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lunes, 23 de julio de 2012

"BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN PORQUE ELLOS VERAN A DIOS"


"BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN PORQUE ELLOS VERAN A DIOS"
PILAR SALCEDO
Para alegría de los que amamos la Palabra de Dios, Raissa Maritain, mujer de clara espiritualidad dominica, anotó con sencillez en su diario: "Cuando la exégesis, cuando la interpretación de la Biblia alcance su madurez total, volverá a la palabra viva y desnuda llena de plenitud por sí misma". Pueden los teólogos y exégetas escribir Tratados enteros sobre las Bienaventuranzas, pero Cristo, al proclamarlas a la multitud sencilla que le rodeaba, fue muy claro en sus palabras. Todos lo entendieron perfectamente. "Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios". Sabemos que el pueblo de Israel entendía por corazón lo más íntimo y profundo del hombre entero. El mismo Jesús explicaría a sus discípulos que es de ese interior y no de fuera de donde brota todo lo que mancha al hombre: "Porque del corazón salen las malas intenciones, crímenes, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Eso es lo que contamina al hombre" (Mt 15,19).
Es muy grande el campo a cubrir por un corazón limpio aunque se tiende a identificarlo sólo con los problemas de la pureza y el amor cuya sede se atribuye al corazón. Pero pertenecen a él también las intenciones poco claras, la falta de rectitud en el obrar, las insidias ocultas, los deseos oscuros, la palabra que mata, los medios que no se ajustan limpiamente a los fines. Sabemos por la propia boca de Cristo lo que dé de sí el corazón del hombre y sin embargo es el mismo Jesús quien asegura que ese corazón puede ser limpio, sencillo y transparente como el de un niño y que sus ojos pueden contemplar embelesados la belleza infinita de Dios.
En este mundo, en nuestras calles, en nuestros grupos hay muchos corazones así. Y Dios se alegra por esto. Es la gracia la que limpia de un modo tan radical que equivale realmente a un renacer, a una vida nueva: "Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, yo los blanquearía..." nos dice a través del profeta. Esa es la obra de la misericordia y del amor de Dios en nosotros.
En el Apocalipsis el discípulo virgen que tanto amó el Señor, nos habla de multitudes enteras vestidas simbólicamente con túnicas de un blanco escandaloso. ¿Quiénes son? "Son los que vienen de la gran tribulación, han lavado sus vestidos y los han blanqueado en la sangre del cordero". Qué enorme el poder de la sangre de Cristo.
Casi todas las tribulaciones nos vienen del corazón, tan hermoso y frágil, tan propenso a herir y a ser herido, tan enamoradizo... por eso decía Dostoyeski que "es en el corazón del hombre donde se dan los grandes combates entre Dios y el maligno". Esos leones rugientes que según San Pablo y San Pedro giran entorno nuestro, saben más que muchos cardiólogos. Ahí están también los asombrosos versos que Charles Péguy dedicó al corazón. Son un coloquio con él, una oración tierna y fuerte de un hombre a vueltas con un imposible amor transfigurado. Es la pureza lo único capaz de ver la mancha. El grado de nobleza de un alma se mide incluso por su capacidad de alimentarse de lo que es un veneno para los demás. Esos corazones limpios existen y diríase que el mal no le roza aunque caigan en él.
La clave de un corazón limpio es un único y gran Amor. Ver a Dios es conocerlo y casi en el sentido bíblico de la palabra, poseerlo. Por eso se podrían también cambiar los términos: "Bienaventurados los que ven a Dios porque tendrán el corazón limpio". ¿No ha dicho el mismo Señor "donde está tu tesoro allí está tu corazón"? El problema del amor no es nunca un problema de exceso, al contrario, es un problema de más amor, de mucho amor, del más grande Amor. "¡Tú eres mi gran Tesoro!", decimos en una hermosa canción carismática. Ese es el secreto de un corazón limpio: Vivir para un único amor y amar todo lo demás desde él; para conseguir ese gran tesoro tenemos que deshacernos de algunas cosas. No se vierte un vino generoso sobre una copa a medias.
Porque desea que nuestro corazón se llene de su Espíritu Santo, Jesús nos llama a esa gran limpieza, a que nos dejemos inundar de su amor que no es otro que el Santo Espíritu. Pide un corazón transparente para que podamos amar al Padre con su propio corazón, para que entremos en el diálogo encendido de la Trinidad, para tener la alegría de amarnos todos como hermanos dando si es preciso nuestra vida que es la gran prueba del amor.
Este gran sentimiento hacia Dios y hacia los demás sólo brota de los corazones abnegados, humildes y sencillos. Necesitamos por eso un corazón desinteresado y limpio. El amor que Dios derrama en nosotros es una participación de su Espíritu, es elevado y luminoso. Pero todo afecto sobrenatural influye en nuestra sensibilidad, ya que no es el alma sola la que ama, sino el hombre entero. Y después de la caída original sabemos todos cuánto nos cuesta mantener el equilibrio.
Realmente la única pureza es la de Cristo y para que nos llegue algo de ella, hemos de seguirle muy de cerca. Él quiere "reavivar" en nosotros la vida que vivió en la tierra. y esa vida está en el Evangelio. Allí la vemos con los ojos siempre buscando al Padre, siempre deseando hacer su voluntad. Cómo lo buscaba en la oración, cómo lo invocaba en las curaciones y milagros, cómo le daba las gracias por todo.
Eso es tener el corazón limpio: vivir siempre pendientes de Dios. Y comparar nuestro actuar con el suyo: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón". "El hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza..." "Cuando seas convidado no te pongas en el primer puesto" ... Reconozcamos, por contraste, cuántas veces andamos nosotros tras el propio interés; nuestro afán posesivo; nuestras comodidades y privilegios; la buena vida; la frontera imprecisa de nuestros sentimientos; la avaricia del consumidor desmelenado; la pereza más o menos camuflada; el humor a veces inaguantable...
         Y, por si fuera poco, las tres advertencias de que nos habla en su epístola San Juan. Atención al deseo derramado de unos ojos que todo lo buscan, de la carne que reclama sus fueros, de la soberbia de la vida. Tres marías que ahí están. Y el que se sienta libre que tire la primera piedra.
Y sin embargo hay corazones transparentes y luminosos entre nosotros. Pero no podemos bajar la guardia si hemos de dar testimonio de integridad. Vivimos además inmersos en una sociedad donde el amor hace y deshace parejas a diario, el poder y el dinero corrompen, el hedonismo publicitario nos bombardea, las "top-models" arrasan. Por eso hay que estar alerta y, aunque sea como una medida ecológica, superar esa alergia a preguntar sinceramente a nuestro corazón, que es a veces un coto inabordable y lejano en medio de nuestras vidas tan ricas. Acudamos alguna que otra vez al hermoso salmo 50: "Dame Señor un corazón puro y renueva en mis entrañas un espíritu recto..." "Mira que en culpa yo nací, en pecado me concibió mi madre..." "Rocíame con hisopo y quedaré limpio. Lávame y quedaré más blanco que la nieve".
"Y tomando una toalla se la ciñó. Luego echó agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies a sus discípulos..." (Jn, 13-4). .

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