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lunes, 8 de agosto de 2011

"TESTIMONIOS DE LA EFUSIÓN DEL ESPÍRITU"


“Gracias Señor”
 Me llamo Nieves. Conocí al Señor, a través del grupo carismático del Puerto de la Cruz, de “Buena Nueva” hace veintitrés años, en una asamblea nacional. Allí, en medio de otros jóvenes me encontré por primera vez con     Jesús.
Pero con el tiempo y los avatares de la vida; la familia, el trabajo, las enfermedades, tantas cosas y situaciones que me impidieron fortalecer mi relación con Jesús, yo me olvidé de lo que había recibido. Claro está, Dios no nos deja solos, ni se aburre de nosotros, Él siempre estuvo a mi lado.
           En mi vida faltaba algo, o mejor, alguien, ese alguien era Jesús; volví a encontrarlo, porque alguien me salió al camino de mi vida, y me anunció a Cristo vivo y resucitado. Me encontré con Jesús nuevamente el pasado siete de julio, cuando inicie este seminario de vida en el espíritu, que tenia como lema: “Para que todos los israelitas sepan lo bueno que es seguir fielmente al Señor”. (Eclesiástico 46, ver 10).
          Quiero dar gracias al Señor porque tú sigues guiando mi camino, aunque de vez en cuando a mi se me funda alguna bombilla.  Las pruebas de la vida, aunque difíciles, siempre nos enseñan a volver a Ti.
Hoy treinta y uno de julio, he vuelto a encontrarme de nuevo con Él de la mano de mi madre, Rosina.
Quiero dar gracias al Señor, porque ha querido que regresara al grupo. En este momento me pregunto, ¿si estoy aquí Señor, es porque tú sigues guiando mi camino?, aunque de vez en cuando tengamos tropiezos en nuestra vida, aunque dudemos, peros son pruebas que nos enseñan a volver a Ti, con más fuerza.
Gracias Señor por volver a limpiar los cristales de mi alma, que estaba empañada,  impeliéndome llegar a Ti.
Esta vez, procuraré usar bombillas de bajo consumo para que no se me agoten las fuerzas…
Gracias Señor.



“Dios existe Y yo me lo encontré”.
Tengo que dar las gracias a Dios por todos los detalles que continuamente tiene conmigo, pero de un modo más personal, tengo que dar las gracias a Dios por mi familia, por mi esposo y por mi hijo. A mi esposo, por el intenso amor que cada día me manifiesta, a mi hijo, por su paciencia para conmigo, por su dulzura, por los mimos con los que continuamente expresa su amor por mi, como madre.
También, desearía, dar las gracias a Dios por mi otra familia, a la que amo y por la que en ocasiones, he sufrido intensamente.
Me llamo Genoveva, soy coordinadora de la comunidad de Buena Nueva, en el Pto de la Cruz. Este es el testimonio de mi esposo y mío, nuestro testimonio.
Cuando la coordinadora diocesana nos anunció que había elegido fecha para la efusión del Espíritu de la comunidad, entre otros, al primero que invité fue a mi marido, aunque eso si, sin mucho convencimiento, ya que él siempre, cada vez que lo he invitado a uno u otro evento organizado por la renovación, me ha contestado, ¡no! Esta vez, sin embargo, lo invité y a la vez le pedí que grabara en video las enseñanzas que cada semana recibíamos por el equipo de predicadores para añadirlas a nuestro blog.
Para mi sorpresa, desde el primer día, con la primera enseñanza, debo decir, que el corazón de mi marido fue tocado por el amor de Dios, de un modo tan sorprendente, apenas perceptible para los que asistíamos al seminario, pero yo que le conozco bien, sabia que Dios estaba marcando a fuego en la piedra de su corazón un nuevo mandamiento, el del amor. Así pudo expresarlo él al finalizar la segunda enseñanza sobre el pecado: me cuenta que cuando oyó en labios de Ignacio la palabra pecado todo su interior se estremeció, como si Dios le hubiera revelado su condición de pecador y su necesidad de ser perdonado.
Para su sorpresa, la primera grabación no salió como esperaba, el sonido era un desastre. Sin desanimarse, continuó con todo su equipamiento asistiendo a las enseñanzas.  Su corazón ya había sido seducido por el amor de un padre que desde siempre había intuido, pero jamás, había experimentado en su interior.
Mi marido, que en veinte años que llevo en la renovación, no ha tenido paciencia para quedarse a ninguna charla, había permanecido atendiendo con curiosidad todo el seminario. Sin duda, esta era una señal de Dios.  De este modo se sucedieron las semanas, con cada enseñanza el descubría el rostro de un Dios que era nuevo para él.
                  Llegó el día de la efusión. Confesó y los hermanos del ministerio de intercesión oraron por él. Debo decir, para dar mejor gloria a Dios, que mi marido hacia veinticinco años que no confesaba, justo desde el día de nuestra boda.
 Me cuenta que al imponerle el sacerdote las manos, a pesar de estar sentado, con las manos hacia arriba, sintió una felicidad en su interior tan grande, una paz tan intensa, que todo su cuerpo se elevó, como si flotara. Sintió como sus pies dejaron de tocar el suelo, levantándose, y como instantes más tarde, volvió a sentir el contacto del suelo bajo ellos. Indescriptible, me dijo.
Suelo decir muchas veces que Dios tiene su momento; creo que este era el momento para ambos, para que Dios manifestara su poder en medio de nuestra vida y para él, para mi esposo, para que en su abandono en brazos de un padre que lo ama como es, con lo bueno y con lo no tan bueno, él entregara su vida confiadamente.
Yo, ignoro que nos depara el futuro, pero sea lo que sea, en ese futuro Dios estará más presente que nunca.
Bendito y alabado sea nuestro Señor Jesús!



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