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lunes, 30 de julio de 2012

"LAS BIENAVENTURANZAS"






LAS BIENAVENTURANZAS
P. Vicente Borragán, O.P.

Deseamos hablar sobre las Bienaventuranzas. Desde niños las hemos oído proclamar. Pero, ¿qué evocan esas palabras en nosotros? ¿Un cierto disgusto? ¿Una denuncia de nuestras aspiraciones más secretas, de nuestros deseos más inconfesados? Lo cierto es que estas palabras de Jesús han influido en la historia humana más que todas las pronunciadas por los hijos de los hombres
Escribir hoy de las bienaventuranzas puede parecer una osadía. En un mundo de ricos, de satisfechos, de guerras y horrores, de injusticias y violencias... hablar de pobreza, de mansedumbre, de misericordia, de paz, parece una apuesta por una causa perdida.
    Bienaventurados:
Un buen día, allá por el año 28 de nuestra era, Jesús iba seguido por una gran multitud. Subió a un monte y comenzó a enseñar. Sus labios destilaron palabras de vida y de felicidad: "Bienaventurados los pobres, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por causa de la justicia... de ellos es el reino de Dios, verán a Dios, serán los hijos de Dios". Desde aquel humilde cerro Jesús abrió ante nuestros ojos un reino sin fin ni confín y escribió "en nuestros corazones el canto del hombre nuevo".
Con ellas marcaba a los ciudadanos del reino de los cielos, invirtiendo de un modo paradójico todas las categorías y todos los valores de los hombres. Ninguna evaluación de la vida ha sido tan provocadora como la suya. Aquellos a quienes el mundo tiene por felices y dichosos, aquellos a quienes envidia, admira, imita, es decir, los ricos, los satisfechos, los que ríen, los violentos, los poderosos, no formarán parte del reino de los cielos a menos que sean rehechos por obra y gracia de la misericordia de Dios.
Así comenzó el evangelio. Con palabras de felicidad. Ese fue su punto de partida.
2. Las bienaventuranzas
Al tomar contacto con las bienaventuranzas nos encontramos con una doble sorpresa. La primera se refiere al número de bienaventuranzas pronunciadas por Jesús, la segunda en cuanto a su redacción y vocabulario. La diferencia más sensible entre los evangelistas está en el número: San Mateo contiene nueve bienaventuranzas (Mt 5,3-12), San Lucas sólo cuatro (Lc 6,20.23). Pero más notable todavía es la diferencia en el contenido. Lucas contempla situaciones realmente penosas en aquellos a quienes se dirigen estas palabras: habla de los pobres, de los que tienen hambre ahora, de los que lloran ahora, de los que son perseguidos. Mateo, por el contrario, contempla actitudes del alma cristiana, disposiciones del espíritu: habla de los pobres de espíritu, de los que tienen hambre y sed de justicia, de los perseguidos a causa de la justicia, de los misericordiosos etc. Una crítica literaria sencilla y sana puede mostrar con claridad que el tenor original de las bienaventuranzas, tal como salieron de los labios de Jesús, no debía contener los términos de espíritu, de justicia, por la justicia... San Mateo actualizó y explicitó el sentido de las palabras de Jesús, las adaptó a sus lectores. Tomó de otros contextos palabras de Jesús e hizo ese precioso complejo de bienaventuranzas, que han llegado hasta nosotros como una bendición.
Es el texto de San Mateo el que va a servir de base para este comentario a las bienaventuranzas.
.1. Las "bienaventuranzas": una forma de felicitación.
Comenzar una frase o sentencia con la palabra feliz, bienaventurado (en griego makarios, en hebreo asré) es bien conocido desde la antigüedad. En el Antiguo Testamento, asré aparece 45 veces, de las cuales 26 en el libro de los Salmos. Dios nunca es llamado bienaventurado; es él, por el contrario, el que da la felicidad, el que la comparte con los hombres. Los salmos cantan la dicha del hombre que acoge a Dios, que pone en él su confianza, que camina en su presencia, cuyo pecado ha sido perdonado. En el Nuevo Testamento, makarios aparece también con frecuencia. Además de las nueve bienaventuranzas de Mateo, el evangelio atribuye a Jesús otras 20 bienaventuranzas mas: "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16,17); "Dichosos, más bien, los que oyen la palabra de Dios y la guardan" (Lc 11,28); "Feliz la que ha creído" (Lc 1,45) etc. Existen, además, otras 11 bienaventuranzas en el Nuevo Testamento, 7 de las cuales en el libro del Apocalipsis.
La bienaventuranza es una forma de felicitación. No se trata de un simple deseo, ni siquiera de una promesa para el futuro. Aquél que es llamado bienaventurado lo es ya desde el momento en que se le felicita. Puede ser que no sea consciente de su felicidad, puede ser que nunca llegue a serlo plenamente, pero él ya es feliz.
Las bienaventuranzas son un resumen del evangelio, de la buena noticia traída por Jesús. Son, ante todo y por encima de todo, un anuncio de felicidad. ¿Felices los pobres, los hambrientos, los que lloran, los que tienen hambre, los misericordiosos? ¿Somos felices nosotros? Las bienaventuranzas nos obligan a plantearnos el problema de la felicidad. Jesús quiso que sus discípulos fuesen felices. Si no lo somos debemos preguntamos por qué no lo somos. Tendremos que revisar nuestro concepto de felicidad.
4. El hombre, un buscador de la felicidad.
Si en algo hemos coincidido los hombres de todos los tiempos ha sido en la búsqueda de la felicidad. La hemos rastreado por doquier. La mayoría de los hombres viven una vida gris, sin apenas un momento de resplandor. Pasan por la vida como una sombra, viven como pobres en un país de abundancia. Otros brillan unos instantes, la historia los recuerda, sus nombres aparecen en las plazas públicas. Pero su gloria la dejan aquí y, al final, su destino es igual que el de los humildes y desamparados. Probablemente, todos los hombres hemos sido inquietados por los mismos interrogantes: " ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo y a dónde voy? ¿Qué papel juego en el drama de la vida? ¿Termina todo con la muerte? ¿Soy un ser libre que pude escoger mi destino o una marioneta en manos de un ciego destino?" Cada uno sabe qué ansias o tristezas, qué esperanzas o desilusiones, qué estremecimiento o angustia suscita la respuesta que dé a cada uno de esos interrogantes.
Los hombres están buscando con pasión lo que puede ayudarles a resolver sus problemas. Pero después de tantos siglos de historia, sólo una cosa se impone con claridad: que el hombre no es feliz. La humanidad ha sido un campo de pruebas donde todo ha sido experimentado: las religiones, la filosofía, las ciencias, las artes, el poder, la riqueza, la sexualidad, el pasarla bien, el éxito, la fuerza. Pero, después de todos los ensayos, el hombre ha comprobado, con dolor, que cada día es más pobre y más débil, que su corazón no ha cambiado; que ni la fuerza ni la técnica pueden darle la felicidad que ansía. La felicidad que busca no está en nada de lo que él investiga o somete a prueba. Nada colma su sed y su ansia. Nada le llena. Ni la persona que más ama, ni el sueño que más ambiciona. Nada llega a la infinita profundidad de su espíritu. Y el corazón del hombre sigue inquieto y desasosegado, porque en ningún bien creado ha encontrado su reposo y su contento.
El fracaso de las ideologías para hacer feliz al hombre ha sido estrepitoso. El ser humano está como desgarrado en su interior, sin saber ya hacia donde dirigirse. La brújula de su felicidad está desquiciada, girando locamente. Necesita roturar nuevas sendas. ¿Es la felicidad una meta inalcanzable? Pero el hombre presiente que no ha podido ser embarcado en un viaje sin destino y que la naturaleza no ha podido inventar un deseo tan profundo y tan perseverante. Estamos programados para la felicidad. Aristóteles escribió que el hombre no puede vivir largo tiempo sin alegría. Entre la vida y la alegría existe una relación necesaria: "Enseñar que la única obligación en el mundo es la alegría" (Paul Claudel) . Nuestro corazón está cansado. Nos encontramos secos. "No veo nada, no sé nada. La fuente de la vida se ha congelado. Mi vida está rota. No hay ninguna mano que me ayude, ninguna palabra que me aliente, ninguna causa que me sostenga". Pero desde la oscuridad en que vivimos, desde lo que alguien ha llamado "el llanto de la criatura", nosotros podemos volver los ojos a Dios y esperar de él la felicidad que ansiamos. El cristianismo es una vocación a la dicha.
5. Una felicidad garantizada por Jesús
Los bienaventurados a quienes se dirige Jesús lo son porque tienen un futuro maravilloso ante ellos. Por eso ya desde ahora son felices. Es una felicidad todavía velada, pero ya anticipada por lo que un día llegará, por lo que ya está llegando a ellos: el reino de Dios, el amor del Señor, la filiación divina. Esa es la esperanza que hace saltar de dicha desde ahora y que transforma la vida entera.
Y son felices, en definitiva, porque la felicidad prometida está anclada en un hecho fundamental y, sobre todo, en la persona que pronunció aquellas palabras y se presentó ante el mundo como garante de ellas. ¿Quién ese hombre que se atrevió a decirnos dónde está la clave de la felicidad? Un día, Jesús caminaba con sus discípulos por los alrededores de la ciudad de Cesarea de Felipe, y, de pronto, les preguntó: " ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? ¿Quién dice la gente que soy yo?" Y los discípulos recogieron el parecer popular en torno a Jesús: Unos, respondieron, piensan que eres Elías, otros que Jeremías, otros que alguno de los profetas antiguos". Pero a Jesús no le importaba demasiado lo que corría de boca en boca. Y dirigiéndose a sus discípulos les preguntó: "y vosotros, ¿quién decís que soy yo? ¿Quién soy yo para vosotros? ¿Qué pensáis de mí?" Y Pedro respondió con estas palabras, que yo parafraseo con entera libertad: Tú, tú no eres lo que pareces. Tú no eres un carpintero, ni un profeta, ni el más grande de los profetas. Tú eres el Ungido de Dios, el Mesías esperado, el ansia de las naciones, la Palabra eterna salida de la boca del Padre y hecha hombre por nosotros, el Hijo del Dios vivo. y el hecho de que tu estés aquí lo cambia todo. Esto quiere decir que todas las esperanzas se han cumplido y que todas las promesas se han realizado. Tú estás aquí y la vida humana ha cambiado por completo de sentido. Sólo tú tienes palabras de vida eterna. Tú eres el pan para nuestra hambre y el agua que refresca nuestros labios resecos. ¿A quién vamos a ir, sino a ti?" La felicidad que prometen las bienaventuranzas es ya una realidad. En Jesús y en su palabra encuentra una garantía total. Jesús sabía de qué hablaba.
6. Los ciudadanos del reino
Los ciudadanos del reino están marcados: son los pobres, los encorvados, los que viven en una total dependencia frente a los planes y a la voluntad de Dios; los mansos, los que dejan sitio para todos, los que han abierto su corazón al anhelo del reino, los que no luchan contra nadie, los que no oprimen ni explotan, los que no gritan acaloradamente ni pretenden a toda costa la consecución de sus derechos, los que cooperan en la acción de Dios que actúa mansamente, creando, regenerando y no destruyendo; los afligidos, los doloridos, los que lloran el mal que existe en la tierra, los que lloran la lejanía del Esposo, el olvido de Dios, los que se afligen por todo aquello que impide la realización del reino de Dios; los hambrientos y sedientos, los que carecen del pan que llevarse a la boca, los que tienen hambre y sed de cumplir la voluntad de Dios, los que jadean tras de ella, los que buscan, por encima de todo, ese reino anunciado por Jesús; los misericordiosos, los que saben perdonar, los de corazón compasivo, los que tienen entrañas de misericordia, los que saben estar al lado de los necesitados y sufrir y padecer con ellos; los limpios de corazón, los que son transparentes en sus relaciones con Dios, los que tienen el corazón bien orientado; los que trabajan por la paz, reconcilian a los contendientes, "hacen la guerra a la guerra", los que apagan el odio y unen lo que está separado; los perseguidos a causa de la justicia, los que sufren a causa del evangelio, los que sufren por su fidelidad al Señor. Esos son los destinatarios del reino anunciado por Jesús. Ellos son felices y dichosos. Lo son ya desde ahora, lo serán plenamente después: Dios es su rey y les dará el cielo y la tierra en herencia, él secará las lágrimas de sus ojos, él los consolará, él los saciará, él tendrá compasión de ellos, ellos le verán cara a cara por toda la eternidad, ellos serán sus hijos queridos, sus herederos. Su recomensa será infinita, por toda la eternidad.
Así, las bienaventuranzas responden a las preguntas más hondas del vivir humano: pobreza o riqueza, risa o llanto, hambre o hartura, dulzura o violencia, misericordia o dureza, limpieza o suciedad, paz o guerra, ansia de felicidad. Nos dicen cuáles son los valores que cuentan en definitiva. En ellas se perfila un tipo de hombre nuevo, que se reconoce como criatura frente al Creador, que se entrega y se abre a los hombres y se compadece de ellos. En las bienaventuranzas aparece como en filigrana la figura de Jesús. Aquellos a quienes Jesús proclamó bienaventurados son realmente los que han seguido sus pasos, han escuchado la invitación a entrar en el reino, es decir, los que se han aventurado-bien.
Nos toca a nosotros, de nosotros depende el que las palabras de Dios no se pierdan; depende de nosotros, de nosotros que sólo pasamos en la tierra unos años de nada; depende de nosotros el asegurar a estas palabras una segunda eternidad", eterna (Péguy). .

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