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jueves, 21 de agosto de 2014

“Elección de coordinadora diocesana"



                     

           
     “Yo soy el buen pastor y conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mi" (Cf. Juan 10, ver 14).
     Hace algo más de un año, justo la fecha del cuatro de mayo del dos mil trece, fui discernida y elegida por mis hermanos, como miembro  de la coordinadora diocesana de la Renovación Carismática Católica en la isla de Tenerife. Aún puedo oír -y parece que fue ayer-, los latidos de mi corazón, un corazón de niña en el cuerpo de una mujer adulta. Incluso ahora al recordar ese momento, siento nuevamente sus latidos golpeándome el pecho con intensidad. Aquella bendita mañana del sábado, mi vida cambio, justo en el preciso momento en el que dando lectura a la votación oí pronunciar mi nombre pero no una vez, sino dos, pues necesite de unos segundos, para asimilar lo que estaba aconteciendo en mi vida justo en ese momento.
     Hoy, puedo comprender que todo lo sucedido durante este tiempo ha sido voluntad de Dios y si no lo creyera así, le estaría robando la gloria a Él que es quien la merece.
     A principio de febrero del 2013, siendo yo dirigente de la comunidad de Buena Nueva, comencé a experimentar en mi corazón una profunda  desilusión, había tocado fondo tras la asamblea regional del 2012 con la predicación del padre Jaime Kelly. Mi ánimo en el servicio mermó, había perdido mi fe en algunos hermanos aunque mi profundo amor por la Renovación Carismática permanecía intacto. Como decía, comencé a experimentar en mi corazón un profundo desaliento y caí en la tentación de creer que no valía la pena permanecer, tantos años de entrega y servicio para qué, no podía entender cómo esta Renovación a la que amo profundamente, había llegado a conformarse con la pobreza presente, una pobreza que no hacia justicia a la gloria de Dios, presente en nuestros cenáculos de oración y si, al desacierto de los hombres.
    Durante años,  más de veinticinco, como profeta, he gritado en el desierto de los hombres que el reino de Dios estaba cerca. En ese tiempo, remando en contra de la corriente vigente, tuve que soportar en silencio tantas pruebas, tanto dolor, tantos...pero, todo lo di por bueno pues cuanto más resistía los golpes de la providencia, cuanto más remaba en contra de la corriente, cuánto más sufría, el Señor se hacía más fuerte en mí, de este modo, soportaba  cada una de las pruebas con resignación y entrega a Dios. Así fue, hasta que un buen día me cansé y me quede en la orilla del presente, en la orilla de los que se conforman, de los que todo le da igual y ya, no grité más por los caminos para que mis hermanos volvieran el corazón hacia Dios. Durante ese tiempo, al permanecer en silencio, a pesar de mi desanimo, de mi dolor, pues sufría intensamente, la luz de Cristo fue iluminando lentamente mi corazón, hasta rescatarlo de la oscuridad que lo envolvía.
     En el mes de marzo se convocaron elecciones, nuestro grupo sería uno de los últimos que elegiría mediante votación el nuevo equipo de dirigentes. Yo, sin decir nada a nadie, ya tenía decidido qué hacer, mi tiempo según los estatutos estaba cumplido, sentía muy dentro de mí que ya lo había dado todo, si me eligieran nuevamente yo no aceptaría, sentía en lo más profundo de mi ser que este debía ser un tiempo nuevo para la comunidad. Esta responsabilidad debía tocarle a otro, yo, ya había cumplido con creces, -"ya había sufrido bastante"-. Pero el Señor, hermanos, es mucho más sabio, ya tenía otros planes para mí como así me haría entender luego.
     Llegó el día, a pesar de que previamente se aclaró de que debía elegirse un nuevo equipo, los hermanos volvieron a discernirme como dirigente, a lo que me negué y animé a otro hermano para que él aceptará este servicio con docilidad, sin ponerle pegas al Espíritu pero, se negó. Ante este hecho, animada por los hermanos diocesanos presentes y puesto que ningún otro aceptaba este servicio,  asumí esta responsabilidad aunque creyendo que Dios se estaba equivocando, que yo no era la mejor opción. Estaba cansada.
     Pasaron los días, a pesar de la desilusión, mi oración personal siempre fue intensa, fogosa, como si el Espíritu Santo estuviera preparando mi corazón para los días que acontecerían. Una noche, cuando oraba en silencio, el Señor me concedió una visión, y sentí como mandato cumplir la voluntad de Dios: Dios me había revelado la imagen de un báculo, con sus imperfecciones aunque robusto. Una voz en mi interior me decía, tienes que llevarlo para la elección de la nueva diocesana y entregarlo -"como mensaje de mi voluntad"- al nuevo coordinador diocesano.
     Me sentí turbada y continúe orando. Creí que aquello había sido fruto de mi imaginación.
      Al pasar de los días, con la oración, esa voz en mi interior se volvió más fuerte y constante, mucho más intensa y presente. A pesar de todo, yo me resistía a obedecer, me negaba a escuchar, me podía la vergüenza, el qué dirán, como iba a hacer eso que Dios me mandaba. Así fue como le dije ¡no! al Señor por primera vez en mi vida. Dónde iba yo a encontrar un báculo con esas características, como el que veía en mi mente cada día al orar, quizás en el monte, no, no, yo no iría a buscarlo.
     Pasaron las semanas y una hermana de otra comunidad cercana me llamo al trabajo, una mañana de sábado, para que mi marido y yo fuésemos a su casa y le hiciéramos un favor a su hermano, cosa de trabajo, lo que hicimos sin pensarlo mucho pues grande es el afecto que nos tenemos. Cual sería mi sorpresa, tras el almuerzo, descansando en el patio trasero de la casa, descubro con la mirada una gran rama apoyada en la pared preparada para el fuego. El corazón me dio un vuelco, allí, entre el verde de las ramas, deforme, estaba el báculo que Dios me había mostrado en mi oración, no tenía que buscarlo pues Dios había provisto. Lo tenía frente a mí. Lo cogí, lo metí en mi coche aunque con dificultad y lo lleve a casa eso sí, mi marido un santo, no se quejó sino que colaboró conmigo no sin sentir algo de curiosidad, pues ignoraba el propósito de mi empresa.
     La semana previa a las elecciones de diocesana, comienzo a experimentar en mi interior una profunda desazón, el desaliento volvía a hacer mella en mí. Justo el lunes, tomó la decisión de no ir a la convocatoria y así se lo hago saber a mi esposo, yo no iba a participar de estas elecciones, muy dentro de mi sentía que para que si todo era siempre igual, más de lo mismo. Mi esposo fue el primero en regañarme y en recordarme todas y cada una de mis obligaciones con la comunidad y con el resto de mis hermanos. Yo calle y guarde silencio. Esa misma tarde en nuestra reunión de servicio comunitario, se lo comunicó también a mis hermanas Rosina y Conchita, cuál fue su sorpresa cuándo les dije que no acudiría a la convocatoria diocesana para las elecciones. La primera en recordarme el valor del servicio fue Rosina y como ella, en estos veinticinco años me ha enseñado, el carisma de la obediencia y la escucha en el Señor, debían de ser los primeros en poner al servicio para bien de la comunidad. Nuevamente asentí y dije que iría.
     Acepte nuevamente las palabras de las hermanas, me dije: iré Señor y cumpliré tu voluntad. Bueno -pensé para mí- qué podía perder, siempre era lo mismo.
     Al llegar el sábado, tome el báculo, lo subí al coche como si se tratara de otro pasajero más y marchamos en dirección Santa Cruz. Recuerdo que iba nerviosa pero dispuesta a cumplir la voluntad de Dios.
 
     Justo antes de comenzar la elección, al orar en silencio, pedí a Dios Palabra para mí y el Señor me concedió Juan 10, al leer pensé, bueno, el Señor me ha dado esta cita de Juan y creo que es para la nueva diocesana. Allí estaba yo, a un lado, junto al sagrario, cerquita del báculo, donde pocos me podían ver, con la Palabra de Dios en mis labios y en mi corazón, esperando que transcurriera la mañana, en fin, todo terminaría pronto cuando leyeran la lista de elegidos.
     A medio día Socorro comenzó la lectura de la votación, uno a uno fue nombrando a los elegidos en voz alta,  la penúltima de la lista que nombró era yo, en ese preciso momento presa de la confusión y la tensión del momento, comprendí con gran emoción que la Palabra dada era para mí, sólo para mí y que debía grabarla a fuego en mi corazón, para que no olvidara en ningún momento de cómo debe ser un buen pastor.
     Cuando la lectura hubo concluido y supe que la nueva coordinadora diocesana era la hermana Carmen Luisa, tome mi báculo y se lo entregué en mano haciéndole saber que Dios había puesto esta misión en mi corazón para que entendiera que el báculo de todo buen pastor debe servir para guiar, pastorear y crecer en la humildad que este servicio requiere. Así me lo había dado a conocer Dios.
     Y Carmen lo tomó un tanto confusa, me sonrió pero al instante me lo devolvió como si le quemara y yo se lo pasé a don Pedro, nuestro asesor espiritual. Nuevamente fui profeta pero esta vez de un tiempo nuevo.
     Doy gracias a Dios porque nunca nos abandona, porque pone en nuestro camino gente buena cuando nos alejamos de su senda, porque en nuestra debilidad Él se hace fuerte.
     Y desde ese día sirvo al Señor como miembro diocesano de la Renovación Carismática en Tenerife. A veces el servicio es duro, en ocasiones me canso, me desilusiono, otras tantas lloro en silencio, pero en todas y cada una de estas ocasiones doy gracias a Dios porque Él es quién debe hacer la obra, yo sólo soy su instrumento. Sierva inútil para lo que Él disponga hacer. 

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