COMUNIDAD DE BUENA NUEVA.RCCE

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viernes, 23 de diciembre de 2011

"DIOS QUIERE NACER EN EL PÉSEBRE DE TU CORAZÓN"


Allá En El Pesebre

Allá en el pesebre, donde nace Jesús,
La cuna de paja nos vierte gran luz;
Estrellas lejanas del cielo al mirar
Se inclinan gozosas su lumbre a prestar.

Pastores del campo, teniendo temor,
Cercados de luz y de gran resplandor,
Acuden a prisa buscando a Jesús,
Nacido en pesebre del mundo la luz.

Extraño bullicio despierta al Señor,
Mas no llora el Niño, pues es puro amor,
¡Oh vélanos, Cristo Jesús, sin cesar!
Y así bien felices siempre hemos de estar.

Querido Hermanos y amigos:

En estos días ya tan cercanos a nuestra fiesta más bella, la Natividad de Nuestro Salvador, no nos dejemos encandilar por luces que ciegan el sentido de lo que debemos celebrar, pero si dejemos que nuestros corazones se alumbren por la estrella que anuncia la llegada del amor.
Recordemos como sucedido el más hermoso de los acontecimientos, la Natividad del Redentor.

En los tiempos en que César Augusto era emperador romano y al mismo tiempo que Cirenio era gobernador de Siria y con el fin de saber cuanta era la población de sus dominios desde Roma se ordenó un censo. Lo dispuesto por las autoridades de esa fecha fue que todos los habitantes tenían que inscribirse en sus ciudades de origen, es decir mandaba a que cada cual fuese al pueblo donde había nacido para ser empadronado.

Así fue como todos acudieron a su ciudad para inscribirse, teniendo que trasladarse en algunos casos a otros lugares alejados. José, esposo de María, era de la casa de David que era de Belén en Judea, sin embargo el vivía en Galilea, para ser más preciso en la Ciudad de Nazaret, entonces ellos tuvieron que viajar a su pueblo originario para inscribirse en el censo.

Nazaret era un pueblo emplazado en un escarpado monte, quizás caracterizado por sus casitas blancas, construidas con piedra y enlucidas de cal. Por aquella época tenía unos 120 habitantes, y aproximadamente 30 casas.

No era una ciudad importante, si un humilde pueblo ignorado por muchos hombres, pero no por Dios, ya que en el comienza la historia del Hijo de Dios, Jesús de Nazaret.

Para llegar a Belén desde Nazaret, hay que pasar por las tierras de Samaria y luego pasar por Jerusalén, la distancia que ellos recorrieron era aproximada a los 130 kilómetros, por caminos agrestes, y deben haber tardado unos 10 días, Maria estaba en cinta, y ya nos podemos imaginar lo agotador de un viaje de este tipo para una mujer con nueve meses de embarazo.

Entonces María estaba muy próxima a dar a Luz cuando llegaron a Belén, nuestro Padre quiso que allí se cumplieran para María los días del alumbramiento.

Mucha gente había llegado a Belén y no había sitio para alojamiento, entonces alguien de buen corazón les presto un lugar en el que comían algunos animales domésticos, para que allí se protegieran, es decir se alojaron en un establo, el que recordamos hoy como un pesebre.

Y en ese lugar, quiso Dios, que María diera a Luz a su hijo primogénito. El Salvador de los hombres no nació en ningún palacio, ni en una cama especial, por esa razón luego de nacer y cubrir al niño con pañales, se le acostó en un humilde pesebre.

Como ese era un sitio para los animales, había muchos pastores por aquel lugar, estos velaban y guardaban vigilias en las noches por sus rebaños. Mientras así sucedía, un ángel del Señor se presentó ante ellos, por cual fueron sorprendidos y maravillados, porque la gloria del Señor los rodeó de resplandor. Como es natural en estos casos, en un instante ellos tuvieron un cierto temor, pues aún no sabían que hermosura había tenido suceso por ese lugar.
Pero el ángel les tranquilizo, y dulcemente les dijo, Pastorcillos, no temáis, porque les doy muy buenas noticias, estas son de gozo, entonces les traerá mucha alegría, además esta será para todo el pueblo. Ellos, sin dejar a un lado la sorpresa, escucharon atentamente al ángel, quien les dijo luego; hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor.

Unos a otros se miraban los pastores, preguntándose a si mismo, el significado de esta grandiosa noticia. Así es, como el ángel les dijo; esto les Servirá de señal: Hallarán al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

Aún no salían de su asombro, cuando de repente Apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios y Decían:

¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres de buena voluntad!

Entonces aconteció que, cuando los ángeles se fueron de allí al cielo, los pastores tomaron la decisión de ir a ver cual era la maravilla que se les había hecho saber. Así es como se acercaron hasta aquel lugar donde había sucedido tan hermosa natividad, y ver con sus ojos lo que el Señor les había dado a conocer.

Los pastores se apresuraron, y nada los detuvo hasta llegar a un establo, tradicional lugar cubierto en el que se encierra y se guarda el ganado. Tímidamente, pero decididos, se asomaron y hallaron a María y a José, y al niño recién nacido acostado en el pesebre.

José, hombre de buen corazón, les dio la bienvenida, y los hizo pasar, María, como siempre con su dulce mirada, les sonrió para que se sintieran en confianza, así, ellos se acercaron. Ellos a su vez, le dieron a conocer lo que les había sido dicho acerca de este nacimiento por el ángel.

Todos pusieron mucha atención al relato de los pastores, así es como al oír tan bellas expresiones se maravillaron. Además los pastores comentaron con gran detalle todo los que les había sucedido. Sin embargo, María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su Corazón.

Así es como los pastores, se volvieron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y por todo cuanto habían visto, tal como a ellos se les había dicho.

Así es como aconteció la natividad de nuestro Salvador, en un pesebre, en un establo.

¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!




          
Este es un tiempo nuevo, nuevo
Para todos. Es tiempo
De espera, de esperanza, de fe,
         De perdón.
Llega Cristo, nuestro Mesías,
         Nuestro Salvador.


Y porque la espera ha merecido la pena,
Porque el tiempo de la dura prueba ha
Pasado para dar paso a una nueva época,
En la que todo hombre se abraza a su
Hermano, en paz, en humildad, en
Perdón, compartiendo su pobreza
En la mesa de la vida.

            Por eso, abre hoy las puertas
De tu interior a Cristo para que Él
Pueda nacer en el pésebre de tu corazón.

           ¡¡FELIZ NAVIDAD!!.

lunes, 12 de diciembre de 2011

"EL CANTO EN LENGUAS"


El Canto en Lenguas

"Es un Don de oración que nos capacita para orar a un nivel más profundo"

        El P. Sullivan, jesuita de la Universidad Gregoriana de Roma, después de un minucioso estudio de este don, concluye: " La oración en lenguas de la comunidad de Corinto, igual que la de hoy, es un hablar y cantar de modo ininteligible, que no se produce por un éxtasis religioso. Aquellos que la practican la consideran bienhechora en cuanto forma de orar. Estamos, pues, fundamentados cuando afirmamos que este fenómeno religioso, del que constatamos hoy día una reminiscencia, es el mismo del que nos habla Pablo en 1ª Cor. 12, 14. En virtud de esta conclusión, nos hallamos ahora mejor capacitados para comprender por qué Pablo da gracias a Dios por este don y por qué expresa su deseo de que todos pudieran recibirlo. Hoy, en efecto, millares de cristianos pueden dar testimonio de los frutos que esta extraña manera de orar y cantar produce en sus vidas. Para un gran número de personas ha sido la llave que ha abierto la puerta de una nueva experiencia de Dios".

       "El que habla en lenguas no habla a los hombres sino a Dios" (1ª Cor. 1 4,2). Cantar en lenguas es un vehículo para hablar a Dios, un medio para que el Espíritu ore en nosotros. El canto en lenguas expresa sentimientos y pensamientos, pero en un sentido global como las lágrimas o la risa. El Espíritu Santo se une a nuestro espíritu, no lo sustituye. Se sirve de todos los recursos de nuestra naturaleza. No es que, de repente, seamos dotados de una capacidad milagrosa. El don consiste en dejarse interior y exteriormente con sencillez, para que pueda brotar este lenguaje de niño. El canto en lenguas se convierte así en el lenguaje de la alabanza, de una alabanza integral, de todo el ser, en la presencia de Dios.

       El dominico Vicente Rubio lo describe formidablemente al darnos su testimonio: " Hace ya mucho tiempo, cierta tarde participaba yo, más como observador y crítico que como orante, en una asamblea de oración, impropiamente llamada "carismática". Había más de trescientas personas. De pronto me di cuenta de una cosa. Nadie de los que cerca de mí estaban orando se expresaba en nuestro idioma castellano. Ni siquiera oraba en voz alta, según la costumbre, alabando intensamente a Dios... ¡CANTABAN ! ¡CANTABAN SIN SER CANTORES! Y cantaban con una melodía que en nada se parecía a los cánticos antiguos o modernos. Lo más raro es que cantaban con palabras desconocidas. Fue una música sublime, pura, espiritual. Sólo Dios se dejaba sentir en ella.

          Todo semejó a un orfeón gigantesco que, sin perder su elevación divina, comenzó suave, siguió creciendo, hasta alcanzar un clímax rotundo; al llegar a ese punto, era como una nota o un acorde inmenso, poderoso y fuerte. Cielos y tierra, la Iglesia y la creación entera cantaban al Dios infinitamente santo. O como si Dios se cantara a sí mismo, humildemente, en su inmensa gloria y nos dejara escuchar un rato aquí en este mundo la hermosura de su canción eterna. Luego las voces fueron disminuyendo poco a poco hasta que, como sí un invisible director de coro hubiese dado la señal de terminar, la asamblea íntegra cesó de golpe en aquel maravilloso canto.

        Me quedé perplejo. Porque los numerosos integrantes de la reunión no eran cantantes profesionales ni aficionados. Tampoco se trataba de ninguna canción conocida. Mucho menos de una entonación más o menos identificable. Era una melodía nueva, espontánea. La armonía misma, juzgada desde el punto de vista musical, resultaba rica, por no decir riquísima. Recordaba de lejos las composiciones sagradas alemanas, más armónicas que melódicas, llenas, intensas. Nada pregunté sobre aquello. Dirigí discretamente mi vista a la asamblea entera. Vi como toda ella se hallaba sumida en un recogimiento profundo. ¡Imposible poner a tanta gente de acuerdo para canturrear tan bien! Además..., en su mayoría, aquellas personas ignoraban la música. Tampoco había cancioneros ni partituras. Nada de estudio previo... ni ensayos. Únicamente allí se percibía a Dios en su imponente grandeza y en esa tremenda cercanía que Él tiene para con nosotros, rebosante de amor.

        Cuando regresé a casa, abrí la Biblia para ilustrarme sobre lo que acababa de percibir. Leí el texto del evangelio de San Mateo 26,30, único sitio donde expresamente se dice que Jesús cantó: "Después de cantar el himno, se fueron (Jesús y los apóstoles) al monte de los olivos". ¿Sería el canto que yo había escuchado aquella tarde, una participación del canto que Jesús entonó en la tierra y sigue entonando en el cielo para alabanza y gloria del Padre por el poder de Espíritu Santo? Podía ser, pero aquel pasaje bíblico de San Mateo no me ilustró demasiado acerca de lo que tanto me inquietaba. Leí Hechos de los Apóstoles 16,25. Allí se relataba que estando Pablo y Silas presos en la cárcel "a medía noche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios”. Quizás lo que Pablo y Silas cantaban a Dios se pudiera parecer a lo que yo había oído en la asamblea aquella tarde, pero el texto sagrado tampoco me aclaraba mayormente lo que anhelaba saber ¿Qué hacer? Tratar de esperar con paciencia, a ver si se presentaba una nueva oportunidad.

         Pronto se presentó el día esperado. Esta vez se hallaban a mi lado personas conocidas. Su voz y su gusto para cantar no rebasaban los límites de lo común y ordinario. De repente, cuando estábamos en oración intensa, sin nadie dar un aviso o una orden, comenzó el canto con palabras desconocidas. Todo el mundo participaba en él. A mi entender, resultó mucho más fino que en la otra ocasión. Un juego de melodías y armonías tan extraordinarias se cruzaban por aquí y por allá arrebatando el corazón y envolviéndolo en una atmósfera densa de presencia de Dios, de calma del cielo y serena alegría de la tierra.

         Aquello era verdaderamente una sinfonía de voces que sólo podría estar inspirada y conducida por el mismo Espíritu Santo. Al acabar el canto, indagué. La persona que a mi izquierda se hallaba me dijo: "Sí, esto ha sido un canto en lenguas". Di gracias a Dios, porque de nuevo yo había sido testigo del paso del Señor por aquel lugar. Por suerte, un amigo acababa de llegar al sitio de la asamblea en busca mía, porque necesitaba comunicarme una noticia. Cuando salí a la puerta del local, el caballero se adelantó y me preguntó qué coro era aquél, y cómo cantaba tan bien, quién los ensayaba, etc., etc. El se había quedado impresionado igualmente por el orfeón improvisado e inesperado.

          Aprovechando el paso por esta ciudad de Santo Domingo de un notable biblista, graduado en la célebre Escuela Bíblica de Jerusalén, hube de consultarle sobre el fenómeno. Entonces me explicó que el canto en lenguas era una modalidad de la glosolalia u oración en lenguas. La única diferencia con orar en lenguas consistía, según él, que en el canto en lenguas el Espíritu Santo no sólo ponía las palabras en boca de los fieles sino también la música.
Cuando alguien sienta que el Espíritu Santo le impulsa a glorificar a Dios Padre por Jesús, el Señor, con un canto en lenguas, si es en una asamblea, hágalo cuando el momento sea oportuno para ello; si está a solas, hágalo siempre con toda la unción que sea posible como si estuviera cara a cara en la Divina Presencia. Porque es un canto de Dios para Dios. A su vez notará que su fe se acrecienta, su caridad se intensifica, su esperanza de poseer a Dios vibra con fuerza, su humildad aumenta. Al mismo tiempo, el gozo, la paz y el poder - sobre todo el poder- para hacer lo que por nosotros mismos nunca seríamos capaces de hacer por nuestro crecimiento propio y por todo lo que signifique ayuda y servicio a nuestros hermanos. Entonces se perdonan las ofensas, se aguantan mejor las burlas, se olvidan las distancias, las durezas se suavizan y prodigamos el bien calladamente y con sencillez.
En mi criterio, el canto en lenguas tiene un inmenso poder. El poder del Divino Espíritu tal como puede ser canalizado a través de una criatura humana. He ahí un canto nuevo para Dios. ¡El único nuevo!”    (Vicente Rubio O. P. Relatado en la revista Alabanza)

         El canto en lenguas no es una sucesión de notas ensayadas o una melodía compuesta. Es una irrupción espontánea que, dejando a la persona libertad para cantar o callarse, impulsa directamente a alabar al Señor. Cada persona canta con su voz, bonita o no, con su propio timbre y su estilo particular. Sin embargo, el conjunto muestra una impresionante acción del Espíritu, que va constituyendo una unidad en la variedad de voces y melodías. El efecto es una música más allá de lo medible o expresable y una paz interior suave y fuerte a la vez. Solamente si se ha experimentado se puede comprender esta realidad.

        El canto en lenguas es expresión de amor y de adoración. Nace del profundo deseo de alabar al Padre y manifestarle con especial amor el deseo de Él. Es el Espíritu quien nos impulsa a una alabanza más Plena, de manera que hasta el último rincón de nuestro ser se pone en actividad.

Generalmente, el canto en lenguas se hace presente en determinados momentos más propicios, de mayor profundidad de oración. Es frecuente que el canto en lenguas surja al celebrar la Eucaristía, particularmente en la Consagración y después de la Comunión. En ambos casos es expresión de adoración, de encuentro pleno con Jesús. Cuando termina el canto en lenguas sentimos la necesidad de un silencio más o menos largo. En él adoramos al Señor, su Santa presencia viva y vivificadora, y nos abrimos a sus mensajes.

          El Ministerio de Música deberá estar atento a la inspiración del Espíritu para llevar a toda la asamblea a este encuentro completo con el Señor. Si comienza de una forma suave la alabanza en lenguas, el ministerio de música puede empezar a sostener el canto con un acorde y -quizá- después con una serie de acordes que inviten a todos a continuar, intensificar y armonizar la alabanza. Ordinariamente, el canto en lenguas no tiene ritmo (es melodía sin compás); pero, en ocasiones, surge un canto en lenguas rítmico, como si el Señor nos diese a todos una medida, la misma: la medida de la unidad en el Amor.

         Diego Jaramillo, en relación con esto, dice: "Los instrumentos evocan, ayudan y expresan en un canto en lenguas. Por ello, mientras alguien toca su instrumento, también esta orando,- la música es su oración. Las cuerdas vocales y las cuerdas de su guitarra pueden vibrar al unísono para el Señor. Esto se hunde en la más genuina tradición cristiana."

          Cantar en lenguas es un acto de fe; es clamar al Padre poderosamente, desde el Espíritu Santo, para proclamar y establecer -en cada situación- el Señorío de Jesucristo.

martes, 18 de octubre de 2011

"CULTURA DE PENTECOSTES"

CULTURA DE PENTECOSTÉS:
IDENTIDAD Y OBJETIVOS DE LA RENOVACIÓN CATÓLICA CARISMÁTICA

Iniciamos este aparte hablando de una Cultura de Pentecostés, porque para la Renovación Católica Carismática este es el hecho salvífico desde donde surge nuestra más profunda identidad y donde se fundamentan los objetivos que como Corriente de Vida en el Espíritu y Movimiento Apostólico tratamos de conseguir a nivel personal, comunitario y eclesial. Lo anterior no significa una desmedida prelación de Pentecostés frente al desdeño de las demás experiencias cristianas tales como la pasión, la crucifixión o la resurrección, por el contrario nuestra Cultura de Pentecostés como Renovación Católica Carismática supone, necesita y entra en perfecta coordinación con todo aquello que le da su verdadero sentido y valor dentro de la experiencia de un Dios Vivo que se ha abajado por amor a la condición humana para rescatarnos de nuestra miseria y que sigue realizando este misterio insondable cada vez que un hombre, una mujer, un joven o un niño abren su corazón a la acción de su Espíritu Santo.

La Cultura de Pentecostés compone nuestra identidad y es lo que deseamos compartir en completa libertad con la Iglesia y el mundo, no para que todos sean llamados y reconocidos como “carismáticos”, sino para que en nuestros tiempos se siga actualizando la gracia de Pentecostés dejándonos mover y guiar bajo el suave soplo del Espíritu de Dios, tal como sucedía en los tiempos apostólicos, y esto debe y puede suceder hoy en el lugar que estamos ocupando en el mundo y en la Iglesia. La Cultura de Pentecostés de la Renovación Católica Carismática no significa el que todas las personas e instituciones deban adscribirse a esta corriente o movimiento, lo que realmente se pretende simplemente es que todos nos reconozcamos como templos vivos del Espíritu Santo y que vivamos en coherencia con esta conciencia, esto es lo fundamental pues lo demás llegará por añadidura. En palabras del Papa Juan Pablo II: “Gracias al Movimiento Carismático, muchos cristianos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, han redescubierto Pentecostés como realidad viva y presente en su existencia cotidiana” Y en otra ocasión exhortaba a la Renovación Católica Carismática diciendo: “En nuestro tiempo, sediento de esperanza, den a conocer y hagan amar al Espíritu Santo.

Así ayudarán a que tome forma ‘la cultura de Pentecostés’, la única que puede fecundar la civilización del amor y de la convivencia entre los pueblos. No se cansen de invocar con ferviente insistencia: ¡Ven Espíritu Santo! ¡Ven! ¡Ven!” Esta es la Cultura de Pentecostés que debemos experimentar y proclamar para que de un profundo sentido a todo lo que hacemos como personas y comunidades para fortalecer nuestra unidad con el Dios Uno y Trino que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Todo lo anterior es lo que conforma nuestra más intima identidad, la cual tiene una importancia radical, pues así como es importante para una persona definir su personalidad e identidad individual de igual manera sucede en la RCC, la cual no está llamada a ser una corriente amorfa que pueda definirse y entenderse de cualquier forma, sino que por el contrario debe adquirir una personalidad que le ayude a ser identificada pero con lineamientos y orientaciones que guarden la debida correspondencia con aquellos establecidos por el mismo Cristo al momento de instituir su Iglesia. El deseo de una identidad definida para la RCC no pretende negar o coartar la diversidad carismática que en su interior tiende a manifestarse; lo que verdaderamente se quiere lograr es la unidad en la diversidad. La identidad bien lograda de la Renovación Católica Carismática será un elemento valioso para que no se desnaturalice y pierda sus objetivos y metas y para que cualquier viento de doctrina nueva y pasajera no nos conmueva y nos confunda, sino que le podamos hacer frente sabiendo cuál es nuestro norte y hacia donde tenemos que orientar todos nuestros esfuerzos.

¿QUÉ ES LA RENOVACIÓN CATÓLICA CARISMÁTICA?

Para iniciar este aparte del documento además de las ya tradicionales y bien conocidas definiciones de la RCC (las cuales mencionaremos más adelante) citaremos una expresión del Papa Juan Pablo II que bien puede ser una definición inicial de lo que es la Renovación Carismática: "Es una manifestación elocuente de la vitalidad siempre joven de la Iglesia, una expresión vigorosa de lo que el Espíritu está diciendo a las iglesias al final del segundo mileno" Para comenzar a comprender el concepto de lo que es la Renovación Católica Carismática, o como también es conocida, Renovación en el Espíritu, tenemos que asomarnos a la experiencia de los Apóstoles en Pentecostés. El Cenáculo es el lugar donde los cristianos nos dejamos transformar por la oración, junto a la Bienaventurada Virgen María, para acoger al Espíritu. Es también el lugar de donde salimos para llevar "hasta los confines de la tierra" el fuego de Pentecostés. La misión de la Renovación Católica Carismática es hacer presente hoy en el mundo la experiencia de Pentecostés. Confirma así su vocación de servicio a la Iglesia, que fue enriquecida con los carismas del Espíritu desde su nacimiento en el Cenáculo.

RENOVACIÓN ES DEJAR A DIOS SER DIOS

Desde sus comienzos, la Renovación ha aportado a la Iglesia una gran corriente de libertad. "Dejábamos a Dios ser Dios" es el testimonio de los pioneros de esta corriente. Fue esta una experiencia fundamental. Más que hacer, se trata de recibir el Don de Dios. Dejarle a Él la iniciativa, porque los cristianos encerramos con frecuencia a Dios en la pequeñez de nuestros intereses, de nuestros proyectos y normas. A veces se tiene la sensación de que Dios ha suscitado la Renovación Católica Carismática para ir a su compás. Dicen los pioneros de esta experiencia: “Hicimos un descubrimiento: más que hacer obras para Dios había que hacer las obras de Dios. También descubrimos la cercanía impresionante de un Dios que se goza en estar con los hombres".

RENOVACIÓN ES REAVIVAR LA LLAMA DEL ESPÍRITU

Ante todo debemos dar gracias a Cristo Jesús Nuestro Señor por el don precioso de la Efusión del Espíritu o Bautismo en el Espíritu, ya que este don viene a reavivar en nosotros las gracias que un día recibimos en el Bautismo y en la Confirmación, y nos hace vivir como adultos responsables la fe que entonces prometimos. Los Seminarios de Vida en el Espíritu son nuestro modo específico de evangelizar. Si en los comienzos de la Iglesia los convertidos se bautizaban, hoy hemos de convertir también y en primer lugar a los bautizados. Son miles los cristianos que se declaran creyentes y afirman al mismo tiempo que no practican. Los Seminarios de Vida en el Espíritu evangelizan con la fuerza del primer anuncio. El Espíritu se derrama con poder y nacen de ellos conversiones radicales, vocaciones al sacerdocio, a la vida contemplativa, compromisos con la sociedad, con los pobres, los presos, los enfermos.

RENOVACIÓN ES UNA BUENA NOTICIA PARA NUESTROS TIEMPOS

A todos aquellos hombres y mujeres que hoy tienen sed de Dios y andan buscándolo, a los que presienten que hay algo más allá de una fe quiete e impávida, para todos ellos la RCC debe ser la buena noticia de que en nuestra Iglesia hay un lugar para poder compartir la experiencia de un nuevo Pentecostés: LA RENOVACIÓN CATÓLICA CARISMÁTICA. La conforman grupos de todas las edades y condiciones -casados, solteros, religiosos, jóvenes y mayores- que desean vivir la buena noticia del Evangelio dando al mundo un testimonio de luz y esperanza.

RENOVACIÓN ES UNA CORRIENTE DE GRACIA Y MUCHO MÁS

La Renovación en el Espíritu Santo, es una corriente de gracia que busca mantener viva la experiencia de Pentecostés, a partir del “Bautismo en el Espíritu”. Hay que aclarar que esta definición no obsta para reconocer también a la RCC como un movimiento apostólico al interior de la Iglesia sino que más bien nos hace reconocer una doble naturaleza de la RCC como corriente de gracia y movimiento. Renovación es una nueva vivencia de la comunidad cristiana como el fruto de haber tenido un encuentro personal con Jesús y el Espíritu Santo, para llegar con ellos a Dios Padre.  “Acudían asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones”. Renovación es también la formación de comunidades que viven con gozo la experiencia personal de salvación, expresada en cantos y oraciones espontáneas, realizando de esta manera lo que San Pablo les pedía a las comunidades: “Recitad vosotros salmos, himnos, cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestros corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo”. Renovación es desarrollar una vida en el Espíritu viviendo la experiencia carismática, enseñada por San Pablo a la comunidad de los Corintos: "A unos se les da hablar con sabiduría, por obra del Espíritu. Otro comunica enseñanzas conformes el mismo Espíritu. Otro recibe el don de fe, en que actúa el Espíritu. Otro recibe el don de hacer curaciones, y es el mismo Espíritu. Otro hace milagros; otro es profeta; otro reconoce lo que viene del bueno o del mal espíritu; otro habla en lenguas, y otro todavía interpreta lo que se dijo en lenguas. Y todo es obra del mismo y único Espíritu".
(1a Corintios 12, 8-11)

RENOVACIÓN EN LOS NUEVOS ESTATUTOS DEL ICCRS

La Renovación Católica Carismática es una gracia de renovación en el Espíritu Santo de carácter mundial y con muchas expresiones en la Iglesia Católica, pero ni es uniforme ni unificada. No tiene un único fundador ni grupo de fundadores, y no tiene listas de miembros. Es más bien una corriente de gracia que permite a individuos y grupos expresarse de distintas maneras y formas de organización y actividades, a menudo bastante independientes unas de otras, en diferentes estadios y modos de desarrollo, con diferentes énfasis. No obstante, comparten la misma experiencia fundamental y abrazan los mismos objetivos generales. Este modelo de relaciones libres se encuentra en los niveles diocesanos y nacionales así como en el nivel internacional. Estas relaciones se caracterizan muy a menudo por la asociación libre, el diálogo y la colaboración más que por la integración en una estructura ordenada. El liderazgo se caracteriza más por ofrecer servicio a aquellos que lo quieren que por el gobierno. En varias realidades la RCC se organiza como Movimiento Eclesial, pero también hay estructuras tales como Comunidades, Redes, Escuelas de Evangelización, Estaciones de Televisión, Asociaciones, Institutos Religiosos y Seminarios, así como Editoriales, Músicos, Misioneros y Predicadores. Todos estos, aunque no estén formalmente asociados en una estructura específica tienen un perfil “carismático”.

OBJETIVOS DE LA RENOVACIÓN CATÓLICA CARISMÁTICA

El preámbulo de los nuevos estatutos del ICCRS nos enseña que los objetivos centrales de la Renovación Católica Carismática o Renovación Pentecostal Católica, como también se la llama, incluyen:

1. Amparar la conversión madura y constante a Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.

2. Amparar una receptividad personal decisiva a la persona, presencia y poder del Espíritu Santo. Estas dos gracias espirituales a menudo se experimentan juntas en lo que se llama en diferentes partes del mundo un Bautismo en el Espíritu Santo, o una Liberación del Espíritu Santo, o una Renovación del Espíritu Santo. Muy a menudo se las entiende como una aceptación personal de las gracias de la iniciación cristiana y como una capacitación para el servicio cristiano personal en la Iglesia y en el mundo.

3. Amparar la recepción y utilización de los dones espirituales (charismata o carismas) no sólo en la RCC sino también en la Iglesia en toda su extensión. Estos dones, ordinarios y extraordinarios se encuentran en abundancia entre los laicos, los religiosos y el clero. Su comprensión adecuada y utilización en armonía con otros elementos de la vida de la Iglesia es una fuente de fuerza para los cristianos en su camino hacia la santidad, y en la realización de su misión.

4. Amparar la obra de evangelización en el poder del Espíritu Santo, incluyendo la evangelización de los no bautizados, la reevangelización de los cristianos nominales, la evangelización de la cultura y las estructuras sociales. La RCC promueve especialmente el compartir la misión de la Iglesia proclamando el Evangelio de palabra y de obra, y dando testimonio de Jesucristo a través del testimonio personal y a través de esas obras de fe y justicia a las que cada uno está llamado.

5. Amparar el crecimiento constante en santidad, a través de la integración adecuada de estos énfasis carismáticos en la vida plena de la Iglesia. Esto se consigue a través de la participación en una vida sacramental y litúrgica rica, y una apreciación de la tradición de la oración y espiritualidad católicas. Esto está guiado por el Magisterio de la Iglesia, y la participación en el plan pastoral de la Iglesia. Los objetivos antes citados deben ser conocidos, estudiados y permanentemente recordados por toda persona y en toda obra que se identifique como una manifestación de Renovación Católica Carismática, pues sin ellos toda la labor carismática estará sin un rumbo y sin una identidad definidos. En la medida en que estos objetivos fundamentales sean asumidos estaremos posicionando a la Renovación Católica Carismática, en estos primeros cuarenta años de vivencia, ante una nueva etapa, tal como lo dijo en varias oportunidades S.S. Juan Pablo II: la de la madurez eclesial.
Ahora refirámonos particularmente a cada una de las experiencias que nos proponen estos objetivos.

CONVERSIÓN:
“Conviértanse y crean en la Buena Nueva porque el Reino de Dios ya está entre ustedes” (Mateo 3, 2; Marcos 1, 15; Hechos 2, 38) Esta fue la invitación con la que Juan Bautista preparó y anunció la pronta llegada de Jesús; fueron las mismas palabras con las que Jesucristo inició su ministerio público; y también fue la respuesta que le dio Pedro a la muchedumbre el día de Pentecostés cuando fue anunciada por primera vez la pasión, muerte, resurrección y señorío de Cristo: CONVERSIÓN. Esto nos enseña que la conversión es una invitación de Dios al hombre pero también es una respuesta del hombre a Dios. A través de la Conversión Dios nos invita a ser parte activa de la familia divina, es decir, verdaderos Hijos de Dios, Hermanos de Jesucristo y Templos del Espíritu; y a través de la conversión es como el hombre le da un “si” definitivo a Dios. La conversión en la vida de todo cristiano debe ser el resultado de haber experimentado el amor y la misericordia de Dios, sentirnos amados por Dios y a la vez debe ser el resultado del reconocimiento de nuestra condición de pecadores necesitados de la salvación divina. Si esto no sucede todo esfuerzo de conversión en nuestras vidas será infructuoso, pues el hombre no le encontrará ningún sentido a la conversión sin la experiencia del amor de Dios y sin el reconocimiento de nuestro pecado no tiene ningún sentido (Lucas 5, 8). Conversión es pasar de las tinieblas del pecado a la luz de la gracia de Dios; es pasar de la lejanía a la proximidad de Dios; es comenzar un nuevo camino, una nueva vida, un nuevo nacimiento (Juan 3, 3) Conversión es aceptar a Jesucristo con toda la radicalidad de su mensaje que nos dice: aquel que quiera venir tras de mi, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. La conversión es ante todo un cambio de corazón (Ezequiel 36, 26; Filipenses 2, 5) y ese cambio de corazón debe ir transformándonos en nuevas criaturas con una nueva vida. El cambio de conducta (externo) que se da en el hombre debe ser el resultado de un cambio interior.

La conversión es una invitación que Dios hace a todos los hombres. Dios no hace excepciones, todos estamos necesitados de la conversión. Nadie puede decir que no necesita convertirse, ni siquiera aquellos que se dicen “buenos” (ejemplo de San Pablo) La conversión es un proceso que debe ir haciéndonos crecer cada día más como mejores personas y como mejores cristianos, haciéndonos reflejos del rostro de Cristo. Es un esfuerzo de todos los días. La conversión no es obra únicamente del hombre sino que es el fruto del trabajo en unidad de Dios y el hombre. Por nuestras propias fuerzas no podremos llegar a Dios, siempre estaremos necesitados de su ayuda. Los anteriores son como los puntos básicos del camino de conversión que nos propone la Renovación Católica Carismática en su primer objetivo.

APERTURA AL ESPÍRITU SANTO

Hasta hace unos pocos años en la Iglesia se trataba el tema del Espíritu Santo como el gran desconocido de la Santísima Trinidad, pues siempre se había hablado del Padre y del Hijo profusamente, relegando un poco la presencia y el actuar del Espíritu Santo. Pero desde los tiempos del Concilio Vaticano II, cuando el Papa Juan XXIII convocó a los padres de la Iglesia invocando la presencia del Espíritu y, como Vicario de Cristo, abrió de par en par las puertas de la Iglesia a su acción renovadora, desde ese entonces parece ser que todos los cristianos hemos reaccionado y hemos sacado al Espíritu Santo de ese olvido al cual lo habíamos confinado y se ha iniciado, por así decirlo, una “nueva era” de su acción, que en realidad no tiene nada de “nueva”, pues este actuar es el mismo que hemos podido conocer a través de la Escritura, desde el principio de los tiempos y a lo largo del tiempo de la Iglesia. Esta es la apertura que nos propone este objetivo de la RCC.

La acción del Espíritu Santo debe concretarse en nuestras vidas pues no es solo una historia, es una persona divina que nos ayuda a tener la experiencia de un Cristo Vivo, que nos propone una renuncia al pecado y a la vez una vida nueva pero a partir del agua y del Espíritu, tal como se lo propuso a Nicodemo. El Sacramento del Bautismo que nos ha proporcionado la Iglesia nos ha sumergido en esa vida nueva, solo hace falta que cada uno abra su corazón para dejar actuar libremente al Divino Espíritu y así comencemos a dar razón de ese bautismo. “Si vivimos por el Espíritu, sigamos también a ese Espíritu” (Gálatas 5, 25). Estas palabras del Apóstol Pablo a los Gálatas nos hacen recordar que no es suficiente haber recibido al Espíritu Santo, sino que hay que dejarse guiar por Él mismo para poder llevar una vida acorde con el título de cristiano que ostentamos. El Espíritu entra en la vida del hombre a través del Sacramento del Bautismo y allí comienza a crecer y a multiplicar su acción en la medida en que su presencia no es disminuida ya sea por el pecado o por la falta de fe y apertura.

Cada bautizado debe procurar en su vida alcanzar una relación con el Espíritu similar a la que sostuvo con el mismo Cristo, no por apariencia o lujo, sino como la única y verdadera forma de poder vivir, pues vivir fuera del Espíritu lejos de hacer al hombre libre lo que conlleva es hacerlo esclavo de sus pasiones y por ende alejarlo de la vida divina que se nos ha ofrecido como el don más excelente de ser familia de Dios. De esta temática nos habla San Pablo a lo largo de todo el capítulo 5 de su carta a los Gálatas. Jesús al anunciar al Espíritu previene a sus discípulos diciéndoles: “y cuando Él venga (el Paráclito) convencerá al mundo en lo referente al pecado” (Juan 16, 8). Este convencimiento no tiene como fin denigrar o humillar al cristiano por parte de Dios, sino que es un paso necesario antes de que el hombre libremente tome la decisión de arrepentirse y aceptar la redención de Jesucristo. Pero además de preparar el corazón del hombre para el encuentro con Jesús, el Espíritu también da las fuerzas al cristiano para ir en pos de Jesús, ya que por sí solo el hombre nunca sería capaz de dejarlo todo por seguir a Jesús. El Espíritu también instruye al cristiano en la verdad, es por lo que ha sido llamado por muchos santos como “maestro interior”, pues en aquel que está atento a su enseñanza va regalando el conocimiento y la sabiduría que no se puede aprender en un libro o en una conferencia, pero que si es dada a los pobres y humildes de corazón (Mateo 11, 25-26). El Espíritu es anunciado por Jesucristo como el Consolador, pues su actuar en el cristiano tiene la capacidad de ayudarnos a comprender y aceptar todos los acontecimientos aparentemente negativos como parte del plan de Dios y nos enseña que de algo malo Dios siempre podrá sacar cosas buenas para nuestro bienestar (Romanos 8, 28). Por último, pero no menos importante, el Espíritu Santo nos llena del Amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos (Romanos 5, 5). Los doctores de la Iglesia se han referido al Espíritu como el Amor del Padre y el Hijo, por eso podemos entender que todo lo que el Espíritu hace en el hombre es fruto de ese amor de Dios, es un reflejo de la infinidad de su amor hacia nosotros. El Espíritu nos da la capacidad del amor a la manera de Dios (1ª Corintios 13), un amor que no tiene ningún otro interés sino el bien de la persona amada. El Espíritu Santo lo encontraremos en cada sacramento, en cada oración, en la Palabra de Dios, en la comunidad (sobre todo en los hermanos más necesitados) y también en los carismas.

RECEPCIÓN Y USO DE CARISMAS

En primer lugar debemos dar un sólido y confiable concepto de lo que son los carismas: “Gracias especiales con las que el Espíritu Santo santifica y dirige al Pueblo de Dios, las cuales distribuye a cada uno según quiere y que los hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la .” (Lumen Gentium Num. 12)
“Gracias del Espíritu Santo que tienen, directa o indirectamente, una utilidad eclesial, ya que están ordenadas a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo.” (Chitifideles Laici Num. 24). Las anteriores definiciones nos regalan varios elementos que nos ayudan a entender el verdadero sentido y alcance que la Iglesia misma le ha dado a este concepto: o Gracias: Entiéndase la palabra “gracias” no como aquella gracia santificante de Dios con la que nos ayuda a ser santos, sino que más bien esta palabra debe ser entendida como sinónimo de don, regalo, concesión muy especial. Y esta diferenciación nos da la oportunidad para decir que los carismas no son signos de santidad por sí mismos sino la oportunidad o el llamado que hace Dios a un camino de santidad.  Distribuye a cada uno según quiere: Los carismas son la expresión de la completa libertad del Espíritu, que en palabras del mismo Jesús “…sopla cuando quiere donde Él quiere y no sabes de dónde viene ni a dónde va…” (Juan 3, 8). Dios puede actuar en quien Él quiera pues tiene el poder para hacerlo por eso no debemos estratificar los carismas. Todos (ordinarios y extraordinarios) provienen del soplo del mismo Espíritu.  Santifica, dirige y capacita al Pueblo de Dios: Los carismas no son signos de santidad pero son el inicio de un llamado a la vida en el Espíritu y por ende a la vivencia de la Santidad. Los carismas, según nos enseña el Concilio Vaticano II, también ayudan a orientar al Pueblo de Dios y muestran los caminos que Dios quiere que vayamos recorriendo como Iglesia. También los carismas capacitan a quienes los reciben para cumplir su misión dentro de la Iglesia, por eso no debemos sentirnos incapaces de esto o aquello, porque cuando Dios llama, inmediatamente capacita, es decir, derrama los dones que ese llamado necesita. Recordemos la vocación de Jeremías (1, 4-10). o Renovación y Edificación de la Iglesia: Los carismas son para la Iglesia: para su belleza, vitalidad y unidad, no para la persona que lo recibe. Es por esto que podemos decir que la verdadera y principal finalidad de todo carisma es el servicio en la Iglesia y desde la Iglesia, en la comunidad y desde la comunidad. El servicio es lo que renueva y edifica permanentemente el edificio de Dios que es la Iglesia.  Para bien de los hombres y necesidades del mundo: En este aspecto de los carismas San Pedro nos da una regla de oro: “Que cada cual ponga al servicio de los demás el carisma que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios. Si alguno habla, sean palabras de Dios; si alguno presta servicio hágalo en virtud del poder recibido de Dios, para que Dios sea glorificado en todo por Jesucristo (1ª Pedro 4, 10-11). Hay que reflexionar y cuestionarnos si este aspecto de los carismas lo estamos viviendo adecuadamente, pues aunque estamos viviendo un despertar de carismas al interior de la Iglesia, es aun mucho lo que falta para poner al servicio de las necesidades del mundo los carismas recibidos.

No podemos dejar de decir que existe una gran variedad de carismas, pues el Espíritu nunca se repite y actúa de manera única y particular sobre cada persona que abre el corazón a su acción y estos pueden ser clasificados como ordinarios y extraordinarios según su necesidad en la misma Iglesia. En el tema de los carismas, este es el aspecto donde se ha presentado la mayor problemática al interior de la RCC, pues muchos hermanos al saberse o creerse bendecidos por el Espíritu con uno varios carismas, se sienten suficientemente “iluminados” por Dios y comienzan a ejercer su carisma autónomamente sin dejarse orientar y sin tener en cuenta al resto de la comunidad ni de la Iglesia, y esta actitud ha generado en muchos de nuestros pastores y demás movimientos una prevención cuando se menciona la palabra “carismático”. Pero lo cierto es que así como muchos han optado por el camino fácil de ejercer su carisma a su libre albedrío e incluso para su propio beneficio, somos muchos más aquellos que hemos optado por el camino de someter nuestro carisma a la comunión y a la guía de Dios por medio de quienes tienen la autoridad para hacerlo. Ahora vamos a estudiar unos elementos fundamentales sin los cuales el ejercicio de los carismas no es edificante, y por tanto no cumplen el objetivo para el cual han sido dados: Humildad: La humildad es la guardiana de todo carisma. Se necesita que la humildad habite en nuestros corazones primero para reconocer el actuar particular del Espíritu en nuestra propia vida y también para saber que por mucho que ejerza el carisma en su justa medida, esa gracia y toda la gloria solo le pertenece a Dios. Tomemos el ejemplo de la Bienaventurada Virgen María, quien supo reconocer el actuar de Dios en ella y no adueñarse de esa gracia, sino darla y compartirla con los demás humildemente (Lucas 1, 46-55).

Discernimiento: Como consecuencia de lo anterior es necesario someter el propio carisma al discernimiento en primer lugar de la misma comunidad y además al de nuestros legítimos pastores. El Concilio Vaticano II nos lo recuerda: “…el juicio de su autenticidad y de su ejercicio razonable pertenece a quienes tienen la autoridad en la Iglesia, a los cuales compete ante todo no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que es bueno (1ª Tesalonicenses 5, 12. 19-21)” (Lumen Gentium Num. 12)
 Obediencia: La obediencia es el camino de purificación de todo carisma. Recordemos la historia del Santo Padre Pío. Recibió un carisma muy especial y en obediencia a su Obispo le fue prohibida la celebración pública de la Eucaristía. Así mismo podemos recordar la historia de todos los santos quienes sometiendo su propio carisma en obediencia, alcanzaron la santidad.  Complementariedad. Tenemos que comprender que nuestro carisma no está aislado del carisma de nuestros demás hermanos sino que nos complementamos unos a otros en nuestro caminar como comunidad hacia la presencia de Cristo. Para explicar esto, recurramos al conocido ejemplo del cuerpo que toma San Pablo en la Primera Carta a los Corintios (12, 12-30) para explicar la diversidad, unidad y complementariedad de los carismas en la Iglesia. Cada quien debe reconocer su propio carisma para ejercerlo en su debido lugar con alegría y sin ninguna clase de envidia, sabiendo que todos los carismas son igual de importantes para la construcción del Cuerpo de Cristo y por esto podemos afirmar que el carisma del otro también es mí carisma.  Maduración: Todo carisma debe ser sometido conscientemente a un proceso de maduración. El carisma que Dios nos da es apenas un principio, no un final, por eso debemos hacerlo crecer cada día con la propia conversión, la fe, la oración, la Palabra de Dios, la formación y la prudencia en su ejercicio. Para finalizar con este objetivo, recordemos lo que dice San Pablo al inicio de su cántico al amor: Les voy a mostrar un camino más excelente (12, 31), este camino es el amor. El amor debe ser la raíz más profunda de todo carisma. Si nuestros carismas no están enraizados en el amor de Dios ellos no darán los frutos del Espíritu que nos enumera San Pablo en la Carta a los Gálatas (5, 22-23), por el contrario darán frutos provenientes de la carne (5, 19-21). Los carismas por sí solos no son garantía de salvación, por eso el Señor Jesús nos advierte diciéndonos: “No todo el que diga ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los Cielos” (Mateo 7, 21-23). Esto nos debe hacer entender que el carisma no es lo esencial, sino el amor con que se acoja, se ejerza y se done a los demás. Como dice un santo (creo que San Agustín): Al final de nuestras vidas seremos examinados en el amor.

FOMENTO DE LA EVANGELIZACIÓN

La evangelización que en estos tiempos la RCC pretende fomentar en comunión con el resto de la Iglesia es aquella que, según la exhortación del Papa Juan Pablo II en el marco de la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo, debe ser nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en su expresión. Dejemos que sea la voz del pastor la que nos instruya al respecto: “La nueva evangelización es dar a la acción pastoral "un impulso nuevo, capaz de crear tiempos nuevos de evangelización, en una Iglesia todavía más arraigada en la fuerza y en el poder perennes de Pentecostés" (Evangelii Nuntiandi, 2).

La nueva evangelización no consiste en un "nuevo evangelio", que surgiría siempre de nosotros mismos, de nuestra cultura, de nuestros análisis de las necesidades del hombre. Por ello, no sería "evangelio", sino mera invención humana, y no habría en él salvación. Tampoco consiste en recortar del Evangelio todo aquello que parece difícilmente asimilable para la mentalidad de hoy. No es la cultura la medida del Evangelio, sino Jesucristo la medida de toda cultura y de toda obra humana. No, la nueva evangelización no nace del deseo "de agradar a los hombres" o de "buscar su favor" (Gál 1,10), sino de la responsabilidad para con el don que Dios nos ha hecho en Cristo, en el que accedemos a la verdad sobre Dios y sobre el hombre, y a la posibilidad de la vida verdadera. La nueva evangelización tiene, como punto de partida, la certeza de que en Cristo hay una "inescrutable riqueza" (Ef 5,8), que no agota ninguna cultura, ni ninguna época, y a la cual podemos acudir siempre los hombres para enriquecernos (cf. Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, Declaración final, 3). Esa riqueza es, ante todo, Cristo mismo, su persona, porque Él mismo es nuestra salvación. Los hombres de cualquier tiempo y de cualquier cultura podemos, acercándonos a Él mediante la fe y la incorporación a su Cuerpo, que es la Iglesia, hallar respuesta a esas preguntas, siempre antiguas y siempre nuevas, con las que los hombres afrontamos el misterio de nuestra existencia, y que llevamos indeleblemente grabadas en nuestro corazón desde la creación y desde la herida del pecado”. (Discurso Inaugural del Santo Padre en la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano) Esta es la evangelización que la Renovación Católica Carismática esta llamada a vivir, proclamar y fomentar desde la Iglesia en medio de los no bautizados y de los cristianos nominales, en medio de la cultura y de las estructuras sociales.

CRECIMIENTO EN SANTIDAD

Por último, pero no menos importante, se hace necesario clarificar que este es el fin último de toda la experiencia de la RCC, pues se trata de un formal llamamiento a la santidad reflejo de la misma invitación que nos hace Dios a través de su Palabra (Levíticos 20, 26; Mateo 5, 48; Efesios 1, 3-4; 1ª Pedro 1, 15).

En algunas palabras de Papa Juan Pablo II dirigidas en distintas ocasiones a la RCC podemos encontrar las pautas del camino de santidad que nos proponemos como un objetivo fundamental: “La Renovación está llamada a comenzar de nuevo en Cristo…. La intención de un compromiso renovado por el Evangelio requiere ante todo volver a descubrir la santidad como corazón y centro de todo apostolado: es necesario tender con todas nuestras fuerzas hacia la santidad, para proponer de nuevo a todos con convicción este alto grado de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección”.

“La santidad es la meta a la que mira nuestra programación. La santidad tiene en su núcleo la contemplación del Señor Jesús, y toda nuestra programación debe buscar llevar a la gente a una conciencia más profunda del Único Salvador del mundo… ¡La Iglesia y el mundo necesitan santos! Y todos los bautizados sin excepción ¡están llamados a ser santos! Esto es lo que el Concilio Vaticano II quería decir cuando habló de ‘la vocación universal a la santidad’ (Lumen Gentium Num 5)…

 Los santos son gente que se ha enamorado de Cristo. Y es por esto que la Renovación Carismática ha sido un don grande para la Iglesia: ha conducido a multitud de hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, a esta experiencia de amor que es más fuerte que la muerte” “La santidad es la prioridad de todos los tiempos y por lo tanto, también de nuestra época. La Iglesia y el mundo necesitan santos, y nosotros seremos tanto más santos cuanto más dejemos que el Espíritu Santo nos configure con Cristo. Este es el secreto de la experiencia regeneradora de la “Efusión del Espíritu”, experiencia típica que distingue el camino de crecimiento propuesto a los miembros de sus grupos y comunidades”. Las anteriores reflexiones de quien fuera nuestro pastor universal nos recuerdan el urgente llamado que nos hace Cristo a través de su Iglesia a ser santos. No podemos desfallecer en esta labor de comenzar trabajando por la propia santidad pero también tocando los corazones de los demás hombres para invitarlos a ser santos y perfectos como lo es nuestro Padre del Cielo. Esta opción de la santidad solo puede ser el fruto de un profundo enamoramiento de Jesucristo. En la medida en que nos dejemos amar por Dios y correspondamos a ese amor coherentemente, el camino de santidad será más fácil de escoger y asumir aun con todas las cargas y renuncias que nos propone.

Consejo de la renovación carismática, Colombia.

jueves, 6 de octubre de 2011

"Debemos pues, despertar en los corazones de nuestros hermanos el deseo y el anhelo de encontrarse cada día con Dios, porque únicamente de este modo, los desilusionados por el mundo, serán acogidos por la comunidad como el hijo prodigo" (Lucas 15).


En la actualidad, la iglesia tiene necesidad de laicos que vivan comprometidamente al servicio del Evangelio. De este modo, nos lo recuerda habitualmente el Santo Padre, en sus diferentes discursos y homilías.

Católicos cuya mayor exigencia sea vivir con responsabilidad una vida plena, sin caer en la provocación de los beligerantes, de los que no aceptan nuestro modo de pensar, o mejor dicho, de expresar nuestras creencias, con la misma libertad de conciencia con que ellos expresan su agnosticismo. Católicos conscientes no sólo de su llamado y de su vocación como cristianos; gente como tú o como yo, comprometida con la historia presente, arquitectos de una sociedad que tenga como referente la solidaridad, el respeto por las ideas de los otros, las creencias de los otros, en la que la integración acalle la voz segregadora de los intolerantes, sea cual fuere su signo.

Creyentes formados en los diferentes ámbitos, en los que a diario crecemos como personas, con capacidad de elección y también de decisión; personas con la facultad de discernir y hacer frente a los acontecimientos actuales, que den razón de su esperanza a los que han perdido la suya, porque hoy no debemos ignorar que serán los acontecimientos del presente, nuestros actos y nuestras decisiones, los argumentos que utilice la historia a la hora de juzgarnos, así en el futuro, a algunos de nosotros, se nos eximirá de toda responsabilidad si en nuestra defensa, argüimos que hemos defendido aquello en lo que creíamos y que amamos profundamente, o sea, a Cristo.

 Católicos que expresen en voz alta y sin miedo sus creencias, que sean capaces de ponerlas al servicio de una sociedad integradora. Que no se dejen manipular con facilidad, a quienes no se les imponga un modelo de sociedad profana o secularizada, al servicio de las ideas y la razón, en la que Dios no tenga cabida. Católicos  conocedores  de sus raíces cristianas y de la universalidad  de una historia común, compartida: hombres y mujeres como nosotros, capaces de vivir con autenticidad la vocación al servicio y al llamado de nuestra madre la iglesia, eso si, sin obviar nuestra condición de cristianos renovados por la gracia del Espíritu, por quien experimentamos la poderosa acción de los carismas en nuestra vida.

Sin duda esta es nuestra verdadera vocación, experimentar las gracias y las bondades del Espíritu Santo. Viviendo con autenticidad y con responsabilidad porque a diferencia del resto del mundo, que en su opción de vida ha excluido a Dios, nosotros hemos optado por vivir un modelo de vida en la que Dios es el centro de toda nuestra historia, de este modo, nosotros también compartimos los problemas cotidianos, sufrimos y padecemos los avatares del destino  aunque de otra manera, nuestra formula, compartir nuestras cargas con un amigo que nunca falla, Dios. Porque nosotros no solo creemos, también damos  testimonio  de solidaridad y de caridad con el que sufre, porque mi semejante, sea cual sea su ideología, condición o creencia, es mi hermano en Cristo.

 La caridad, “como manifestación de un lenguaje divino” que se perpetua en el tiempo. La caridad ella nos impulsa: hoy proclamamos con voz firme, “proféticamente”, la voluntad de Dios no solo en medio de una sociedad insolidaría, incapaz de aceptar los valores que protegemos, también y de manera más cercana, entre los nuestros, de tal modo que no sólo sean nuestros gestos, también nuestras palabras inspiradas por esa Verdad divina, quienes manifiesten la voluntad de nuestro Dios en nuestros grupos. Porque nosotros proclamamos una única verdad, Cristo vivo y resucitado.

Por ello es imprescindible, que a la hora de expresarnos hagamos evidente, con nuestro propio testimonio, nuestro urgente llamado a la reevangelización, ya que en nuestro corazón, la voz de Dios se eleva con autoridad y firmeza: “ID y anunciar la buena nueva”. Por ello, nuestro anuncio ha de hacerse con un espíritu renovado, manifestando nuestra solidaridad no sólo con los que sufren y viven cada día confinados en el miedo y la incertidumbre, sin saber qué les deparará el mañana, asimismo, con aquellos que entre nosotros han acogido, sin oposición, posturas que relativizan y minimizan la veracidad de nuestras palabras, etiquetándolas  con un calificativo que no les corresponde, ya que hay muy poco de falsedad en ellas.

Pero en nuestro caso, como miembros de la Renovación Carismática, la comunidad nos ha permitido reedescubrir la importancia de ser y sentir como creyentes;  como miembros de un movimiento plenamente integrado dentro de la iglesia católica. Este ser y sentir como propio, la universalidad de la iglesia, nos anima hoy ha hacer nuestra la voz de nuestro Papa, de nuestros obispos y sacerdotes,  porque esta es una iglesia que vislumbra con esperanza el futuro, un mañana en el que los jóvenes han de encontrar su propio lugar dentro de ella, porque los jóvenes de hoy serán los practicantes de mañana; de nosotros depende su vinculación y su compromiso,  con la causa del Evangelio, haciendo suyo el don del servicio, como carisma concedido a todos y cada uno de los que participamos de la gracia de la comunidad.

La comunidad no es solo el lugar en el que uno ha nacido espiritualmente, es la madre que te protege, te mima, te abraza, te ama por encima de tus límites y debilidades. Es aquella que a modo de mujer, figurativamente hablando, te educa y guía, transmitiéndote los valores y los contenidos de nuestra fe por la gracia del Espíritu Santo; es la madre que te ayuda a seguir el camino correcto porque muchos de los que acuden a ella buscando cobijo, viven sometidos bajo la influencia de corrientes pasajeras, o modos de vida en cierto modo ambiguos, en la que la descristianisación tiene su culmen. Estas personas han perdido el contacto con Dios y quizás lo mas grave, nunca han tenido verdadera experiencia del amor de Dios en sus vidas. Su fe ha quedado reducida a fragmentos de una existencia marcada por el abandono y el desinterés, una fe que continuamente, en el día a día, es puesta a prueba.

Al presente, nuestra conciencia nos exige una total entrega al servicio de la comunidad, por eso proclamamos la Palabra no solo entre los hermanos, también entre aquellos que se sienten vencidos por las dificultades, ¿acaso no poseemos cada uno de nosotros una esperanza imperecedera?, ¿no es Cristo nuestra auténtica esperanza? Este es  nuestro legítimo anhelo,  esta certeza nos autoriza y nos anima, a pesar de los sufrimientos, ha hacer presente en medio de nosotros, “vasijas de barro”, el lenguaje del Evangelio, por eso anunciamos y proclamamos la Palabra de Dios, porque una de nuestras mayores preocupaciones es acompañar espiritualmente a nuestros  hermanos. Por eso manifestamos que nuestro deber es ser puente para el otro; cada uno de nosotros ha de ayudar al otro ha descubrir la novedad del Evangelio, desde nuestro ser como carismáticos; sirviendo uno mismo, si es preciso, de alimento y como Jesús, saciar el hambre interior de quienes viven con deseo de ser alimentados por la Palabra.

Debemos pues, despertar en los corazones de nuestros hermanos el deseo y el anhelo de encontrarse cada día con Dios, porque únicamente de este modo, los desilusionados por el mundo, serán acogidos por la comunidad como el hijo prodigo (Lucas 15).

Porque como decía, al iniciar mi alocución, no debemos olvidar que en la actualidad, la iglesia tiene necesidad de laicos que vivan comprometidamente al servicio del Evangelio. De este modo, nos lo recuerda habitualmente el Santo Padre en sus diferentes discursos y homilías.


                                        Genoveva.
                              Comunidad de Buena Nueva.