COMUNIDAD DE BUENA NUEVA.RCCE

COMUNIDAD DE BUENA NUEVA.RCCE

Generador LED para MySpace - Joombly

Vistas de página en total

viernes, 15 de junio de 2012

"BIENAVENTURADOS LOS PACÍFICOS” (MT.5,9)


"BIENAVENTURADOS LOS PACÍFICOS” (MT.5,9)

                                                                                           CEFERINO SANTOS, S.J.

1 de enero de 1996. Setenta Mil jóvenes de veintiocho países, presididos por el hermano Roger Schutz, de la Hermandad cristiana de Taizé, piden a Dios la paz para el mundo y para los pueblos, en Vroclav, Polonia. ¡70.000 pacíficos, 70.000 hijos de Dios! Pero, ¿después de casi 2.000 años de cristianismo aún hay que pedir la paz? ¿Aún está el mundo lleno de violentos, de asesinos, de gentes rabiosas de odio, sedientas de venganza y de sangre?
           1 de enero de 1.996: Jornada mundial de la paz. Juan Pablo II clama desde el Vaticano: "¡Demos a los niños un futuro de paz!... Es un derecho suyo y un deber nuestro". Pero ¿le importan los derechos de los niños a la paz o sus deberes al francotirador que les mata o al terrorista que les despedaza junto con los adultos, porque no tienen otro Dios ni otra ley que su irracionalidad y sus odios, sus etnias exacerbadas y sus egoísmos viscerales? .
           El espectáculo de la raza humana resulta a veces depresivo y degradante. Hay hombres que no tienen paz dentro de sí mismos, ni con Dios, ni con la familia, ni con la sociedad, ni con el cielo ni con la tierra y no se la dejan tener a los demás. ¿Hay algún remedio en alguna parte para tanto mal?
           Tiene que haberlo. Cristo supone que con su ayuda pueden darse "bienaventurados que tienen paz y la propagan porque son hijos de Dios" (MT 5,9). Hay que educar para la paz y desmontar las ideas de los audiovisuales, donde el hombre que mata a más es más héroe en vez de más villano, más irracional y más bestia, porque carece de recursos justos para solucionar los odios de los hombres.
            Hay que desmontar los criterios de que las naciones más importantes son las que pueden hacer inhabitable nuestro planeta en unos días de holocausto atómico, destruyendo amigos y enemigos a la vez, y no, por el contrario, las que pueden imponer con su prestigio un arbitraje justo y ponderado entre los adversarios. Pero antes de disminuir la violencia en los demás tendríamos que empezar poniendo la paz de Dios en nuestros corazones.
            La paz falsa y la verdadera paz
            El seguidor de Cristo necesita poner paz en su interior antes de pacificar a los demás. Cristo que dijo; "La paz os dejo, mi paz os doy" (Jn 14,27), nos avisó que antes de "traer la paz tenía que traer la espada" (Mt 10,34). Antes de hacernos pacificadores de los otros, Cristo quiere sacarnos de la paz falsa que el hombre ha hecho con su propio pecado y su violencia. La espada de Cristo tiene que podar nuestros pecados y nuestros egoísmos, nuestros odios y nuestras faltas de perdón, nuestro espíritu de discordia y de venganza, nuestro apetito de prevalecer y dominar sobre los demás. Sólo cuando haya muerto nuestro 'yo' orgulloso, luchador y violento puede nacer en nosotros la paz de Cristo, tan distinta de la que el mundo da (Jn 14,27). Los que Dios ha pacificado saben convivir en paz con los demás. Entonces "el lobo habitará con el cordero, la pantera se tumbará junto al cabrito, el novillo y el león pacerán juntos" (11,6), porque antes Dios ha convertido al lobo, a la pantera, al oso y al león.
        (Tal vez, tengamos que convertirnos muchos y en más cosas de las que pensamos antes de que la paz mesiánica llegue). La conversión a la paz es mucho más que una reconciliación superficial, una tregua de conveniencias, un pacto consensuado o una presión social. Sin conversión a la paz como fruto de la justicia y del amor, solo "se cura superficialmente la herida del pueblo, diciendo ¡Paz, paz!, cuando no hay paz" verdadera (Jer 6,14). Y es una lástima vivir en el engaño y engañándonos a nosotros y a los demás. Existe también una falsa paz en el orden político y social, cuando se da una tranquilidad forzada dentro de un orden injusto y que, por lo tanto, no es verdadero orden. En estos casos también se ha de utilizar la espada de Dios para que brote la paz verdadera y justa. Tampoco vale una paz pública que brote del terror. La paz evangélica brota de la justicia y del amor. Y la renuncia a la violencia es un misterioso don evangélico de los perseguidos por la justicia y de los que quieren construir la paz con la lucha incansable y no violenta por la justicia.
         A la paz por el perdón, por la justicia, por el amor y la intercesión.
        En 1972, Pablo VI en su mensaje para la Jornada mundial de la paz avisaba: "Si quieres la paz, trabaja por la justicia". "La paz es obra de la justicia" (Is 32,17) y soñar con una paz fundada en la injusticia es soñar en quimeras. Es difícil vivir una justa defensa de los derechos humanos sin violencia; pero el camino de los no-violentos crece. El no-violento no es un ser pasivo; es el sujeto que imita a Cristo luchando y trabajando por la paz con métodos no violentos. El evangelio rechaza la violencia, pero exige la justicia. Muchos no violentos terminan descalabrados por los violentos, pero su muerte es redentora.
        Cristo es el nombre de la paz evangélica, que hace bienaventurados y pacificadores, "Él es nuestra PAZ, el que de los dos pueblos divididos hizo uno, derribando el muro que los separaba: la enemistad (Ef 2,14).
         Sin amor de Dios en el corazón no se puede ser bienaventurado. Muchos luchan por la justicia sin amor y no son felices. El odio se va espesando en su corazón y rezuman amargura. Aunque uno derrote a los injustos e implante la paz, 'si no tengo amor, nada soy' (1 Cor13, 2). 'Amar a los enemigos' (MT 5,44) ayuda a la paz interior y también a que disminuyan los enemigos, sin que desaparezcan del todo para poder seguir amándolos. Hemos de amar los derechos de nuestros enemigos aunque ellos no respetan los nuestros y hemos de amar su paz y su bienestar.

Unido al amor a los enemigos, va el perdón. Sin perdón al ofensor no habrá paz en nuestro corazón ni en el de los demás. Cristo hace la paz de los hombres con Dios, pidiendo al Padre que los perdone, porque no saben lo que hacen (LC 23,34). Los violentos nunca miden el mal que hacen; miran a la utopía que persiguen y con la violencia se les aleja más y más. Cristo nos trajo su paz, sin derramar más sangre que la suya. Los violentos de hoy derraman toda la sangre posible para sólo aumentar el odio entre los hombres. Y en vez de bienaventurados con Cristo, se hacen malditos de Dios y de los hombres.
           Por la oración de intercesión acudimos también al trono de Jesús, Príncipe de la paz (Is 9,5) para reclamar que ate con poder al primordial "adversario nuestro, el Diablo, que ronda como león rugiente, buscando a quien devorar (1 Pe 5,8), y a la Bestia que surge del abismo para hacer la guerra (Ap 11,7) a los profetas de Dios. y pedimos que los hijos de Satanás y de la violencia se conviertan a Cristo el Pacificador como pacíficos e hijos de Dios. ¡Ojalá florezca en nuestros días la Paz! ¡Ojalá que María, Reina de la Paz, la derrame sobre este mundo que se aproxima al Tercer Milenio, y el universo de los violentos acepte la conversión para adelantar en nuestra tierra y en nuestros corazones el reino de la justicia, del amor y de la Paz! Unimos nuestra intercesión a la de la Iglesia: 'Cordero de Dios, Jesús inmolado, que quitas el pecado del mundo, danos la PAZ'. Haznos instrumentos de tu paz. Y dinos luego: ¡Bienaventurados los que lucháis contra la discordia dentro de la Iglesia! ¡Bienaventurados los que lucháis por la paz entre los hombres! Vosotros sois los verdaderos hijos de Dios. Pero, oh, Dios, Dios nuestro, ¿por qué no se terminan ya los violentos?


No hay comentarios:

Publicar un comentario