COMUNIDAD DE BUENA NUEVA.RCCE

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jueves, 6 de octubre de 2011

"Debemos pues, despertar en los corazones de nuestros hermanos el deseo y el anhelo de encontrarse cada día con Dios, porque únicamente de este modo, los desilusionados por el mundo, serán acogidos por la comunidad como el hijo prodigo" (Lucas 15).


En la actualidad, la iglesia tiene necesidad de laicos que vivan comprometidamente al servicio del Evangelio. De este modo, nos lo recuerda habitualmente el Santo Padre, en sus diferentes discursos y homilías.

Católicos cuya mayor exigencia sea vivir con responsabilidad una vida plena, sin caer en la provocación de los beligerantes, de los que no aceptan nuestro modo de pensar, o mejor dicho, de expresar nuestras creencias, con la misma libertad de conciencia con que ellos expresan su agnosticismo. Católicos conscientes no sólo de su llamado y de su vocación como cristianos; gente como tú o como yo, comprometida con la historia presente, arquitectos de una sociedad que tenga como referente la solidaridad, el respeto por las ideas de los otros, las creencias de los otros, en la que la integración acalle la voz segregadora de los intolerantes, sea cual fuere su signo.

Creyentes formados en los diferentes ámbitos, en los que a diario crecemos como personas, con capacidad de elección y también de decisión; personas con la facultad de discernir y hacer frente a los acontecimientos actuales, que den razón de su esperanza a los que han perdido la suya, porque hoy no debemos ignorar que serán los acontecimientos del presente, nuestros actos y nuestras decisiones, los argumentos que utilice la historia a la hora de juzgarnos, así en el futuro, a algunos de nosotros, se nos eximirá de toda responsabilidad si en nuestra defensa, argüimos que hemos defendido aquello en lo que creíamos y que amamos profundamente, o sea, a Cristo.

 Católicos que expresen en voz alta y sin miedo sus creencias, que sean capaces de ponerlas al servicio de una sociedad integradora. Que no se dejen manipular con facilidad, a quienes no se les imponga un modelo de sociedad profana o secularizada, al servicio de las ideas y la razón, en la que Dios no tenga cabida. Católicos  conocedores  de sus raíces cristianas y de la universalidad  de una historia común, compartida: hombres y mujeres como nosotros, capaces de vivir con autenticidad la vocación al servicio y al llamado de nuestra madre la iglesia, eso si, sin obviar nuestra condición de cristianos renovados por la gracia del Espíritu, por quien experimentamos la poderosa acción de los carismas en nuestra vida.

Sin duda esta es nuestra verdadera vocación, experimentar las gracias y las bondades del Espíritu Santo. Viviendo con autenticidad y con responsabilidad porque a diferencia del resto del mundo, que en su opción de vida ha excluido a Dios, nosotros hemos optado por vivir un modelo de vida en la que Dios es el centro de toda nuestra historia, de este modo, nosotros también compartimos los problemas cotidianos, sufrimos y padecemos los avatares del destino  aunque de otra manera, nuestra formula, compartir nuestras cargas con un amigo que nunca falla, Dios. Porque nosotros no solo creemos, también damos  testimonio  de solidaridad y de caridad con el que sufre, porque mi semejante, sea cual sea su ideología, condición o creencia, es mi hermano en Cristo.

 La caridad, “como manifestación de un lenguaje divino” que se perpetua en el tiempo. La caridad ella nos impulsa: hoy proclamamos con voz firme, “proféticamente”, la voluntad de Dios no solo en medio de una sociedad insolidaría, incapaz de aceptar los valores que protegemos, también y de manera más cercana, entre los nuestros, de tal modo que no sólo sean nuestros gestos, también nuestras palabras inspiradas por esa Verdad divina, quienes manifiesten la voluntad de nuestro Dios en nuestros grupos. Porque nosotros proclamamos una única verdad, Cristo vivo y resucitado.

Por ello es imprescindible, que a la hora de expresarnos hagamos evidente, con nuestro propio testimonio, nuestro urgente llamado a la reevangelización, ya que en nuestro corazón, la voz de Dios se eleva con autoridad y firmeza: “ID y anunciar la buena nueva”. Por ello, nuestro anuncio ha de hacerse con un espíritu renovado, manifestando nuestra solidaridad no sólo con los que sufren y viven cada día confinados en el miedo y la incertidumbre, sin saber qué les deparará el mañana, asimismo, con aquellos que entre nosotros han acogido, sin oposición, posturas que relativizan y minimizan la veracidad de nuestras palabras, etiquetándolas  con un calificativo que no les corresponde, ya que hay muy poco de falsedad en ellas.

Pero en nuestro caso, como miembros de la Renovación Carismática, la comunidad nos ha permitido reedescubrir la importancia de ser y sentir como creyentes;  como miembros de un movimiento plenamente integrado dentro de la iglesia católica. Este ser y sentir como propio, la universalidad de la iglesia, nos anima hoy ha hacer nuestra la voz de nuestro Papa, de nuestros obispos y sacerdotes,  porque esta es una iglesia que vislumbra con esperanza el futuro, un mañana en el que los jóvenes han de encontrar su propio lugar dentro de ella, porque los jóvenes de hoy serán los practicantes de mañana; de nosotros depende su vinculación y su compromiso,  con la causa del Evangelio, haciendo suyo el don del servicio, como carisma concedido a todos y cada uno de los que participamos de la gracia de la comunidad.

La comunidad no es solo el lugar en el que uno ha nacido espiritualmente, es la madre que te protege, te mima, te abraza, te ama por encima de tus límites y debilidades. Es aquella que a modo de mujer, figurativamente hablando, te educa y guía, transmitiéndote los valores y los contenidos de nuestra fe por la gracia del Espíritu Santo; es la madre que te ayuda a seguir el camino correcto porque muchos de los que acuden a ella buscando cobijo, viven sometidos bajo la influencia de corrientes pasajeras, o modos de vida en cierto modo ambiguos, en la que la descristianisación tiene su culmen. Estas personas han perdido el contacto con Dios y quizás lo mas grave, nunca han tenido verdadera experiencia del amor de Dios en sus vidas. Su fe ha quedado reducida a fragmentos de una existencia marcada por el abandono y el desinterés, una fe que continuamente, en el día a día, es puesta a prueba.

Al presente, nuestra conciencia nos exige una total entrega al servicio de la comunidad, por eso proclamamos la Palabra no solo entre los hermanos, también entre aquellos que se sienten vencidos por las dificultades, ¿acaso no poseemos cada uno de nosotros una esperanza imperecedera?, ¿no es Cristo nuestra auténtica esperanza? Este es  nuestro legítimo anhelo,  esta certeza nos autoriza y nos anima, a pesar de los sufrimientos, ha hacer presente en medio de nosotros, “vasijas de barro”, el lenguaje del Evangelio, por eso anunciamos y proclamamos la Palabra de Dios, porque una de nuestras mayores preocupaciones es acompañar espiritualmente a nuestros  hermanos. Por eso manifestamos que nuestro deber es ser puente para el otro; cada uno de nosotros ha de ayudar al otro ha descubrir la novedad del Evangelio, desde nuestro ser como carismáticos; sirviendo uno mismo, si es preciso, de alimento y como Jesús, saciar el hambre interior de quienes viven con deseo de ser alimentados por la Palabra.

Debemos pues, despertar en los corazones de nuestros hermanos el deseo y el anhelo de encontrarse cada día con Dios, porque únicamente de este modo, los desilusionados por el mundo, serán acogidos por la comunidad como el hijo prodigo (Lucas 15).

Porque como decía, al iniciar mi alocución, no debemos olvidar que en la actualidad, la iglesia tiene necesidad de laicos que vivan comprometidamente al servicio del Evangelio. De este modo, nos lo recuerda habitualmente el Santo Padre en sus diferentes discursos y homilías.


                                        Genoveva.
                              Comunidad de Buena Nueva.

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