"DICHOSOS LOS PERSEGUIDOS" (MT. 5, lO-12)
LUIS LÓPEZ DE LAS HERAS,
O.P.
Las Bienaventuranzas en su
conjunto son la flor y nata del Evangelio: en ellas se nos presenta en breve
síntesis el ideal cristiano. En frase de S. Agustín son el modo perfecto de la
vida cristiana. El culmen y resumen de todas ellas es esta última: la de los
perseguidos por causa de Jesús.
Cuando se escribió el actual evangelio de S. Mateo los cristianos ya
sabían mucho de vejaciones y persecuciones. Desde luego por parte de los
judíos, pues fueron perseguidos por causa de Jesús desde el principio, según
vemos por el libro de los Hechos y también por la carta a los Hebreos
(10,32-34). Así es que la misma comunidad primitiva de Jerusalén tuvo que vivir
las Bienaventuranzas: también ésta, la más difícil.
Jesús había invitado a sus discípulos a llevar la cruz en pos de Él: a
beber su cáliz. Si Él era el Siervo de Yahvé paciente, también tenían que
parecérsele en este aspecto sus discípulos. En la parábola del Sembrador ya
preveía El que algunos desertarían por falta de raíces: cuando se presenta una
persecución por causa de la palabra (MT 13,21).
La persecución de los
creyentes no era una novedad: ya el libro de la Sabiduría elogia al
justo perseguido y habla de su felicidad ultraterrena (Cf. Sáb. 25); buen
ejemplo de ello fueron los mártires macabeos (Cf. 2 Mac 6-7). Pero Jesús, que
recordará aquí a los Profetas mismos, va mucho más allá: dice que sus
discípulos serán dichosos - experimentarán la felicidad- justamente cuando sean
perseguidos: ¡en el presente, como es el caso también de la primera
Bienaventuranza!
Los cristianos serán objeto
de persecución así mismo fuera de Palestina. Lo vemos ya por los Apóstoles. S.
Pedro exhortará a los destinatarios de su primera carta, diciendo: si sufrís a
causa de la justicia, dichosos vosotros (1 Pedro 3,13). Y a los esclavos
cristianos que pueden tener amos severos les amonesta: Sed sumisos con todo
respeto. . . Porque bella cosa es tolerar penas por Dios. . . Pues para esto habéis
sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo,
para que sigáis sus huellas (Cf. 1 Pedro 2,18-21). Cristo es el arquetipo de
las Bienaventuranzas: sobre todo en su Pasión.
Esta Bienaventuranza, cuyo
texto es el más largo de todas, acaso por su misma dificultad lleva aneja una
explicación: Dichosos vosotros cuando os injurien y os persigan y digan toda
clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque
vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera
persiguieron a los profetas anteriores a vosotros (MT 5,11-12).
La persecución tiene sus
grados: puede ir desde la injuria o vejación con las humillaciones hasta el
martirio. Ya S. Pedro tenía también a la vista las injurias de que podían ser
objeto los cristianos por su fe: Dichosos vosotros si sois injuriados por el
nombre de Cristo, pues el Espíritu de gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre
vosotros (1 Pedro 4,14): el oprobio de Cristo - el sufrido por su causa- es
mayor riqueza que todos los tesoros de Egipto (Hebreos 11,26).
La persecución puede llegar
hasta el martirio, como había dicho Jesús mismo (Cf. MT 10,17-22; etc.).Ante
tales perspectivas, nada halagüeñas para el hombre natural, el Señor añade:
Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos. . .
de la misma manera persiguieron a los Profetas... “(MT 5,12). ¿No bastaba con
el primer verbo - alegraos? El uso de dos, aunque sinónimos, es una manera de
subrayar la felicidad radiante de los perseguidos por Cristo (Cf. también Apoc
19, 7, que habla de las bodas celestes del Cordero).
N. Señor invita a
alegrarse, no sólo mientras es uno perseguido, sino precisamente por serlo (Cf.
Hechos 5, 40s). Jesús pone también ante los perseguidos la recompensa de ultratumba
y el ejemplo de los antiguos Profetas, frecuentemente perseguidos, y a quienes
equipara a los discípulos en su misión. ¿Cómo es posible alegrarse de ser
perseguido? - Si ya ante la primera Bienaventuranza más de uno de los oyentes
de Jesús se mostraría escéptico, de seguro que ante esta última se le cortó el
aliento. ¿Es posible sufrir y gozar al mismo tiempo?
S. Pablo dice que se alegra
de sufrir por la Iglesia
(Cf. Col 1,24); y de los tesalonicenses escribe: os hicisteis imitadores
nuestros y del Señor, abrazando la palabra con gozo del Espíritu Santo en medio
de muchas tribulaciones (1 Tes. 1,6). También los hebreos convertidos se
dejaron despojar con alegría de sus bienes, conscientes de que poseían una
riqueza mejor y más duradera. (Hebreos 10,34). Eso mismo constatamos en los
mártires de los primeros siglos.
El hombre es un compuesto
de alma y cuerpo; o como decían los platónicos y acepta a veces S. Pablo, de
cuerpo, alma y espíritu - que en la división dicotómica sería la zona más
elevada del alma -. Así es que puede uno estar diversamente afectado en esas
zonas: sufrir en el cuerpo y en el alma y gozar por motivos o bienes más altos
en la región superior, que es la del espíritu. A bienes similares remite Jesús
en esta Bienaventuranza: tampoco las otras pueden darse sin cruz.
Tal es la cumbre de la
perfección cristiana, la cual no es otra que la del amor, llevado a su última
expresión en el amor a los enemigos. En el mismo Sermón de la Montaña dirá N. Señor:
Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos
de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre malos y buenos y llover
sobre justos e injustos, aludiendo inmediatamente a la recompensa, para
terminar:
¡Sed perfectos como es
perfecto vuestro Padre celestial" (MT 5,4448). Las palabras de S. Lucas en
el lugar paralelo son ligeramente diferentes; su versión de la última parte
suena: ¡Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo! (LC 6,35s).
El amor a los enemigos, que
es el culmen o colmo del amor, y que Cristo en la Cruz llevará a la práctica de
un modo eminente al pedir perdón para sus enemigos (LC 23,34), viene a
coincidir con esta Bienaventuranza: ¡es el amor que triunfa hasta del odio, de
que es objeto el cristiano en la persecución! En ella puede experimentar la
presencia inefable de Dios y del Reino de los cielos, al cual le llama el
Señor. S. Esteban, el protomártir, cuando moría apedreado, lleno del Espíritu
Santo, miró fijamente al cielo, vio la gloria de Dios y dijo; Veo los cielos
abiertos. . . Señor Jesús, recibe mi espíritu y, doblando las rodillas, añadió:
Señor, no les tengas en cuenta este pecado. Y dicho esto, murió (Cf. Hechos
7,55-60).
Los teólogos dirán que las
Bienaventuranzas son obra de los Dones del Espíritu Santo; es decir: de un influjo
poderoso del Espíritu divino, que no es el de la fe común. Sin embargo sería
equivocado pensar que esos Dones funcionan sin una cooperación o apertura por
nuestra parte. Para eso el Señor suele purificar antes a las almas, poniéndolas
en situaciones de practicar a fondo las virtudes, especialmente la humildad y
las teologales, acrisoladas en diversas pruebas, a veces largas. Lo vemos en la
vida de los santos mismos que no han sido mártires. Un buen ejemplo de ello es
S. Francisco, a quien Dios acrisoló, haciéndole bajar hasta lo más profundo de
la humildad, al par que aquilataba más y más su fe, esperanza y el amor mismo.
Caminando un día con un compañero, le dirá: ¿No te parece, Hno. León, que, si
al llegar al convento no nos reconocieran y nos echaran de malas maneras,
deberíamos alegrarnos? Y cuando le toparon los ladrones en el bosque y le
dieron de palos, él, lleno de alegría decía: ¡Soy pregonero del Gran Rey!...
¡Dichosos los perseguidos por causa de Jesús!
("Nuevo
Pentecostés, nº 42)
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