LA ALABANZA
Vicente BORRAGÁN O.P.
"Cuando
el hombre de la Biblia
quiere alabar a Dios, lo quiere con todo el corazón, con todos los afectos, con
todos los impulsos, con todas las emociones, con todo lo que termina allá, en
el hondón de su alma"
Un
texto bíblico muy impresionante es el siguiente, - acaso el más impresionante
de todos -, no lo sé; hay muchos textos impresionantes sobre la alabanza en la Biblia; está tomado del
Libro del Eclesiástico. "Muchas más cosas podríamos decir y nunca,
acabaríamos; broche de mis palabras: Él lo es todo. Donde haya fuerza para
glorificarle que Él es el Grande sobre todas sus obras, temible es el Señor,
inmensamente grande, maravilloso su poderío. Con vuestra alabanza ensalzad al
Señor cuanto podáis que siempre estará más alto, y al ensalzarle redoblad
vuestra fuerza; no os canséis, que nunca acabaréis. ¿Quién le ha visto para que
pueda describirle? ¿Quién puede engrandecerle tal como es? Mayores que éstas
quedan ocultas muchas cosas, que bien poco de sus obras hemos visto, porque el
Señor lo hizo todo y dio a los piadosos la sabiduría" (Qo/Eclo 43,27-33).
Yo
creo que no hay ninguna manera mejor de hablar de alabanza que la alabanza que
hemos tenido. Yo creo, que yo estaría muchísimo mejor y más guapo en silencio y
sentado, dejando que el Señor siguiera inundando nuestro corazón con cánticos y
clamores de alabanza, pero siempre es bueno hacer alguna enseñanza, algún tipo
de enseñanza, en torno a temas que nos afectan honda y profundamente al
corazón.
Yo
os podría decir de entrada, que después de la gracia de mi sacerdocio, lo más
bonito, lo más lindo, lo más grande que me ha ocurrido en la vida, es haber
descubierto la alabanza. Tantos años de vida religiosa, tantos años de
sacerdote, tantos años como profesor de Biblia, y la alabanza era para mí una
palabra, una palabra de un diccionario, una palabra que con frecuencia aparecía
en la Biblia,
pero nunca había tocado el fondo y la hondura de mi corazón. Junto con un
Padre, Juan Fernando Chamorro, hablábamos un día y llegábamos los dos, casi al
unísono, a esta conclusión: Si el Señor nos hubiera dejado morir sin haber
descubierto la alabanza, le hubiéramos puesto un pleito bien grande, cuando
hubiéramos entrado en el reino de los cielos. Le hubiéramos dicho: ¡Señor, no
hay derecho, no hay derecho! Uno no puede pasarse por la vida, sin haber
descubierto el gozo de alabarte, de bendecirte y de darte gloria.
Yo
supongo que para la mayoría de nosotros, la alabanza ha sido todo un
descubrimiento. En la
Renovación hemos hecho la experiencia del señorío de Jesús,
del amor del Padre; hemos descubierto la Palabra, pero yo creo que todas las experiencias
se han canalizado y se han adecuado a través de la alabanza, a través de esta
forma de oración, a través de este estilo de vida, que es un puro embeleso en
el Señor, que es ni más ni menos la alabanza. Alabar a Dios, verdad, ¿pero es
que Dios merece nuestra alabanza, se la merece realmente? Qué preguntas nos
hacemos, y estas preguntas son oportunas porque muchos de nosotros, sobre todo los
mayores, hemos vivido de la idea de un Dios no demasiado atractivo, no
demasiado fascinante, la idea de un Dios, verdad, rudo, cruel, tirano, alejado,
a quien no sabíamos realmente cómo tratar. Yo me he preguntado muchas veces:
¿pero y es que Dios nos ama? No hay más que mirar las páginas de la Biblia, recorredlas de
arriba abajo, el mero hecho de que existamos, supone que Dios nos ama y que
Dios nos quiere. El libro de la
Sabiduría lo dice hasta la saciedad; "Si Dios odiara
alguna cosa no le costaría nada el destruirla'. El mero hecho de que existamos
supone que Dios nos ama.
Cuántas
palabras nos ha ido diciendo a lo largo del camino, cuántas palabras calientes,
ardorosas, amables, llenas de vida, cuánto perdón, cuánta fidelidad ha
derrochado en favor de los hijos de los hombres. Cuánto bien ha derramado en
favor de cada uno de nosotros. Cuántas palabras hay, sí, algunas de castigo,
pero cuántas palabras hay de perdón a lo largo de la Biblia: "No temas
oruga de Jacob, gusano de Israel, eres precioso a mis ojos y yo te amo. Los
montes se moverán, las colinas se tornarán, pero mi amor de tí jamás se moverá,
dice el Señor que tiene misericordia de vosotros". Cuántas palabras de
amor encontramos a lo largo de la
Biblia, incluso cuando parece que toda esta historia se ha
acabado, que va a ser un punto final, todavía el autor del libro de las
Lamentaciones, dice palabras como éstas: "Esto revolveré en mi corazón, a
esto le daré vueltas, que el gran amor del Señor nunca pasa, que su
misericordia jamás tiene fin nueva es cada mañana, nueva cada mañana tu gran
fidelidad, Señor". El amor del Señor se renueva cada mañana, se renueva
como las olas del mar, se renueva en favor de nosotros; es un Dios de los
perdones y maravillosamente misericordioso con nosotros, es un gran padre
indulgente, lleno de ternura en favor de sus hijos los hombres. ¡Cómo no
alabarle, cómo no reconocerle! Yo diría que en el momento de la plenitud de
toda la Historia,
Dios rasgó los cielos y se hizo carne, y se hizo un hombre, y se hizo un puñado
de músculos como cada uno de nosotros. Dios nos dio a su Hijo, la figura de
nuestro Señor Jesucristo.
Cuando
San Pablo escribía la epístola a los Efesios, comenzaba con palabras como
éstas: "Bendito sea Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha
bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bendiciones espirituales y
celestiales. Él nos ha elegido desde antes de la creación del mundo para que
fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor". Desde antes de la
creación del mundo, estamos tatuados en las manos de Dios; desde antes de
antes, por decirlo de algún modo, somos queridos, hemos sido amados, hemos sido
escogidos, hemos sido elegidos, desde toda la eternidad Dios nos ha destinado a
la vida, y toda la obra que Dios ha hecho en sí mismo y a través de su Hijo, ha
sido en favor nuestro.
Mirad,
podría haberse dado este hecho, al menos en hipótesis, que Dios se hubiera
encarnado, que hubiera vivido entre nosotros, que hubiera muerto en una cruz,
que hubiera resucitado, y que esta venida de Dios hecho hombre, no nos hubiera
afectado absolutamente para nada a cada uno de nosotros. En teoría podría haber
sido realidad esto, y hubiéramos asistido a un espectáculo dramático y
terrible, pero la realidad es que esa muerte ha sido por nosotros, que esa
resurrección nos ha afectado hasta las raíces de nuestro ser, que nos afecta
vitalmente, que nos compromete vitalmente. ¡Cómo no alabarle y cómo no
bendecirle! ¿Qué más podía hacer Dios por nosotros que no haya hecho, qué más
podría hacer que no haya hecho, qué otra cosa podría hacer, qué otra cosa se os
ocurre que no haya hecho ya en favor de los hijos de los hombres? ¿Cómo no
alabarle, y cómo no bendecirle? Tantos motivos, tantas motivaciones que
repasamos un poco por encima, pero que cada uno de nosotros lleva en el
corazón. Hay motivos para alabar al Señor, hay grandes, grandísimos motivos
para que pasemos nuestra vida en alabanza.
Yo
me pregunto con mucha frecuencia, pero con mucha frecuencia: Vicente, frente a
esta obra que Dios ha hecho en favor nuestro, en favor tuyo, ¿qué puedes hacer
tú por Él? ¿Qué puedo hacer yo por Dios, qué puedo hacer yo por Dios, qué es lo
que realmente puedo hacer yo por Dios, qué es lo que realmente cada uno de
nosotros podemos hacer por Dios? ¿Grandes obras, muchas obras? Pero me pregunto
¿qué obras podemos hacer por Dios? ¿qué obra podemos hacer los hombres que
iguale o esté adecuada a la grandeza y a la belleza de Dios, qué obras
podríamos hacer los hombres, que sean dignas de tanta grandeza o de tanta
belleza?
El
hombre ha sido definido, y con razón, como un átomo en la inmensidad y un
minuto en la eternidad; somos nada, somos nada, somos como la flor de campo que
hoy es y mañana ya no existe, somos como la estela que deja el barco al pasar,
en seguida las olas recuperan su sitio, y por allí nadie sabe exactamente quién
ha pasado. Si volviéramos después de la muerte, dice la Biblia, a nuestro sitio, el
sitio donde hemos estado, la casa donde hemos vivido, la oficina donde hemos
trabajado, nos dirían: "no te conozco". Y podríamos decirle:
"Señor, pero si hemos ido a Maranatha, verdad, si... ". "No te
conozco". ¡Nada! Somos como el vuelo de un ave, como un rocío mañanero, o
como una nube de verano que pasa sin dejar rastro de sí misma, no somos
absolutamente nada.
Y
sin embargo, de una manera u otra, los hombres queremos sacar pecho frente a
Dios, queremos gloriarnos ante Él, y queremos ofrecerle grandes obras, pero qué
obras, verdad, ¿qué podemos ofrecerle realmente a Dios? Yo no sé, espero que
sí; yo por lo menos lo entiendo bien, y espero que Vds. también lo entiendan
bien. El profeta Isaías tiene una frase realmente dura, durísima, dice palabras
como éstas: "Todos nosotros somos como inmundos, y como paños inmundos
todas nuestras obras de justicia". Todas nuestras obras como paños
inmundos, como compresas que tiramos a la basura. ¿Y el hombre pretende
realmente sacar pecho frente a Dios, y el hombre quiere hacer grandes obras por
el Señor? Dios ha hecho este mundo, un mundo cuasi infinito, y con una sola
palabra podría hacer millones de mundos como éste; con una sola palabra podría
hacer millones de mundos más grandes que éste, ¡con una sola palabra! Y el
hombre anda por la vida queriendo sacar pecho delante de Dios. ¡Obras, obras,
obras, pero ¿qué obras? Si nuestras obras justas son como paños de
menstruación, ¿cuánto no valdrán nuestras obras menos justas, ¿verdad? .
No,
mirad, frente a Dios sólo hay una obra que podamos hacer; os lo imagináis,
¿verdad? Poner nuestros ojos ante Él, alabarle, bendecirle, y glorificarle por
toda la eternidad. Es realmente lo único que el hombre puede hacer, contemplar
a Dios, extasiarse ante su grandeza, extasiarse ante su hermosura y comenzar un
GLORIA aquí en la Tierra,
que termine allá arriba en el Cielo. Por eso yo os diría, que apenas el hombre
comienza a sentir el roce de Dios, el paso de Dios por su vida, comienza a
alabarle, y comienza a alabarle, pues con todo lo que tiene, comienza a
alabarle con todo su cuerpo. ¡Qué cosa!, este cuerpo humano, tan maltratado a
lo largo de la historia de la filosofía, y a lo largo de la historia de las
ideas.
¡Bah!,
no vamos a recordar ahora toda esta concepción que muchos filósofos griegos
hacían del cuerpo humano; pero ha habido un error, yo creo que el más
pernicioso de toda la historia de la
Iglesia, y ha sido un error de los gnósticos. Los gnósticos
pensaban del modo siguiente: Como Dios había creado al principio, una serie de
"eones" próximos a Él, pero estos "eones" se fueron
distanciando, y distanciando, y distanciando cada vez más de Él, y a medida que
más se distanciaban más hostiles se hacían con respecto a Dios, y estos
"eones serían los que habrían creado la materia. De tal manera que para
estos filósofos, o para esta herejía gnóstica, toda la materia, absolutamente
toda la materia, es totalmente mala, Dios no la habría creado, y por eso han
surgido una serie de ascetismos dentro de la Iglesia. Yo no creo
que la Iglesia,
no lo creo, lo digo con toda seguridad, que la Iglesia haya sido nunca
jamás gnóstica, pero los cristianos sí hemos sido gnósticos; sí hemos
practicado el gnosticismo, sí hemos repudiado la materia, sí hemos convertido
en algo malo la materia, sí hemos convertido en algo malo el cuerpo humano. Y
este cuerpo humano, toda la tesis tradicional nos lo ha enseñado; hay que
domarle, hay que dominarle, hay que motivarle, porque este cuerpo humano es un
compañero malo para el alma.
Pero
yo me pregunto y os pregunto: ¿Este cuerpo humano es realmente algo malo, es
mala la materia? Cuando Dios creó el mundo dio este veredicto sobre la
creación: "Y vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno" no
bueno, ¡muy bueno! ¡El cuerpo humano es algo muy bueno! El cuerpo humano es
algo que puede alabar y bendecir al Señor, con el cuerpo humano tenemos que
alabarle y bendecirle. Hay actos del cuerpo y actos del alma, hay actos del
compuesto humano, actos del ser humano; el hombre alaba con su cuerpo y alaba
con su alma, por eso en toda la
Biblia lo encontraréis, cientos de textos que nos van
recordando cómo el cuerpo tiene que entrar en alabanza
"mi
lengua te alabará"
"de
mis labios brota la alabanza"
"con
todo el corazón te alabaré"
"viva
mi alma para alabarte" .
Todos
los miembros del cuerpo humano se convierten en alabanza de la gloria del
Señor. No es fácil decir, por ejemplo, lo que significaba para un hebreo la
palabra "nefes", que nosotros traducimos por "alma",
probablemente en muchas ocasiones es un término idéntico a "vida",
pero toda la vida tiene que convertirse en alabanza. Fijaros, el corazón que
los hijos de Israel, era como el centro recóndito, allí donde Dios y el hombre
se juegan la partida. Era el centro de las emociones, de los impulsos, de los
afectos, de los odios; todo estaba allí, en el corazón.
Cuando
el hombre de la Biblia
quiere alabar al Señor con todo el corazón, quiere alabarle con todos los
afectos, con todos los impulsos, con todas las emociones, con todo lo que
termina allá en el hondón de su alma; y es realmente bonito, cómo desde el
corazón, la alabanza va irradiando e inundando todos los miembros del cuerpo
humano, va inundando, por decirlo de algún modo, los riñones, las arterias, la
sangre, los músculos, las manos, los pies, y pone al cuerpo en alabanza para la
gloria del Señor.
De
ahí que no sea realmente extraño y algo anormal el que alabemos con nuestro
cuerpo; de ahí que sea realmente un redescubrimiento de la Renovación Carismática
el hecho de que podamos alabar al Señor con todo nuestro cuerpo. Yo no sé, si
os habrá costado mucho o no os habrá costado mucho, el levantar vuestras manos
hacia el Señor. Yo os podría decir que me costó, horriblemente, horriblemente,
¡no os podéis imaginar! Yo pensaba al principio que sí, que la alabanza sí; que
realmente me llegaba al corazón, que era algo realmente profundo, pero yo me
decía a mí mismo: Vicente, tú eres un hombre serio, tú eres un hombre formal;
estar levantando las manos ahí, delante de todos, eso es demasiado ya; no, eso
es demasiado. Y yo tardé unos cuantos meses en levantar las manos hacia lo
alto. Aprovechando un día que era Miércoles de Ceniza, Chus que era el prior,
no pudo ir al grupo de Maranatha; Julio que tampoco llegó, y allá en Fernández
de la Hoz me
quedé un poco escorado hacia la izquierda y allí en aquel miércoles yo me decía
a mí mismo: "Tienes que levantar las manos, tienes que levantar las
manos"; veo que nadie vio lo rojo que yo debía estar, la vergüenza
infinita que yo sentía, me pesaban toneladas los brazos, pero finalmente logré
levantar un poco los brazos.
Yo
os digo de verdad, si el cuerpo, si el cuerpo no alaba, no hemos conocido
todavía la alabanza. Si el cuerpo no entra en alabanza; el cuerpo me refiero a
pies, manos, todo aquello que compone nuestra realidad humana, todavía no hemos
conocido lo que es la alabanza. Por eso aquí no podemos dejar morir la alabanza
con el gesto; todo nuestro cuerpo, manos y pies, tienen que participar en este
homenaje de gloria y de alabanza para Dios nuestro Señor, porque Él realmente
se lo merece todo, el cuerpo entero alaba y bendice al Señor. Pero yo os diría
una cosa que es muy importante, todavía más importante que la primera, que la
alabanza no es un gesto ocasional; no es un acto ocasional que hacemos para
después volver al reposo, o para volver a la quietud, sino que la alabanza nos
compromete en una aventura sin fin, en una aventura grandiosa, más grandiosa de
lo que jamás hubierais podido imaginar; nos compromete para toda la vida. Si
leéis los textos de la Biblia,
van repitiendo sin cesar palabras como éstas:
"continuamente
te alabaré"
"eternamente
te alabaré"
"sin
fin te alabaré"
"todo
el día te alabaré"
"sin
tregua te alabaré"
"por
los siglos de los siglos, te alabaré"
Y
yo que soy profesor de Biblia, y que sé algo de hermenéutica, me he preguntado
muchas veces: ¿Qué hermenéutica o que Interpretación podríamos dar de estos
textos; qué hermenéutica podríamos hacer? Siempre, continuamente, sin cesar,
día tras día, todos los días, por los siglos de los siglos, por eternidad de
eternidades. ¿Qué hermenéutica podríamos hacer? ¿Cómo nos escapamos, para dejar
algún momento fuera del margen de la alabanza? Y yo me digo; no hay ningún
momento que quede al margen de la alabanza; la alabanza no conoce vicisitudes
ni ocasos, no conoce vacaciones.
Ahora,
cuando muchos de vosotros partáis de vacaciones, no vais a dejar la alabanza
aquí; tenéis que llevarla porque la alabanza os va a seguir, nos va a seguir
como un perro faldero, como alguien que se pega realmente a nosotros, como la
faja que se pega a nuestro cuerpo, como un cinturón que se pega a nuestra
cintura, algo que no nos dejará nunca en reposo. La alabanza nos compromete
realmente para toda la vida. No es para unos momentos sí, y para otros no; no
es para hacerla en Maranatha de seis y media a ocho y media, y para después
durante toda la semana caer en un reposo y en una tranquilidad absoluta. La
alabanza nos compromete por entero y para toda la vida.
Cuando
yo hablo de alabanza siempre que hay gente. -lo digo sonriendo- que me dicen:
"¡Vicente, es que eres terrible cuando hablas de alabanza, es que eres
terrible, es que no nos dejas vivir nunca en paz!" y yo les digo:
"¡Que no soy terrible, que no soy terrible!". Yo solamente pido
alabar a Dios en dos ocasiones, en dos momentos, o en dos oportunidades,
solamente en dos momentos, que no es tanto, en estos dos momentos: cuando tengo
ganas y cuando no las tengo. Solamente en estos dos momentos, cuando llueve o
cuando sale el sol, cuando estoy de vacaciones o cuando estoy trabajando;
solamente en estos dos momentos, tenemos que alabar y bendecir al Señor. ¡No
soy tan terrible!, no, no soy tan terrible.
Solamente
en estos dos momentos quiero que el hombre alabe y bendiga al Señor, porque si
solamente le alabamos en unos momentos sí, y en otros momentos no, y solamente
le alabamos cuando las cosas nos marchan bien, ¿Cuándo vamos a alabar realmente
al Señor? ¿Cuándo vamos a encontrar realmente la oportunidad para alabar y
bendecir al Señor? San Agustín se preguntaba y decía cosas como éstas: ¿Cuándo
alabarás al Señor? ¿Cuándo las cosechas sean buenas, cuando las crías del
ganado paran bien y sean fértiles, cuando tu mujer te dé a luz hijos, cuando la
salud sea buena? Pero ¿y cuándo la salud sea mala, qué hacemos; y cuando las
ovejas del rebaño no paran o aborten, qué hacemos entonces? y cuando las
cosechas no sean buenas, y cuando la salud no sea buena, ¿qué hacemos, dejamos
de alabar a Dios? ¿ Ya no le alabamos, dejamos la alabanza, la abandonamos para
siempre? Qué interrogantes, ¿verdad? , porque es así.
Porque
para cada uno de nosotros podríamos plantearlo de otra manera. ¿Cuándo vamos a
alabar a Dios? ¿Cuándo nuestra salud sea buena, cuando los negocios vayan bien,
cuando nuestros hijos hayan sacado unas oposiciones, cuando todo marche bien en
nuestro matrimonio, cuando todo marche bien en nuestro trabajo, cuando todo sea
próspero y venturoso? ¿Solamente en estos momentos? Y cuando la vida comienza a
enseñar su cara fea, ¿qué hacemos en esos momentos? Y cuando las cosechas son
malas, ¿qué hacemos en esos momentos? Y cuando nos ronda el hastío, y nos ronda
la enfermedad, y nos ronden, todas esas cosas que nos hacen daño a lo largo de
nuestra existencia, ¿qué hacemos entonces? ¿Dejaremos de alabar a Dios y
dejaremos de bendecirle?
Yo
os pregunto: ¿acaso deja Dios de ser Dios en algún momento, acaso deja Dios de
ser digno de toda gloria, de todo homenaje en algún momento, acaso en algún
momento Dios deja de amarnos, acaso en algún momento deja de preocuparse de
nosotros? ¿Por qué has de dejar la alabanza o ha de cesar la alabanza? La
alabanza no puede cesar nunca jamás. Por los siglos de los siglos, de la Tierra a los Cielos, debe
surgir un cántico de gloria y un cántico lleno de alabanza.
Es
verdad que entendemos muchas cosas, es verdad que entendemos la rebeldía del
hombre; es verdad que nos hacemos tantos interrogantes a lo largo de nuestro
caminar por la vida, a lo largo de nuestra peregrinación. Interrogantes como
estos, ¿Por qué tanta absurda maldad, por qué esta enfermedad, por qué este
accidente, por qué tanta sangre derramada? ¿Por qué? ¡Dios mío! ¿Por qué este
marido, por qué esta mujer, por qué estos hijos, por qué este paro, por qué
tanto mal existe ahora en el mundo? ¿Dónde vamos a encontrar motivos para
alabar a Dios, dónde vamos a encontrar motivaciones para la alabanza, dónde las
vamos a encontrar?
El
otro día me decía una señora: "Rece por mi hijo, porque tiene veinticinco
años, y antes de llevar un año de casados, se le ha muerto la mujer del
corazón. Le hemos entregado su libro de "Vivir en alabanza"; lo ha
leído, y en conjunto está de acuerdo, pero me dice: ¡No puedo alabar al Señor,
no puedo todavía dar gracias al Señor, frente a la muerte de mi mujer, no puedo
dar gracias al Señor, no puedo, no lo puedo!"
Y
es verdad, digamos que estos interrogantes nos inquietan, y nos inquietan honda
y profundamente a cada uno de nosotros. ¿Por qué tanto mal, por qué esta
enfermedad estúpida, por qué tanta maldad, por qué esta descomposición del
cuerpo, por qué este envejecimiento, por qué, por qué? Y de una manera u otra
todos nos preguntamos cosas parecidas a estas. Mirad, se podría plantear la
cuestión así: O Dios quiere y no puede evitar el mal, y si no puede, no es
todopoderoso, y si no es poderoso, y si no es todopoderoso, no merece la pena
que le alabemos de ninguna manera; o no quiere y puede. Entonces, si puede y no
quiere, Dios no es bueno, no sería bondadoso, no nos quiere de verdad. Y si
Dios quiere y puede, entonces ¿ por qué no lo hace? Con lo fácil que sería para
Él. Si Dios quiere quitar todo el mal, si Dios quiere evitar todo el mal que
hay en el mundo ¿por qué no lo hace? ¿Verdad?
Yo
me he preguntado y me he dicho a mí mismo: Si yo fuera Dios arreglaba en
veinticuatro horas todos los problemas del mundo, y digo veinticuatro horas, me
sobraban veintitrés horas y cincuenta y nueve minutos, porque en un minuto
arreglaba todos los problemas del mundo. Todos los problemas del paro, todas
las injusticias del mundo, toda la maldad del mundo, todo el desamor del mundo,
todas las cosas que hay desgraciadas y negras en nuestra historia, en un minuto
lo arreglaba absolutamente todo, y vosotros también, ¿verdad? Afortunadamente
que nosotros no somos Dios, afortunadamente no somos Dios, porque Dios debe
tener su manera de ver las cosas, una manera extraña para cada uno de nosotros,
extraña y sorprendente; pero Dios es Dios. Y yo me digo a mí mismo, que en
algún momento, en algún momento de nuestra vida, antes o después, aquí o allá,
ahora o después, en algún momento este hombre que se rebela, este hombre que se
queja, este hombre que pone tantas quejas a Dios, tiene que caer de rodillas y
decir: "Señor, no entiendo nada, pero desde mi no entender nada, yo te
alabo, desde mi profunda estupidez humana, yo te alabo, desde mi impotencia
humana, yo te alabo, desde la nube del no saber, yo te alabo y te bendigo.
¡Sólo Tú grande, sólo Tú Señor, sólo Tú altísimo por encima de todo en los
Cielos". Algún día u otro, un momento u otro, en un momento u otro, el
hombre tendrá que caer de rodillas, plantarse ante Dios y decirle: "Sólo
Tú eres grande, sólo Tú nuestra suprema sabiduría, nuestra suprema bondad, y
nuestro supremo amor, grande y soberano Señor. Ese día habremos descubierto
realmente lo que es la alabanza y lo que es la bendición.
Yo
diría una cosa que me parece muy importante, que Dios tiene una noción muy
exacta de nuestro tiempo y de nuestro espacio, de cada uno de nosotros, de
nuestra vida, la vuestra y la mía no se le han escapado a Dios de la mano. Que
Él lleva las riendas de nuestra existencia, y que Él nos ha querido y nos
quiere. Cuántas quejas, verdad, le lanzamos a Dios por ser como somos, o altos
o bajos, o guapos o feos, o listos o ignorantes, por ser así, cuántas quejas a
lo largo de nuestro caminar. Pero Dios nos ha hecho así, y nos quiere así, y
antes o después tendremos que caer de rodillas para alabarle y bendecirle y
proclamar su grandeza. Tenemos que llegar al momento, verdad, en que pongamos y
depositemos nuestras manos y nuestra vida en las manos de Dios para decirle:
"Tú
solo Santo"
"Solo
Tú Señor"
"Solo
Tú Altísimo"
"Solo
Tú Rey y Señor"
"Solo
Tú digno de recibir el honor; y la gloria, y la alabanza, por los siglos de los
siglos"
Yo
os diría otra cosa que es muy importante. Con frecuencia se oye decir, con
harta frecuencia, la cantinela de siempre, sobre todo más en las mujeres que en
los hombres, este hecho; "¡No me sale la alabanza, no me sale la alabanza,
y no me sale!" Y yo digo: "La alabanza sí sale, sí sale, hay que
sacarla acaso de los zancajos, pero sale". La alabanza no es una cuestión
de sentimiento, no es flor de huerto sino desierto, florece en el desierto allí
donde todas las condiciones son realmente adversas, allí florece la alabanza.
Si solamente alabamos al Señor cuando nos sale, nunca le vamos a alabar; la
alabanza hay que arrancarla del fondo del alma. Hay que arrancarla de la
libertad, hay que arrancarla de la voluntad, hay que arrancarla del corazón,
hay que arrancarla del espíritu, allí donde nuestro sentimiento no nos
condiciona, allí donde nadie nos condiciona. ¡Sí sale la alabanza, sí sale,
repito, aunque sea de los zancajos; termina por salir la alabanza! No hay nada
ni nadie, condición adversa, ¿verdad? , que nos pueda impedir que alabemos y
bendigamos al Señor. Nada ni nadie, nada ni nadie que impida hacer surgir de
nuestro corazón, desde nuestra libertad, desde nuestra identidad propia, un grito
de gloria y un grito de alabanza para el Señor.
Por
consiguiente, no andéis diciendo, "si no me sale o que si no lo
siento". Aun cuando no lo sientas, aun cuando no sientas absolutamente
nada, aun cuando tus sentimientos sean totalmente contrarios, comienza a
alabarle, comienza a darle gloria; que sí sale la alabanza, aunque haya que
sacarla, lo repito por tercera vez, de los zancajos. No olvidéis, ya lo he
repetido muchas veces aquí, que la alabanza va a ser nuestra profesión de
eternidad. ¿Qué creéis que vamos a hacer por toda la eternidad? ¿Qué imagináis
que vamos a hacer por toda la eternidad? Tan aburridos como vamos a estar allí,
verdad, ¡aburridísimos! Pues yo os digo que va a ser una alabanza sin fin, de
sorpresa en sorpresa, de asombro en asombro, de descubrimiento en
descubrimiento, siempre alabando, siempre bendiciendo, siempre dando gloria al
Señor.
Y
por eso lo digo, el que no haya aprendido aquí el oficio de eternidad, cuando
llegue allá arriba va a tener que emplear un tiempo en el pelotón de los
torpes, hasta que se aprenda el oficio, hasta que aprenda a alabar, hasta que
aprenda a bendecir al Señor. Ya que tenemos la oportunidad de aprender aquí
este oficio, vamos a aprenderlo y a aprenderlo bien, para que cuando lleguemos
allá arriba en el cielo. Que podamos morir con un GLORIA AL PADRE, GLORIA AL
HIJO, GLORIA AL ESPIRITU SANTO, y allá en la eternidad podamos continuar, POR
LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS.
("Nuevo
Pentecostés" nº 47)