"BIENAVENTURADOS LOS
LIMPIOS DE CORAZÓN PORQUE ELLOS VERAN A DIOS"
PILAR SALCEDO
Para alegría de los que
amamos la Palabra
de Dios, Raissa Maritain, mujer de clara espiritualidad dominica, anotó con
sencillez en su diario: "Cuando la exégesis, cuando la interpretación de la Biblia alcance su madurez
total, volverá a la palabra viva y desnuda llena de plenitud por sí
misma". Pueden los teólogos y exégetas escribir Tratados enteros sobre las
Bienaventuranzas, pero Cristo, al proclamarlas a la multitud sencilla que le
rodeaba, fue muy claro en sus palabras. Todos lo entendieron perfectamente. "Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos
verán a Dios". Sabemos que el pueblo de Israel entendía por corazón
lo más íntimo y profundo del hombre entero. El mismo Jesús explicaría a sus
discípulos que es de ese interior y no de fuera de donde brota todo lo que
mancha al hombre: "Porque del corazón salen las malas intenciones,
crímenes, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Eso
es lo que contamina al hombre" (Mt 15,19).
Es muy grande el campo a
cubrir por un corazón limpio aunque se tiende a identificarlo sólo con los
problemas de la pureza y el amor cuya sede se atribuye al corazón. Pero
pertenecen a él también las intenciones poco claras, la falta de rectitud en el
obrar, las insidias ocultas, los deseos oscuros, la palabra que mata, los
medios que no se ajustan limpiamente a los fines. Sabemos por la propia boca de
Cristo lo que dé de sí el corazón del hombre y sin embargo es el mismo Jesús
quien asegura que ese corazón puede ser limpio, sencillo y transparente como el
de un niño y que sus ojos pueden contemplar embelesados la belleza infinita de
Dios.
En este mundo, en nuestras
calles, en nuestros grupos hay muchos corazones así. Y Dios se alegra por esto.
Es la gracia la que limpia de un modo tan radical que equivale realmente a un
renacer, a una vida nueva: "Aunque vuestros
pecados fuesen como la grana, yo los blanquearía..." nos dice a
través del profeta. Esa es la obra de la misericordia y del amor de Dios en
nosotros.
En el Apocalipsis el
discípulo virgen que tanto amó el Señor, nos habla de multitudes enteras
vestidas simbólicamente con túnicas de un blanco escandaloso. ¿Quiénes son?
"Son los que vienen de la gran tribulación, han lavado sus vestidos y los
han blanqueado en la sangre del cordero". Qué enorme el poder de la sangre
de Cristo.
Casi todas las
tribulaciones nos vienen del corazón, tan hermoso y frágil, tan propenso a
herir y a ser herido, tan enamoradizo... por eso decía Dostoyeski que "es en el corazón del hombre donde se dan los
grandes combates entre Dios y el maligno". Esos leones rugientes
que según San Pablo y San Pedro giran entorno nuestro, saben más que muchos
cardiólogos. Ahí están también los asombrosos versos que Charles Péguy dedicó
al corazón. Son un coloquio con él, una oración tierna y fuerte de un hombre a
vueltas con un imposible amor transfigurado. Es la pureza lo único capaz de ver
la mancha. El grado de nobleza de un alma se mide incluso por su capacidad de
alimentarse de lo que es un veneno para los demás. Esos corazones limpios
existen y diríase que el mal no le roza aunque caigan en él.
La clave de un corazón
limpio es un único y gran Amor. Ver a Dios es conocerlo y casi en el sentido
bíblico de la palabra, poseerlo. Por eso se podrían también cambiar los
términos: "Bienaventurados los que ven a Dios
porque tendrán el corazón limpio". ¿No ha dicho el mismo Señor
"donde está tu tesoro allí está tu corazón"? El problema del amor no
es nunca un problema de exceso, al contrario, es un problema de más amor, de
mucho amor, del más grande Amor. "¡Tú eres mi gran Tesoro!", decimos
en una hermosa canción carismática. Ese es el secreto de un corazón limpio:
Vivir para un único amor y amar todo lo demás desde él; para conseguir ese gran
tesoro tenemos que deshacernos de algunas cosas. No se vierte un vino generoso
sobre una copa a medias.
Porque desea que nuestro
corazón se llene de su Espíritu Santo, Jesús nos llama a esa gran limpieza, a
que nos dejemos inundar de su amor que no es otro que el Santo Espíritu. Pide
un corazón transparente para que podamos amar al Padre con su propio corazón,
para que entremos en el diálogo encendido de la Trinidad, para tener la
alegría de amarnos todos como hermanos dando si es preciso nuestra vida que es
la gran prueba del amor.
Este gran sentimiento hacia
Dios y hacia los demás sólo brota de los corazones abnegados, humildes y
sencillos. Necesitamos por eso un corazón desinteresado y limpio. El amor que
Dios derrama en nosotros es una participación de su Espíritu, es elevado y
luminoso. Pero todo afecto sobrenatural influye en nuestra sensibilidad, ya que
no es el alma sola la que ama, sino el hombre entero. Y después de la caída
original sabemos todos cuánto nos cuesta mantener el equilibrio.
Realmente la única pureza
es la de Cristo y para que nos llegue algo de ella, hemos de seguirle muy de
cerca. Él quiere "reavivar" en nosotros la vida que vivió en la
tierra. y esa vida está en el Evangelio. Allí la vemos con los ojos siempre buscando
al Padre, siempre deseando hacer su voluntad. Cómo lo buscaba en la oración,
cómo lo invocaba en las curaciones y milagros, cómo le daba las gracias por
todo.
Eso es tener el corazón
limpio: vivir siempre pendientes de Dios. Y comparar nuestro actuar con el
suyo: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón". "El
hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza..." "Cuando seas
convidado no te pongas en el primer puesto" ... Reconozcamos, por
contraste, cuántas veces andamos nosotros tras el propio interés; nuestro afán
posesivo; nuestras comodidades y privilegios; la buena vida; la frontera
imprecisa de nuestros sentimientos; la avaricia del consumidor desmelenado; la
pereza más o menos camuflada; el humor a veces inaguantable...
Y, por si fuera poco, las tres advertencias de que nos habla en su
epístola San Juan. Atención al deseo derramado de unos ojos que todo lo buscan,
de la carne que reclama sus fueros, de la soberbia de la vida. Tres marías que
ahí están. Y el que se sienta libre que tire la primera piedra.
Y sin embargo hay corazones
transparentes y luminosos entre nosotros. Pero no podemos bajar la guardia si
hemos de dar testimonio de integridad. Vivimos además inmersos en una sociedad
donde el amor hace y deshace parejas a diario, el poder y el dinero corrompen,
el hedonismo publicitario nos bombardea, las "top-models" arrasan.
Por eso hay que estar alerta y, aunque sea como una medida ecológica, superar
esa alergia a preguntar sinceramente a nuestro corazón, que es a veces un coto
inabordable y lejano en medio de nuestras vidas tan ricas. Acudamos alguna que
otra vez al hermoso salmo 50: "Dame Señor un
corazón puro y renueva en mis entrañas un espíritu recto..." "Mira
que en culpa yo nací, en pecado me concibió mi madre..." "Rocíame con
hisopo y quedaré limpio. Lávame y quedaré más blanco que la nieve".
"Y
tomando una toalla se la ciñó. Luego echó agua en un lebrillo y se puso a lavar
los pies a sus discípulos..." (Jn, 13-4). .
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