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lunes, 12 de diciembre de 2011

"EL CANTO EN LENGUAS"


El Canto en Lenguas

"Es un Don de oración que nos capacita para orar a un nivel más profundo"

        El P. Sullivan, jesuita de la Universidad Gregoriana de Roma, después de un minucioso estudio de este don, concluye: " La oración en lenguas de la comunidad de Corinto, igual que la de hoy, es un hablar y cantar de modo ininteligible, que no se produce por un éxtasis religioso. Aquellos que la practican la consideran bienhechora en cuanto forma de orar. Estamos, pues, fundamentados cuando afirmamos que este fenómeno religioso, del que constatamos hoy día una reminiscencia, es el mismo del que nos habla Pablo en 1ª Cor. 12, 14. En virtud de esta conclusión, nos hallamos ahora mejor capacitados para comprender por qué Pablo da gracias a Dios por este don y por qué expresa su deseo de que todos pudieran recibirlo. Hoy, en efecto, millares de cristianos pueden dar testimonio de los frutos que esta extraña manera de orar y cantar produce en sus vidas. Para un gran número de personas ha sido la llave que ha abierto la puerta de una nueva experiencia de Dios".

       "El que habla en lenguas no habla a los hombres sino a Dios" (1ª Cor. 1 4,2). Cantar en lenguas es un vehículo para hablar a Dios, un medio para que el Espíritu ore en nosotros. El canto en lenguas expresa sentimientos y pensamientos, pero en un sentido global como las lágrimas o la risa. El Espíritu Santo se une a nuestro espíritu, no lo sustituye. Se sirve de todos los recursos de nuestra naturaleza. No es que, de repente, seamos dotados de una capacidad milagrosa. El don consiste en dejarse interior y exteriormente con sencillez, para que pueda brotar este lenguaje de niño. El canto en lenguas se convierte así en el lenguaje de la alabanza, de una alabanza integral, de todo el ser, en la presencia de Dios.

       El dominico Vicente Rubio lo describe formidablemente al darnos su testimonio: " Hace ya mucho tiempo, cierta tarde participaba yo, más como observador y crítico que como orante, en una asamblea de oración, impropiamente llamada "carismática". Había más de trescientas personas. De pronto me di cuenta de una cosa. Nadie de los que cerca de mí estaban orando se expresaba en nuestro idioma castellano. Ni siquiera oraba en voz alta, según la costumbre, alabando intensamente a Dios... ¡CANTABAN ! ¡CANTABAN SIN SER CANTORES! Y cantaban con una melodía que en nada se parecía a los cánticos antiguos o modernos. Lo más raro es que cantaban con palabras desconocidas. Fue una música sublime, pura, espiritual. Sólo Dios se dejaba sentir en ella.

          Todo semejó a un orfeón gigantesco que, sin perder su elevación divina, comenzó suave, siguió creciendo, hasta alcanzar un clímax rotundo; al llegar a ese punto, era como una nota o un acorde inmenso, poderoso y fuerte. Cielos y tierra, la Iglesia y la creación entera cantaban al Dios infinitamente santo. O como si Dios se cantara a sí mismo, humildemente, en su inmensa gloria y nos dejara escuchar un rato aquí en este mundo la hermosura de su canción eterna. Luego las voces fueron disminuyendo poco a poco hasta que, como sí un invisible director de coro hubiese dado la señal de terminar, la asamblea íntegra cesó de golpe en aquel maravilloso canto.

        Me quedé perplejo. Porque los numerosos integrantes de la reunión no eran cantantes profesionales ni aficionados. Tampoco se trataba de ninguna canción conocida. Mucho menos de una entonación más o menos identificable. Era una melodía nueva, espontánea. La armonía misma, juzgada desde el punto de vista musical, resultaba rica, por no decir riquísima. Recordaba de lejos las composiciones sagradas alemanas, más armónicas que melódicas, llenas, intensas. Nada pregunté sobre aquello. Dirigí discretamente mi vista a la asamblea entera. Vi como toda ella se hallaba sumida en un recogimiento profundo. ¡Imposible poner a tanta gente de acuerdo para canturrear tan bien! Además..., en su mayoría, aquellas personas ignoraban la música. Tampoco había cancioneros ni partituras. Nada de estudio previo... ni ensayos. Únicamente allí se percibía a Dios en su imponente grandeza y en esa tremenda cercanía que Él tiene para con nosotros, rebosante de amor.

        Cuando regresé a casa, abrí la Biblia para ilustrarme sobre lo que acababa de percibir. Leí el texto del evangelio de San Mateo 26,30, único sitio donde expresamente se dice que Jesús cantó: "Después de cantar el himno, se fueron (Jesús y los apóstoles) al monte de los olivos". ¿Sería el canto que yo había escuchado aquella tarde, una participación del canto que Jesús entonó en la tierra y sigue entonando en el cielo para alabanza y gloria del Padre por el poder de Espíritu Santo? Podía ser, pero aquel pasaje bíblico de San Mateo no me ilustró demasiado acerca de lo que tanto me inquietaba. Leí Hechos de los Apóstoles 16,25. Allí se relataba que estando Pablo y Silas presos en la cárcel "a medía noche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios”. Quizás lo que Pablo y Silas cantaban a Dios se pudiera parecer a lo que yo había oído en la asamblea aquella tarde, pero el texto sagrado tampoco me aclaraba mayormente lo que anhelaba saber ¿Qué hacer? Tratar de esperar con paciencia, a ver si se presentaba una nueva oportunidad.

         Pronto se presentó el día esperado. Esta vez se hallaban a mi lado personas conocidas. Su voz y su gusto para cantar no rebasaban los límites de lo común y ordinario. De repente, cuando estábamos en oración intensa, sin nadie dar un aviso o una orden, comenzó el canto con palabras desconocidas. Todo el mundo participaba en él. A mi entender, resultó mucho más fino que en la otra ocasión. Un juego de melodías y armonías tan extraordinarias se cruzaban por aquí y por allá arrebatando el corazón y envolviéndolo en una atmósfera densa de presencia de Dios, de calma del cielo y serena alegría de la tierra.

         Aquello era verdaderamente una sinfonía de voces que sólo podría estar inspirada y conducida por el mismo Espíritu Santo. Al acabar el canto, indagué. La persona que a mi izquierda se hallaba me dijo: "Sí, esto ha sido un canto en lenguas". Di gracias a Dios, porque de nuevo yo había sido testigo del paso del Señor por aquel lugar. Por suerte, un amigo acababa de llegar al sitio de la asamblea en busca mía, porque necesitaba comunicarme una noticia. Cuando salí a la puerta del local, el caballero se adelantó y me preguntó qué coro era aquél, y cómo cantaba tan bien, quién los ensayaba, etc., etc. El se había quedado impresionado igualmente por el orfeón improvisado e inesperado.

          Aprovechando el paso por esta ciudad de Santo Domingo de un notable biblista, graduado en la célebre Escuela Bíblica de Jerusalén, hube de consultarle sobre el fenómeno. Entonces me explicó que el canto en lenguas era una modalidad de la glosolalia u oración en lenguas. La única diferencia con orar en lenguas consistía, según él, que en el canto en lenguas el Espíritu Santo no sólo ponía las palabras en boca de los fieles sino también la música.
Cuando alguien sienta que el Espíritu Santo le impulsa a glorificar a Dios Padre por Jesús, el Señor, con un canto en lenguas, si es en una asamblea, hágalo cuando el momento sea oportuno para ello; si está a solas, hágalo siempre con toda la unción que sea posible como si estuviera cara a cara en la Divina Presencia. Porque es un canto de Dios para Dios. A su vez notará que su fe se acrecienta, su caridad se intensifica, su esperanza de poseer a Dios vibra con fuerza, su humildad aumenta. Al mismo tiempo, el gozo, la paz y el poder - sobre todo el poder- para hacer lo que por nosotros mismos nunca seríamos capaces de hacer por nuestro crecimiento propio y por todo lo que signifique ayuda y servicio a nuestros hermanos. Entonces se perdonan las ofensas, se aguantan mejor las burlas, se olvidan las distancias, las durezas se suavizan y prodigamos el bien calladamente y con sencillez.
En mi criterio, el canto en lenguas tiene un inmenso poder. El poder del Divino Espíritu tal como puede ser canalizado a través de una criatura humana. He ahí un canto nuevo para Dios. ¡El único nuevo!”    (Vicente Rubio O. P. Relatado en la revista Alabanza)

         El canto en lenguas no es una sucesión de notas ensayadas o una melodía compuesta. Es una irrupción espontánea que, dejando a la persona libertad para cantar o callarse, impulsa directamente a alabar al Señor. Cada persona canta con su voz, bonita o no, con su propio timbre y su estilo particular. Sin embargo, el conjunto muestra una impresionante acción del Espíritu, que va constituyendo una unidad en la variedad de voces y melodías. El efecto es una música más allá de lo medible o expresable y una paz interior suave y fuerte a la vez. Solamente si se ha experimentado se puede comprender esta realidad.

        El canto en lenguas es expresión de amor y de adoración. Nace del profundo deseo de alabar al Padre y manifestarle con especial amor el deseo de Él. Es el Espíritu quien nos impulsa a una alabanza más Plena, de manera que hasta el último rincón de nuestro ser se pone en actividad.

Generalmente, el canto en lenguas se hace presente en determinados momentos más propicios, de mayor profundidad de oración. Es frecuente que el canto en lenguas surja al celebrar la Eucaristía, particularmente en la Consagración y después de la Comunión. En ambos casos es expresión de adoración, de encuentro pleno con Jesús. Cuando termina el canto en lenguas sentimos la necesidad de un silencio más o menos largo. En él adoramos al Señor, su Santa presencia viva y vivificadora, y nos abrimos a sus mensajes.

          El Ministerio de Música deberá estar atento a la inspiración del Espíritu para llevar a toda la asamblea a este encuentro completo con el Señor. Si comienza de una forma suave la alabanza en lenguas, el ministerio de música puede empezar a sostener el canto con un acorde y -quizá- después con una serie de acordes que inviten a todos a continuar, intensificar y armonizar la alabanza. Ordinariamente, el canto en lenguas no tiene ritmo (es melodía sin compás); pero, en ocasiones, surge un canto en lenguas rítmico, como si el Señor nos diese a todos una medida, la misma: la medida de la unidad en el Amor.

         Diego Jaramillo, en relación con esto, dice: "Los instrumentos evocan, ayudan y expresan en un canto en lenguas. Por ello, mientras alguien toca su instrumento, también esta orando,- la música es su oración. Las cuerdas vocales y las cuerdas de su guitarra pueden vibrar al unísono para el Señor. Esto se hunde en la más genuina tradición cristiana."

          Cantar en lenguas es un acto de fe; es clamar al Padre poderosamente, desde el Espíritu Santo, para proclamar y establecer -en cada situación- el Señorío de Jesucristo.

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