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martes, 3 de julio de 2012

"DICHOSOS LOS PERSEGUIDOS" (MT. 5, lO-12)



"DICHOSOS LOS PERSEGUIDOS" (MT. 5, lO-12)
LUIS LÓPEZ DE LAS HERAS, O.P.

Las Bienaventuranzas en su conjunto son la flor y nata del Evangelio: en ellas se nos presenta en breve síntesis el ideal cristiano. En frase de S. Agustín son el modo perfecto de la vida cristiana. El culmen y resumen de todas ellas es esta última: la de los perseguidos por causa de Jesús.
          Cuando se escribió el actual evangelio de S. Mateo los cristianos ya sabían mucho de vejaciones y persecuciones. Desde luego por parte de los judíos, pues fueron perseguidos por causa de Jesús desde el principio, según vemos por el libro de los Hechos y también por la carta a los Hebreos (10,32-34). Así es que la misma comunidad primitiva de Jerusalén tuvo que vivir las Bienaventuranzas: también ésta, la más difícil.
           Jesús había invitado a sus discípulos a llevar la cruz en pos de Él: a beber su cáliz. Si Él era el Siervo de Yahvé paciente, también tenían que parecérsele en este aspecto sus discípulos. En la parábola del Sembrador ya preveía El que algunos desertarían por falta de raíces: cuando se presenta una persecución por causa de la palabra (MT 13,21).
La persecución de los creyentes no era una novedad: ya el libro de la Sabiduría elogia al justo perseguido y habla de su felicidad ultraterrena (Cf. Sáb. 25); buen ejemplo de ello fueron los mártires macabeos (Cf. 2 Mac 6-7). Pero Jesús, que recordará aquí a los Profetas mismos, va mucho más allá: dice que sus discípulos serán dichosos - experimentarán la felicidad- justamente cuando sean perseguidos: ¡en el presente, como es el caso también de la primera Bienaventuranza!
Los cristianos serán objeto de persecución así mismo fuera de Palestina. Lo vemos ya por los Apóstoles. S. Pedro exhortará a los destinatarios de su primera carta, diciendo: si sufrís a causa de la justicia, dichosos vosotros (1 Pedro 3,13). Y a los esclavos cristianos que pueden tener amos severos les amonesta: Sed sumisos con todo respeto. . . Porque bella cosa es tolerar penas por Dios. . . Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo, para que sigáis sus huellas (Cf. 1 Pedro 2,18-21). Cristo es el arquetipo de las Bienaventuranzas: sobre todo en su Pasión.
Esta Bienaventuranza, cuyo texto es el más largo de todas, acaso por su misma dificultad lleva aneja una explicación: Dichosos vosotros cuando os injurien y os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros (MT 5,11-12).
La persecución tiene sus grados: puede ir desde la injuria o vejación con las humillaciones hasta el martirio. Ya S. Pedro tenía también a la vista las injurias de que podían ser objeto los cristianos por su fe: Dichosos vosotros si sois injuriados por el nombre de Cristo, pues el Espíritu de gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros (1 Pedro 4,14): el oprobio de Cristo - el sufrido por su causa- es mayor riqueza que todos los tesoros de Egipto (Hebreos 11,26).
La persecución puede llegar hasta el martirio, como había dicho Jesús mismo (Cf. MT 10,17-22; etc.).Ante tales perspectivas, nada halagüeñas para el hombre natural, el Señor añade: Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos. . . de la misma manera persiguieron a los Profetas... “(MT 5,12). ¿No bastaba con el primer verbo - alegraos? El uso de dos, aunque sinónimos, es una manera de subrayar la felicidad radiante de los perseguidos por Cristo (Cf. también Apoc 19, 7, que habla de las bodas celestes del Cordero).
N. Señor invita a alegrarse, no sólo mientras es uno perseguido, sino precisamente por serlo (Cf. Hechos 5, 40s). Jesús pone también ante los perseguidos la recompensa de ultratumba y el ejemplo de los antiguos Profetas, frecuentemente perseguidos, y a quienes equipara a los discípulos en su misión. ¿Cómo es posible alegrarse de ser perseguido? - Si ya ante la primera Bienaventuranza más de uno de los oyentes de Jesús se mostraría escéptico, de seguro que ante esta última se le cortó el aliento. ¿Es posible sufrir y gozar al mismo tiempo?
S. Pablo dice que se alegra de sufrir por la Iglesia (Cf. Col 1,24); y de los tesalonicenses escribe: os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, abrazando la palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones (1 Tes. 1,6). También los hebreos convertidos se dejaron despojar con alegría de sus bienes, conscientes de que poseían una riqueza mejor y más duradera. (Hebreos 10,34). Eso mismo constatamos en los mártires de los primeros siglos.
El hombre es un compuesto de alma y cuerpo; o como decían los platónicos y acepta a veces S. Pablo, de cuerpo, alma y espíritu - que en la división dicotómica sería la zona más elevada del alma -. Así es que puede uno estar diversamente afectado en esas zonas: sufrir en el cuerpo y en el alma y gozar por motivos o bienes más altos en la región superior, que es la del espíritu. A bienes similares remite Jesús en esta Bienaventuranza: tampoco las otras pueden darse sin cruz.
Tal es la cumbre de la perfección cristiana, la cual no es otra que la del amor, llevado a su última expresión en el amor a los enemigos. En el mismo Sermón de la Montaña dirá N. Señor: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos, aludiendo inmediatamente a la recompensa, para terminar:

¡Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (MT 5,4448). Las palabras de S. Lucas en el lugar paralelo son ligeramente diferentes; su versión de la última parte suena: ¡Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo! (LC 6,35s).
El amor a los enemigos, que es el culmen o colmo del amor, y que Cristo en la Cruz llevará a la práctica de un modo eminente al pedir perdón para sus enemigos (LC 23,34), viene a coincidir con esta Bienaventuranza: ¡es el amor que triunfa hasta del odio, de que es objeto el cristiano en la persecución! En ella puede experimentar la presencia inefable de Dios y del Reino de los cielos, al cual le llama el Señor. S. Esteban, el protomártir, cuando moría apedreado, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo, vio la gloria de Dios y dijo; Veo los cielos abiertos. . . Señor Jesús, recibe mi espíritu y, doblando las rodillas, añadió: Señor, no les tengas en cuenta este pecado. Y dicho esto, murió (Cf. Hechos 7,55-60).
Los teólogos dirán que las Bienaventuranzas son obra de los Dones del Espíritu Santo; es decir: de un influjo poderoso del Espíritu divino, que no es el de la fe común. Sin embargo sería equivocado pensar que esos Dones funcionan sin una cooperación o apertura por nuestra parte. Para eso el Señor suele purificar antes a las almas, poniéndolas en situaciones de practicar a fondo las virtudes, especialmente la humildad y las teologales, acrisoladas en diversas pruebas, a veces largas. Lo vemos en la vida de los santos mismos que no han sido mártires. Un buen ejemplo de ello es S. Francisco, a quien Dios acrisoló, haciéndole bajar hasta lo más profundo de la humildad, al par que aquilataba más y más su fe, esperanza y el amor mismo. Caminando un día con un compañero, le dirá: ¿No te parece, Hno. León, que, si al llegar al convento no nos reconocieran y nos echaran de malas maneras, deberíamos alegrarnos? Y cuando le toparon los ladrones en el bosque y le dieron de palos, él, lleno de alegría decía: ¡Soy pregonero del Gran Rey!... ¡Dichosos los perseguidos por causa de Jesús!

                                                                     ("Nuevo Pentecostés, nº 42)




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