QUE TODOS SEAN
UNO
PARA QUE EL
MUNDO CREA
Por el P. Raniero
Cantalamesa
Al
encuentro internacional de Brighton (julio de 1991) asistieron carismáticos de
todas las Iglesias cristianas. El tema de la unidad, con el ecumenismo al
fondo, tuvo allí una importancia extraordinaria. El P. Raniero Cantalamesa
desarrolló un tema que, por su interés, traemos aquí, literalmente, sólo una
parte de aquella larga enseñanza que versó especialmente sobre el ecumenismo
DOS VIAS PARA LA UNIDAD
La
unidad realizada por Jesucristo sobre la cruz actúa en la Iglesia gracias al
Espíritu Santo. El Espíritu Santo conduce a los
creyentes a la «unidad total», y es también el Espíritu Santo quien los conduce
a la «verdad total» (Jn 16,13).
El
Espíritu Santo conduce a la unidad de los «elegidos» por dos vías totalmente
distintas aunque complementarias: una vía Pentecostal y carismática y una vía
jerárquica e institucional.
La
unidad Carismática
La
unidad de tipo Pentecostal y carismática es la que el Espíritu Santo realiza,
el día de Pentecostés, entre «Judíos practicantes de todas las naciones». Es
también la unidad que se hizo por vez primera entre judíos y gentiles en casa
del centurión Cornelio (Hechos 10- II). En esta fase carismática lo que
prevalece es la iniciativa de Dios, poderosa, creadora. No hay tiempo, no es
necesario discutir, deliberar o promulgar decretos. Los apóstoles se sienten
arrebatados, transformados. El Espíritu va delante, la institución no hace más
que seguirle.
La
unidad que resulta de esta poderosa acción del Espíritu Santo es de tipo
carismático. Está hecha de alabanza, de entusiasmo, de alegría, de asombro al
proclamar al Señor Jesús. No es sólo una unidad doctrinal o de fe, es una
unidad total: Los creyentes forman «un sólo corazón y
una sola alma». (Hch 4,32). Es una especie de
«fusión por el fuego».
La
unidad Institucional
Pero
la sola unidad carismática no es suficiente. Es preciso una segunda acción del
Espíritu que dé fuerza para resistir las tensiones y superarlas.
Es
lo que ocurre poco después de Pentecostés. La primera tensión se produce por la
distribución de alimentos entre la viudas, (Hch. 6, I ss). ¿Cómo salvar y restaurar la unidad?
Los
apóstoles hacen un discernimiento, indican una conducta a seguir: nace la
institución de los diáconos. Se ejerce la autoridad donde la caridad
carismática no es suficiente
Después
de la conversión de los paganos, surge una tensión aún más fuerte. La unidad
entre judíos y gentiles - apenas hecha- se ve amenazada por el cisma. Los
judaizantes exigen que los gentiles se hagan circuncidar según la ley de Moisés
(Hech 15,1). ¿Cómo actuará el Espíritu esta vez?
«Entonces, los apóstoles y los ancianos se reunieron para examinar
este problema» (Hch 15,5). Discuten
largo tiempo, en el llamado «Concilio de Jerusalén», y al fin se llega a un
acuerdo. El acuerdo fue anunciado a las Iglesias por una carta que
comienza así: «Hemos decidido el Espíritu Santo y
nosotros» (Hch 15,28) . El Santo Espíritu y
nosotros, es decir, los apóstoles con el consejo de los presbíteros: en esto
consiste el camino institucional o ministerial de la unidad.
El Espíritu Santo opera también por otra vía que
es la confrontación paciente, la escucha mutua e
incluso el compromiso entre las partes,
cuando está en juego un punto de disciplina y no de fe. Opera a través de las «estructuras» humanas o los
«ministerios» establecidos por Jesús.
Es
un camino muy largo y fatigoso pero que dura más tiempo y constituye una
adquisición «para Siempre».
DIOS
NO HACE DISTINCIONES
Puesto que las dos acciones - carismática e institucional- proceden
de un mismo Espíritu, no puede haber oposición entre ellas; no obstante, si
surgiese un conflicto entre las dos vías - y hablo ahora como católico romano-
sé cual es mi deber de carismático, obedecer a la autoridad visible y
apostólica de la Iglesia.
Esto
no significa traicionar al Espíritu obedeciendo a los hombres, sino más bien
dar la victoria al Espíritu Santo según el principio evangélico "del grano
de trigo que muere para dar mas fruto”.
Supone
también ser conscientes de que cada uno de nosotros puede correr el riesgo de
equivocarse y que es preciso poder contar con el discernimiento de las personas
que tienen autoridad.
EL
AMOR: NUESTRO CAMINO
Veamos
ahora en que consiste esta vía carismática de la unidad. Os diré inmediatamente
la palabra clave y pido al Espíritu Santo que la ponga en vuestro corazón: ¡AMOR! Nuestra contribución a la unidad es el amor
recíproco. Otros buscan construir la unidad
partiendo de la inteligencia, es decir, de las verdades de la FE. ¡Nosotros debemos hacerlo
partiendo del corazón!
Nosotros
podemos amarnos aun más profundamente. No sólo en el sentido de que está
permitido, de que nada nos impide amarnos, sino en el sentido de que «tenemos
la posibilidad» de amarnos. No sólo tenemos el deber de amarnos. Tenemos ante
todo la gracia y el poder de amarnos, porque «el amor de Dios ha sido derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,5). Este
amor es el amor con que Dios nos ama, pero es también el amor con que podemos,
a nuestra vez, amar a
Dios
y a los hermanos. Es una capacidad nueva y sobrenatural de amar. Es la raíz y
el fundamento de la unidad de todos los creyentes en Cristo, es una raíz
divina, no humana. Estamos en el corazón del problema: ¿qué hace el Espíritu
Santo para crear la unidad de los creyentes? Mientras el hombre vive bajo el
pecado, ve a Dios como un obstáculo, un adversario. Él desea ciertas cosas: el
dinero, el placer, el poder, la mujer de otro, el bien de otro, y Dios le cierra
el paso con su «tu debes, tú no debes». «Los deseos de la carne se rebelan
contra Dios» (Rom 8,7), hasta el extremo de que el hombre llega a odiar a Dios
y preferiría que Dios no existiese. Esto no es una descripción teórica,
hipotética; es nuestro retrato real, la que somos desde nuestro nacimiento.
Pero, aquí viene el milagro, cuando en el corazón del «hombre
viejo» entra el Espíritu Santo, Él le hace ver a Dios con ojos diferentes. No
la ve ya como un adversario o un obstáculo, sino como un aliado, el Padre que
no ha ahorrado ni a su propio Hijo por él... El hombre hace entonces
voluntariamente la que Dios le manda. De esclavo, se convierte en hijo y grita:
«¡Abba Padre... ahora te conozco!» Es la que llamamos «renacer del Espíritu» Jn
3,6).
Ocurre
lo mismo respecto al prójimo: Mientras el hombre vive bajo el régimen antiguo y
egoísta, los otros - especialmente si no comparten sus opiniones, sus gustos o
intereses- le parecen rivales que le amenazan. «El infierno son los otros»,
grita un personaje de Sartre.
Pero
¿qué ocurre cuando se convierte y se abre a la acción del Espíritu Santo? El
prójimo aparece ante él con una luz nueva: no es el
«otro» el «rival» sino el «hermano» amado de
Dios, aquel por quien «Cristo ha muerto»
(Rom. 14,14) Alguien que sufre con sus limitaciones: como tú, como todos. La
máscara que tú habías puesto sobre el rostro del otro, cae, y descubres con
asombro que puedes amarlo. Esto es lo que llamamos entrar en «la comunión del
Santo Espíritu» (2 Cor 13,13).
EL
MILAGRO DE PENTECOSTÉS.
La
señal verdadera y segura de la venida del Espíritu no es hablar en lenguas sino
el amor y, especialmente, el amor a la unidad. El amor prolonga el milagro de
Pentecostés. Si se pregunta a un cristiano: «Tú has recibido el Espíritu Santo,
¿por qué no hablas todas las lenguas?», él puede responder: «Sí, yo hablo todas
las lenguas. Formo parte de este cuerpo de la Iglesia que habla todas
las lenguas y que en toda lengua proclama a Jesucristo ¡muerto y resucitado por
nosotros!»
Y
aún más. Oyendo a Pablo enumerar todos los carismas: profecía, enseñanza,
milagros. . . (1 Cor 12,14) puedes entristecerte pensando que no posees
ninguno. Pero escucha: si tu amas la unidad, si tu
amas la Iglesia,
no posees poco porque cualquier don, ejercido por no importa quién, ¡es también
tuyo!
FIN
DE LA HOSTILIDAD
¿Qué
podemos hacer para poner en práctica este mensaje de unidad y amor? Pensemos en
el himno a la caridad de san Pablo. Cada frase tiene un sentido actual y nuevo
aplicado al amor, entre los miembros de diferentes iglesias, en las relaciones
ecuménicas: «La caridad es paciente, la caridad es servicial. La caridad no
falta al respeto, no busca su interés, no guarda rencor. Todo lo cree, todo lo
espera, todo lo soporta» (1 Cor 13,4 ss). No hay que esperar, en principio, la
reciprocidad, es decir, que el otro se comporte de la misma manera con
nosotros. La escritura nos empuja a «rivalizar en la estima recíproca"
(Rom 12,1). Nos enseña a dar el primer paso, sin esperar a que los otros lo
den.
San
Juan de la Cruz
dijo: «Donde no hay amor pon amor y sacarás amor".
Nosotros
tenemos, ante todo, que imitar a Jesucristo ¿Cómo hizo Jesús la unidad en la
cruz?
«Los
reunió en un sólo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad (Ef 2,16).
Éste
es el secreto, ¡lo único que debemos hacer! No destruir al enemigo sino a la
enemistad. ¡No destruirla en los otros sino en ti mismo! Debemos dejar toda la
enemistad acumulada entre nosotros porque Jesús la ha destruido ya en la Cruz. Él murió «para reunir
los hijos de Dios que estaban dispersos" y hoy se va a realizar, al menos
en parte, aquello por lo que murió. Qué alegría sobre todo, para el Padre
Celestial. Hermanos divididos es tanto como decir a Dios «Escoge: ¡nosotros o
ellos"!
No
se puede someter a un padre a esta alternativa terrible de tener que escoger
entre sus hijos. Dios «quiere que todos los hombres se salven» «Padre,
perdónanos por haber pensado con frecuencia en nuestro corazón: "nosotros
o ellos". Por haber intentado obligarte a escoger como si nuestros
enemigos fueran también los tuyos.
Perdónanos
y sálvanos a todos juntos. ¡Acéptanos como hermanos a todos los que Tú aceptas
como hijos tuyos! Gracias a Jesús nos presentamos unos y otros, ante ti, en un
sólo Espíritu.
Como
el día de Pentecostés, estamos reunidos ante ti.
Renueva
el prodigio del primer Pentecostés. Haz de nosotros «una sola alma y un sólo
corazón" para que el mundo crea. Amén.
("Nuevo pentecostés, nª 86)
No hay comentarios:
Publicar un comentario