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viernes, 26 de agosto de 2011

"Y LLEGÓ EL TSUNAMI BENEDICTO XVI"



http://www.youtube.com/watch?v=cZ5aYoSr3Hg


   

    ¿Por qué y para qué ha venido esta multitud de jóvenes
a Madrid? Aunque la respuesta deberían darla ellos
mismos, bien se puede pensar que desean escuchar la
Palabra de Dios, como se les ha propuesto en el lema para
esta Jornada Mundial de la Juventud, de manera que,
arraigados y edificados en Cristo, manifiesten la firmeza de
su fe.
    Muchos de ellos han oído la voz de Dios, tal vez solo
como un leve susurro, que los ha impulsado a buscarlo
más diligentemente y a compartir con otros la experiencia
de la fuerza que tiene en sus vidas. Este descubrimiento
del Dios vivo alienta a los jóvenes y abre sus ojos a los
desafíos del mundo en que viven, con sus posibilidades y
limitaciones. Ven la superficialidad, el consumismo y el
hedonismo imperantes, tanta banalidad a la hora de vivir la
sexualidad, tanta insolidaridad, tanta corrupción. Y saben
que sin Dios sería arduo afrontar esos retos y ser verdaderamente felices, volcando para ello su entusiasmo en la consecución de una vida auténtica. Pero con Él a su lado, tendrán luz para caminar y razones para esperar, no deteniéndose ya ante sus más altos ideales, que motivarán su generoso compromiso por construir una sociedad donde
se respete la dignidad humana y la fraternidad real. Aquí,
en esta Jornada, tienen una ocasión privilegiada para
poner en común sus aspiraciones, intercambiar recíprocamente la riqueza de sus culturas y experiencias, animarse mutuamente en un camino de fe y de vida, en el cual algunos se creen solos o ignorados en sus ambientes cotidianos.
    Pero no, no están solos. Muchos coetáneos suyos
comparten sus mismos propósitos y, fiándose por entero
de Cristo, saben que tienen realmente un futuro por delante
y no temen los compromisos decisivos que llenan toda
la vida. Por eso me causa inmensa alegría escucharlos,
rezar juntos y celebrar la Eucaristía con ellos. La Jornada
Mundial de la Juventud nos trae un mensaje de esperanza,
como una brisa de aire puro y juvenil, con aromas renovadores que nos llenan de confianza ante el mañana de la Iglesia y del mundo.
    Ciertamente, no faltan dificultades. Subsisten tensiones
y choques abiertos en tantos lugares del mundo, incluso
con derramamiento de sangre. La justicia y el altísimo
valor de la persona humana se doblegan fácilmente a
intereses egoístas, materiales e ideológicos. No siempre
se respeta como es debido el medio ambiente y la naturaleza, que Dios ha creado con tanto amor. Muchos jóvenes, además, miran con preocupación el futuro ante la dificultad de encontrar un empleo digno, o bien por haberlo perdido o tenerlo muy precario e inseguro. Hay otros que precisan de prevención para no caer en la red de la droga, o de ayuda eficaz, si por desgracia ya cayeron en ella. No pocos, por causa de su fe en Cristo, sufren en sí mismos la
discriminación, que lleva al desprecio y a la persecución
abierta o larvada que padecen en determinadas regiones y
países. Se les acosa queriendo apartarlos de Él, privándolos
de los signos de su presencia en la vida pública, y
silenciando hasta su santo Nombre. Pero yo vuelvo a decir
a los jóvenes, con todas las fuerzas de mi corazón: que
nada ni nadie os quite la paz; no os avergoncéis del Señor.
Él no ha tenido reparo en hacerse uno como nosotros y
experimentar nuestras angustias para llevarlas a Dios, y
así nos ha salvado.
    En este contexto, es urgente ayudar a los jóvenes
discípulos de Jesús a permanecer firmes en la fe y a asumir
la bella aventura de anunciarla y testimoniarla abiertamente
con su propia vida. Un testimonio valiente y lleno de
amor al hombre hermano, decidido y prudente a la vez, sin
ocultar su propia identidad cristiana, en un clima de respetuosa convivencia con otras legítimas opciones y exigiendo al mismo tiempo el debido respeto a las propias.

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