PROFECÍA PENTÉCOSTES 2012. |
COMUNIDAD DE BUENA NUEVA.RCCE
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jueves, 28 de junio de 2012
miércoles, 27 de junio de 2012
lunes, 25 de junio de 2012
"Corpus 2012, iglesia de la Peñita"
El pasado diecisiete de junio del 2012 celebrábamos en la parroquia una octava del Corpus. Esta fue nuestra humilde aportación.
"VIGÉSIMO CUARTO ANIVERSARIO DE LA COMUNIDAD DE BUENA NUEVA.
Ser carismático, es
vivir en la verdad, en humildad, es caminar en humildad como hizo María. Es
haber recibido el espíritu, que trae consigo el redescubrimiento de la persona,
que se reconoce en pobreza, lo que no impide juzgarse a si mismo con propósito
de enmienda. No seremos auténticamente carismáticos si hacemos una cosa y
decimos otra, la experiencia carismática no puede quedar únicamente en gozo y
algarabía, en levantar las manos, en cantar. La experiencia carismática nos
conduce a modificar nuestra forma de pensar y actuar, viviendo a Cristo en
plenitud. Somos carismáticos porque el Espíritu Santo es el que impulsa nuestra
vida.
En su primera carta a los Corintios, Pablo dice que
sin amor, todo su trabajo no tendría ningún valor. De manera que podemos estar
trabajando y sirviendo al Señor, pero si no nos amamos unos a otros, no tenemos
absolutamente nada, porque nos falta lo más importante, que es Dios mismo. Así
pues, tenemos que amarnos para poder servir al Señor con eficacia.
El termino carisma aparece sólo 17 veces en el nuevo testamento, de las
cuales 16 las cita Pablo y una vez Pedro (1 Pedro 4, 10). Pablo lo utiliza para
expresar las manifestaciones del Espíritu Santo en la Iglesia. Porque podemos decir
que en la vida cristiana todo es don, todo es gracia, todo es carisma. Hoy
queremos invitaros a tener un compromiso de amor. Si tenemos este compromiso
podemos vencer toda clase de problemas porque como pueblo de Dios, hemos
emprendido un camino que nos ha de conducir, irremediablemente, al encuentro de
la verdad. La verdad como fruto de conversión que tú o yo, como hijos de Dios
experimentamos en nuestro interior. Conocimiento profundo y revelador del amor
de Dios, que me sirve a su vez para mostrar a otros la verdad de la que yo he
sido testigo, en un primer momento, igual que le sucedió a Pablo, en su camino
a Damasco, y que yo puedo ahora mostrar a otros. Porque el amor que nos une es
paciente, humilde y servicial.
Ojala hoy, el Señor satisfaga vuestras
necesidades, calme vuestra sed para que cada uno, cuando salga de aquí, pueda
ser portador del agua de la vida y apague a su vez, la sed de tantas personas
que están esperando que le salgamos al encuentro, al camino de sus vidas para
darles de beber, igual que hizo la samaritana con Jesús, que sin hacer
distinciones, sin mirar el pecado de la viuda le dice: dame de beber. (Juan 4,
7). “Si tú conocieras el don de Dios, si tú supieras quien es el que te pide de
beber, tú misma me pedirías a mi y yo te daría, agua viva.
Digámosle hoy
al señor: señor, dame de esa agua, para que no sufra más sed.
miércoles, 20 de junio de 2012
"ORACIÓN Y PREDICACIÓN EXPÓNTANEA"
"Así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función; así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros, pero teniendo carismas diferentes, según la gracia que nos ha sido dada .,": (Rom.12, 4-6ª).
martes, 19 de junio de 2012
"AUDIOS PUBLICADOS"
La apertura al Espíritu Santo es la docilidad a sus iluminaciones y mociones interiores por las que nos guía hacia el corazón de Cristo para realizar en nosotros su imagen y hacia el corazón del Padre. La apertura a sus dones y a su poder es otro aspecto admirable de los frutos de la efusión del Espíritu, la experiencia de los carismas.
"SUEÑO"....
"Sueño
con una Renovación joven, vigorosa, fuerte, en la que la libertad que el Espíritu
concede se viva como un autentico don. Construida con el esfuerzo de nuestras
manos pero sostenida con la gracia de Dios. En la que la alabanza a la gloria
de nuestro Señor, sea nuestra única voz, la voz de todos y no la de unos pocos,
de la que todos participemos, sin temores".
Genoveva. Comunidad de Buena Nueva.
viernes, 15 de junio de 2012
"BIENAVENTURADOS LOS PACÍFICOS” (MT.5,9)
"BIENAVENTURADOS LOS
PACÍFICOS” (MT.5,9)
1 de enero de 1996. Setenta
Mil jóvenes de veintiocho países, presididos por el hermano Roger Schutz, de la Hermandad cristiana de
Taizé, piden a Dios la paz para el mundo y para los pueblos, en Vroclav,
Polonia. ¡70.000 pacíficos, 70.000 hijos de Dios! Pero, ¿después de casi 2.000
años de cristianismo aún hay que pedir la paz? ¿Aún está el mundo lleno de
violentos, de asesinos, de gentes rabiosas de odio, sedientas de venganza y de
sangre?
1 de enero de 1.996: Jornada mundial de la paz. Juan Pablo II clama
desde el Vaticano: "¡Demos a los niños un futuro
de paz!... Es un derecho suyo y un deber
nuestro". Pero ¿le importan los derechos de los niños a la paz o
sus deberes al francotirador que les mata o al terrorista que les despedaza
junto con los adultos, porque no tienen otro Dios ni otra ley que su
irracionalidad y sus odios, sus etnias exacerbadas y sus egoísmos viscerales? .
El espectáculo de la raza humana resulta a veces depresivo y degradante.
Hay hombres que no tienen paz dentro de sí mismos, ni con Dios, ni con la
familia, ni con la sociedad, ni con el cielo ni con la tierra y no se la dejan
tener a los demás. ¿Hay algún remedio en alguna parte para tanto mal?
Tiene que haberlo. Cristo supone que con su ayuda pueden darse "bienaventurados que tienen paz y la propagan porque
son hijos de Dios" (MT 5,9). Hay que educar para la paz y desmontar
las ideas de los audiovisuales, donde el hombre que mata a más es más héroe en
vez de más villano, más irracional y más bestia, porque carece de recursos
justos para solucionar los odios de los hombres.
Hay que desmontar los
criterios de que las naciones más importantes son las que pueden hacer
inhabitable nuestro planeta en unos días de holocausto atómico, destruyendo
amigos y enemigos a la vez, y no, por el contrario, las que pueden imponer con
su prestigio un arbitraje justo y ponderado entre los adversarios. Pero antes
de disminuir la violencia en los demás tendríamos que empezar poniendo la paz
de Dios en nuestros corazones.
La paz falsa y la verdadera paz
El
seguidor de Cristo necesita poner paz en su interior antes de pacificar a los
demás. Cristo que dijo; "La paz os
dejo, mi paz os doy" (Jn 14,27), nos avisó que antes de "traer
la paz tenía que traer la espada" (Mt 10,34). Antes
de hacernos pacificadores de los otros, Cristo quiere sacarnos de la paz falsa
que el hombre ha hecho con su propio pecado y su violencia. La espada de Cristo
tiene que podar nuestros pecados y nuestros egoísmos, nuestros odios y nuestras
faltas de perdón, nuestro espíritu de discordia y de venganza, nuestro apetito
de prevalecer y dominar sobre los demás. Sólo cuando haya muerto nuestro 'yo'
orgulloso, luchador y violento puede nacer en nosotros la paz de Cristo, tan
distinta de la que el mundo da (Jn 14,27). Los que Dios ha pacificado
saben convivir en paz con los demás. Entonces "el lobo habitará con el
cordero, la pantera se tumbará junto al cabrito, el novillo y el león pacerán
juntos" (11,6), porque antes Dios ha convertido al lobo, a la pantera, al
oso y al león.
(Tal vez, tengamos que convertirnos
muchos y en más cosas de las que pensamos antes de que la paz mesiánica
llegue). La conversión a
la paz es mucho más que una reconciliación superficial, una tregua de
conveniencias, un pacto consensuado o una presión social. Sin conversión a la
paz como fruto de la justicia y del amor, solo "se cura superficialmente
la herida del pueblo, diciendo ¡Paz, paz!, cuando no hay paz" verdadera
(Jer 6,14). Y es una lástima vivir en el
engaño y engañándonos a nosotros y a los demás. Existe también una falsa
paz en el orden político y social, cuando se da una tranquilidad forzada dentro
de un orden injusto y que, por lo tanto, no es verdadero orden. En estos casos
también se ha de utilizar la espada de Dios para que brote la paz verdadera y
justa. Tampoco vale una paz pública que brote del terror. La paz evangélica
brota de la justicia y del amor. Y la renuncia a la violencia es un misterioso
don evangélico de los perseguidos por la justicia y de los que quieren
construir la paz con la lucha incansable y no violenta por la justicia.
A la paz por el perdón, por la justicia, por el amor y la intercesión.
En 1972, Pablo VI en su mensaje para la Jornada mundial de la paz
avisaba: "Si quieres la paz, trabaja por la
justicia". "La paz es obra de la justicia" (Is 32,17) y
soñar con una paz fundada en la injusticia es soñar en quimeras. Es difícil
vivir una justa defensa de los derechos humanos sin violencia; pero el camino
de los no-violentos crece. El no-violento no es un ser pasivo; es el sujeto que
imita a Cristo luchando y trabajando por la paz con métodos no violentos. El evangelio rechaza la violencia, pero exige la justicia. Muchos
no violentos terminan descalabrados por los violentos, pero su muerte es
redentora.
Cristo es el nombre de la paz evangélica, que hace bienaventurados y
pacificadores, "Él es nuestra PAZ, el que de los dos pueblos divididos
hizo uno, derribando el muro que los separaba: la enemistad (Ef 2,14).
Sin amor de Dios en el corazón no se puede ser bienaventurado. Muchos
luchan por la justicia sin amor y no son felices. El odio se va espesando en su
corazón y rezuman amargura. Aunque uno derrote a los injustos e implante la
paz, 'si no tengo amor, nada soy' (1 Cor13, 2). 'Amar a los enemigos' (MT 5,44)
ayuda a la paz interior y también a que disminuyan los enemigos, sin que
desaparezcan del todo para poder seguir amándolos. Hemos de amar los derechos
de nuestros enemigos aunque ellos no respetan los nuestros y hemos de amar su
paz y su bienestar.
Unido al amor
a los enemigos, va el perdón. Sin perdón al ofensor no habrá paz en nuestro
corazón ni en el de los demás. Cristo hace la paz de los hombres con
Dios, pidiendo al Padre que los perdone, porque no saben lo que hacen (LC
23,34). Los violentos nunca miden el mal que hacen; miran a la utopía que
persiguen y con la violencia se les aleja más y más. Cristo nos trajo su paz,
sin derramar más sangre que la suya. Los violentos de hoy derraman toda la
sangre posible para sólo aumentar el odio entre los hombres. Y en vez de
bienaventurados con Cristo, se hacen malditos de Dios y de los hombres.
Por la oración de intercesión
acudimos también al trono de Jesús, Príncipe de la paz (Is 9,5) para reclamar
que ate con poder al primordial "adversario nuestro, el Diablo, que ronda
como león rugiente, buscando a quien devorar (1 Pe 5,8), y a la Bestia que surge del abismo
para hacer la guerra (Ap 11,7) a los profetas de Dios. y pedimos que los hijos
de Satanás y de la violencia se conviertan a Cristo el Pacificador como
pacíficos e hijos de Dios. ¡Ojalá florezca en nuestros días la Paz! ¡Ojalá que María, Reina
de la Paz, la
derrame sobre este mundo que se aproxima al Tercer Milenio, y el universo de
los violentos acepte la conversión para adelantar en nuestra tierra y en
nuestros corazones el reino de la justicia, del amor y de la Paz! Unimos nuestra
intercesión a la de la Iglesia:
'Cordero de Dios, Jesús inmolado, que quitas el pecado del mundo, danos la PAZ'. Haznos
instrumentos de tu paz. Y dinos luego: ¡Bienaventurados los que lucháis contra
la discordia dentro de la
Iglesia! ¡Bienaventurados los que lucháis por la paz entre
los hombres! Vosotros sois los verdaderos hijos de Dios. Pero, oh, Dios, Dios
nuestro, ¿por qué no se terminan ya los violentos?
jueves, 14 de junio de 2012
"QUE TODOS SEAN UNO PARA QUE EL MUNDO CREA"
QUE TODOS SEAN
UNO
PARA QUE EL
MUNDO CREA
Por el P. Raniero
Cantalamesa
Al
encuentro internacional de Brighton (julio de 1991) asistieron carismáticos de
todas las Iglesias cristianas. El tema de la unidad, con el ecumenismo al
fondo, tuvo allí una importancia extraordinaria. El P. Raniero Cantalamesa
desarrolló un tema que, por su interés, traemos aquí, literalmente, sólo una
parte de aquella larga enseñanza que versó especialmente sobre el ecumenismo
DOS VIAS PARA LA UNIDAD
La
unidad realizada por Jesucristo sobre la cruz actúa en la Iglesia gracias al
Espíritu Santo. El Espíritu Santo conduce a los
creyentes a la «unidad total», y es también el Espíritu Santo quien los conduce
a la «verdad total» (Jn 16,13).
El
Espíritu Santo conduce a la unidad de los «elegidos» por dos vías totalmente
distintas aunque complementarias: una vía Pentecostal y carismática y una vía
jerárquica e institucional.
La
unidad Carismática
La
unidad de tipo Pentecostal y carismática es la que el Espíritu Santo realiza,
el día de Pentecostés, entre «Judíos practicantes de todas las naciones». Es
también la unidad que se hizo por vez primera entre judíos y gentiles en casa
del centurión Cornelio (Hechos 10- II). En esta fase carismática lo que
prevalece es la iniciativa de Dios, poderosa, creadora. No hay tiempo, no es
necesario discutir, deliberar o promulgar decretos. Los apóstoles se sienten
arrebatados, transformados. El Espíritu va delante, la institución no hace más
que seguirle.
La
unidad que resulta de esta poderosa acción del Espíritu Santo es de tipo
carismático. Está hecha de alabanza, de entusiasmo, de alegría, de asombro al
proclamar al Señor Jesús. No es sólo una unidad doctrinal o de fe, es una
unidad total: Los creyentes forman «un sólo corazón y
una sola alma». (Hch 4,32). Es una especie de
«fusión por el fuego».
La
unidad Institucional
Pero
la sola unidad carismática no es suficiente. Es preciso una segunda acción del
Espíritu que dé fuerza para resistir las tensiones y superarlas.
Es
lo que ocurre poco después de Pentecostés. La primera tensión se produce por la
distribución de alimentos entre la viudas, (Hch. 6, I ss). ¿Cómo salvar y restaurar la unidad?
Los
apóstoles hacen un discernimiento, indican una conducta a seguir: nace la
institución de los diáconos. Se ejerce la autoridad donde la caridad
carismática no es suficiente
Después
de la conversión de los paganos, surge una tensión aún más fuerte. La unidad
entre judíos y gentiles - apenas hecha- se ve amenazada por el cisma. Los
judaizantes exigen que los gentiles se hagan circuncidar según la ley de Moisés
(Hech 15,1). ¿Cómo actuará el Espíritu esta vez?
«Entonces, los apóstoles y los ancianos se reunieron para examinar
este problema» (Hch 15,5). Discuten
largo tiempo, en el llamado «Concilio de Jerusalén», y al fin se llega a un
acuerdo. El acuerdo fue anunciado a las Iglesias por una carta que
comienza así: «Hemos decidido el Espíritu Santo y
nosotros» (Hch 15,28) . El Santo Espíritu y
nosotros, es decir, los apóstoles con el consejo de los presbíteros: en esto
consiste el camino institucional o ministerial de la unidad.
El Espíritu Santo opera también por otra vía que
es la confrontación paciente, la escucha mutua e
incluso el compromiso entre las partes,
cuando está en juego un punto de disciplina y no de fe. Opera a través de las «estructuras» humanas o los
«ministerios» establecidos por Jesús.
Es
un camino muy largo y fatigoso pero que dura más tiempo y constituye una
adquisición «para Siempre».
DIOS
NO HACE DISTINCIONES
Puesto que las dos acciones - carismática e institucional- proceden
de un mismo Espíritu, no puede haber oposición entre ellas; no obstante, si
surgiese un conflicto entre las dos vías - y hablo ahora como católico romano-
sé cual es mi deber de carismático, obedecer a la autoridad visible y
apostólica de la Iglesia.
Esto
no significa traicionar al Espíritu obedeciendo a los hombres, sino más bien
dar la victoria al Espíritu Santo según el principio evangélico "del grano
de trigo que muere para dar mas fruto”.
Supone
también ser conscientes de que cada uno de nosotros puede correr el riesgo de
equivocarse y que es preciso poder contar con el discernimiento de las personas
que tienen autoridad.
EL
AMOR: NUESTRO CAMINO
Veamos
ahora en que consiste esta vía carismática de la unidad. Os diré inmediatamente
la palabra clave y pido al Espíritu Santo que la ponga en vuestro corazón: ¡AMOR! Nuestra contribución a la unidad es el amor
recíproco. Otros buscan construir la unidad
partiendo de la inteligencia, es decir, de las verdades de la FE. ¡Nosotros debemos hacerlo
partiendo del corazón!
Nosotros
podemos amarnos aun más profundamente. No sólo en el sentido de que está
permitido, de que nada nos impide amarnos, sino en el sentido de que «tenemos
la posibilidad» de amarnos. No sólo tenemos el deber de amarnos. Tenemos ante
todo la gracia y el poder de amarnos, porque «el amor de Dios ha sido derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,5). Este
amor es el amor con que Dios nos ama, pero es también el amor con que podemos,
a nuestra vez, amar a
Dios
y a los hermanos. Es una capacidad nueva y sobrenatural de amar. Es la raíz y
el fundamento de la unidad de todos los creyentes en Cristo, es una raíz
divina, no humana. Estamos en el corazón del problema: ¿qué hace el Espíritu
Santo para crear la unidad de los creyentes? Mientras el hombre vive bajo el
pecado, ve a Dios como un obstáculo, un adversario. Él desea ciertas cosas: el
dinero, el placer, el poder, la mujer de otro, el bien de otro, y Dios le cierra
el paso con su «tu debes, tú no debes». «Los deseos de la carne se rebelan
contra Dios» (Rom 8,7), hasta el extremo de que el hombre llega a odiar a Dios
y preferiría que Dios no existiese. Esto no es una descripción teórica,
hipotética; es nuestro retrato real, la que somos desde nuestro nacimiento.
Pero, aquí viene el milagro, cuando en el corazón del «hombre
viejo» entra el Espíritu Santo, Él le hace ver a Dios con ojos diferentes. No
la ve ya como un adversario o un obstáculo, sino como un aliado, el Padre que
no ha ahorrado ni a su propio Hijo por él... El hombre hace entonces
voluntariamente la que Dios le manda. De esclavo, se convierte en hijo y grita:
«¡Abba Padre... ahora te conozco!» Es la que llamamos «renacer del Espíritu» Jn
3,6).
Ocurre
lo mismo respecto al prójimo: Mientras el hombre vive bajo el régimen antiguo y
egoísta, los otros - especialmente si no comparten sus opiniones, sus gustos o
intereses- le parecen rivales que le amenazan. «El infierno son los otros»,
grita un personaje de Sartre.
Pero
¿qué ocurre cuando se convierte y se abre a la acción del Espíritu Santo? El
prójimo aparece ante él con una luz nueva: no es el
«otro» el «rival» sino el «hermano» amado de
Dios, aquel por quien «Cristo ha muerto»
(Rom. 14,14) Alguien que sufre con sus limitaciones: como tú, como todos. La
máscara que tú habías puesto sobre el rostro del otro, cae, y descubres con
asombro que puedes amarlo. Esto es lo que llamamos entrar en «la comunión del
Santo Espíritu» (2 Cor 13,13).
EL
MILAGRO DE PENTECOSTÉS.
La
señal verdadera y segura de la venida del Espíritu no es hablar en lenguas sino
el amor y, especialmente, el amor a la unidad. El amor prolonga el milagro de
Pentecostés. Si se pregunta a un cristiano: «Tú has recibido el Espíritu Santo,
¿por qué no hablas todas las lenguas?», él puede responder: «Sí, yo hablo todas
las lenguas. Formo parte de este cuerpo de la Iglesia que habla todas
las lenguas y que en toda lengua proclama a Jesucristo ¡muerto y resucitado por
nosotros!»
Y
aún más. Oyendo a Pablo enumerar todos los carismas: profecía, enseñanza,
milagros. . . (1 Cor 12,14) puedes entristecerte pensando que no posees
ninguno. Pero escucha: si tu amas la unidad, si tu
amas la Iglesia,
no posees poco porque cualquier don, ejercido por no importa quién, ¡es también
tuyo!
FIN
DE LA HOSTILIDAD
¿Qué
podemos hacer para poner en práctica este mensaje de unidad y amor? Pensemos en
el himno a la caridad de san Pablo. Cada frase tiene un sentido actual y nuevo
aplicado al amor, entre los miembros de diferentes iglesias, en las relaciones
ecuménicas: «La caridad es paciente, la caridad es servicial. La caridad no
falta al respeto, no busca su interés, no guarda rencor. Todo lo cree, todo lo
espera, todo lo soporta» (1 Cor 13,4 ss). No hay que esperar, en principio, la
reciprocidad, es decir, que el otro se comporte de la misma manera con
nosotros. La escritura nos empuja a «rivalizar en la estima recíproca"
(Rom 12,1). Nos enseña a dar el primer paso, sin esperar a que los otros lo
den.
San
Juan de la Cruz
dijo: «Donde no hay amor pon amor y sacarás amor".
Nosotros
tenemos, ante todo, que imitar a Jesucristo ¿Cómo hizo Jesús la unidad en la
cruz?
«Los
reunió en un sólo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad (Ef 2,16).
Éste
es el secreto, ¡lo único que debemos hacer! No destruir al enemigo sino a la
enemistad. ¡No destruirla en los otros sino en ti mismo! Debemos dejar toda la
enemistad acumulada entre nosotros porque Jesús la ha destruido ya en la Cruz. Él murió «para reunir
los hijos de Dios que estaban dispersos" y hoy se va a realizar, al menos
en parte, aquello por lo que murió. Qué alegría sobre todo, para el Padre
Celestial. Hermanos divididos es tanto como decir a Dios «Escoge: ¡nosotros o
ellos"!
No
se puede someter a un padre a esta alternativa terrible de tener que escoger
entre sus hijos. Dios «quiere que todos los hombres se salven» «Padre,
perdónanos por haber pensado con frecuencia en nuestro corazón: "nosotros
o ellos". Por haber intentado obligarte a escoger como si nuestros
enemigos fueran también los tuyos.
Perdónanos
y sálvanos a todos juntos. ¡Acéptanos como hermanos a todos los que Tú aceptas
como hijos tuyos! Gracias a Jesús nos presentamos unos y otros, ante ti, en un
sólo Espíritu.
Como
el día de Pentecostés, estamos reunidos ante ti.
Renueva
el prodigio del primer Pentecostés. Haz de nosotros «una sola alma y un sólo
corazón" para que el mundo crea. Amén.
("Nuevo pentecostés, nª 86)
lunes, 11 de junio de 2012
«No os canséis de dirigiros al cielo»
«No
os canséis de dirigiros al cielo»
El
Papa, a los carismáticos: «Afirmáis la primacía de Dios» Benedicto XVI se
dirigió a la Renovación
en el Espíritu Santo en Italia en su 40º aniversario.
El Papa recibió este sábado en la Plaza de San Pedro a una
nutrida representación de la
Renovación en el Espíritu Santo, movimiento carismático que
nació en Italia en 1972 y que celebra ahora por tanto su cuadragésimo
aniversario.
"En
estos decenios", dijo Benedicto XVI, "os habéis esforzado por ofrecer
vuestra aportación específica al Reino de Dios y a la edificación de la
comunidad cristiana, alimentando la comunión con el sucesor de Pedro, con los
pastores y con toda la
Iglesia. De diversas formas habéis afirmado la primacía de
Dios, a quien se dirige siempre y por encima de todo nuestra adoración. Y
habéis intentado proponer esta experiencia a las nuevas generaciones, mostrando
la alegría de la vida nueva en el Espíritu, mediante una amplia obra de
formación y múltiples actividades ligadas a la nueva evangelización y a la
missio ad gentes".
"Vuestra
obra apostólica", añadió el Papa a los miles de asistentes, "ha
contribuido así al crecimiento de la vida espiritual en el tejido eclesial y
social italiano, mediante caminos de conversión que han conducido a muchas personas
a ser sanadas en profundidad por el amor de Dios, y a muchas personas a superar
momentos de crisis".
Tras
lamentar que nuestra sociedad viva una situación "en cierto modo precaria,
caracterizada por la fragmentariedad de las opciones", y donde "faltan
a menudo puntos válidos de referencia en los que inspirar la propia
existencia", propuso como remedio "construir el edificio de la vida y
las relaciones sociales sobre la roca estable de la Palabra de Dios, dejándose
guiar por el magisterio de la
Iglesia".
Por
eso concluyó con una exhortación muy particular dirigida a los presentes:
"¡No os canséis de dirigiros al cielo! El mundo tiene necesidad de la
oración. Hacen falta hombres y mujeres que sientan la atracción del cielo en su
vida, que hagan de la alabanza al Señor un estilo de vida nueva".
Benedicto XVI, Misa de Pentecostés en San Pedro del Vaticano (27-5-2012)
La homilía de Benedicto XVI,
Misa de Pentecostés en San Pedro del Vaticano (27-5-2012)
Estoy
feliz por celebrar con ustedes esta Santa Misa, animada hoy, también por el
Coro de la Academia
de Santa Cecilia y por la
Orquesta Juvenil –a la que agradezco-, en la Solemnidad de
Pentecostés. Este misterio constituye el bautismo de la Iglesia, es un evento que
le ha dado, por así decir, la forma inicial y el impulso para su misión. Y esta
«forma» y este «impulso» son siempre válidos, siempre actuales, y se renuevan
de modo particular mediante las acciones litúrgicas. Esta mañana quisiera
detenerme en un aspecto esencial del misterio de Pentecostés, que en nuestros
días conserva toda su importancia.
Pentecostés
es la fiesta de la unión, de la comprensión y de la comunión humana. Todos
podemos constatar cómo en nuestro mundo, aun si estamos cada vez más cercanos
unos de otros con el desarrollo de los medios de comunicación, y las distancias
geográficas parecen desaparecer, la comprensión y la comunión entre las
personas muchas veces es superficial y difícil. Permanecen desequilibrios que
no rara vez conducen a conflictos; el diálogo entre las generaciones se hace
fatigoso y en ocasiones prevalece la contraposición; asistimos a eventos
cotidianos en los cuales nos parece que los hombres se están haciendo más
agresivos y malhumorados; comprenderse parece demasiado difícil y se prefiere
permanecer en el propio yo, en los propios intereses. En esta situación
¿podemos verdaderamente encontrar y vivir aquella unidad de la que tenemos
tanta necesidad?
La
narración de Pentecostés en los Hechos de los Apóstoles, que hemos escuchado en
la primera lectura (cfr At 2,1-11), contiene en fondo uno de los últimos
grandes frescos que encontramos al inicio del Antiguo Testamento: la antigua
historia de la construcción de la
Torre de Babel (cfr Gen 11,1-9). Pero ¿qué cosa es Babel? Es
la descripción de un reino en el que los hombres han concentrado tanto poder de
llegar a pensar en no tener que hacer mas referencia a un Dios lejano y de ser
talmente fuertes, de poder construir por sí solos un camino que conduzca al
cielo para abrir sus puertas y colocarse en el lugar de Dios. Pero justo en
esta situación se verifica algo extraño y singular. Mientras los hombres estaban
trabajando juntos para construir la torre, de repente se dieron cuenta que
estaban construyendo el uno contra el otro. Mientras trataban de ser como Dios,
corrían el peligro de no ser más ni siquiera hombres, porque habían perdido un
elemento fundamental del ser personas humanas: la capacidad de ponerse de
acuerdo, de entenderse y de actuar juntos.
Este
pasaje bíblico contiene una perenne verdad; lo podemos ver a lo largo de la
historia, pero también en nuestro mundo. Con el progreso de la ciencia y de la
técnica hemos alcanzado el poder de dominar las fuerzas de la naturaleza, de
manipular los elementos, de fabricar seres vivientes, llegando casi hasta el
mismo ser humano. En esta situación, orar a Dios parece algo superado, inútil,
porque nosotros mismos podemos construir y realizar todo aquello que queremos.
Pero no nos percatamos de que estamos reviviendo la misma experiencia de Babel.
Es verdad, hemos multiplicado las posibilidades de comunicar, de obtener
informaciones, de transmitir noticias, pero ¿podemos decir que haya crecido la
capacidad de comprendernos, o tal vez, paradójicamente, nos comprendemos menos?
Entre los hombres ¿no parece tal vez serpentear un sentido de desconfianza, de
sospecha, de temor recíproco, hasta convertirnos inclusive peligrosos los unos
para los otros? Regresamos entonces a la pregunta inicial:
¿Puede
haber verdaderamente unidad, concordia? Y ¿cómo?
La
respuesta la encontramos en la Sagrada Escritura: la unidad puede existir
solamente con el don del Espíritu de Dios, el cual nos dará un corazón nuevo y
una lengua nueva, una capacidad nueva de comunicar. Ésto es aquello que se
verificó en Pentecostés. Aquella mañana, cincuenta días después de la Pascua, un viento impetuoso
sopló sobre Jerusalén y la llama del Espíritu Santo descendió sobre los
discípulos congregados, se posó sobre cada uno y encendió en ellos el fuego
divino, un fuego de amor, capaz de transformar. El temor desapareció, el
corazón sintió una nueva fuerza, las lenguas se liberaron e iniciaron a hablar
con franqueza, en modo que todos pudieran comprender el anuncio de Jesucristo
muerto y resucitado. En Pentecostés, donde había división y enajenamiento,
nacieron la unidad y la comprensión.
Pero
miremos el Evangelio de hoy, en el que Jesús afirma «Cuando venga el Espíritu
de la Verdad,
él los introducirá en toda la verdad» (Jn 16,13). Aquí Jesús, hablando del
Espíritu Santo, nos explica qué cosa es la Iglesia y cómo ella debe vivir para ser sí misma,
para ser el lugar de la unidad y de la comunión en la Verdad; nos dice que actuar
como cristianos significa no permanecer cerrados en el propio «yo», sino
orientarse hacia el todo; significa acoger en sí mismos a la Iglesia toda entera o, aún
mejor, dejar interiormente que ella nos acoja.
Entonces,
cuando hablo, pienso, actúo como cristiano, no lo hago encerrándome en mi yo,
sino que lo hago siempre en el todo y a partir de todo: así el Espíritu Santo,
Espíritu de unidad y de verdad, puede continuar resonando en los corazones y en
las mentes de los hombres e impulsándolos a encontrarse y acogerse
recíprocamente. El Espíritu, justamente por el hecho de que actúa así, nos
introduce en toda la verdad, que es Jesús, nos guía en el profundizarla, en
comprenderla: nosotros no crecemos en el conocimiento cerrándonos en nuestro
yo, sino solamente siendo capaces de escuchar y de compartir, solamente en el
«nosotros» de la Iglesia,
con una actitud de profunda humildad interior. Y así se hace cada vez más claro
por qué Babel es Babel y Pentecostés es Pentecostés. Donde los hombres quieren
hacerse Dios, pueden solo ponerse el uno contra el otro. Donde en cambio se
colocan en la verdad del Señor, se abren a la acción de su Espíritu que los
sostiene y une.
La
contraposición entre Babel y Pentecostés resuena también en la segunda lectura,
donde el Apóstol dice: “Los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de
Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne” (Gal 5,16). San
Pablo nos explica que nuestra vida personal está marcada por un conflicto
interior, por una división entre los impulsos que provienen de la carne y
aquellos que provienen del Espíritu; y nosotros no podemos seguirlos todos. No
podemos, en efecto, ser contemporáneamente egoístas y generosos, seguir la
tendencia de dominar sobre los demás y sentir la alegría del servicio
desinteresado. Debemos siempre elegir cual impulso seguir y lo podemos hacer en
modo auténtico solamente con la ayuda del Espíritu de Cristo. San Pablo
menciona las obras de la carne, son los pecados de egoísmo y de violencia, como
enemistad, discordia, rivalidad, desacuerdos; son pensamientos y acciones que
no nos hacen vivir en modo verdaderamente humano y cristiano, en el amor. Es
una dirección que conduce a perder la propia vida. En cambio el Espíritu Santo
nos guía hacia las alturas de Dios, para que podamos vivir ya en esta tierra el
germen de la vida divina que está en nosotros. Afirma, en efecto, san Pablo:
«El fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz» (Gal 5,22). Notamos que el
Apóstol usa el plural para describir las obras de la carne, que provocan la
dispersión del ser humano, mientras usa el singular para definir la acción del
Espíritu, habla de «fruto», igual que como a la dispersión de Babel se
contrapone la unidad de Pentecostés.
Queridos
amigos, debemos vivir según el Espíritu de unidad y de verdad, y por esto
debemos orar para que el Espíritu nos ilumine y nos guíe para vencer la
fascinación de seguir nuestras verdades, y para acoger la verdad de Cristo
transmitida en la Iglesia.
La narración de Lucas sobre Pentecostés nos dice que Jesús
antes de subir al cielo les pidió a los Apóstoles que permanecieran juntos para
prepararse para recibir el don del Espíritu Santo. Y ellos se reunieron en
oración con María en el Cenáculo a la espera del evento prometido (cfr At 1,14).
En recogimiento con María, como en su nacimiento, la Iglesia también hoy ora:
«Veni Sancte Spiritus! – Ven Espíritu Santo, colma los corazones de tus fieles
y enciende en ellos el fuego de tu amor». Amén.
(Traducción
de Patricia Jáuregui Romero – RV).
"LOS CARISMAS DEL ESPÍRITU PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LA COMUNIDAD".
LOS CARISMAS DEL ESPÍRITU PARA LA CONSTRUCCIÓN DE LA COMUNIDAD.
P.
Salvador Carrillo Alday, M.Sp.S.
En
una catequesis histórica, S.S. Pablo VI dijo: "La
necesidad de la Iglesia
supone una carencia imprescindible por parte del hombre; la necesidad de que el
prodigio de Pentecostés tenía que continuar en la Historia de la iglesia y
del mundo; y ello en la doble forma en la que el don del Espíritu Santo se
concede a los hombres: primero, para santificarlos (y esta es la forma
primaria e indispensable por la que el Hombre se convierte en objeto del amor
de Dios, gratum faciens, como dicen los teólogos), y,
después, para enriquecerlos con prerrogativas especiales que llamamos
carismas (gratis data), ordenados al bien del prójimo y especialmente de la
comunidad de los fieles" (16 de octubre
de 1974).
I. EL ESTADO DE GRACIA.
Pues
bien, cuando el Espíritu Santo toma posesión del creyente y lo convierte en su
Templo, el hombre queda instantáneamente justificado: la
acción de Dios lo invade; gracias a la confesión brotada del corazón se le
otorga el perdón de los pecados: y el alma queda elevada a un estado de
convivencia con la vida divina: (2 Pe.1,4, )que
llamamos "estado de gracia'', ''estado de filiación adoptiva",
estado de vida sobrenatural que vale más que la vida natural y al que de suyo
está asegurada la plenitud y la felicidad de la vida eterna.
II -LOS CARISMAS DEL ESPIRITU.
Pero,
además de hacerlo hijo de Dios, el Espíritu Santo, al venir al creyente, lo
hace un "miembro vital'' de un cuerpo: el
Cuerpo de Cristo que es la
Iglesia. "Así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee
muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función; así
también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo,
siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros, pero teniendo
carismas diferentes, según la gracia que nos ha sido dada .,": (Rom.12,
4-6ª).
Esta
realidad es fundamental. Todos nosotros con Jesús formamos un solo cuerpo,
formado por la cabeza y por los miembros que desempeñan funciones específicas
diferentes, pero todas ordenadas al bien del cuerpo total. La cabeza es Cristo;
nosotros, sus diversos miembros. Y una sola alma: el Espíritu Santo que da vida
y mueve a todo el cuerpo Un solo Espíritu en Jesús y en cada uno de nosotros.
Ahora
bien, el Espíritu, alma de nuestro ser sobrenatural,
nos comunica, además de la vida divina, "gracias. Dones, carismas, funciones,
actividades", para poder cumplir nuestra misión de ser "tal miembro
en el cuerpo total de Cristo". Estos dones espirituales gratuitos,
que llamamos "carismas" no son directamente gracias en orden a la
santificación personal, sino que son''manifestaciones
del Espíritu para el provecho común: (I Cor.12, 7).
Los carismas no son, por tanto, sólo aptitudes o capacidades
naturales, sino dones que
el Espíritu Santo comunica o hace surgir en cada miembro del cuerpo de Cristo
para que cada uno sirva al cuerpo total.
III- DIVERSIDAD DE LOS CARISMAS.
Los carismas son innumerables; tan abundantes, como necesidades
tenga la comunidad para ser construida; son de variada importancia,
según sirvan más o menos a la edificación de la iglesia: y sobre todo son de
diferente naturaleza, según la función específica que tienen que desempeñar. San
Pablo animaba a los corintios a que aspiraran a los carismas del Espíritu
"¡Ambicionad los carismas su, superiores ¡d en pos de la caridad, pero
ambicionad también los dones espirituales!" ''Ya
que ambicionáis Los dones del Espíritu, procurad abundar en ellos para la
edificación de la asamblea'': (cfr. I Co 12,31: 14,1.12).
Unos
carismas manifiestan un carácter de gracia transitoria: por ejemplo, una
visión, una palabra profética, una luz de sabiduría, una iluminación de
conocimiento. Otros se muestran como carismas estables, como son los
"ministerios": por ejemplo, el ser apóstol, el carisma sacerdotal, la
diaconía de enseñanza.
Unos
carismas edifican la Iglesia
en una forma: por ejemplo, los carismas de exhortación y de asistencia; otros,
en otra: por ejemplo, los carismas de curación de milagros.
Unos
carismas miran a un estado de vida: por ejemplo, el matrimonio y la virginidad:
( l Co 7, 7): otros se ordenan a una actividad concreta en el cuerpo de Cristo:
por ejemplo, el presidir, el ejercer la misericordia: (Rm 12,8).
Sin embargo, lo que tienen de común es que, a más de ser una gracia
gratuita de Dios, todos realizan su función
en virtud de una moción positiva, actual, sobrenatural y transeunte del
Espíritu Santo.
Los
textos principales del Nuevo Testamento que tratan de los "dones del
Espíritu" o "dones espirituales" son los siguientes. ''A cada uno le es dada la manifestación del Espíritu
para la utilidad común. Porque a uno se le da, por el Espíritu, palabra de
sabiduría; a otro, palabra de ciencia, según el mismo Espíritu, a éste, fe, en
el mismo Espíritu: a aquél, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a
otro, operaciones de milagros; a otro profecía; a otro discernimiento de
espíritus; a éste, diversidad de lenguas; a aquel, interpretación de lenguas. Pero
todas estas cosas las obra el único y mismo Espíritu distribuyéndolas en
particular, a cada uno, como quiere": (I Co 12, 7,1 1).
"Vosotros sois cuerpo de Cristo, y cada uno por su parte es
miembro. En la comunidad, Dios ha establecido a algunos, en primer lugar, como
apóstoles: en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como maestros; luego,
el poder de los milagros: luego, el don de las curaciones, de asistencia, de
gobierno, diversidad de lenguas": (ICo 12,27,28).
"Pero, teniendo carismas diferentes, según la gracia que
nos ha sido dada. Si es el don de profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra
fe. Si es el ministerio, en el ministerio. La enseñanza, enseñando. La
exhortación, exhortando. El que da, con sencillez. El que preside, con
solicitud. El que ejerce la misericordia, con jovialidad
"(Rm 1 2,6_8).
"El mismo "dio" a unos el ser apóstoles; a otros,
profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros; para el recto
ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio, para
edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la
fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a
la madurez de la plenitud de Cristo": (Ef 4,11_13).
''Que cada cual ponga al servicio de los demás el carisma que ha
recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios. Si
alguno habla, sean palabras de Dios. Si alguno presta un servicio, hágalo en
virtud del poder recibido de Dios; para que Dios sea glorificado en todo por
JesuCristo, para quien es la gloria y el poder por los siglos de los siglos.
Amén'': (IP 4,10,11).
Ver
además los siguientes textos: ICo 3,5.10: 7,7, 13,1,3; 14,6; 2Co 6,3: 12,1,12;
Ti 1,5; ITi 1,12; Mc 16, 17;Hch 6,4; 11,27: 13,1: 20,28.
IV -¿SISTEMATIZACION DE LOS CARISMAS?
Una
sistematización rígida de los carismas sería inadecuada. Una imagen puede
iluminar el hecho. Así como entre los colores del arco iris. Unos son bien
definidos, pero todos resultan de la fusión de los colores firmes; de manera
semejante sucede en los carismas. Unos son precisos y pueden clasificarse bajo
un solo apartado; otros, en cambio, por razón de su riqueza, presentan notas
variadas que les permiten ser colocados en dos o más apartados. Además, hemos
dicho que los carismas son innumerables.
Por
todo esto, sin pretender en manera alguna hacer una clasificación exacta,
perfecta y completa de los carismas mencionados en los textos, -y sólo a manera
de ejemplo -he aquí un ensayo de agrupación.
l.
Carismas de ''apostolado'', "enseñanza", "gobierno".
Apóstoles:
lCo 12,28; Ef 4,11.
Profetas:
lCo 12,28; Ef 4,11.
Pastores:
Ef 4,]1; Hch 20,28. Maestros: ICo 12,28; Rm 12,7; Ef 4,11.
Evangelistas:
Ef 4,11; Hch 21,8.
Epíscopos,
presbíteros, diáconos: Hch 14,23; 15,2: 20,17.28; Flp 1,1; Tito 1,5.
Diaconías
diferentes: Hch 6,1-6; Rm 12,7; Ef 4,12; IP 4,11.
2. Carismas de conocimiento y de palabra.
Palabra
de profecía: ICo 12,10: Rm 12,6.
Palabra
de sabiduría: I Co 12,8.
Palabra
de conocimiento ( ciencia ): I Co 12,8.
Revelaciones:
lCo 14,26.
Penetración
de misterios: lCo 13,2.
Visiones:
Hch 2,17; 9,3,17.
Discernimiento:
I Co 12,10; 14,29.
Xenoglosia:
Hch 2,6.11: Mc 16,17.
Lenguas
( glosolalia ): I Co 12,10.29: Hch 10,46; 19,6.
Interpretación
de lenguas: lCo 12.10.30.
3. Carismas de servicio.
Funciones
administrativas: 1 Co 12.28.
Presidir:
Rm 12,8.
Asistencia
en las necesidades: lCo 12,28.
Exhortar:
Rm 12,8.
Obras
de misericordia: Rm 12,8.
Distribución
de los propios bienes: lCo 13,3.
Entrega
de la propia vida: lCo 13,3.
4. Carismas de poder.
Fe:
Hch 14,9; lCo 12,9.
Curaciones:
Mc 16,18; lCo 12,9.28.
Obras
de poder: Hch 4,30; lCo 12,10.28.
Exorcismos:
Mc 16,17.
5. Carismas de estado de vida.
Matrimonio:
l Co 7,7.
Celibato,
virginidad, soltería consagrada: lCo 7, 7.34.
REFLEXIONES
1. Ante el amplísimo panorama de los carismas, ''manifestaciones
del Espíritu para el provecho común" es preciso tomar conciencia de que
también nosotros, también yo, soy un miembro vital en el Cuerpo de Cristo, y
tengo en él una actividad y una función que desempeñar; y para ello el Espíritu
Santo me ha dado sus dones.
2. No todos los carismas que comunica el Espíritu han sido
mencionados en las listas precedentes. San Pablo nunca quiso ofrecer un
catálogo exhaustivo de las "manifestaciones del Espíritu". Cada época
de la historia, cada lugar del universo, cada circunstancia por las que
atraviesa la Iglesia,
requieren la manifestación del Espíritu y su acción poderosa y constructiva, y
El distribuye sus dones, funciones, actividades y ministerios de acuerdo a las
necesidades concretas de la historia de salvación.
3. Es necesario, por tanto, que yo descubra con claridad cuál o
cuáles son los "dones espirituales" que el Señor ha puesto en mi para
ayudar a la construcción de mi comunidad cristiana. Para eso necesito orar y
pedir la luz del Espíritu Santo.
4. Más aún, siguiendo el consejo de San Pablo, debo atreverme a
implorar del Espíritu Santo que me comunique sus carismas, los que El quiera y
tenga destinados para mi, con el fin de cumplir sobre la tierra mi papel de
edificación en el Cuerpo de Cristo.
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