometido otros quizás, sin proponérselo.
Aún hoy, después de tantos años de
experiencias, algunas buenas y otras no tan buenas, no puedo dejar de sentir la
misma emoción que viví aquel primer día, de encuentro fortuito con éste Dios mío
y vuestro, tan generoso y paciente con mis infidelidades, que me lo ha dado todo, desde la
familia, hasta el hogar en el que cada día, al volver del trabajo encuentro la
paz y el sosiego, incluso el amor de los que me conocen y forman parte de mi
familia, incluso la seguridad del trabajo, dónde descubrí en tantas ocasiones
la humanidad del hombre en sus diferentes facetas y su continua lucha por la
vida. Y la comunidad, a la que amo y donde descubro en su continuidad
no sólo a los hermanos, sino al mismo Dios, dándose a mi como una ofrenda,
ofrenda que me une a Él en un misterio mayor y tanto, tanto que no encuentro en
este momento, palabras suficientes con las que poder expresar todo mi
agradecimiento, todo el amor de mi corazón hacia su persona y hacia mis
hermanos, porque a todos amo sin excepción.
El gozo, la alegría del Espíritu derramándose en mí. Mi encuentro
personal con Cristo y como a través de esa experiencia personal, Él me ha
transformado, cambiando mi vida por completo.
El hálito suave del Espíritu,
llevándome, transformándome y santificándome cada día de mi vida, a través del
servicio; aún en las contrariedades, en las decepciones, en el desaliento y en
el desengaño, a pesar de las dificultades
para aquellos que me han necesitado, siempre he estado ahí. Esta es la razón,
por la que durante tantos años he permanecido al lado de los menos favorecidos,
pues aún cuando he sufrido y he llorado por su causa, con cada momento de
amargura, Dios se me ha revelado con inmensa ternura, volviendo mi sufrimiento
en una hoguera de amor en la que han ardido todas mis imperfecciones. Esta es
la fuerza que me impulsa a continuar, el amor es mi reciedumbre, al crecer en
mi, únicamente Él ha fortalecido mi ánimo, proporcionándome nuevos brios para
continuar viviendo esta experiencia, impulsándome a luchar por lo que en
realidad merece la pena, afrontando con
valor los problemas de la vida, confrontándolos y encarándolos, siempre con
esperanza.
Tú Señor, me has mostrado la verdadera
imagen del amor, pues en el rostro de mi hermano, cada día he hallado tu
semblante. Has sido Tú quien me ha permitido a través de mi experiencia de
vida, hacer buen uso del conocimiento adquirido, porque durante todo este
tiempo he procurado vivir en torno al mensaje del Evangelio. Este mensaje que
para mi es siempre nuevo y espontáneo, me ha mostrado a todo un Dios, que ha
bajado de las alturas y por amor a mi, se ha entregado en los brazos de la
muerte. Este Dios hombre, que ha vuelto su mirada sobre mi y no ha tenido en
cuenta mi pobreza, para llamarme hija y hermana.
Este es
el relato de mi encuentro fortuito con Jesús, un Jesús que me enamoró y llenó
mi corazón de un gozo que aún hoy, después de tantos años puedo sentir en mi
interior y que se renueva cada día con cada latido de mi corazón, porque es
Cristo quien me lleva y me conduce, transformando y santificando mi vida con su
presencia.
A Ti mi Señor, en libertad, doy
gracias por lo bueno y lo malo que he conocido, pues por tu bondad, de lo malo
he aprendido y me he corregido, de lo bueno he recibido y compartido con otros.
Gracias por el inmenso regalo de la vida, por el don de tu presencia, por mi
familia, por los amigos, por permitirme conocer de otros lugares y a otras
personas, porque siempre y en todo momento he sido yo, independiente, curiosa,
trabajadora. Gracias porque has respetado mi derecho a ser libre, a elegir y
ser yo misma, gracias porque puedo expresarme haciendo uso de la palabra y la
inteligencia, gracias Señor por todos y cada uno de mis hermanos, porque sin
ellos no hubiera sido posible mi vivencia.
En definitiva, para concluir y como decía:
ninguna de estas cartas, ha sido escrita con el propósito de ensalzar un
aspecto de mi personalidad, o de mi humanidad, así como tampoco, están
inspiradas por el tiempo que llevo participando en la Renovación Carismática
Católica, sino que cada una de ellas, en todo su contenido, tienen como
propósito mostrar mi propio aprendizaje, un aprendizaje continuo y diario,
acrecentado por mi deseo de experimentar, conocer y buscar continuamente a Dios
en medio de la comunidad.
Me
dirijo a vosotros, desnudando mi alma, revelando mi pobreza y declarando mi
gran amor por cada uno de vosotros, mi familia, mis hermanos. ¡Qué Dios os
bendiga a todos!
Genoveva
Perera…
Veinte de marzo, del año 2010
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