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jueves, 9 de agosto de 2012

"BIENAVENTURAI)OS LOS MANSOS PORQUE ELLOS HEREDARAN LA TIERRA "... (Mt.5.5)

"BIENAVENTURAI)OS LOS MANSOS PORQUE ELLOS HEREDARAN LA TIERRA "... (Mt.5.5)

ALEJANDRO BALBÁS SINOBAS

I. BIENAVENTURADOS LOS MANSOS. Es muy semejante a la primera bendición: Bienaventurados los pobres, por derivarse de la misma palabra anawim en hebreo. Sin embargo, en griego y bíblicamente, saltando la connotación social que entrañaría la palabra pobre, resalta la disposición espiritual, el valor moral, la mansedumbre.

Los mansos en el Salmo 37

Los exégetas parecen encontrar una referencia clara de esta Bienaventuranza con el Salmo 37. A lo largo de su lectura serían mansos los que no se acaloran y viven en calma ante Yahveh, los que abandonan el enojo ante los malvados. Por otra parte, son llamados y tenidos por justos y son pacientes, no ambiciosos, rectos en sus intenciones. Los justos -mansos- hablan con sabiduría porque la ley de su Dios está en su corazón y no vacilarán. Estos serán los mansos que poseerán la tierra y gozarán de inmensa paz y habitarán en ella para siempre.

Jesús manso en San Mateo

San Mateo aplica a Jesús la mansedumbre en su entrada mesiánica en Jerusalén en cumplimiento de la profecía de Zacarías: justo y vencedor, manso y montado en un asno (Cf.Za 9,9; Mt 21,4-5). Cristo es rey lleno de mansedumbre, muy distinto a los reyes de la tierra llenos de poder y violencia.

Así mismo, Mateo en 11, 28- 30 presenta a Cristo ofreciéndose como descanso, alivio y fortaleza precisamente porque es "manso y humilde de corazón". Es buena contraposición a los rabinos que imponían las cargas pesadas de las obligaciones con gran severidad. "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí que, soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera".

Nos encontramos ante un Cristo acogedor, manso, humilde de verdad, suave, dulce, en quien se puede confiar. Es el verdadero maestro que no solamente enseña sino que abre su intimidad a todo el que quiera ser su discípulo.

"Aprende de mí".

Cristo necesita discípulos, abriéndoles primero su corazón para que se identifiquen íntimamente con él. "Lo que más me ha impresionado es que Cristo necesita de mí", oía en un testimonio. El corazón especifica y refleja al verdadero discípulo que ha de latir y mostrarse como su maestro. La mansedumbre en sus facetas de humildad, de sencillez, de suavidad, de paciencia adentra al discípulo en el verdadero espíritu evangélico de Jesucristo, haciéndole además dichoso, feliz. ¿Quién, pues, no está llamado o no quiere ser feliz? A sus discípulos mansos y humildes, Jesús les justificará, les comunicará su sabiduría, les hará partícipes de sus poderes, les dará las palabras que en su nombre deberán hablar.

Ahora bien, ser mansos y humildes de corazón no quiere decir ser cobardes, pusilánimes, sin carácter, resignados con actitud fatalista y de paganos, sin entender el sentido cristiano de la vida y de la cruz de Cristo en circunstancias difíciles.

Jesús, el manso y humilde de corazón, se mostró fuerte contra la hipocresía de los escribas y fariseos: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas..." (Cf. Mt 23). Igualmente contra la profanación del templo: "Entró Jesús en el Templo y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el Templo... "(Mt 21, 12...), ante el Sanedrín: "Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?" (Jn 18,23), e incluso para perdonar a sus enemigos: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34).

En otras ocasiones mansedumbre y fortaleza no se contraponen sino que se necesitan. Precisamente para ser verdadero manso a veces se necesita la fortaleza de saber soportar injusticias, calumnias, menosprecios, marginación, risas socarronas. Para todo esto se necesita ser mansamente fuertes, estar muy unidos á Cristo que supo vivir así y pudo decir: "el Reino de Dios sufre violencia" (Mt 11,12). En este caso hemos de recordar al discípulo San Pablo: "cuando estoy débil, entonces es cuando estoy fuerte" (2 Cor 12, 10). Es que habitaba en él la fuerza de Cristo.

La mansedumbre como fruto del Espíritu.

"En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" (Cal 5,22). Se deduce con toda claridad que la mansedumbre se desprende de la acción del Espíritu Santo. Qué bueno será preguntarse por el Espíritu Santo, cuando falta la mansedumbre. Qué importante es ser bien "bautizado" en el Espíritu Santo y su renovación permanente, ya que nada es mágico ni siempre instantáneo.

San Pablo nos habla del fruto, no de los frutos. Lo cual está indicando el cortejo de virtudes unidas en relación y complementariedad que alumbran el nuevo hombre en Cristo por la efusión del Espíritu Santo con nuestro sí decidido y generoso.

2. HEREDARÁN LA TIERRA. Jesús promete a los mansos la dicha completa porque poseerán la tierra. El salmo 37, comentado anteriormente, ya decía: "Los mansos poseerán la tierra" (v.11). Aquí se refiere a la Tierra Prometida, como se le prometió a Abrahán, y el pueblo de Israel caminó tras ella por el desierto a la tierra de Canaán. Tampoco se trata de la conquista de la tierra moral de la mansedumbre, de la dulzura, de la humildad, que sin duda alguna traen felicidad y aun éxitos.

El Reino de los Cielos.

Al igual que en el resto de las Bienaventuranzas se trata del Reino de los Cielos. Los mansos gozan ya del Reino de Dios, que hace presente Jesús, y en vigilante espera del Reino definitivo de los Cielos con la vida eterna: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino, preparado para vosotros desde la creación del mundo" (Mt 25, 34). Es un Reino en herencia.

La tierra de los hijos de Dios.

Heredar es propio de los hijos. Llegar a tomar posesión de la herencia divina corresponde a la condición de hijos de Dios. "En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados" (Rom 8, 14-17). Hay una relación muy estrecha entre filiación y herencia. Las promesas de Dios recaen como herencia enriquecedora sobre sus hijos.

Los hijos por su parte son quienes ponen toda su confianza en Dios Padre y son precisamente los mansos los que se abandonan plenamente en Dios. Esta Bienaventuranza confirma el Salmo 73 donde la insistencia en la confianza es manifiesta. "Ten confianza en Yahveh y obra el bien" (v.3). "Pon tu suerte en Yahveh, confía en él, que él obrará" (v.5). "Espera en Yahveh y guarda su camino" (v.34).

Vivir el cristiano esta confianza le da paz interior y le mantiene sereno en el saber esperar porque Dios ayuda, libera y salva a los que a él se acogen. Es el "yo os aliviaré" del manso y fuerte Jesús o el "todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Filp 4,13).

Peregrinos del Reino de los Cielos.

Nos encontramos también con el sentido escatológico de esta Bienaventuranza. Es lo que dice San Pablo: "Pero nosotros somos ciudadanos del Cielo..." (Filp 3,20). Y el autor de la carta a los Hebreos nos afirma que "no tenemos aquí abajo ciudad permanente sino que buscamos la futura" (Heb 13,14) . Somos caminantes-peregrinos en esta vida. Mas, la esperanza cristiana ha de ser activa, de lucha y de adquisiciones. "Queridos, os exhorto como peregrinos y forasteros que os abstengáis de las apetencias carnales que combaten contra el alma" (1 Pe 2, 11 ) . La mansedumbre y demás virtudes afines son una vida nueva en germen o en desarrollo que va exigiendo cada vez más perfección hasta alcanzar la plenitud de la fe en Cristo.

La vida del peregrino consiste en saberse mantener en pie. Sin embargo, puede ser fuerte la tentación de descansar demasiado e incluso de instalarse. El Espíritu Santo de Dios despierta, desinstala, al mantenernos en constante caminar y zarandearnos con una transformación interior y darnos fuerza para un compromiso exterior. El Espíritu Santo siempre está empujando cual viento impetuoso o llameando como fuego ardiente. Lo que necesitamos es que seamos dóciles a las inspiraciones del Espíritu. Que seamos fuertes para ser mansos.



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