COMUNIDAD DE BUENA NUEVA.RCCE
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jueves, 21 de agosto de 2014
“Elección de coordinadora diocesana"
“Yo soy
el buen pastor y conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mi" (Cf. Juan
10, ver 14).
Hace algo más de un año, justo la fecha
del cuatro de mayo del dos mil trece, fui discernida y elegida por mis hermanos,
como miembro de la coordinadora
diocesana de la Renovación Carismática Católica en la isla de Tenerife. Aún
puedo oír -y parece que fue ayer-, los latidos de mi corazón, un corazón de
niña en el cuerpo de una mujer adulta. Incluso ahora al recordar ese momento,
siento nuevamente sus latidos golpeándome el pecho con intensidad. Aquella
bendita mañana del sábado, mi vida cambio, justo en el preciso momento en el
que dando lectura a la votación oí pronunciar mi nombre pero no una vez, sino
dos, pues necesite de unos segundos, para asimilar lo que estaba aconteciendo
en mi vida justo en ese momento.
Hoy, puedo comprender que todo lo sucedido
durante este tiempo ha sido voluntad de Dios y si no lo creyera así, le estaría
robando la gloria a Él que es quien la merece.
Durante años, más de veinticinco, como profeta, he gritado
en el desierto de los hombres que el reino de Dios estaba cerca. En ese tiempo,
remando en contra de la corriente vigente, tuve que soportar en silencio tantas
pruebas, tanto dolor, tantos...pero, todo lo di por bueno pues cuanto más
resistía los golpes de la providencia, cuanto más remaba en contra de la
corriente, cuánto más sufría, el Señor se hacía más fuerte en mí, de este modo,
soportaba cada una de las pruebas con
resignación y entrega a Dios. Así fue, hasta que un buen día me cansé y me
quede en la orilla del presente, en la orilla de los que se conforman, de los
que todo le da igual y ya, no grité más por los caminos para que mis hermanos
volvieran el corazón hacia Dios. Durante ese tiempo, al permanecer en silencio,
a pesar de mi desanimo, de mi dolor, pues sufría intensamente, la luz de Cristo
fue iluminando lentamente mi corazón, hasta rescatarlo de la oscuridad que lo
envolvía.
En el mes de marzo se convocaron
elecciones, nuestro grupo sería uno de los últimos que elegiría mediante
votación el nuevo equipo de dirigentes. Yo, sin decir nada a nadie, ya tenía
decidido qué hacer, mi tiempo según los estatutos estaba cumplido, sentía muy
dentro de mí que ya lo había dado todo, si me eligieran nuevamente yo no
aceptaría, sentía en lo más profundo de mi ser que este debía ser un tiempo
nuevo para la comunidad. Esta responsabilidad debía tocarle a otro, yo, ya
había cumplido con creces, -"ya había sufrido bastante"-. Pero el
Señor, hermanos, es mucho más sabio, ya tenía otros planes para mí como así me
haría entender luego.
Llegó el día, a pesar de que previamente
se aclaró de que debía elegirse un nuevo equipo, los hermanos volvieron a
discernirme como dirigente, a lo que me negué y animé a otro hermano para que
él aceptará este servicio con docilidad, sin ponerle pegas al Espíritu pero, se
negó. Ante este hecho, animada por los hermanos diocesanos presentes y puesto
que ningún otro aceptaba este servicio,
asumí esta responsabilidad aunque creyendo que Dios se estaba
equivocando, que yo no era la mejor opción. Estaba cansada.
Pasaron los días, a pesar de la
desilusión, mi oración personal siempre fue intensa, fogosa, como si el Espíritu
Santo estuviera preparando mi corazón para los días que acontecerían. Una
noche, cuando oraba en silencio, el Señor me concedió una visión, y sentí como
mandato cumplir la voluntad de Dios: Dios me había revelado la imagen de un
báculo, con sus imperfecciones aunque robusto. Una voz en mi interior me decía,
tienes que llevarlo para la elección de la nueva diocesana y entregarlo
-"como mensaje de mi voluntad"- al nuevo coordinador diocesano.
Me sentí turbada y continúe orando. Creí
que aquello había sido fruto de mi imaginación.
Al pasar de los días, con la oración, esa
voz en mi interior se volvió más fuerte y constante, mucho más intensa y
presente. A pesar de todo, yo me resistía a obedecer, me negaba a escuchar, me
podía la vergüenza, el qué dirán, como iba a hacer eso que Dios me mandaba. Así
fue como le dije ¡no! al Señor por primera vez en mi vida. Dónde iba yo a
encontrar un báculo con esas características, como el que veía en mi mente cada
día al orar, quizás en el monte, no, no, yo no iría a buscarlo.
Pasaron
las semanas y una hermana de otra comunidad cercana me llamo al trabajo, una
mañana de sábado, para que mi marido y yo fuésemos a su casa y le hiciéramos un
favor a su hermano, cosa de trabajo, lo que hicimos sin pensarlo mucho pues
grande es el afecto que nos tenemos. Cual sería mi sorpresa, tras el almuerzo,
descansando en el patio trasero de la casa, descubro con la mirada una gran
rama apoyada en la pared preparada para el fuego. El corazón me dio un vuelco,
allí, entre el verde de las ramas, deforme, estaba el báculo que Dios me había
mostrado en mi oración, no tenía que buscarlo pues Dios había provisto. Lo
tenía frente a mí. Lo cogí, lo metí en mi coche aunque con dificultad y lo
lleve a casa eso sí, mi marido un santo, no se quejó sino que colaboró conmigo
no sin sentir algo de curiosidad, pues ignoraba el propósito de mi empresa.
La semana previa a las elecciones de
diocesana, comienzo a experimentar en mi interior una profunda desazón, el
desaliento volvía a hacer mella en mí. Justo el lunes, tomó la decisión de no
ir a la convocatoria y así se lo hago saber a mi esposo, yo no iba a participar
de estas elecciones, muy dentro de mi sentía que para que si todo era siempre
igual, más de lo mismo. Mi esposo fue el primero en regañarme y en recordarme
todas y cada una de mis obligaciones con la comunidad y con el resto de mis
hermanos. Yo calle y guarde silencio. Esa misma tarde en nuestra reunión de
servicio comunitario, se lo comunicó también a mis hermanas Rosina y Conchita, cuál
fue su sorpresa cuándo les dije que no acudiría a la convocatoria diocesana
para las elecciones. La primera en recordarme el valor del servicio fue Rosina
y como ella, en estos veinticinco años me ha enseñado, el carisma de la
obediencia y la escucha en el Señor, debían de ser los primeros en poner al
servicio para bien de la comunidad. Nuevamente asentí y dije que iría.
Acepte nuevamente las palabras de las
hermanas, me dije: iré Señor y cumpliré tu voluntad. Bueno -pensé para mí- qué
podía perder, siempre era lo mismo.
Al llegar el sábado, tome el báculo, lo
subí al coche como si se tratara de otro pasajero más y marchamos en dirección
Santa Cruz. Recuerdo que iba nerviosa pero dispuesta a cumplir la voluntad de
Dios.
Justo antes de comenzar la elección, al
orar en silencio, pedí a Dios Palabra para mí y el Señor me concedió Juan 10,
al leer pensé, bueno, el Señor me ha dado esta cita de Juan y creo que es para
la nueva diocesana. Allí estaba yo, a un lado, junto al sagrario, cerquita del
báculo, donde pocos me podían ver, con la Palabra de Dios en mis labios y en mi
corazón, esperando que transcurriera la mañana, en fin, todo terminaría pronto
cuando leyeran la lista de elegidos.
A medio día Socorro comenzó la lectura de
la votación, uno a uno fue nombrando a los elegidos en voz alta, la penúltima de la lista que nombró era yo,
en ese preciso momento presa de la confusión y la tensión del momento,
comprendí con gran emoción que la Palabra dada era para mí, sólo para mí y que
debía grabarla a fuego en mi corazón, para que no olvidara en ningún momento de
cómo debe ser un buen pastor.
Cuando la lectura hubo concluido y supe
que la nueva coordinadora diocesana era la hermana Carmen Luisa, tome mi báculo
y se lo entregué en mano haciéndole saber que Dios había puesto esta misión en
mi corazón para que entendiera que el báculo de todo buen pastor debe servir
para guiar, pastorear y crecer en la humildad que este servicio requiere. Así
me lo había dado a conocer Dios.
Y Carmen lo tomó un tanto confusa, me
sonrió pero al instante me lo devolvió como si le quemara y yo se lo pasé a don
Pedro, nuestro asesor espiritual. Nuevamente fui profeta pero esta vez de un
tiempo nuevo.
Doy gracias a Dios porque nunca nos
abandona, porque pone en nuestro camino gente buena cuando nos alejamos de su
senda, porque en nuestra debilidad Él se hace fuerte.
Y desde ese día sirvo al Señor como
miembro diocesano de la Renovación Carismática en Tenerife. A veces el servicio
es duro, en ocasiones me canso, me desilusiono, otras tantas lloro en silencio,
pero en todas y cada una de estas ocasiones doy gracias a Dios porque Él es
quién debe hacer la obra, yo sólo soy su instrumento. Sierva inútil para lo que
Él disponga hacer.
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