CULTURA DE PENTECOSTÉS:
IDENTIDAD Y OBJETIVOS DE LA RENOVACIÓN CATÓLICA
CARISMÁTICA
Iniciamos este aparte hablando de una
Cultura de Pentecostés, porque para la Renovación Católica
Carismática este es el hecho salvífico desde donde surge nuestra más profunda
identidad y donde se fundamentan los objetivos que como Corriente de Vida en el
Espíritu y Movimiento Apostólico tratamos de conseguir a nivel personal,
comunitario y eclesial. Lo anterior no significa una desmedida prelación de
Pentecostés frente al desdeño de las demás experiencias cristianas tales como
la pasión, la crucifixión o la resurrección, por el contrario nuestra Cultura
de Pentecostés como Renovación Católica Carismática supone, necesita y entra en
perfecta coordinación con todo aquello que le da su verdadero sentido y valor
dentro de la experiencia de un Dios Vivo que se ha abajado por amor a la
condición humana para rescatarnos de nuestra miseria y que sigue realizando
este misterio insondable cada vez que un hombre, una mujer, un joven o un niño
abren su corazón a la acción de su Espíritu Santo.
Así ayudarán a que tome forma ‘la cultura
de Pentecostés’, la única que puede fecundar la civilización del amor y de la
convivencia entre los pueblos. No se cansen de invocar con ferviente
insistencia: ¡Ven Espíritu Santo! ¡Ven! ¡Ven!” Esta es la Cultura de Pentecostés que
debemos experimentar
y proclamar para que de un profundo sentido a todo lo que hacemos como personas
y comunidades para fortalecer nuestra unidad con el Dios Uno y Trino que es
Padre, Hijo y Espíritu Santo. Todo lo anterior es lo que conforma
nuestra más intima identidad, la cual tiene una importancia radical, pues así
como es importante para una persona definir su personalidad e identidad
individual de igual manera sucede en la
RCC , la cual no está llamada a ser una corriente amorfa que
pueda definirse y entenderse de cualquier forma, sino que por el contrario debe
adquirir una personalidad que le ayude a ser identificada pero con lineamientos
y orientaciones que guarden la debida correspondencia con aquellos establecidos
por el mismo Cristo al momento de instituir su Iglesia. El deseo de una identidad
definida para la RCC
no pretende negar o coartar la diversidad carismática que en su interior tiende
a manifestarse; lo que verdaderamente se quiere lograr es la unidad en la
diversidad. La
identidad bien lograda de la Renovación Católica Carismática será un elemento
valioso para que no se desnaturalice y pierda sus objetivos y metas y para que cualquier
viento de doctrina nueva y pasajera no nos conmueva y nos confunda, sino que le
podamos hacer frente sabiendo cuál es nuestro norte y hacia donde tenemos que orientar
todos nuestros esfuerzos.
¿QUÉ ES LA RENOVACIÓN CATÓLICA
CARISMÁTICA?
Para iniciar este aparte del documento
además de las ya tradicionales y bien conocidas definiciones de la RCC (las cuales mencionaremos
más adelante) citaremos una expresión del Papa Juan Pablo II que bien puede ser
una definición inicial de lo que es la Renovación Carismática : "Es una
manifestación elocuente de la vitalidad siempre joven de la Iglesia , una expresión
vigorosa de lo que el Espíritu está diciendo a las iglesias al final del
segundo mileno" Para comenzar a comprender el concepto de lo
que es la
Renovación Católica Carismática, o como también es conocida,
Renovación en el Espíritu, tenemos que asomarnos a la experiencia de los
Apóstoles en Pentecostés. El Cenáculo es el lugar donde los cristianos nos
dejamos transformar por la oración, junto a la Bienaventurada Virgen
María, para acoger al Espíritu. Es también el lugar de donde salimos para
llevar "hasta
los confines de la tierra" el fuego de Pentecostés. La misión
de la Renovación Católica
Carismática es hacer presente hoy en el mundo la experiencia de Pentecostés. Confirma
así su vocación de servicio a la
Iglesia , que fue enriquecida con los carismas del Espíritu
desde su nacimiento en el Cenáculo.
RENOVACIÓN ES
DEJAR A DIOS SER DIOS
Desde sus comienzos, la Renovación ha aportado
a la Iglesia
una gran corriente de libertad. "Dejábamos a Dios ser Dios" es el
testimonio de los pioneros de esta corriente. Fue esta una experiencia
fundamental. Más que hacer, se trata de recibir el Don de Dios. Dejarle a Él la
iniciativa, porque los cristianos encerramos con frecuencia a Dios en la pequeñez
de nuestros intereses, de nuestros proyectos y normas. A veces se tiene la sensación
de que Dios ha suscitado la Renovación Católica Carismática para ir a su compás.
Dicen los pioneros de esta experiencia: “Hicimos un descubrimiento: más que hacer obras para Dios
había que hacer las obras de Dios. También descubrimos la cercanía
impresionante de un Dios que se goza en estar con los hombres".
RENOVACIÓN ES
REAVIVAR LA LLAMA DEL
ESPÍRITU
Ante todo debemos dar gracias a Cristo
Jesús Nuestro Señor por el don precioso de la Efusión del Espíritu o
Bautismo en el Espíritu, ya que este don viene a reavivar en nosotros las
gracias que un día recibimos en el Bautismo y en la Confirmación , y nos
hace vivir como adultos responsables la fe que entonces prometimos. Los
Seminarios de Vida en el Espíritu son nuestro modo específico de evangelizar.
Si en los comienzos de la
Iglesia los convertidos se bautizaban, hoy hemos de convertir
también y en primer lugar a los bautizados. Son miles los cristianos que se
declaran creyentes y afirman al mismo tiempo que no practican. Los Seminarios
de Vida en el Espíritu evangelizan con la fuerza del primer anuncio. El
Espíritu se derrama con poder y nacen de ellos conversiones radicales,
vocaciones al sacerdocio, a la vida contemplativa, compromisos con la sociedad,
con los pobres, los presos, los enfermos.
RENOVACIÓN ES
UNA BUENA NOTICIA PARA NUESTROS TIEMPOS
A todos aquellos hombres y mujeres que
hoy tienen sed de Dios y andan buscándolo, a los que presienten que hay algo
más allá de una fe quiete e impávida, para todos ellos la RCC debe ser la buena noticia
de que en nuestra Iglesia hay un lugar para poder compartir la experiencia de
un nuevo Pentecostés: LA
RENOVACIÓN CATÓLICA CARISMÁTICA. La conforman grupos de todas
las edades y condiciones -casados, solteros, religiosos, jóvenes y mayores- que
desean vivir la buena noticia del Evangelio dando al mundo un testimonio de luz
y esperanza.
RENOVACIÓN ES
UNA CORRIENTE DE GRACIA Y MUCHO MÁS
(1a
Corintios 12, 8-11)
RENOVACIÓN EN
LOS NUEVOS ESTATUTOS DEL ICCRS
OBJETIVOS DE LA RENOVACIÓN CATÓLICA
CARISMÁTICA
El preámbulo de los nuevos estatutos del
ICCRS nos enseña que los objetivos centrales de la Renovación Católica
Carismática o Renovación Pentecostal Católica, como también se la llama,
incluyen:
1. Amparar la
conversión madura y constante a Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.
2. Amparar una
receptividad personal decisiva a la persona, presencia y poder del Espíritu
Santo. Estas dos gracias espirituales a menudo se experimentan juntas en lo que
se llama en diferentes partes del mundo un Bautismo en el Espíritu Santo, o una
Liberación del Espíritu Santo, o una Renovación del Espíritu Santo. Muy a
menudo se las entiende como una aceptación personal de las gracias de la
iniciación cristiana y como una capacitación para el servicio cristiano
personal en la Iglesia
y en el mundo.
3. Amparar la
recepción y utilización de los dones espirituales (charismata o carismas) no sólo
en la RCC sino
también en la Iglesia
en toda su extensión. Estos dones, ordinarios y extraordinarios se encuentran
en abundancia entre los laicos, los religiosos y el clero. Su comprensión
adecuada y utilización en armonía con otros elementos de la vida de la Iglesia es una fuente de
fuerza para los cristianos en su camino hacia la santidad, y en la realización
de su misión.
4. Amparar la obra de
evangelización en el poder del Espíritu Santo, incluyendo la evangelización de
los no bautizados, la reevangelización de los cristianos nominales, la evangelización
de la cultura y las estructuras sociales. La RCC promueve especialmente el compartir la misión
de la Iglesia
proclamando el Evangelio de palabra y de obra, y dando testimonio de Jesucristo
a través del testimonio personal y a través de esas obras de fe y justicia a
las que cada uno está llamado.
5. Amparar el
crecimiento constante en santidad, a través de la integración adecuada de estos
énfasis carismáticos en la vida plena de la Iglesia. Esto se
consigue a través de la participación en una vida sacramental y litúrgica rica,
y una apreciación de la tradición de la oración y espiritualidad católicas.
Esto está guiado por el Magisterio de la Iglesia , y la participación en el plan pastoral
de la Iglesia. Los
objetivos antes citados deben ser conocidos, estudiados y permanentemente recordados
por toda persona y en toda obra que se identifique como una manifestación de Renovación
Católica Carismática, pues sin ellos toda la labor carismática estará sin un rumbo
y sin una identidad definidos. En la medida en que estos objetivos
fundamentales sean asumidos estaremos posicionando a la Renovación Católica
Carismática, en estos primeros cuarenta años de vivencia, ante una nueva etapa,
tal como lo dijo en varias oportunidades S.S. Juan Pablo II: la de la madurez
eclesial.
Ahora refirámonos particularmente a cada una de las experiencias
que nos proponen estos objetivos.
CONVERSIÓN:
“Conviértanse y crean en la Buena Nueva porque el Reino de Dios ya está entre
ustedes” (Mateo 3, 2; Marcos 1, 15; Hechos 2, 38) Esta fue la invitación con la que Juan
Bautista preparó y anunció la pronta llegada de Jesús;
fueron las mismas palabras con las que Jesucristo inició su ministerio público;
y también fue la respuesta que le dio Pedro a
la muchedumbre el día de Pentecostés cuando fue
anunciada por primera vez la pasión, muerte, resurrección y señorío de Cristo: CONVERSIÓN. Esto nos enseña que la conversión es una
invitación de Dios al hombre pero también es una respuesta del hombre a Dios. A
través de la
Conversión Dios nos invita a ser parte activa de la familia
divina, es decir, verdaderos Hijos de Dios, Hermanos de Jesucristo y Templos
del Espíritu; y a través de la conversión es como el hombre le da un “si”
definitivo a Dios. La conversión en la
vida de todo cristiano debe ser el resultado de haber experimentado el amor y
la misericordia de Dios, sentirnos amados por Dios y a la vez debe ser el
resultado del reconocimiento de nuestra condición de pecadores necesitados de
la salvación divina. Si esto no sucede todo esfuerzo de conversión en nuestras
vidas será infructuoso, pues el hombre no le encontrará ningún sentido a la
conversión sin la experiencia del amor de Dios y sin el reconocimiento de
nuestro pecado no tiene ningún sentido (Lucas 5, 8). Conversión es pasar de las
tinieblas del pecado a la luz de la gracia de Dios; es pasar de la lejanía a la
proximidad de Dios; es comenzar un nuevo camino, una nueva vida, un nuevo
nacimiento (Juan 3, 3) Conversión es aceptar a Jesucristo con toda la
radicalidad de su mensaje que nos dice: aquel que quiera venir tras de mi, que se niegue a sí
mismo, que cargue con su cruz y que me siga. La conversión es ante
todo un cambio de corazón (Ezequiel 36, 26; Filipenses 2, 5) y ese cambio de
corazón debe ir transformándonos en nuevas criaturas con una nueva vida. El cambio
de conducta (externo) que se da en el hombre debe ser el resultado de un cambio
interior.
La conversión es una invitación que Dios
hace a todos los hombres. Dios no hace excepciones, todos estamos necesitados
de la conversión. Nadie puede decir que no necesita convertirse, ni siquiera
aquellos que se dicen “buenos” (ejemplo de San Pablo) La conversión es un proceso que debe ir haciéndonos crecer cada día más
como mejores personas y como mejores cristianos, haciéndonos reflejos del
rostro de Cristo. Es un esfuerzo de todos los días. La conversión no es obra
únicamente del hombre sino que es el fruto del trabajo en unidad de Dios y el
hombre. Por nuestras propias fuerzas no podremos llegar a Dios, siempre estaremos
necesitados de su ayuda. Los anteriores son como los puntos básicos del camino
de conversión que nos propone la Renovación Católica Carismática en su primer
objetivo.
APERTURA AL
ESPÍRITU SANTO
Hasta hace unos pocos años en la Iglesia se trataba el tema
del Espíritu Santo como el gran desconocido de la Santísima Trinidad ,
pues siempre se había hablado del Padre y del Hijo profusamente, relegando un
poco la presencia y el actuar del Espíritu Santo. Pero desde los tiempos del
Concilio Vaticano II, cuando el Papa Juan XXIII convocó a los padres de la Iglesia invocando la
presencia del Espíritu y, como Vicario de Cristo, abrió de par en par las
puertas de la Iglesia
a su acción renovadora, desde ese entonces parece ser que todos los cristianos
hemos reaccionado y hemos sacado al Espíritu Santo de ese olvido al cual lo
habíamos confinado y se ha iniciado, por así decirlo, una “nueva era” de su
acción, que en realidad no tiene nada de “nueva”, pues este actuar es el mismo
que hemos podido conocer a través de la Escritura , desde el principio de los tiempos y a
lo largo del tiempo de la
Iglesia. Esta es la apertura que nos propone este objetivo de
la RCC.
La acción del Espíritu Santo debe
concretarse en nuestras vidas pues no es solo una historia, es una persona
divina que nos ayuda a tener la experiencia de un Cristo Vivo, que nos propone
una renuncia al pecado y a la vez una vida nueva pero a partir del agua y del Espíritu,
tal como se lo propuso a Nicodemo. El Sacramento del Bautismo que nos ha
proporcionado la Iglesia
nos ha sumergido en esa vida nueva, solo hace falta que cada uno abra su
corazón para dejar actuar libremente al Divino Espíritu y así comencemos a dar
razón de ese bautismo. “Si vivimos por el Espíritu, sigamos también a ese
Espíritu” (Gálatas 5, 25). Estas palabras del Apóstol Pablo a los
Gálatas nos hacen recordar que no es suficiente haber recibido al Espíritu
Santo, sino que hay que dejarse guiar por Él mismo para poder llevar una vida
acorde con el título de cristiano que ostentamos. El Espíritu entra en la vida
del hombre a través del Sacramento del Bautismo y allí comienza a crecer y a
multiplicar su acción en la medida en que su presencia no es disminuida ya sea
por el pecado o por la falta de fe y apertura.
Cada bautizado debe procurar en su vida
alcanzar una relación con el Espíritu similar a la que sostuvo con el mismo
Cristo, no por apariencia o lujo, sino como la única y verdadera forma de poder
vivir, pues vivir fuera del Espíritu lejos de hacer al hombre libre lo que conlleva
es hacerlo esclavo de sus pasiones y por ende alejarlo de la vida divina que se
nos ha ofrecido como el don más excelente de ser familia de Dios. De esta
temática nos habla San Pablo a lo largo de todo el capítulo 5 de su carta a los
Gálatas. Jesús al anunciar al Espíritu previene a sus discípulos diciéndoles: “y cuando Él venga
(el Paráclito) convencerá al mundo en lo referente al pecado” (Juan 16, 8).
Este convencimiento no tiene como fin denigrar o humillar al cristiano por
parte de Dios, sino que es un paso necesario antes de que el hombre libremente
tome la decisión de arrepentirse y aceptar la redención de Jesucristo. Pero
además de preparar el corazón del hombre para el encuentro con Jesús, el
Espíritu también da las fuerzas al cristiano para ir en pos de Jesús, ya que
por sí solo el hombre nunca sería capaz de dejarlo todo por seguir a Jesús. El
Espíritu también instruye al cristiano en la verdad, es por lo que ha sido
llamado por muchos santos como “maestro interior”, pues en aquel que está atento
a su enseñanza va regalando el conocimiento y la sabiduría que no se puede
aprender en un libro o en una conferencia, pero que si es dada a los pobres y
humildes de corazón (Mateo 11, 25-26). El Espíritu es anunciado por Jesucristo
como el Consolador, pues su actuar en el cristiano tiene la capacidad de
ayudarnos a comprender y aceptar todos los acontecimientos aparentemente
negativos como parte del plan de Dios y nos enseña que de algo malo Dios
siempre podrá sacar cosas buenas para nuestro bienestar (Romanos 8, 28). Por
último, pero no menos importante, el Espíritu Santo nos llena del Amor a Dios,
al prójimo y a nosotros mismos (Romanos 5, 5). Los doctores de la Iglesia se han referido al
Espíritu como el Amor del Padre y el Hijo, por eso podemos entender que todo lo
que el Espíritu hace en el hombre es fruto de ese amor de Dios, es un reflejo
de la infinidad de su amor hacia nosotros. El Espíritu nos da la capacidad del
amor a la manera de Dios (1ª Corintios 13), un amor que no tiene ningún otro
interés sino el bien de la persona amada. El Espíritu Santo lo encontraremos en
cada sacramento, en cada oración, en la Palabra de Dios, en la comunidad (sobre todo en
los hermanos más necesitados) y también en los carismas.
RECEPCIÓN Y USO
DE CARISMAS
En primer lugar debemos dar un sólido y
confiable concepto de lo que son los carismas: “Gracias especiales con las que el Espíritu
Santo santifica y dirige al Pueblo de Dios, las cuales distribuye a cada uno
según quiere y que los hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y
deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la .”
(Lumen Gentium Num. 12)
“Gracias del
Espíritu Santo que tienen, directa o indirectamente, una utilidad eclesial, ya que
están ordenadas a la edificación de la Iglesia , al bien de los hombres y a las necesidades
del mundo.” (Chitifideles Laici Num. 24). Las anteriores definiciones nos regalan varios elementos
que nos ayudan a entender el verdadero sentido y alcance que la Iglesia misma le ha dado a
este concepto: o Gracias: Entiéndase la palabra “gracias” no como aquella
gracia santificante de Dios con la que nos ayuda a ser santos, sino que más
bien esta palabra debe ser entendida como sinónimo de don, regalo, concesión
muy especial. Y esta diferenciación nos da la oportunidad para decir que los
carismas no son signos de santidad por sí mismos sino la oportunidad o el
llamado que hace Dios a un camino de santidad. Distribuye a cada uno según quiere: Los
carismas son la expresión de la completa libertad del Espíritu, que en palabras
del mismo Jesús “…sopla cuando quiere donde Él quiere y no sabes de dónde viene
ni a dónde va…” (Juan 3, 8). Dios puede actuar en quien Él quiera
pues tiene el poder para hacerlo por eso no debemos estratificar los carismas.
Todos (ordinarios y extraordinarios) provienen del soplo del mismo Espíritu. Santifica, dirige y capacita al Pueblo de
Dios: Los carismas no son signos de santidad pero son el inicio de un llamado a
la vida en el Espíritu y por ende a la vivencia de la Santidad. Los carismas, según
nos enseña el Concilio Vaticano II, también ayudan a orientar al Pueblo de Dios
y muestran los caminos que Dios quiere que vayamos recorriendo como Iglesia.
También los carismas capacitan a quienes los reciben para cumplir su misión
dentro de la Iglesia ,
por eso no debemos sentirnos incapaces de esto o aquello, porque cuando Dios
llama, inmediatamente capacita, es decir, derrama los dones que ese llamado
necesita. Recordemos la vocación de Jeremías (1, 4-10). o Renovación y
Edificación de la Iglesia :
Los carismas son para la
Iglesia : para su belleza, vitalidad y unidad, no para la
persona que lo recibe. Es por esto que podemos decir que la verdadera y
principal finalidad de todo carisma es el servicio en la Iglesia y desde la Iglesia , en la comunidad y
desde la comunidad. El servicio es lo que renueva y edifica permanentemente el
edificio de Dios que es la Iglesia. Para bien de los hombres y
necesidades del mundo: En este aspecto de los carismas San Pedro nos da una
regla de oro: “Que
cada cual ponga al servicio de los demás el carisma que ha recibido, como
buenos administradores de las diversas gracias de Dios. Si alguno habla, sean
palabras de Dios; si alguno presta servicio hágalo en virtud del poder recibido
de Dios, para que Dios sea glorificado en todo por Jesucristo (1ª Pedro 4,
10-11). Hay que reflexionar y cuestionarnos si este aspecto de los
carismas lo estamos viviendo adecuadamente, pues aunque estamos viviendo un
despertar de carismas al interior de la Iglesia , es aun mucho lo que falta para poner al
servicio de las necesidades del mundo los carismas recibidos.
No podemos dejar de decir que existe una
gran variedad de carismas, pues el Espíritu nunca se repite y actúa de manera
única y particular sobre cada persona que abre el corazón a su acción y estos
pueden ser clasificados como ordinarios
y extraordinarios según su necesidad en la misma Iglesia. En el tema de los carismas, este es el
aspecto donde se ha presentado la mayor problemática al interior de la RCC , pues muchos hermanos al
saberse o creerse bendecidos por el Espíritu con uno varios carismas, se
sienten suficientemente “iluminados” por Dios y comienzan a ejercer su carisma
autónomamente sin dejarse orientar y sin tener en cuenta al resto de la
comunidad ni de la Iglesia ,
y esta actitud ha generado en muchos de nuestros pastores y demás movimientos
una prevención cuando se menciona la palabra “carismático”. Pero lo
cierto es que así como muchos han optado por el camino fácil de ejercer su carisma
a su libre albedrío e incluso para su propio beneficio, somos muchos más
aquellos que hemos optado por el camino de someter nuestro carisma a la
comunión y a la guía de Dios por medio de quienes tienen la autoridad para
hacerlo. Ahora vamos a estudiar unos elementos fundamentales sin los cuales el
ejercicio de los carismas no es edificante, y por tanto no cumplen el objetivo
para el cual han sido dados: Humildad: La humildad es la guardiana de todo carisma.
Se necesita que la humildad habite en nuestros corazones primero para reconocer
el actuar particular del Espíritu en nuestra propia vida y también para saber
que por mucho que ejerza el carisma en su justa medida, esa gracia y toda la
gloria solo le pertenece a Dios. Tomemos el ejemplo de la Bienaventurada Virgen
María, quien supo reconocer el actuar de Dios en ella y no adueñarse de esa
gracia, sino darla y compartirla con los demás humildemente (Lucas 1, 46-55).
Discernimiento: Como consecuencia de lo
anterior es necesario someter el propio carisma al discernimiento en primer
lugar de la misma comunidad y además al de nuestros legítimos pastores. El
Concilio Vaticano II nos lo recuerda: “…el juicio de su autenticidad y de su ejercicio razonable
pertenece a quienes tienen la autoridad en la Iglesia , a los cuales
compete ante todo no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que
es bueno (1ª Tesalonicenses 5, 12. 19-21)” (Lumen Gentium Num. 12)
Obediencia: La obediencia es el camino de
purificación de todo carisma. Recordemos la historia del Santo Padre Pío.
Recibió un carisma muy especial y en obediencia a su Obispo le fue prohibida la
celebración pública de la
Eucaristía. Así mismo podemos recordar la historia de todos los
santos quienes sometiendo su propio carisma en obediencia, alcanzaron la
santidad. Complementariedad. Tenemos que
comprender que nuestro carisma no está aislado del carisma de nuestros demás
hermanos sino que nos complementamos unos a otros en nuestro caminar como
comunidad hacia la presencia de Cristo. Para explicar esto, recurramos al
conocido ejemplo del cuerpo que toma San Pablo en la Primera Carta a los
Corintios (12, 12-30) para explicar la diversidad, unidad y complementariedad
de los carismas en la
Iglesia. Cada quien debe reconocer su propio carisma para
ejercerlo en su debido lugar con alegría y sin ninguna clase de envidia, sabiendo
que todos los carismas son igual de importantes para la construcción del Cuerpo
de Cristo y por esto podemos afirmar que el carisma del otro también es mí
carisma. Maduración: Todo carisma debe
ser sometido conscientemente a un proceso de maduración. El carisma que Dios
nos da es apenas un principio, no un final, por eso debemos hacerlo crecer cada
día con la propia conversión, la fe, la oración, la Palabra de Dios, la
formación y la prudencia en su ejercicio. Para finalizar con este objetivo,
recordemos lo que dice San Pablo al inicio de su cántico al amor: Les voy a
mostrar un camino más excelente (12, 31), este camino es el amor. El amor debe
ser la raíz más profunda de todo carisma. Si
nuestros carismas no están enraizados en el amor de Dios ellos no darán los
frutos del Espíritu que nos enumera San Pablo en la Carta a los Gálatas (5,
22-23), por el contrario darán frutos provenientes de la carne (5, 19-21). Los carismas por sí solos no son
garantía de salvación, por eso el Señor Jesús nos advierte diciéndonos: “No
todo el que diga ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los Cielos” (Mateo 7,
21-23). Esto nos debe hacer entender que el carisma no es lo esencial, sino el
amor con que se acoja, se ejerza y se done a los demás. Como dice un santo
(creo que San Agustín): Al final de nuestras vidas seremos examinados en el
amor.
FOMENTO DE LA EVANGELIZACIÓN
La evangelización que en estos tiempos la RCC pretende fomentar en
comunión con el resto de la
Iglesia es aquella que, según la exhortación del Papa Juan
Pablo II en el marco de la
IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Santo
Domingo, debe
ser nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en su expresión. Dejemos
que sea la voz del pastor la que nos instruya al respecto: “La nueva
evangelización es dar a la acción pastoral "un impulso nuevo, capaz de crear tiempos nuevos de evangelización, en una
Iglesia todavía más arraigada en la fuerza y en el poder perennes de
Pentecostés" (Evangelii Nuntiandi, 2).
La nueva evangelización no consiste en un
"nuevo evangelio", que surgiría siempre de nosotros mismos, de
nuestra cultura, de nuestros análisis de las necesidades del hombre. Por ello,
no sería "evangelio", sino mera invención humana, y no habría en él
salvación. Tampoco consiste en recortar del Evangelio todo aquello que parece
difícilmente asimilable para la mentalidad de hoy. No es la cultura la medida
del Evangelio, sino Jesucristo la medida de toda cultura y de toda obra humana.
No, la nueva evangelización no nace del deseo "de agradar a los hombres"
o de "buscar
su favor" (Gál 1,10), sino de la responsabilidad para con el
don que Dios nos ha hecho en Cristo, en el que accedemos a la verdad sobre Dios
y sobre el hombre, y a la posibilidad de la vida verdadera. La nueva
evangelización tiene, como punto de partida, la certeza de que en Cristo hay
una "inescrutable
riqueza" (Ef 5,8), que no agota ninguna cultura, ni ninguna
época, y a la cual podemos acudir siempre los hombres para enriquecernos (cf.
Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Declaración final, 3).
Esa riqueza es,
ante todo, Cristo mismo, su persona, porque Él mismo es nuestra salvación. Los
hombres de cualquier tiempo y de cualquier cultura podemos, acercándonos a Él
mediante la fe y la incorporación a su Cuerpo, que es la Iglesia , hallar respuesta
a esas preguntas, siempre antiguas y siempre nuevas, con las que los hombres
afrontamos el misterio de nuestra existencia, y que llevamos indeleblemente
grabadas en nuestro corazón desde la creación y desde la herida del pecado”.
(Discurso Inaugural del Santo Padre en la IV Conferencia del
Episcopado Latinoamericano) Esta es la evangelización que la Renovación Católica
Carismática esta llamada a vivir, proclamar y fomentar desde la Iglesia en medio de los no
bautizados y de los cristianos nominales, en medio de la cultura y de las
estructuras sociales.
CRECIMIENTO EN
SANTIDAD
Por último, pero no menos importante, se
hace necesario clarificar que este es el fin último de toda la experiencia de la RCC , pues se trata de un formal
llamamiento a la santidad reflejo de la misma invitación que nos hace Dios a
través de su Palabra (Levíticos 20, 26; Mateo 5, 48; Efesios 1, 3-4; 1ª Pedro
1, 15).
En algunas palabras de Papa Juan Pablo II
dirigidas en distintas ocasiones a la
RCC podemos encontrar las pautas del camino de santidad que
nos proponemos como un objetivo fundamental: “La Renovación está llamada a comenzar de nuevo en
Cristo…. La intención de un compromiso renovado por el Evangelio requiere ante
todo volver a descubrir la santidad como corazón y centro de todo apostolado:
es necesario tender con todas nuestras fuerzas hacia la santidad, para proponer
de nuevo a todos con convicción este alto grado de la vida cristiana ordinaria.
La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en
esta dirección”.
“La santidad es la meta a la que mira nuestra programación. La
santidad tiene en su núcleo la contemplación del Señor Jesús, y toda nuestra
programación debe buscar llevar a la gente a una conciencia más profunda del
Único Salvador del mundo…
¡La Iglesia y
el mundo necesitan santos! Y todos los bautizados sin excepción ¡están llamados
a ser santos! Esto
es lo que el Concilio Vaticano II quería decir cuando habló de ‘la vocación
universal a la santidad’ (Lumen Gentium Num 5)…
Los santos son gente que se ha enamorado de
Cristo. Y es por esto que la Renovación Carismática ha sido un don grande para
la Iglesia :
ha conducido a multitud de hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, a esta
experiencia de amor que es más fuerte que la muerte” “La santidad es la prioridad de todos los tiempos y por lo tanto,
también de nuestra época. La
Iglesia y el mundo necesitan santos, y nosotros seremos tanto más santos cuanto más
dejemos que el
Espíritu Santo nos configure con Cristo. Este es el secreto de la
experiencia regeneradora de la “Efusión del Espíritu”, experiencia típica que
distingue el camino de crecimiento propuesto a los miembros de sus grupos y
comunidades”. Las anteriores reflexiones de quien fuera nuestro pastor universal
nos recuerdan el urgente llamado que nos hace Cristo a través de su Iglesia a
ser santos. No podemos desfallecer en esta labor de comenzar trabajando por la
propia santidad pero también tocando los corazones de los demás hombres para
invitarlos a ser santos y perfectos como lo es nuestro Padre del Cielo. Esta
opción de la santidad solo puede ser el fruto de un profundo enamoramiento de
Jesucristo. En la medida en que nos dejemos amar por Dios y correspondamos a
ese amor coherentemente, el camino de santidad será más fácil de escoger y
asumir aun con todas las cargas y renuncias que nos propone.
Consejo
de la renovación carismática, Colombia.